Mío y solo mío

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Batman miró al hombre de acero y su lengua paseó por sus labios jugosa. Aquel era el plato más apetecible que tendría el placer de degustar.

Podía notar la leve sonrisa que se dibujaba en el rostro del kriptoniano, el cual, sin duda, había sentido la excitación en el murciélago.

Con paso decidido y firme, Batman avanzó hasta la posición donde le esperaba su presa, porque aunque a Bruce también le gustaba recibir, siempre prefirió repartir ese salvajismo indómito intrínseco a él.

Uno que era su seña de identidad, aquella que da miedo a los temerosos, y esperanza a los inocentes.

Uno que no podía ni pretendía disimular

No frente a él.

Frente a él, no tenía que contenerse y liberar a la bestia resultaba catártico en sí mismo.

Le dio la vuelta y lo tumbó sobre el Batimobil, golpeándole el rostro contra el capó. Sabía que no le había dolido, y por eso lo disfrutaba aún más, porque Batman es Batman y la violencia es su modo de ser, inseparables compañeros de viaje.

Lo agarro por el cabello, obligándolo a arquear la espalda y le quitó la capa con un gesto rápido y certero, para hacer lo mismo con el uniforme del símbolo en el pecho.

Echó todo el peso de su cuerpo sobre la espalda de Kal-El y se acercó a su oído.

- Eres mi puta, Clark – Le mordió el lóbulo de la oreja – Mía, para siempre.

Le metió los dedos en la boca y el kriptoniano los devoró con ansia, los ensalivó como el sediento engulle el agua del desierto, pues para él era también una necesidad.

Le mordió el índice y Batman lo retiró apresurado.

Volvió a estampar su rostro de acero contra el coche para saber que le había dolido, aunque no molestado, en absoluto. Ya habían jugado a este juego, muchas veces, y nunca, nunca tenían suficiente.

Bruce le metió dos dedos entre las nalgas, hasta dentro y sin contemplaciones mientras con la otra mano le masturbaba el miembro, más que dispuesto del alienígena, que como siempre, clamaba por su merecido premio.

- Pídemelo – Masculló el murciélago apretando la mandíbula – Suplica.

- Te quiero dentro, Bruce ... - La voz ahogada por el deleite era apenas audible.

Batman separó las piernas del kriptoniano, clavando sus rodillas en la carrocería infranqueable de la máquina. Tomó el miembro entre sus manos y lo deslizó hasta la entrada del alienígena, rozando la piel erógena, transmitiendo todos esos impulsos nerviosos que hacen que pierdas el Norte, que te hacen totalmente vulnerable.

Ahí era donde quería tener a Superman, el ser más poderoso de la galaxia, probablemente del Universo. A sus pies, implorando que se lo follara y ¿Quién era él para desobedecer a un Dios?

- No te oigo kriptoniano – Su voz era grave e impasible, fría como él, aunque abrasadoramente seductora si arañabas con ahínco. Se reía de él, sabiendo de su hambre. La conocía porque era como mirarse a un espejo.

- ¡Métemela! – Gritó Superman con voz temblorosa – Métemela hasta el fondo, te lo suplico - Las manos de Clark se dirigieron a su propio miembro y empezó a masajearlo. Era incapaz de continuar en ese estado de excitación sin llegar al apogeo de sentirlo en su interior – No puedo más, Bruce.

De un manotazo, Batman volvió a ponerle las manos sobre el coche.

- No – Chisteó con la boca – Hoy te vas a correr solo con mi polla – Su voz lasciva sonaba como casi una amenaza, cortesía de la costumbre enraizada que no desaparece del todo.



Con una sola envestida, el murciélago se adentró en un mundo de placer, un mundo extraño, lejano, creado a miles de años luz, y esa era precisamente la diferencia de Clark con el resto de la humanidad.

Para Bruce ya no existía nadie más en el mundo salvo él.

Siempre él, por y para él, desde el primer momento en que sus ojos lo vieron descendiendo del cielo. Una quimera celestial que venía a iluminar las noches oscuras en las que pensaba que sería devorado por la bestia moradora de las profundidades de su hogar.

No hicieron falta muchas estocadas para que su amante se corriera copiosamente sobre el suelo resquebrajado de Gotham.

Un par de minutos más para Bruce, en los que el sonido de sus testículos rebotando contra las fornidas nalgas se tornaba la más dulce melodía, entre los jadeos que Kal-El no se esforzaba en reprimir.

Batman se desplomó tras el último espasmo, la última contracción. Silencioso como siempre, al igual que en silencio lo amaba, y con esos silencios se lo decía.

- Yo también te amo, Bruce.

Notas de la autora:

Espero que les haya gustado. Éste es mi Batman, implacable, feroz y letal. Por eso lo amo, y siempre lo amaré, tal y como es.

Como ya saben, todos los dibujos de este fic están hechos por mí.

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