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~Necesito tu amor antes de caer, caer...

—Minji...

—¿Qué pasa?

—¿A dónde vamos?

Minji se rió al escuchar la insegura pregunta de Haerin, notando el color pintando las bonitas mejillas de la omega.

—Te lo he dicho —contestó la mayor—, es una sorpresa, Rinnie.

Haerin hizo un pequeño puchero ante su respuesta, inconforme, pero sabía que insistir no valdría de nada. Minji fue muy firme en no contarle a dónde la llevaba, vendándole los ojos una vez se subieron al auto. La alfa no era muy inclinada a conducir, era de las que prefería caminar, pero ese regalo fue por parte de su padre en su cumpleaños, y Haerin adivinó que al lugar al que iban no era cerca por lo mismo.

Por un breve momento, tuvo el pensamiento de que la llevaba a un motel y eso la hizo entrar en pánico. Por mucho que hubiera aceptado salir con Minji -Haerin todavía no sabía si ellas tenían algo oficial o no-, eso no significaba que estuviera lista para la intimidad. Le provocaba mucho terror el hecho de que eso ocurriera y luego fuera abandonada.

Sin embargo, Minji pareció adivinar su hilo de pensamientos porque le aseguró que no la llevaba a ningún sitio que pudiera causarle temor. Con eso, fue suficiente para que Haerin confiara en ella y fuera sin duda alguna.

No llevaban más de veinte minutos viajando, cuando de pronto vio a la alfa desviarse de la carretera y entrar por un camino de ripio. No conocía esa ruta, jamás había ido por ahí, y empezó a preocuparse un poco.

—No volveremos muy tarde, ¿cierto? —preguntó la omega, tímida.

Era viernes, y por lo mismo, sus clases acabaron a mediodía. Le había mentido a su mamá diciéndole que después tenía trabajo, pues tomó un turno extra, y así poder salir con Minji. Fueron a almorzar y la alfa le dijo que quería llevarla a un lugar bonito. Haerin no pudo decirle que no.

—Claro que no —aseguró Minji, sonriendo traviesamente—. Cuando den las siete, nos devolveremos y te iré a dejar a casa, Rin.

—Mmm... —murmuró Haerin, sabiendo que le pediría que le dejara a unas cuadras. No quería que Dongyul le viera en el auto de Minji.

Diez minutos después, Minji se desvió del camino principal y entró en otro más pequeño. A menos de un kilómetro, Haerin vio un arco de fierro con un portón abierto, por el que entraron, y supo enseguida dónde se encontraban.

Haerin escuchó de ese lugar cuando era más joven, pues una vez su curso fue de paseo escolar. Ella no pudo ir debido a que su mamá no pagó la cuota necesaria (su padre se había marchado sólo unos meses atrás, por lo que no tenían mucho dinero), y se perdió ese bonito paseo.

Ahora, se giró hacia Minji, con una mirada de emoción.

—¡Minji, ¿es la...?!

—¿La granja de animales? —le interrumpió la alfa, sin dejar de sonreír también—. Creí que sería un bonito lugar para ti.

—¡Claro que sí! —Haerin esperó a que Minji se estacionara antes de abrazarla, haciendo que riera—. ¡No debías!

—No —concedió Min, dándole un ligero beso en su cuello—, pero me gusta hacerte feliz —sonrió, engreída—. ¿No merezco un premio, Rinnie?

Sus palabras la estremecieron, pero de una forma agradable, y alejó un poco su rostro. Vio los ojos oscurecidos de la alfa, por lo mismo, se inclinó y le dio un pequeño beso en los labios.

—Gracias, gracias —le dijo, cohibida.

—Eso no es un beso —reclamó Minji, y ahora la mayor la beso, abriendo su boca y metiendo su lengua dentro.

Estuvieron unos minutos así, hasta que Haerin lo consideró suficiente, y se alejó con los labios hinchados y los ojos brillando. Minji no parecía satisfecha, pero de seguro se lo cobraría después, y a la omega no le importaba. Le gustaba cuando Minji la besaba de esa forma.

Se bajaron del auto y fueron a la pequeña cabina donde se compraban los boletos. Minji pagó todo sin dudarlo un poco, a pesar de las protestas de la omega, y una vez cruzaron la barrera, le agarró la mano.

La granja era un lugar de panorama familiar para entretenerse en un ambiente rural. Era un gran campo con muchas hectáreas, donde se podían ver de cerca muchos animales en un ambiente natural. No era un zoológico como tal, pues no tenían animales de safari, por ejemplo. Era como una granja, pero abierta al público.

Lo primero que vieron fueron pollos. Se encontraron con una casita llena de pollitos amarillos por doquier, varias gallinas y un gallo.

—¡Mira que lindos, Minji! —gritó Haerin, soltándole la mano y yendo tras los pollos.

La alfa observó como los pollitos corrían de Haerin, que sólo se reía como una niña pequeña a la que le hubieran entregado un juguete. No tenía idea de que una granja podría hacerla tan feliz, y no se arrepentía ni un poco de haberla llevado.

Después, se encontraron con las vacas. Contemplaron, de primera mano, un parto de un ternero, lo que fue un poco asqueroso. Sin embargo, Haerin no podía dejar de mirarlo, con esos grandes ojos dispares, confiriéndole un aire inocente y dulce. Minji no podía aguantarlo más, y a pesar del escenario poco romántico, le empezó a besar el rostro. Haerin comenzó a empujarla lejos de ella, sorprendida, porque no quería perderse el nacimiento del becerro.

Más allá estaban los toros que Haerin encontró aburridos pues no hacían demasiado, junto con los bueyes, que sólo comían. De ahí, vinieron las ovejas.

Justo en ese momento había un pastor, que al verlas acercarse, les hizo señas para que siguieran aproximándose. Haerin lo saludó a través de la valla, intercambiando un par de palabras, y de pronto, agarró un corderito en sus brazos, acercándose a ella.

—¿Quieres sostenerlo, chica? —le preguntó a Haerin.

—¡Sí! —saltó la omega, feliz.

Haerin recibió al cordero con cuidado, que soltó un balido, y la menor comenzó a hablarle. Minji le quitó el cabello del rostro, buscando su celular para sacarle alguna foto.

—¿Qué haces, unnie? —preguntó Haerin, sin dejar de mirar al animal en sus brazos.

—Sonríeme, vamos —incitó Minji, y la omega obedeció con cierta timidez—. Pondré esto como fondo de pantalla, te ves tan bonita, Rinnie.

—¡No digas eso! —se quejó Haerin, pero la sonrisa en su rostro era toda para la alfa.

Unos minutos después, devolvieron al corderito dentro de la cerca, que corrió hacia su madre. Se despidieron del pastor antes de seguir, llegando donde estaban las cabras. Ocurrió lo mismo que con el corderito: le entregaron un cabrito a Haerin, de color blanco con unas manchitas negras, y la de ojos gatunos parecía derretirse con eso.

—¿Te regalo un cabrito, Rin? —le preguntó, sin dejar de sacarle fotos.

—¡No, claro que no! —se rió la omega—. ¿Dónde lo tendría? Eso es...

—Cuando te marque y vivamos juntas —le interrumpió Minji, acercándose y viendo el rubor en las mejillas de Haerin—, si quieres, te compraré una bonita casa en el campo para que tengas todos los animales que desees.

—Minji... —murmuró Haerin, avergonzada.

—¿Qué? —la alfa se inclinó y la besó. El cabrito baló—. Voy a hacerte tan feliz, como sólo tú lo mereces.

A Haerin le sorprendía eso. Le sorprendía la capacidad que tenía para sentirse mejor sólo con esas palabras, lo mucho que le gustaba escucharlas. En especial, dejaba de verse como una chica monocroma, empezando a recuperar todos esos colores que le fueron arrebatados.

¿Así debía sentirse el amor?

Era extraño, pensaba también, como esos colores aparecían cuando se trataba de Minji y Danielle. A pesar de que se encontrara con Minji, a veces su mente iba con Danielle, y no es como si deseara cambiar los papeles, pero le habría gustado... A Haerin le habría encantado que Danielle estuviera allí, con ellas. Que las tres estuvieran ahí, y las alfas aceptaran a Haerin como omega, y así pudiera besarlas a las dos.

Pero eliminaba esa idea con rapidez. No tenía ningún sentido, empezando por el hecho de que era imposible que dos alfas decidieran compartir a una omega.

Haerin tendría que decidir. Sin embargo, no quería pensar en eso de forma inmediata, y por lo mismo, se concentraba sólo en Minji.

—¿Puede ser una casa cerca de un río? —preguntó Haerin.

—Chica descarada —jugueteó la más alta, sin dejar de sonreír—. Todo lo que pidas, te lo daré, bebé.

Minji no lo asumía por completo, pero una parte sabía que eso era cierto. Las últimas semanas, desde que besó por primera vez a Haerin, su imagen de la chica se transformó por completo. Ya no era una omega de apuesta. Ahora era una omega que le gustaba, que quería y deseaba. Era una omega a la que complacería y cuidaría.

Aunque, muchas veces, trató de decirse que no era así.

Siguieron con el tour, viendo algunas llamas y alpacas, junto con pavos reales, conejos y cobayos. Incluso notaron, entre los árboles, un par de ardillas. También había cerdos, patos y gansos, pero a esos últimos no se acercaron. Eran demasiado peligrosos.

Por último, llegaron con los caballos y yeguas. Les ofrecieron dar un paseo en ellos, por lo que aceptaron, y Minji le enseñó a Haerin a cabalgar el animal. Kim ya sabía cómo andar a caballo, pues aprendió cuando más pequeña gracias a su padre, y pronto, las dos andaban galopando a lo largo del prado.

Entre todo el recorrido, pronto les dio las seis de la tarde. Minji le ofreció a Haerin ir a comer al restaurante hogareño que el lugar tenía, y cuando dieron las siete, ya iban subiendo al auto.

—Min —le dijo Haerin, inclinándose y dándole un beso en la boca—, muchas gracias por esto, de verdad. No tenías...

—No digas eso —le interrumpió Minji, besándola un par de veces—. Te traje porque quería, bebé.

Haerin no dejaba de sonreír, sosteniendo el sobre con unas fotos que les sacaron: eran cinco, y en todas salían las dos, con distintos animales: sosteniendo un cerdito, dos conejitos, dos cobayos y unos patitos. En la última, ambas salían cabalgando en los caballos.

—Fue muy bonito —insistió Haerin—, jamás vine aquí y... y... —de la emoción sentía ganas de llorar, y no podía evitar la vergüenza por eso.

—Y cuando quieras volver, sólo debes decírmelo —Kim le agarró la mano, dándole un apretón—. Para eso estoy, bebé. Soy tu alfa, y mi deber es hacerte feliz y cumplir tus deseos.

—¿Y si te pidiera la luna? —bromeó Haerin.

—Te la bajaría para que mi gatito tenga donde vivir —contestó Minji, haciéndola reír de forma escandalosa.

A Minji le gustaba eso. Le gustaba demasiado cuando Haerin reía, porque sin saberlo, se enamoraba un poquito más.

***

Danielle pasó a buscarla luego del trabajo.

Como ocurrió el día anterior, le dijo a su mamá acerca de que tomó un turno extra en el trabajo, por lo que iba a volver tarde. Danielle dijo que quería invitarla al cine, a ver alguna película que les gustara, y luego llevarla a comer a un bonito lugar. Y, como Haerin ya no podía resistirse a esas dos alfas, terminó aceptando con una sonrisa enorme en la cara.

Una vez acabó su turno, fue a ponerse lo más bonito que pudo. Le bajoneaba un poco el hecho de no tener el dinero suficiente como para comprar ropa nueva o algo por el estilo, pero trató de convencerse de que no era el momento para eso. Ahora, sólo debía disfrutar de esa cita que tenía con Danielle.

La alfa la recogió a unas cuadras de la cafetería. Haerin quería que la menor cantidad de gente posible la viera con cualquiera de las dos chicas. Mientras menos gente la observara, Dongyul no se enteraría de nada.

Se acercó a Danielle sin saber cómo reaccionar en un inicio, pero la alfa le agarró de la mano y tiró de ella, dándole un suave beso en la boca. Haerin ni siquiera protestó un poco, complacida con sentir los labios de Danielle sobre los suyos, y le devolvió el beso con gusto.

Le gustaba eso. No, le encantaba ser besada por Danielle, por Minji. Cada una tenía una forma particular de besarla, y Haerin amaba cada beso que le daban. La hacía sentir tan querida, tan amada...

Se alejó con las mejillas coloradas. Danielle le sonrió, con sus ojitos formando dos medias lunas, y su corazón se aceleró con más fuerza.

—¿Vamos? —preguntó Danielle, dándole un suave apretón en la mano.

—Sí, sí —aceptó Haerin, contenta.

Se dirigieron al centro comercial y fueron al cine. Como la película anterior la escogió Haerin, ahora le tocaba a Danielle. A Haerin le sorprendió un poco que Danielle se fuera por una película romántica, la alfa no lo parecía mucho, pero realmente disfrutaba de ese género. La omega no se consideraba demasiado fanática, aunque poco le importó porque, a mitad de la película, Dani comenzó a besarla en medio del cine, arrancándole risas bajas y suaves gemidos. Era una fortuna que estuvieran casi solas.

—¿Por qué el romance? —preguntó Haerin cuando salían, con los labios hinchados y los ojos brillando.

—¿Qué? ¿No puedo ser una alfa romántica? —preguntó Danielle, sonriendo—. Mira que linda te ves, mi bonita Hae...

—Danielle, ¡para! —se rió la omega, recibiendo cosquillas por los besos constantes de la alfa en su mejilla y cuello.

Decidieron hacer tiempo en el centro comercial, pues todavía no llegaba la hora de la cena. Danielle no pudo evitar notar que Haerin se quedó viendo, en varias tiendas que visitaron, algunos perfumes. Incluso se echó algunos en la muñeca.

—¿Estás buscando un perfume? —preguntó Danielle, llamando su atención—. Con lo bien que hueles, me encanta tu aroma a bebé.

Las mejillas de la omega se colorearon de rojo y le dio un codazo suave.

—Me echo loción de bebé, es que es barata —explicó la pelinegra, sonriendo con vergüenza—. Me gustan los perfumes, pero no tengo dinero para comprarme uno, son muy caros.

Danielle pasó una mano por la cintura de la omega, atrayéndola contra ella. La menor apenas protestó.

—Escoge unos perfumes —le susurró, haciendo que su piel se erizara—, anda, yo te los regalo.

—Unnie... —comenzó a decir Haerin.

—Nada de "unnie" —contestó—. Elige los que quieras. Alfa quiere mimar a su bonita bebé.

El título caló hondo en Haerin, como recalcando el hecho de que Danielle no sólo estaba saliendo con ella, sino que la estaba cortejando muy en serio. Eso hizo que su omega chillara de la emoción.

Haerin debería haberse negado. Es decir, ¿Cómo explicaría tres perfumes carísimos a su mamá o a Dongyul? Apenas los vieran, harían preguntas y no podría buscar una excusa convincente. Debería ser sensata.

Pero, otra vez, cuando se trataba de Danielle y Minji, la sensatez se evaporaba, se convertía en polvo, se tornaba invisible.

Terminó escogiendo tres suaves perfumes: uno con olor a rosas, otro de olores florales y un último de olor frutal. Cuando vio el precio final, estuvo a segundos de echarse hacia atrás, sin embargo, Danielle sacó su tarjeta con una cara seria y se quedó callada. Haerin no estaba acostumbrada a eso, a recibir regalos de esa manera, y no podía evitar sentirse extraña y, tal vez, un poco aprovechadora. En especial cuando pensaba en que no estaba recibiendo regalos sólo de una alfa, sino de dos. Dos alfas que eran amigas.

Qué descarada.

Los nervios comenzaron a hacer mella en su interior. Cada vez que ese tema aparecía en su mente, sentía que su mundo daba vueltas, por eso mismo evitaba pensarlo. ¿Qué pasaría si ellas se enteraban de eso, de que estaba siendo cortejada por otra? De seguro la botarían por actuar como una zorra codiciosa.

—¿Hae? —preguntó Danielle, llamando su atención, y la omega la miró—. Oye, bebé, ¿qué pasa? ¿No te gustó esto? No llores, por favor.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta ese momento, así que sólo se dejó envolver por el suave aroma de Danielle, que la abrazó con cara de preocupación. Haerin sentía que se moriría si ellas, si cualquiera de las dos, la dejaba.

—Lo siento, no es eso —se disculpó la omega, y la mentira se deslizó con facilidad por su lengua. Que fácil se le hacía mentir a esas alturas—, sólo... solo que me sorprendió, Danielle, este regalo...

—Pero no debes llorar, bebé —Danielle le limpió las lágrimas con cariño—, y eso que todavía no te he dado mi otro regalo...

—¿Qué? ¿Qué? —Haerin se echó hacia atrás, entre sorprendida y desconcertada—. ¿Cómo?

—Venga, venga, así me gusta, tú toda curiosa para mí —animó Marsh, sacándole una sonrisa tímida—. Vamos a comer y te lo daré.

Danielle la llevó a un sitio de comida japonesa, algo elegante pero con un toque juvenil que no le cohibió como esperaba. Temía que la alfa la llevara a uno de esos elegantísimos restaurantes caros, llenos de gente esnob y vestidos como para un matrimonio. Haerin estaba segura de que esas personas sabrían enseguida la clase de omega que era: esos omegas interesados y desesperados por alfas con dinero.

A Haerin no le gustaban Danielle y Minji por su posición social y económica. A ella le gustaban porque eran protectoras, amables, dulces y amorosas con ella. La cuidaban, le daban su espacio, la animaban y estaban muy, muy preocupadas por ella. Para ella, el dinero no le importaba, pero sabía que algunas personas no lo verían así.

En medio de la comida, fue que Danielle sacó una bolsita del bolso con el que andaba.

—Mira, para ti —le dijo Danielle.

Haerin se atragantó con el sushi que estaba comiendo y Danielle se vio en la obligación de golpear su espalda para que no muriera. La omega terminó bebiendo de la bebida para calmarse, y sólo pudo responder segundos después.

—¿Hablas en serio? —preguntó Haerin, con la voz ahogada.

—Claro que sí —contestó Dani, un poco confundida—. Te lo compre hace unos días, bebé. No puedes rechazármelo o me enfadaré contigo.

Haerin hizo un pequeño puchero, queriendo negarse porque era demasiado para ella. Eran muchos regalos que ella, en el fondo, no se merecía, no por jugar de esa forma con Danielle. O con Minji.

Sin embargo, sabía que no podía no recibirlo. No sólo debido a que era un regalo de Danielle, sino que era un regalo de cortejo. Rechazarlo podía dar una interpretación equivocada de lo que quería ella con Danielle.

Recibió la bolsita, que de pequeña no tenía nada. En el interior, envuelta en papel de regalo, había una caja mediana. A Haerin le surgió verdadera curiosidad sobre lo que podía ser, por lo que no tardó en rasgar el papel, y soltó un grito bajo al ver lo que había: era una cámara fotográfica profesional.

—¡Unnie! —chistó, bajando la voz—. ¡Esto es...!

—Cuando la vi, pensé en ti —le interrumpió Danielle, tranquila—. Eres una artista por naturaleza, Haerin, y quiero que explores todo eso por ti misma.

—Pero Danielle-ssi —barboteó, sosteniendo la caja de la cámara—, es demasiado, es muy caro, yo no...

—No puedes rechazarlo —replicó Danielle, persuasiva—, si lo rechazas, me vas a romper el corazón.

Haerin sintió sus labios temblar, pero no sabía si iba a estallar en risas o llanto. Cualquiera de las dos opciones sería una reacción histérica, y lo que menos quería era llamar la atención de alguien.

—Pero unnie —insistió, con la voz débil—, yo no... yo no tengo nada para ti...

—¿Cómo que no? —Danielle puso una expresión atónita—. Tú eres para mí —la alfa se inclinó un poco—. El mejor regalo me lo darás cuando quieras que te marque, Haerin. Eso es suficiente para mí —la mayor movió su silla, acomodándose al lado de la de ojos gatunos—. Ven aquí, bebé grande, deja que alfa te mime un poco, como te lo mereces.

Realmente debería resistirse. Sin embargo, ya no podía. Haerin ya se rindió ante ellas.

Más tarde, cuando estaba llegando a casa, pasó de largo hacia su cuarto. Le gritó a su mamá que comió en el café, por lo que no cenaría con ellos, y se encerró en su habitación. De la mochila, sacó los perfumes y la cámara en la caja. Los perfumes los guardó en una cajita de zapatos, bajo la cama, y decidió mirar la cámara fotográfica.

Con extremo cuidado, abrió la cajita, dándose cuenta de que la cinta adhesiva ya estaba un poco despegada. Al mirar en el interior, se encontró no sólo con la bonita cámara, sino que con un papel con algo escrito.

Para Hae:

Espero que disfrutes este regalo. Cuando vayamos a la nieve, quiero que saques muchas fotografías de esos fantásticos días. Y también quiero que dibujes de esa hermosa forma que sabes hacer.

Tu alfa, Danielle.

Si Haerin hubiera podido abrazar una carta, lo hubiera hecho en ese momento. De pronto, quería que Danielle estuviera con ella para llenarle el rostro de besos.

La sonrisa en su rostro no pudo ser eliminada por días.

***

—¿Así que estás saliendo con las dos?

Haerin no pudo evitar que las comisuras de sus labios se levantaran, tratando de contener la emoción que sentía. Karina, a su lado, bufó.

—Algo así —dijo Haerin, viendo a Xiaoting lanzar la bola por la pista de una extraña forma y gritando cuando derribó los bolos—. ¿No me hace una mala persona?

—Hueles distinto —habló Jimin, y Minjeong le dio un codazo—. ¿Qué? Es verdad. No a alfa, pero si a rosas.

—Danielle me ha regalado un perfume —confesó la omega, ya sonriendo completamente.

—¡Bebé, ¿me viste?! —gritó Xiaoting, tratando de llamar la atención de su pareja.

—Sí, sí, ya te vimos —ignoró Yujin, sin dejar de mirar a Haerin—. Vaya, Haerin, esas chicas parecen ir muy en serio contigo.

Jimin murmuró algo por lo bajo, pero Minjeong volvió a darle un codazo. Haerin ignoró a su amiga, tratando de no dejarse afectar por el obvio disgusto que mostraba. ¿Es que no podía, por último, fingir? Haerin ya tenía claro lo que opinaba, sin embargo, no tenía motivos para actuar así. Se comportaba como una cretina.

—Eres la omega más horrible de la vida —rezongó Xiaoting, sentándose al lado de su novia.

—Y tú eres una acaparadora de atención —replicó Yujin—. ¿No ves que nuestra hija nos está contando sobre algo importante?

—Unnie...

—Oh, sí —Xiaoting se enderezó—, eso me recuerda que Jimin hizo llorar a mi hija, ¿quién demonios te crees para hacer llorar a Hae bebé?

—¡Unnies, ya! —chilló Haerin, rompiendo a reír sin poder evitarlo.

Yujin también se rió ante las carcajadas de Haerin, e incluso Jimin sonrió a regañadientes. A pesar de lo extraña que era esa situación, ambas se sentían, en el fondo, algo aliviadas de ver a Haerin tan feliz. Si era así de feliz, no tenían que preocuparse demasiado por esas alfas, ¿cierto? Jamás la vieron tan sonriente e ilusionada, tan... tan enamorada, por decirlo de alguna forma. Eso no quitaba el miedo en el fondo, en especial cuando sabían que en algún momento Haerin tendría que elegir a una de las dos, pero de eso se preocuparían más adelante.

Ahora, lo importante era compartir la felicidad de Haerin. Ya no lucía tan bajoneada ni preocupada por su futuro, lanzaba muchas bromas y pareció recuperar, por unas horas, esa actitud juvenil que tanto la caracterizaba. Al reírse, mostraba esa sonrisa de colmillos que la hacía ver tan encantadora.

Y la mismo Haerin no podía evitar sentir alegría ante lo que le estaba pasando. Minji y Danielle hablaban constantemente con ella, aunque fuera por mensaje, para saber cómo estaba yendo su día. Le preguntaban si necesitaba algo o quería salir con alguna de ellas, y Haerin, a veces, llegaba a sentirse aturdida con tanta atención. Y, en el fondo, lo gozaba. Amaba tener a esas dos alfas siendo tan atentas y dulces con ella.

—Quiero conocer a tus novias —refunfuñó Yujin.

—Claro que no, ¡las espantarás! —replicó Haerin.

—No, de eso me encargaré yo —masculló Jimin, y ahora Xiaoting le dio un codazo, sacándole el aire de sus pulmones. Eso hizo reír a Haerin otra vez.

La junta con sus amigos terminó a eso de las seis de la tarde. Haerin partió a su hogar, tomando el bus, y cuando se estaba bajando su celular sonó en señal de una llamada. Contestó de inmediato al ver que era Danielle.

—Hey, bebé —dijo la alfa al otro lado de la línea.

—¿Vienes saliendo de clases, unnie? —preguntó Lisa.

Sí, y me muero por verte —suspiró Danielle—. ¿Puedo ir a verte?

—No, no —Haerin hizo un ruido con su boca—, mañana podría ser, luego del colegio. Ya es muy tarde ahora.

Hae...

—¡No seas así! —comenzó a regañar Haerin, riéndose mientras entraba a casa.

Las luces del comedor estaban apagadas, por lo que supuso que Dongyul no se encontraba allí. Mejor para ella, no quería preocuparse de ese idiota en aquel momento. Estaba disfrutando demasiado hablar con Danielle. Horas atrás, habló con Minji también.

Su día no podía ir mejor con eso. Cuando se trataba de conversar con ellas, sobre cualquier cosa insignificante, se animaba un montón.

Le gustaba como era el amor, como se sentía y su alma parecía florecer. ¡Qué bonito era! Haerin jamás pensó que se podría sentir así.

Se quitó los zapatos en la entrada y se puso las pantuflas para ir a su cuarto.

—Bueno, ¿mañana? —preguntó Danielle, derrotada.

—¡Sí, mañana, Dani unnie! —contestó, abriendo su habitación—. ¿Vamos a comer helado? Yo...

Su voz se cortó cuando vio a Dongyul en su cuarto. Sentado en su cama. Observándola con ira inyectada en sus ojos.

—¿Hae? ¿Haekie?

No contestó, enmudecida, con su omega comenzando a temblar de forma descontrolada. La habitación apestaba a alcohol y pudo ver, por el rabillo del ojo, la botella de cerveza echada en el suelo. Sin embargo, no se atrevió a quitar su vista del alfa frente a ella, que lucía como un perro rabioso a punto de lanzarse sobre ella para rasguñar, morder, matar.

Violar.

—¿Bebé? —escuchó decir a través del teléfono.

Esa palabra pareció activar a Dongyul. Haerin vio cómo el alfa sostenía, en sus manos, las fotografías que se sacó con Minji en la granja. La carta que Danielle le escribió.

Notó también que no sólo olía a alcohol, sino a perfume. En el suelo, rotos, estaban los frascos de perfume quebrados. Y también...

Sintió las náuseas subir cuando se dio cuenta de que la cámara también estaba destrozada.

Dongyul, frente a ella, rompió las fotos y la carta con movimientos llenos de cizaña y desprecio. La omega vio los papeles rotos caer al suelo, tan lentos, sin prisa alguna.

—Me puedes explicar, Haerin... —dijo el alfa, poniéndose de pie, con la cara deformada por la cólera y la rabia. Haerin jamás lo vio tan enfadado antes—, ¿qué mierda es esto?

Haerin se giró y salió corriendo.

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