MAGDA | Chanson bleue.

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❛CHANSON BLEUE❜

                          —Me temo que hay buenas y malas noticias —Letitia habla después de eternos minutos, mientras toma asiento en su usual sillón color verde, donde borda y dirige con lengua de plata, al igual que nos hace sentir cómodas e influye respeto y temor a los habitantes de Leoch—, ¿Cuáles prefieren primero, señoritas?

—La... —comienza Sam, duditativa. Me mira de reojo, a lo que hago una mueca, estando igual de perdida que ella—, mala, si no es molestia.

Letitia asiente, acomodando las manos en el regazo—. Hemos recibido una carta de Abad Manor informando el naufragio del barco donde su padre y madre habrían de abordar en Le Havre —dice con voz suave, esperando llevar de la mejor manera tal noticia, lográndolo exitosamente, aunque tal vez no por las razones que espera... Si ese hombre –y mujer, por lo que vengo escuchando– al que nos hemos atado a modo de escape en verdad fuera mi padre, estaría preocupada; es, no obstante, algo lejano a la realidad, pues mi padre, que en paz descanse, está enterrado en una Francia doscientos años en el futuro... Y mi madre, ¡Oh, mi madre! Ella está perdida para nosotras, si bien perfectamente puede estar consciente de adónde se dirige.

Hay un padre, hay una madre y hay unas hijas con nuestro apellido que coinciden con la historia contada por Samara y, por ahora, lo único que separa de nosotras el inminente enfrentamiento con la realidad es un naufragio. Si ésta mentira sigue estando tan sólida como la percibo ahora, solo espero que nos dé la salida tan fácil como la vislumbro, pues no estoy segura de tener la fuerza mental para enfrentarme a una riña de tal magnitud.

—¿Pero ellos se encuentran bien? —inquiere mi hermana, dejando de lado su lienzo, cuyo bordado está por terminar.

—Así es, querida, no tienen de qué preocuparse... —afirma—, sus padres solo tienen un pequeño retraso en su viaje a Escocia... También, y debido a ello, mi marido tiene más tiempo para planear su viaje de vuelta a casa para que transcurra sin percances mayores con la debida escolta, por ello espero comprendan que su estadía aquí en Leoch tendrá que prolongarse un poco más...

—Oh, esperamos no ser molestia... Ninguna tiene problema con viajar sin tanto lujo de cuidado, ya han hecho más que suficiente por nosotros siendo tan buenos anfitriones —dice Sam, probablemente con esperanza de que nos dejen ir y nos lleven a ese lugar sin necesidad de enfrentar cara a cara al hombre cuyo nombre hemos usado para beneficio.

—¿Pero qué diría eso de nosotros, sus tan buenos anfitriones, como dicen? —El tono, entre ofendido y reticente, sugiere que no hay posibilidad de torcer su veredicto. Por mi parte, me limito a observarla, apenada y temerosa por la autoridad que exuda, sin saber si mirarla a los ojos aunque pueda leer mis ojos o, por el contrario, mirar al suelo y esperar que no malinterprete mis gestos—, ¡Nada de eso! Como he dicho, no hay problema —remarca, con esos ojos que sus arrendatarios tanto temen o aman por igual—. No queremos que se repita la historia que las trajo a nuestro clan, no no... Se quedarán y marcharán como lo amerita.

Samara asiente, pareciendo retener la respiración—. Comprendemos y estamos eternamente agradecidas —Dándome una mirada en busca de ayuda, sin saber qué agregar, alzo la cabeza, dispuesta a cambiar de tema.

—Y, ¿Cuál es la buena noticia?

Mis dedos golpean ansiosos mi regazo al recibir la atención de Letitia, que sonríe más relajada—. Ésta noche se presentará Gwyllyn el bardo y ustedes serán invitadas de honor —El flash de Jamie prometiendo guardarme un asiento se abre paso en mi mente y me encuentro sintiendo cómo las comisuras de mis labios se curvan en una pequeñísima sonrisa. Letitia luce satisfecha ante ésta reacción—. Es un modo de dar inicio a las fiestas y, sin duda alguna, una gran manera de aprovechar el servicio que podemos costear de tener un bardo...

—Gracias, lady Letitia, será un gran honor y placer para nosotras asistir —digo, levantándome del asiento para dar una ligera reverencia junto a Sam. Pasan unos segundos cuando nos indica que podemos enderezarnos y permanecemos arriba—. ¿Es posible que podamos retirarnos a los aposentos? Me gustaría refrescarme.

Con un ademán gentil, acepta—. Mandaré por ustedes al anochecer.































                          Ciertamente, apenas el sol se esconde en el horizonte, Ivonne y Bonnie Mai vienen a la habitación para avisarnos del pronto inicio de la presentación. Siento el vestido pesado conforme vamos al salón, pero lo prefiero antes que el frío que estoy sintiendo más crudo que ayer, que llevó a Bonnie Mai a buscarme otro abrigo, junto a un segundo listón con el que logró atar mi cabello en un peinado más aceptable.

El salón fue despejado previamente para ésta noche y así disfrutar del espectáculo. Las mesas que usan para las comidas ahora  se encuentran contra las paredes; mientras tanto, el lugar está lleno de largos bancos de madera maciza dispuestos azarosamente, lo cual no evita que vea un solitario asiento en la otra alta punta de la habitación, donde deberá estar Gwyllyn el bardo dentro de poco.

Al ver a Sam avanzar, ensimismada en una conversación con Ivonne sobre sus manos manchadas por el tinte que ha usado para teñir ropa en el trabajo, las sigo por detrás, distraída. Extraño o no, siento paz ésta noche; el frío es revitalizante, evita que mi cabeza se sobrecaliente y, por primera vez durante todo este lío, me permito disfrutar del embriagante ambiente de fiesta... Porque después, no estoy segura que el destino sea piadoso con las mentirosas.

Mi hermana y su acompañante toman un par de copas llenas de alcohol de las mesas, listas para enfrentar la noche; por mi parte hay abstención, titubeando entre tomar una de las copas o ir a las cocinas a buscar algo cuyo olor sea menos potente y no de cosquilleos a mis fosas nasales.

A Samara siempre le gustó la bebida y es, en realidad, una experta catadora con resistencia sorprendente. Aunque la traicione el estómago y no aguante los licores, no es una borracha desagradable; no obstante, el alcohol de por medio es la razón de todas nuestras disputas pasadas... Eso y los chicos. Cuando bebía demás yo creía tener la obligación de cuidarla y una parte mía estaba constantemente molesta por ello: jamás se me cruzó la idea de que solo debía tener un ojo intermitente sobre ella y no estar detrás toda la noche, lista para reclamar por su diversión. De igual forma, presenciar cómo se enrollaba con chicos que después quería llevar a casa, sulfuraba mi humor. Me parecía irresponsable llevar extraños a la casa sin estar mamá presente y la ansiedad tomaba partido, haciéndome imaginar infinidad de escenarios diferentes donde todo podía terminar en catástrofe. Nunca pasó nada y tampoco dije ni pío a mamá porque era cargarla de más problemas y porque eso era entre Sam y yo...

A veces me parece que ella carga con toda la suerte del mundo, para que yo en mi primer deseada salida haya acabado en el suelo, si bien todo se trata de la compañía, no de nosotras. Aún así, prefiero estar mil veces tras ella, burbujeante de la ansiedad, a que algo le pase por un malnacido escondido entre diez a su alrededor.

Ahora, en territorio desconocido, extrañamente no tengo la necesidad de arrebatarle la bebida. No estamos en Francia, en la casa de mamá; no estoy yo tratando de mantener en pie el territorio sagrado de ese único lugar que me da seguridad; no soy yo quien está cargando con todo el peso de un embrollo de tamaño titánico, porque tengo el carné de inestable. No soy quien para evitar que se desahogue a su manera, si es que quiere hacerlo. Y no soy quien para juzgarla, cuando han pasado dos años desde la última vez que peleamos por esas cosas.

La veo sonreír amplio a Bonnie Mai y sé que no es la misma clase de sonrisa que me dirige, que busca transmitir amor y apoyo incondicional aunque sabe que es poco probable recibir otra del mismo tamaño a cambio. No: ésta es de júbilo, de alegría, que refleja el disfrute de su plena juventud. Luce bellísima distraída de la realidad, con los caireles rubios escapándose del moño y sus labios brillando por el líquido que bebe; es inevitable contener una sonrisa, pequeña pero sincera. Estamos con buena compañía.

No recuerdo la última vez que disfruté de ser una adulta joven que va a los cines porque sabe que no venden alcohol y disfruta ver a su hermana mayor sufrir por ello. Sí, a pesar de todo, el enojo por su afición a esa cosa no duraba mucho; al final se desvanecía porque era gracioso verla con resaca, o con raspones que debía curar sin preocuparme de ser delicada porque sus quejidos iban acompañados con sobornos para no contarle nada a la siempre sabia mamá, si bien de no recibir nada aún así tampoco lo haría.

Dispuesta a beber aunque sea una copa, confiando en que mi cabeza está tranquila ésta noche, doy media vuelta para tomar un vaso y seguirlas rápido a los bancos y agarrar lugar. Mas el tiempo metida en mi mente me traiciona y la disposición espacial de las personas aquí ha cambiado, pues choco contra el costado de un enorme hombre que me avienta centímetros atrás.

Ouh, ce n'est pas Versailles! —exclamo, como primer reacción. Llevo una mano al pecho, tratando de calmar mi respiración y mis latidos súbitamente agitados con tal de encarar al hombre sin temer arruinar más la imagen—, je suis un imbécile! ¹

—Puedo asegurar que no es usted ninguna tonta, lass... Luce radiante ésta noche, me atrevo a decir —Al levantar la mirada, el joven Jamie ya tiene sus ojos azules como centellas centrados en mi. No hay manera de que alguien sea tan grácil al dirigirse a la gente; o tal vez soy yo quien carece de habilidades distinguibles. Me ofrece una mano, si bien no doy amenazas de caer al suelo; la tomo por cortesía, notando el contraste de mi fría piel acorde al clima, y lo cálido de la suya, que pareciera haber metido a las brasas—. La estuve buscando... Gwyllyn se presentará pronto y no querremos estar en mal lugar.

—Sí, sí, por supuesto —digo, de forma atropellada. Aclaro mi garganta antes de continuar, mirando de reojo hacia donde tres figuras femeninas sobresalen por ser las únicas sin tomar asiento en el banco atrás suyo. Ellas de igual manera observan en nuestra dirección y cuchichean entre sí—, permítame tomar una copa antes. Podemos unirnos a mi hermana y quienes deben serles conocidas, Bonnie Mai e Ivonne. Ellas han encontrado un buen asiento.

—Oh, no se preocupe, aquí tiene —Rápido, como si la copa hubiera estado entre sus dedos todo éste tiempo, extiende una con licor ligeramente rosado en mi dirección. La acepto sin rechistar y él procede a agarrar una para él—. Después de usted.
























                        Sentada entre Ivonne y Jamie, la velada transcurre silenciosa entre nosotros. Mientras mi hermana y la otra joven rubia pasan el rato hablando entre susurros, me encuentro carente de temas para pláticas; no puedo sacar a colación a Édith Piaf como haría usualmente para parecer pretenciosa, tampoco preguntar por los Beatles y porqué Ringo Starr es el mejor beatle incluso si su adición fue posterior a la creación del grupo. Por lo tanto, me limito a dar un sorbo al alcohol, lista para la siguiente canción de Gwyllyn el bardo, cuyo dominio con el arpa me ha hecho derramar lágrimas durante sus tres relatos en gaélico que no soy capaz de entender.

Carente de oído musical, solo puedo decir que las primeras notas de la siguiente canción que toca con el arpa son como el viento danzando alrededor mío. Un aura cálida se extiende por la habitación y la posterior adición de su voz, melódica y tan dulce como la miel de maple, provocan el éxtasis. Cierro los ojos por unos instantes e, incapaz de contener la curiosidad, lanzo una pregunta al aire:

—¿De qué trata la canción?

Escucho un suave suspiro a mi izquierda, proveniente de Ivonne, que comienza—. Es sobre la...

Haciendo caso omiso a los susurros de la castaña, una segunda voz se hace presente de mi lado derecho, con Jamie inclinado cerca de mi oído para apresurarse a explicar—. Es sobre una joven dama, con ojos cubiertos por una neblina que le impiden soñar... Un día, las hadas y las libélulas se presentan ante ella en un río, bendiciendo el agua e indicando que lave con ella sus ojos, para poder ver lo oculto —relata, sin apartarse ni un centímetro y obligando a Ivonne a ceder, quien se da la vuelta para unirse a las rubias. Lucho por oír al mismo tiempo el canto y la voz de Jamie, pacífica y concentrada en la historia que debe saber de memoria, pues revela más de lo que dura el canto; pronto me hallo dejando en segundo plano el sonido del arpa, para sumergirme en la narración. Una ráfaga de aire se cuela entre los gruesos abrigos, causándome escalofríos—. Ella obedece, pero pasan días y noches enteras sin que vea algo más que oscuridad... Entonces, una tarde entre los brazos de su amante, enemigos los atacan y resulta herida, pero yacen en el suelo ignorando el daño físico, como en trance... Así, ante ella se presenta una figura magnífica, sosteniendo una copa y una corona en las manos... Es Dios mismo, mas no escucha nada de sus labios en movimiento y, en cambio, oye gritos lastimeros —Tras decir aquello, el sonido del arpa se torna sombrío, como no creí posible de tan divino instrumento—, gritos que la empujan a levantarse del suelo y tomar a su amado, para correr hacia el alba.

—¿Y después? —Con interés, volteo a verlo. Él ya lo hace, con una sonrisa amplia ante la curiosidad que demuestro, pues el relato me recuerda a las historias que Samara o mamá solían contarme, solo que con tintes menos sombríos y más positivos. La música ha cesado y la arpa es dejada de lado, para dar paso a la flauta—, ¿Qué sucede con ellos?

—Corren al alba —dice, riendo ligeramente por la mueca que formo tras esa respuesta tan corta que no satisface a mi necesidad de conocimiento—. La historia termina con eso. A mí me gusta creer que la mujer, al ver a Dios, ya puede descansar en paz y por ello parte con su amante hacia el paraíso.

—Es una buena interpretación —reconozco, preguntándome cuánto alivio podría tener al presenciar la aparición de su Dios; con lo que hemos vivido ésta semana, no estoy segura de experimentar tranquilidad en ese caso. Doy un sorbo a mi copa, sintiendo la garganta seca, sin apartar la mirada de él, que la sostiene sin problemas.

—¿Cuáles son sus sueños, lass? —inquiere, tomando el turno de evidenciar sus dudas. Luce genuinamente interesado, tanto que me remuevo sobre la banca y tengo que desviar los ojos para despabilar, tras ser invadida por el desconcierto.

—No sueño —contesto, tras andar entre mis memorias en busca de algo inverosímil que en efecto se trate de un sueño por tener tal naturaleza. Mi voz suena más decaída de lo que espero; nunca me afectó mi falta de imaginación e incluso reía con los dichos de mi familia de que solo era capaz de pensar en lo negativo de la vida y jamás en lo fantasioso de sus cimientos... Apresuro a añadir—, no soy tan lista para imaginar un nuevo mundo durante la siesta. ¿Usted sí sueña mucho?

Asiente, con un brillo en los ojos, sin duda rememorando—. Siempre son tranquilos, hasta puedo distinguir los aromas y siento todo, como las caricias. Son dulces y espero también sean una señal del destino.

—El destino debe adorarlo, para darle muestras de un futuro prometedor diseñado solo para usted.

—No solo para mí... Mis sueños no son solitarios, si bien pueden ser unilaterales. Alguien debe estar afuera, esperando algo similar —apunta, seguro de sí. Doy un último trago.

Asiento, sopesando sus palabras. La copa está vacía entre mis manos, por lo que hago amago de levantarme antes de que Jamie añada algo más que me mantenga en mi asiento—. Iré a servirme un poco más, ¿Le ofrezco rellenar su copa?

—No se preocupe, iré yo —Niega, sin darme tiempo a rechazar su propuesta.

Me quita la copa, se levanta del banco que compartimos y va en dirección a las mesas con rapidez. Es amigable, bastante tierno para ser un joven adulto y puedo afirmar que estoy tranquila en su compañía. Es una buena persona que ha pasado por mucho más que el promedio. Escucho ligeras risas a mi costado, encontrando a las chicas y a Broc –que debió unirse durante mi conversación con Jamie– observándome.

—El licor es tan bueno como la capacidad de labia de Jamie, ¿A qué sí? —comenta Broc al aire, sin afán de ahondar más tras la declaración, llevándose su bebida a la boca y centrando su atención en alguien más a tres bancos de distancia: Claire. No puedo preguntar la razón de su contribución cuando éste dice—: Las dejo, disfruten de la velada.

Tras verlo alejarse para tomar asiento junto a la inglesa, dejándome con la duda en la boca, Jamie regresa con nuestras copas rellenadas. Le regalo una sonrisa ligera y, notando de reojo el placentero momento que vive Sam, me permito disfrutar un poco más de la noche ajena a todo, hasta que mi cuerpo reclame descanso.























¹ ¡Ouh, si esto no es Versalles! ¡Qué tonta soy!

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