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~Escucha el latido de mi corazón,

Te llama cada vez que quiere~

El día siguiente apenas se dirigieron la mirada o hablaron de algo, sintiendo como las horas pasaban con lentitud, como si no hubiera prisa. Ellas, por el contrario, lo único que deseaban era que pronto llegara la tarde, pues Haerin les había dicho que volvería a eso de las ocho de la noche.

El único momento en el que se dijeron algo fue para pedir algo de comida rápida, ya que no tenían ganas de cocinarse algo. La discusión del día anterior les había dejado agotadas y muy ansiosas por lo que fuera a ocurrir, cada una de ellas pensando en lo que podría pasar cuando decidieran enfrentar a la chica. No querían presionarla o exigirle una respuesta, sin embargo, la situación ya se había vuelto insostenible para las dos alfas.

Danielle pensaba en lo que haría si Haerin la escogía. Santo Dios, la abrazaría con tanta fuerza, estaba segura de eso, y le besaría ese bonito rostro de gatito que poseía hasta hacerla reír. Se iba a asegurar de que no se arrepintiera ni un poco de su decisión, de que ni siquiera tuviera un pensamiento de remordimiento hacia Minji. Danielle le demostraría que con ella sería muy feliz.

Minji, por otro lado... Estaba prácticamente con la misma idea. Si Haerin la elegía, lo primero que haría sería abrazarla también y besarla en la boca, para que así se olvidara de cualquier otra idea, en especial de que demostrara un poco de miedo por su elección. Con ella, Haerin no tenía por qué tener un poco de miedo, ya que Minji le protegería de todo lo malo en el mundo, incluso de sus propios padres.

Sin embargo, las dos no querían pensar en lo que podría ocurrir con ellas, con su amistad. ¿Podrían siquiera sacarla adelante, aun sabiendo que cortejaron y amaron a la misma omega? ¿Podrían ver a esa omega otra vez y no sentir el corazón acelerarse?

Muy poco probable. Por lo mismo, no se sentían capaces de imaginar ese panorama todavía, a sabiendas de que quedaban pocas horas para que Haerin llegara. Los minutos seguían pasando con lentitud, pero el momento en que la pelinegra apareciera se acercaba poco a poco, y sus corazones lo único que hacían era estrujarse en angustia y ansiedad. Que terrible situación en la que ellas mismas se pusieron, todo por iniciar un juego tonto y sin sentido que se volteó en su contra.

Cuando dieron las siete, ambas ya sentían los nervios a flor de piel. Ni siquiera prepararon algo para comer, lo único que deseaban era que esa hora pasara rápido para que Haerin apareciera y pudieran acabar con esa tortura.

Para sorpresa de las dos, esa hora pasó mucho más rápido que el resto del día. Antes de lo que esperaban, dieron las ocho. Casi en automático, miraron la puerta, esperando que Haerin apareciera.

Las ocho y cuarto. Las ocho y media. Quince para las nueve. Las nueve.

Se observaron a los ojos por primera vez en todo el día. El pánico no hizo más que aumentar, con el corazón desbocado y acelerado.

Las nueve y cuarto. Las nueve y media. Quince para las diez.

Las dos estaban ya marcando el número de Haerin, con la desesperación creciendo y casi desbordándose de sus cuerpos, cuando sintieron la puerta abrirse. Sus cabezas giraron bruscamente, y contemplaron a Haerin entrar al departamento.

—Rin —habló Minji primero, y esta la observó—, por Dios, es tarde.

—¿Ah? —Haerin se veía un poco perdida, cerrando la puerta—. Ah, sí. No me fijé.

—¿No te...? —Danielle decidió no regañarla por eso—. No importa, bebé, pero ven aquí...

Haerin dio un paso, sin embargo, Danielle se adelantó porque necesitaba tocarla. Necesitaba sentirla, aunque fuera una última vez, bajo su toque. La abrazó con fuerza, sorprendiendo a la omega, e iba a decirle algo. Al menos, hasta que sintió...

El coco y la canela. El aroma de otro alfa.

Gruñó casi de inmediato, separándose. No pudo decir algo, porque Minji la empujó y también abrazó a Haerin, que lucía muy desconcertada. Y empeoró cuando su amiga percibió el aroma de otro alfa.

—¿Por qué hueles así? —preguntó Minji.

—¿Así? —Hae sacudió su cabeza—. Oh... Es que Hanni vino con mi papá. Me impregnó en su aroma.

Las dos oscurecieron sus miradas ante esas palabras. Haerin fingió no verlas, pasando de largo hacia el comedor, observando que no había comida. Se volteó con lentitud hacia ellas, que seguían muy insatisfechas con su actitud.

—¿Ocurre algo? —preguntó Haerin.

Que extraña situación, pensó Minji, porque la omega se veía.... se veía rara. No tan pegajosa como solía ser. Algo... algo extraña. Extraña.

—Hae —dijo Danielle, decidiendo tomar la iniciativa—, tenemos que... que conversar.

—¿Conversar? —Haerin se balanceó en su lugar—. ¿Ha pasado algo?

—Sí —Kim le agarró la mano y llevó hacia el sofá—. Sé que... que te prometimos que no queríamos presionarte, pero... pero ya no lo soportamos más, Haerin. Perdónanos.

—¿Cómo? —Haerin miró a Danielle primero y luego a Minji, antes de que su expresión cambiara a una de comprensión—. Ah...

Hubo un pequeño silencio entremedio de ellas. Las dos alfas se sentían incapaces de mirarla a la cara, mientras que Haerin podía sentir cómo sus pensamientos se revolvían más y más con el pasar de los segundos. No le parecía justo, pensaba superficialmente, que ellas tuvieran el poder de hacerle eso. De volver su mente un montón de hilos y nudos enredados.

—Necesitamos... necesitamos que escojas —dijo Minji otra vez—. Que nos digas con quien quieres estar.

—Con quien quiero estar —repitió la menor en un murmullo débil—. Yo...

—Sea la respuesta que des —intervino Danielle—, la aceptaremos, ¿bueno, Hae? No tienes que preocuparte por la otra, sólo por lo que tú quieres.

Haerin bajó la vista unos segundos, y por un momento, ellas pensaron que tal vez se puso a llorar. Bajo presión, la omega siempre se alteraba y perdía un poco el autocontrol, volviéndola un desastre lloroso. Ya la conocían más que bien.

Pero no fue así. Haerin levantó la vista otra vez, con los ojos un poco idos.

—Bueno, está bien —habló, y su voz tembló—. Sólo... ¿pu-puedo pedirles algo más?

—Claro, Hae, la que quieras.

—Estamos aquí para ti —añadió Minji.

—Antes de elegir... —Haerin pareció titubear un poco, tratando de agarrar valor—, me gustaría saber si... si hay algo que ustedes quieran decirme. Una última cosa qué decirme.

Las dos se congelaron ante esa extraña petición, sin entender muy bien a qué se estaba refiriendo. ¿Una última palabra que, quizás, pudiera cambiarlo todo? ¿Qué pudiera impulsar una elección?

¿Haerin quería...?

—Te amo —habló Minji primero, de golpe, sobresaltando a Danielle. Haerin la observó—. Te amo, Rinnie.

—Yo también te amo —dijo Danielle, y los ojos de la omega también se posaron en ella.

—Me aman —una débil sonrisa curvó sus labios y los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¿Nada más?

¿Algo más? ¿Qué más podía ser? Ellas sólo querían una respuesta. Un nombre.

Negaron con la cabeza, con el corazón estrujado.

—Nada más —confirmó Haerin, poniéndose de pie, y comenzó a sollozar—. ¿Ni siquiera contarme lo de la apuesta, Minji y Danielle?

El mundo de ellas se detuvo en menos de un segundo y lo único que pudieron contemplar fue el rostro quebrada y destrozada de la omega, que dejó salir todas las lágrimas que estuvo aguantando desde que llegó.

***

Haerin acababa de salir del edificio, saludando a su papá y Hanni que ya le esperaban estacionados afuera, y se acordó de pronto de que se le había quedado algo en el departamento.

—¡Ah! —dijo, queriendo golpearse contra la pared—. ¡Se me quedaron los supresores!

—¿Cómo? —Hanni, que se había acercado para abrazarla, la observó como si fuera tonta—. ¿Es que eres estúpida o qué?

—¡Qué pesada eres! —se quejó Haerin, enrojeciendo—. ¡Ya no quiero verte más!

—No seas así, Hanni —intervino su padre—. Vamos, Haerin, podemos pasar a comprarlos...

—¡No se preocupen! —le tiró la mochila a Hanni, que la atrapó entre palabras farfulladas—. ¡Tardaré poco!

Su padre le hizo un gesto de que no había problema, y Haerin se volteó, corriendo hacia el ascensor para alcanzarlo al ver que las puertas se estaban cerrando. Afortunadamente, logró entrar y marcó el piso nueve, buscando la llave en sus bolsillos con una expresión medio molesta consigo misma por olvidar algo tan importante. Saltarse los supresores un día podía ser desastroso para cualquier omega.

Una vez llegó al piso, se bajó y fue directamente al departamento. Esperaba que ambas alfas estuvieran todavía en el comedor, sin embargo, al abrir, no vio a nadie allí. Pensó entonces que quizás se fueron a acostar otra vez, al fin y al cabo, era temprano. Ella misma tenía ganas de volver a la cama, odiaba levantarse a esa hora cuando no había nada qué hacer. Por eso, apenas emitió ruido alguno al entrar, ya que no quería molestar a las alfas con algo tan tonto como un olvido.

En el momento en que entró al pasillo, escuchó las voces viniendo de la habitación de Danielle, que era la que estaba al final.

—... que hice... sólo fue dar un empujoncito.

—Eres una cabrona —escuchó decir a Minji.

Haerin se detuvo, sintiendo su estómago caer al escuchar esas palabras. No tenía que ser muy inteligente para saber qué estaba pasando, porque era muy evidente que estaban discutiendo.

Casi de inmediato, comenzó a sentirse mal por eso, porque ella no quería meterse entre las mayores y hacer que pelearan como si fueran desconocidas. Eso no estaba bien, se suponía que eran amigas, mejores amigas, y que se pelearan por una omega que ni siquiera estaba segura de a cuál elegir era una idiotez. Haerin, incluso a veces, pensaba en decirles que era mejor acabar con todo eso ahora, ya que no podía elegir a una y prefería quedarse sin ninguna a escoger sin estar segura. Ella no quería hacerles ese tipo de daño...

—Dijimos que no presionaríamos a Haerin —escuchó decir a la azabache, y se sobresaltó cuando las feromonas de ira y rabia se filtraron por el cuarto. Santo Dios, ¿era tanto el enojo que sentían? Ella misma empezó a temblar de miedo.

—No me jodas, tú igual la estás presionando —habló Danielle, con la voz llena de furia—, ¿crees que no lo sé? La llevas de paseo y le compras regalos...

Haerin cerró sus ojos, sintiéndose mucho peor y casi como si se estuviera aprovechando de ellas. Como si fuera de esas personas que querían sólo dinero de ellas, que sólo aceptaba eso para tener regalos y ser consentida. Era como... como si la estuvieran comprando con el dinero.

Pero Haerin no las quería porque estaban en una buena posición económica. No, eso estaba al final de su lista (y si es que tenía una lista, en primer lugar). Haerin las quería porque eran buenas con ella, decían que la querían y consolaban cuando las cosas le superaban. Le trataban como si fuera importante, como si fuera una omega que valiera la pena a pesar de su monocromía. A pesar de que era una chica triste y sin color.

—Esa es una estrategia válida —gruñó la alfa mayor—, y no uso a mis padres para convencerla.

—Porque tus padres no la quieren —respondió la otra alfa.

Un nuevo gruñido que salió del interior de la habitación. Ya no aguantaba más esa discusión sin sentido y, por lo mismo, dio un paso para entrar, para detener esa pelea y decirles que eso se acababa allí, que no podía soportar que pelearan y se amenazaran de esa forma.

Pero se detuvo cuando Minji volvió a hablar.

—Puede ser, pero yo no quise apostar, Danielle.

Haerin se quedó quieta en su lugar, con la mano levantada y el corazón deteniéndose. ¿Cómo? ¿Qué... qué cosa tan horrible acababa de oír?

—La que apostó toda esta mierda fuiste tú, y no sólo eso, también querías que grabáramos cuando nos folláramos a Haerin, ¿no es así?

A esas alturas, se le hizo difícil diferenciar quien dijo eso, porque su mente comenzó a hacer una especie de doloroso cortocircuito, tratando de comprender lo que estaba escuchando. Tres palabras concretas se repetían en su cabeza.

Apuesta.

Follársela.

Grabarla.

Santo Dios. Santo Dios, ¿qué era esa cosa horrorosa que ellas estaban diciendo como si nada, como si... como si...?

Como si ella sólo fuera una muñeca a la que follar y tirar a la basura una vez se aburrían.

—Entonces, ¿qué te hace mejor para ella?

Retrocedió, llevando su mano hacia su boca cuando sintió que un gemido de dolor iba a escapar. Ya ni siquiera sentía su corazón apretado o estrujado, todo lo contrario: no podía siquiera percibirlo. Como si se lo hubieran arrancado y sólo quedara ese vacío allí, ese agujero negro y la sangre saliera a borbotones.

Haerin se estaba desangrando por el sufrimiento.

—¿Me sacas eso en cara? Tú también quisiste apostar y lo sabes muy bien, Minji.

La voz de Danielle se empezó a difuminar a medida que retrocedió, queriendo escapar de ese lugar porque no podía seguir oyendo lo que ellas decían con total normalidad. Como si fuera algo natural.

Pero es que era natural, ¿no es así? No era la primera vez que lo hacían.

—Tú aceptaste también esta mierda, así que eso no te hace ni un poco mejor que a mí, ¿te queda claro?

Haerin se tambaleó y giró, caminando hacia la salida, apenas siendo capaz de mantenerse de pie. Ni siquiera sabía cómo no se había derrumbado cuando seguía desangrándose.

—Porque tú "querías llevarte a la cama a esa estúpida omega".

Llegó a la puerta, comenzando a respirar aceleradamente, con el pánico inundándola. Sin importarle si metía un poco de ruido, salió de ese departamento, cerrando y apresurándose en ir a las escaleras de emergencia, porque no podía esperar al ascensor. Si se quedaba quieta, si se detenía, entonces el peso de lo que acababa de escuchar le iba a aplastar finalmente, y ese sería su fin. Necesitaba seguir en movimiento o moriría aplastada por esas duras palabras que aquellas dos alfas confesaron como si no fuera un horrible hecho.

De seguro apuestan quién se la llevará primero a la cama. ¿No hicieron eso con tu prima?

Esas palabras, que había olvidado por completo, golpearon su inestable mente cuando se detuvo cuatro pisos más abajo para tomar aire. La bilis subió por su garganta y tuvo que tragarse el vómito para no escupirlo todo en las escaleras. Volvió a correr, como si de esa manera pudiera escapar de todo lo que acababa de oír.

Deberías alejarte de esas idiotas. De seguro sólo están jugando contigo, Haerin.

Tropezó en los últimos escalones y cayó al suelo, pero logró estirar sus manos para que su cabeza no golpeara el concreto. Su respiración, ya acelerada, sólo comenzó a empeorar, a volverse errática, y la garganta se le cerró. ¿Jimin no se lo había dicho? Le había dicho que esas chicas sólo querían jugar con ella, se lo advirtió, pero Haerin fue necia.

Más que necia: confió en dos alfas que, desde un inicio, se acercaron con una intención más oscura.

El recuerdo la golpeó con mucha fuerza cuando volvió a ponerse de pie, apenas siendo capaz de ver a través de las lágrimas que inundaban sus ojos. ¿Estaba llorando? Pero... ¿en qué momento?

La primera vez que se vieron Minji fue muy coqueta y atrevida, muy juguetona y casi invasiva con su espacio. Recordaba... recordaba que, unos minutos después, luego de que les hubieran dejado los pedidos, ella se encontraba tras la barra, conversando con Kazuha, y casi inconscientemente les dirigió una mirada de reojo.

Danielle sonreía con un poco de burla, con los ojos posados en la omega, antes de desviarlos hacia Minji, que se reía con diversión. Haerin ni siquiera le tomó importancia a ese gesto, lo omitió por completo, porque ella no estaba interesada en ese par de alfas que tenían toda la pinta de romperle el corazón.

¿Realmente crees que te dará su marca? ¡Con toda probabilidad, te lo dijo para llevarte a la cama y usarte como una puta!

Apostaron llevarla a la cama. Apostaron para ver quién era la primera que se acostaría con ella y no sólo eso: la iban a grabar.

La iban a grabar. Ellas la iban a grabar en un momento tan íntimo como ese para reírse de ella más adelante.

Salió del edificio y Hanni ya la estaba esperando fuera, con una clara expresión de preocupación que se convirtió en pánico al verla.

—¿Haerin? —preguntó Hanni, yendo hacia ella—. Haerin, ¿qué ha pasado?

La omega miró a su hermana.

—Unnie —habló, antes de derrumbarse por completo.

Sus piernas se doblaron, pero afortunadamente Hanni estaba ya cerca y alcanzó a agarrarla. Haerin ahora ya estaba llorando a lágrima viva, toda su cabeza repitiendo una sola frase: la iban a grabar. La iban a grabar. La iban a grabar.

—Hae, bebé —le escuchó murmurar, y Hanni casi la arrastró al auto, donde ya estaba su padre con una expresión de total preocupación—, Hae, cariño, ¿qué pasa?

—Hanni, ¿qué...?

—No lo sé, papá...

Pudo escuchar superficialmente la conversación que ellos mantenían, pero Haerin sólo se abrazó con más fuerza a Hanni. Ahora se desangraba sin control alguno, ahora se detuvo y estaba siendo aplastada por la dura realidad que acababa de descubrir. Ella estuvo viviendo un sueño, un bonito y hermoso sueño en donde era amada y querida y cuidada con todo el amor del mundo. Ella vivió el sueño de Ícaro, volando tan alto, siendo feliz a medida que se seguía elevando...

Pero voló muy cerca del sol. El calor derritió sus alas, la verdad la golpeó con fuerza, y se dio cuenta de eso mientras caía: eso jamás fue un sueño, sino una pesadilla. Una horrible pesadilla que ellas maquetaron demasiado bien, casi a la perfección: dos alfas cortejando a la misma omega para llevarla a la cama.

—Haerin, cariño, por favor...

—Lo iban... lo iban a grabar... —murmuró Haerin, abrazado todavía a su hermana mayor, aferrándose a ella con una desesperación casi dolorosa—, lo iban a... a grabar... a grabar...

—¿Qué cosa, Hae? Dime, ¿qué cosa?

—Querían grabar... querían grabar... —y los sollozos se volvieron inentendibles porque el llanto sólo aumentó más.

Hanni decidió no seguir presionando más y su padre sólo se apresuró en conducir, decidido a llevar a su hija hacia el lugar donde se estaba quedando para conversarlo con más calma. Sin embargo, el viaje fue terrible, porque los dos no sabían qué decir exactamente ante el llanto desconsolado de la omega, con sus feromonas de sufrimiento y dolor inundando el auto. Hanni sólo la abrazaba y acariciaba el cabello, emitiendo sus propias feromonas de alfa para tratar de calmarla o, por último, para que dejara de llorar.

Al menos, eso funcionó cuando llegaron al hotel en donde se estaban quedando. Hyunmin, una vez se estacionó, fue para atrás, abrió la puerta y como si Haerin no pesara nada, la agarró de la cintura. La omega tuvo la tentación de quejarse y decir que no era una niña pequeña, que podía ponerse de pie, pero cuando el aroma de su padre la inundó, la protesta murió en su boca. Fue como tener cinco años otra vez y acababa de caerse de la bicicleta, haciéndose daño en las rodillas.

Su padre la tomó en brazos y Haerin lo abrazó del cuello, sin importarle si desde fuera se veía como una imagen graciosa. Buscó acurrucarse en sus brazos, pegándosele de una manera que llegaba a ser dolorosa, sin embargo, su padre no emitió ningún reparo o reproche, sólo le devolvió el abrazo con más fuerza y emitió sus propias feromonas de alfa protector.

—Bien, Hae, no pasa nada —le murmuró su padre, comenzando a caminar y Haerin ocultó su rostro en el cuello de Hyunmin, aspirando su aroma—, papá está aquí y te va a cuidar.

No creía que pudiera seguir llorando, pero eso fue lo que pasó: esas palabras hicieron que sus labios temblaran y volvió a derramar lágrimas, sólo que menos abundantes ahora.

Su padre la cargó hacia la habitación del hotel, mientras que Hanni llevaba su mochila y cosas, además de abrir la puerta para que pudieran pasar. Haerin no quería separarse de ese abrazo, porque era lo que más necesitaba en ese momento, y emitió un gemido lastimero.

—Sí, cariño, tranquila —consoló Hyunmin—, no te dejaré, ¿vale? ¿Vamos a la cama y hacemos un nido? Eso es lo que necesitas ahora para calmarte.

Asintió apenas con la cabeza y Hanni les siguió, sin emitir palabra alguna. Haerin no podía estar segura, pero quizás... ¿quizás el lazo que ellas tenían le estaba afectando? Recordó la vez que se puso a llorar en el hotel, cuando fue a la nieve, y que su hermana fue capaz de sentir sus emociones. ¿Quizás...?

Pero no pudo concretar esa idea porque volvió a llorar por lo del hotel. Porque la gente le miraba con expresión de que ese no era un lugar para una omega como ella, haciéndola sentir insignificante, sin embargo, Minji y Danielle la consolaron. La consolaron y luego hicieron...

Volvió a sentir ganas de vomitar. ¿Y si ellas grabaron eso? ¿Si grabaron lo que hicieron esa noche?

Su padre pareció percibirlo. Se movió a tiempo, hacia el baño, y soltó a Haerin para que se inclinara contra el inodoro y pudiera vomitar el desayuno. Sus ojos se pusieron llorosos y la garganta comenzó a arderle a medida que expulsaba el contenido de su estómago, pero suponía que debía soltarlo todo. Era la única forma en la que su cuerpo parecía expresarse ante el dolor de la situación.

Su papá le acarició el cabello y, una vez pareció detenerse, le tendió un vaso de agua para que se limpiara el repulsivo sabor. Haerin sorbió por su nariz, comenzando a hipar y tartamudear, pero ninguno de los dos alfas le presionó para hablar. Le estaban dando su tiempo para buscar las palabras correctas y poder decir qué era lo que le acongojaba.

Minutos después, se lavó los dientes y una vez estuvo lista, la llevaron a la cama. Hanni apareció con una taza de té y dos pastillas de ibuprofeno, y Haerin comenzaba a sentir el dolor de cabeza aparecer con la sensación de los ojos hinchados. Esa era la peor parte de llorar: cuando se detenía y aparecía el dolor físico, que sólo empeoraba el emocional.

Sin embargo, su papá siguió sin preguntarle nada, sólo comenzó a desvestirla para ponerle el pijama, y se dejó hacer como si nada. Haerin lo único que deseaba, en ese momento, era que el mundo se acabara para así dejar de sufrir. No quería nada más que cerrar los ojos y despertar, creyendo que lo que escuchó fue sólo una horrible y cruel pesadilla. Una terrible pesadilla, pero nada más que eso, y que sus alfas jamás habían apostado algo tan repugnante como eso.

Sus alfas. Sus alfas.

Comenzó a sollozar otra vez cuando la acostaron y Hanni se recostó junto a ella. Casi a ciegas, Haerin la buscó y abrazó, sollozando en su pecho.

—Hae... —murmuró su hermana mayor.

—Ellas... ellas... —esta vez el llanto no era como antes, sino más suave y, quizás, más controlado—, ellas... Ellas no me quieren...

Hanni la apretó contra ella, viéndose muy confundida y algo perdida por sus palabras. ¿Cómo no? Luego de todo lo que le había dicho Haerin sobre cómo le trataban, la forma en que le hacían sentir especial, el hecho de que ellas le estaban cortejando al mismo tiempo...

No tenía ningún sentido.

Sin embargo, lo tenía. Porque todo era una farsa.

—¿Discutieron, Hae? —preguntó Hanni, con la voz suave y dulce.

—No... —Haerin levantó la cabeza, y a través de sus ojos lagrimosos, miró el rostro de Hanni—. Ellas... ellas estaban peleando por mí... Y... y dijeron... —pareció perder el aire un momento antes de poder seguir—, dijeron que yo... ¡que yo era una apuesta! —y nuevas lágrimas se derramaron.

—¿Una apuesta? —su padre habló, sentado en el borde de la cama, con el rostro pálido—. ¿Una... una apuesta?

—Apostaron... lle-llevarme a la cama —barboteó apenas—, la primero que... que lo hiciera...

El abrazo de Hanni se volvió duro, casi asfixiante, pero a Haerin no le importaba en ese momento. Necesitaba un ancla que la dejara pegada a la tierra, o de seguro perdería la cordura para siempre.

—... Y lo iban... lo iban a grabar... —añadió, con la voz como un hilo, y eso hizo enfurecer a su padre y hermana mayor.

—¡¿Qué demonios?! —Hyunmin se puso de pie, con el rostro deformado por la cólera—. ¡¿Cómo pudieron...?! ¡¿Quiénes se creen para hacer esto?!

—Oh, mi amor... —suspiró Hanni, que también estaba muy iracunda, pero necesitaba consolarla primero—, no sé qué decirte, cariño. Pero... pero yo estoy aquí, para ti, para cuidarte. Mi linda cachorrita...

—No entiendo... no entiendo por qué... —siguió llorando Haerin, porque al final, ese era el quid de la cuestión: por qué ellas hicieron eso.

Con qué derecho se creían que podían apostar a una omega. Por qué ellas se sentían capaces de jugar con una omega de esa forma, como si fuera un pañuelo desechable. Y lo peor era eso: que ella no era la primera omega con la que jugaban. Quizás con cuantos más habían jugado así, con cuantos se habían acostado.

Su papá también tuvo que abrazarla cuando el llanto se volvió peor.

***

Gran parte del día estuvo en cama, acurrucada y llorando por momentos, con la televisión encendida y casi pegada a Hanni, que tuvo que recostarse a su lado al notar que las lágrimas no se irían pronto.

Al menos, para la tarde Haerin ya había dejado de sollozar por largos minutos. Estaba un poco dopada por el aroma alfa de su padre y hermana mayor, sintiéndose como una pequeña niña de cinco años en ese momento. Debido a la situación, los alfas notaron que la omega de Haerin tomó las riendas al darse cuenta de la gran inestabilidad en la que estaba envuelta la muchacha, y por lo mismo, apenas emitía ruido aparte de gimoteos, carraspeos y balbuceos sin sentido. Sin embargo, ninguno de los dos trató de cambiar la situación, ya que era evidente lo destrozada que estaba Haerin por lo que acababa de enterarse.

Ahora, incluso, estaba chupando su pulgar, tal y cual hacía cuando tenía tres años y lloraba por alguna situación. Hyunmin recordaba muy bien que, cuando eso ocurría, tomaba en brazos a su pequeña cachorrita para consolarla y Haerin empezaba a chupar el dedo como una forma de alivio.

Así, luego de tomar agua con otras dos tabletas de ibuprofeno, se quedó dormida temprano, demasiado agotada por todo lo ocurrido ese día. Hanni y su padre se dedicaron a conversar sobre lo que iba a pasar de ahora en adelante, y llegaron a una rápida conclusión de la que no echarían pie atrás.

En la mañana del domingo, Haerin despertó pasadas las diez de la mañana, un poco ahogada en el calor de un fuerte abrazo hecho por dos alfas. En la bruma del sueño, pensó brevemente que eran Minji y Danielle, e incluso llegó a creer que lo del día anterior fue una horrible pesadilla. Esa idea desapareció tan rápido cuando se volteó y vio a su hermana mayor durmiendo profundamente, y luego se dio cuenta de que al otro lado estaba su padre.

Sintió nuevas ganas de romper a llorar, sin embargo, logró controlarlo a tiempo y sólo sorbió por su nariz, percibiendo una suave punzada de dolor en su cabeza.

Se enderezó y buscó alguna salida de ese apretado abrazo, pues necesitaba ir al baño. Al final, sólo pudo escapar de la cama abrazando a su papá y subiéndose encima de él, aprovechando que el hombre tenía el sueño profundo. No le sorprendió que siguiera durmiendo a pesar de todo el movimiento (y el pequeño golpe que le dio en su costado) que hizo.

Fue al baño, hizo sus necesidades y limpió su rostro, bebiendo tres vasos de agua al sentirse tan deshidratada. Volvió diez minutos después a la cama, arrastrando sus pies, y vio a Hanni despertándose.

—¿Hae? —preguntó su hermana mayor.

—Hanni unnie —murmuró, subiéndose sobre ella y abrazándola—, te quiero, Nini.

Hanni no dijo nada de inmediato, devolviéndole el abrazo en un gesto consolador. Haerin respiró profundamente, espantando nuevas lágrimas por lo gratificante y extraño que era recibir un abrazo así, como si ese abrazo buscara unir todas las partes rotas de su cuerpo.

Ojalá las cosas fueran así de sencillas. Cerrar los ojos, recibir un abrazo y, puf, todo estaba bien. Todo iba en mejor camino.

Se quedaron así unos largos minutos, abrazándose mutuamente y dejando que eso hablara por ellas. Sólo parecieron salir de esa pequeña ensoñación cuando sintieron a su padre despertar y, para fortuna de la menor, el hombre no hizo comentario alguno, sólo se estiró para darle un beso en la frente.

No me los quites a ellos, pensó Haerin de manera superficial, por favor, no me los quites. Ya no tengo a nadie más, no me los quites.

Papá les preparó el desayuno y fueron a comer una vez estuvo listo. Allí, los escuchó conversar sobre lo que hicieron durante la semana, y en el fondo, Haerin les agradecía que le distrajeran de toda su pena y dolor. Incluso se encontró riendo por algunos breves momentos.

—Haerin —dijo Hyunmin una vez acabaron de comer—, sé que te dije que, si no querías, yo no te obligaría a irte a vivir conmigo. Pero, lo siento mucho, eso no podrá ser así.

—¿Papá? —preguntó Haerin, un poco desconcertada.

—Anoche saqué un pasaje extra, porque te vas a ir con nosotros a Busan —el hombre le agarró las manos—. Te mudarás conmigo, con tu familia, y no hay forma alguna de que me hagas cambiar de opinión. Esta noche, te devuelves conmigo a tu hogar.

Tu familia. Tu hogar. Quizás fueron esas las palabras que más la golpearon, porque su padre no había puesto ninguna duda al decírselo, se veía totalmente serio y no parecía dispuesto a admitir una réplica.

Aunque Haerin ni siquiera intentó negarse. Oír eso, saber que su padre estaba allí para recibirla y consolarla en ese momento, era todo lo que necesitaba saber para aceptar esa propuesta.

Haerin había imaginado una vida allí, en Seúl, junto a sus alfas. Ahora que lo veía así, con el corazón roto, tenía claro que se enamoró de esas dos alfas, y que nunca supo a cuál elegir. Nunca iba a poder elegir, porque su omega las amaba a las dos. Y se había imaginado toda una vida, todo un sueño con ellas... Pero al final, los sueños sólo eran eso: humo que se difuminaba en el cielo a medida que subían. Mientras más alto volara Haerin, más rápido desaparecía ese humo, y ahora ya no le quedaba nada a lo que aferrarse.

—E-está bien... —tartamudeó, y su padre la abrazó cuando vio que iba a llorar.

En ese momento, sin embargo, sólo sollozó unos minutos, devolviéndole el abrazo a su padre y tratando de transmitirle todo lo que sentía con eso. Todo el amor que tenía para él.

—No puedo entenderlo —susurró más tarde, recostada y luego del almuerzo, con Hanni a su lado. Hyunmin salió a devolver el auto que arrendó esos días para trasladarse a través de Seúl, por lo que se hallaban solas—, ese juego... ¿Cómo pudieron ser tan... tan malas, unnie? Jugar conmigo, con otros omegas...

—A veces, las personas hacemos cosas sin pensar demasiado en las consecuencias —dijo Hanni.

—Si ellas hubieran sido directas enseguida —murmuró Haerin—, yo las habría mandado al diablo. No eran... no eran las primeras alfas en pedirme eso.

No, cuando trabajaba en la cafetería, muchos alfas siempre le hablaban de eso. Querían una omega bonita, callada y dulce, y Haerin cumplía con esas características en todo sentido. Exótica, había dicho una vez una mujer alfa, apuntando a sus ojos bicolores.

—Eres una omega muy exótica, bebé —dijo la mujer, y Haerin sólo permanecía en silencio, recogiendo los platos en los que ella consumió—. Puedo pasar a buscarte cuando salgas y darte un buen momento. Si me gustas...

—Gracias, pero no —contestaba Haerin, sin mirarla.

—Piénsalo —insistía ella—, tengo dinero, soy ejecutiva. Ya tengo dos omegas, pero estoy buscando una nueva. Puedo regalarte un bonito departamento y te haré feliz, bebé.

Haerin volvía a declinar la oferta. Sabía que esa alfa no mentía, siempre iba vestida con buenas ropas, su forma de hablar y gesticular denotaba una clase alta y casi siempre que iba estaba con el celular en la oreja. Pero dos omegas... Eso la convertiría en la tercera, y dentro de la jerarquía, la tercera era humillante para muchos.

Aunque lo había pensado. Eso ocurrió casi un mes antes de que Danielle y Minji fueran por primera vez a su café, y Haerin lo pensó varios días. Sí, muchos alfas le ofrecían un buen momento o incluso una marca, y aunque ella no se consideraba una persona superficial, la mayoría se notaba que sólo buscaban un buen polvo y no tenían los recursos para mantener a un omega. Ella no quería entregarse a cualquier alfa, y si iban a enfrentarse a dificultades económicas, entonces prefería dejarse marcar por alguien a quien amaba. No por cualquiera.

Unos pocos eran mayores y adinerados, y le decían que sería la segunda o tercera omega. Esa mujer debía tener más de treinta y cinco, era muy guapa y, a veces, le trataba con cariño. Le llamaba bebé, y a la omega de Haerin le encantaban las muestras de ternura. Pero siempre se detenía antes de ir demasiado lejos, recordando lo evidente: tercera omega. No la primera. No la que tendría la marca. Sólo sería la tercera opción y porque era exótica.

Así que ella ya estaba acostumbrada a esas muestras de intereses. Si Danielle o Minji hubieran sido directas, simplemente las habría mandado a la mierda como hizo la primera vez. Pero ellas insistieron y buscaron la estrategia sucia al darse cuenta de que Haerin no accedería a sus encantos.

—Las odio —masculló Haerin, y no sabía si eso podía considerarse como una mentira. ¿Quizás mitad verdad y mitad mentira?

—No las verás más —le dijo Hanni—, no dejaré que nunca más las veas otra vez, Hae.

Sin embargo, Haerin lo pensó largamente. Los pasajes a Busan eran para la medianoche, y a pesar de la situación, ella no se sentía muy bien yéndose así sin más. Sin... sin una última conversación. Desaparecer de la nada, esfumarse y convertirse en un fantasma. Además, estaban sus cosas en ese departamento también. Sus ropas, sus cuadernos de dibujos, sus regalos...

Sus regalos. Sus cosas más personales. Tenía que ir por ellos.

Hanni le dijo que no. Haerin insistió y fue cuando llegó su padre. Su padre también dijo que no.

—No te llevaremos allí —le dijo el hombre, chasqueando su lengua.

—Entonces iré caminando —dijo Haerin.

—Te ataremos a la silla —señaló Hanni.

Haerin frunció el ceño y trató de verse intimidante. Ni su padre ni su hermana retrocedieron.

Entonces, decidió recurrir a su última estrategia. Una vez, Yujin llamó a esa estrategia como "El arma mortal capaz de destruir el corazón de todas las personas a tu alrededor". Yujin se la había enseñado, contándole que la usaba cuando estaba perdiendo una discusión con Xiaoting.

Hizo un puchero, que tembló a los pocos segundos, y sus ojos comenzaron a liberar lágrimas. Emitió un gimoteo lastimoso, proveniente de su omega, notando cómo ambos alfas se tensaron.

—Haerin —advirtió su padre.

Sorbió por su nariz y se limpió la carita con las mangas de su sudadera.

—U-ustedes no me quieren... —sollozó, soltando más lágrimas.

—No es eso —habló Hanni—, pero tienes que entendernos.

—No me quieren —repitió, y era un poco gracioso de ver, aunque sirvió cuando los vio bajar sus hombros.

—Bien, bueno —dijo su padre, derrotado—, iremos a buscar tus cosas.

—No —el llanto desapareció enseguida—, debo ir sola.

—No hay forma...

Recurrió de nuevo a su estrategia.

Haerin les agradecía que quisieran acompañarla, quizás como una forma de darle valor para enfrentarse a ambas alfas, sin embargo, ella necesitaba hacerlo sola. Tenía más que claro que, si las cosas se torcían haciendo que Danielle o Minji dijeran algo cruel o fuera de lugar, Hanni o su padre reaccionarían violentamente y lo que menos necesitaba era eso. Haerin sólo... sólo quería terminar con todo ese estúpido juego que ellas iniciaron.

Al final, los convenció de acompañarla hasta fuera del edificio. Se estuvo preparando todas las horas restantes para poder enfrentarlas, y cuando faltaba poco para el momento de ir, su estómago se cerró y apenas probó bocado. Su padre y Hanni le preguntaron varias veces si estaba segura, si no quería echarse hacia atrás, y tuvo la tentación de hacer lo que ellos dijeron en un inicio: escapar. Escapar y desaparecer.

Pero a fin de cuentas, pensaba mientras iban en el taxi hacia los departamentos, si escapaba ahora, nunca iba a regresar y ella se quedaría con esa espina clavada en el corazón. Esa espina que provocaba tantas preguntas y pensamientos tóxicos e invasivos que sólo servían para destruirla. Y Haerin no necesitaba más de eso.

Al bajarse, su padre le dijo que le esperarían con el taxi, ya que había decidido pagarle al conductor lo necesario para que no se marchara, pues después de eso, debían irse al aeropuerto. Hanni le dio un último abrazo, impregnándola furiosamente en su aroma y diciéndole que, si la necesitaba, le marcara sin duda alguna. Haerin se lo prometió.

Así que se bajó. Era todavía invierno y el frío le pegó de golpe, con mucha más fuerza, y pasados unos segundos, caminó hacia el interior del edificio.

El conserje le saludó y Haerin apenas le devolvió la palabra, entumecida. Subió al ascensor y marcó el piso, observando el número cambiar a través de la pantalla con dolorosa lentitud. Su corazón se estaba apretando a medida que se acercaba al piso en donde ellas vivían.

Para cuando salió, su respiración estaba un poco ahogada. Sus manos temblaron al buscar la llave en el bolsillo, caminando a paso tambaleante hacia la puerta del departamento. ¿Qué estarían haciendo? ¿Riéndose de lo estúpida que era ella? ¿Pensando ya en su próxima víctima?

No. Se forzó a no seguir ese hilo, porque si lo permitía, esos pensamientos la destruirían en menos de un segundo. Haerin necesitaba mantenerse fuerte, al menos esos primeros minutos.

Puso la llave y la giró.

La puerta se abrió sin mucha fuerza y sus ojos observaron el living-comedor. Pensó que, quizás, cada una estaría en sus piezas, pero no: estaban allí, frente an ella, con expresiones de preocupación.

—Rin —la primera que dijo algo fue Minji, así que la miró. La alfa de cabello azabache estaba en el sofá, con el celular en la mano—, por Dios, es tarde —y se levantó, yendo hacia ella.

Pensó que estallaría en llanto, que las empezaría a recriminar enseguida, sin embargo, su cuerpo actuó en automático. Su cabeza se bloqueó y las palabras barbotearon sin mucho esfuerzo.

Ellas tenían ese efecto, santo Dios. Ellas podían desarmarla sólo con un par de palabras.

—¿Ah? Ah, sí. No me fijé —habló, tratando de hilar sus ideas. Todo lo que pensó durante la tarde desapareció y quedó en blanco.

Danielle también se le estaba acercando, con clara expresión de regaño, pero la omega se mantuvo quieta. Se sentía muy... muy perdida, porque por el dolor se estuvo haciendo esa imagen de maldad y crueldad. Esperaba ver las sonrisas burlonas, las miradas odiosas, y eso le daría fuerzas para enfrentarlas, Por el contrario, las muchachas actuaban amorosas y dulces con ella.

Haerin no podía comprenderlo. ¿Por qué? ¿Por qué?

—¿No te...? No importa, bebé —Danielle pareció cambiar de opinión—, pero ven aquí...

De pronto, Danielle la estaba abrazando con mucha fuerza, como si hubieran pasado días y días en los que no se vieron. Haerin cerró sus ojos, atontada en el abrazo, con las feromonas alfas inundándola.

¿Por qué eran así, tan cariñosas, cuando sólo estuvieron jugando con ella?

Escuchó el gruñido de Danielle, pero antes de poder procesarlo, ya no era la alfa más baja abrazándola, sino Minji. El nuevo aroma volvió a actuar como sedante para su omega.

¿Por qué eran afectuosas, si ella no era más que una apuesta?

Su cabeza sólo hacía cortocircuito en ese momento.

Minji también gruñó y se alejó de ella.

—¿Por qué hueles así? —reclamó.

A Haerin le costó procesarlo.

—¿Así? Oh... —hiló los pensamientos, las ideas, la situación dolorosa en la que estaba—. Es que Hanni vino con mi papá. Me impregnó en su aroma.

Pudo notar la tensión en ellas, sus hombros duros, sus rostros molestos, pero Haerin no tenía tiempo para eso. ¿No era irónico, pensó mientras entraba más al departamento, que actuaran como si realmente sintieran celos?

Tal vez los sentían. A los alfas no les gustaba que tocaran cosas que consideraban como suyas. Y, dentro de ese retorcido juego, Haerin se convirtió en su posesión.

—¿Ocurre algo? —habló finalmente, agotada y cansada, queriendo acabar con eso. Iba a hacerlo, les sacaría todo en cara, pero Danielle se le adelantó.

—Hae —dijo la extranjera, seria y volviendo a ir hacia ella—, tenemos que... que conversar.

—¿Conversar? —se mareó un poco, ¿es que ya sabían que había escuchado? ¿Acaso iban a decirle la verdad?—. ¿Ha pasado algo?

—Sí —Minji decidió agarrarle la mano y tuvo la tentación de quitársela, porque no quería tocarla. Sin embargo, sólo se dejó llevar—. Sé que... que te prometimos que no queríamos presionarte, pero... pero ya no lo soportamos más, Haerin. Perdónanos.

—¿Cómo? —las miró a ambas, a una primero y luego a la otra, y lo comprendió—. Ah...

Le costó captarlo al inicio, pero luego, la idea sólo brilló en su cabeza cual cartel de neón. Ellas querían una respuesta, querían saber su elección. Ellas todavía sostenían esa jugarreta sucia, quizás cuánto dinero apostaron y ahora lo necesitaban para quién sabe qué. Se habían cansado de ese juego de dos alfas cortejando a una omega y querían llevársela ya a la cama.

¿Tendrían la cámara secreta instalada?

—Necesitamos... —esta vez fue Minji la que le sacó de sus pensamientos—, necesitamos que escojas. Que nos digas con quien quieres estar.

¿O la llevarían a un sucio motel? Una omega como ella debía valer eso, nada más. Una omega de segunda clase. O, quizás, ni siquiera era eso. Tal vez de cuarta clase.

—Con quien quiero estar. Yo... —apenas podía hablar, porque las ideas comenzaron a asfixiarla.

—Sea la respuesta que des, la aceptaremos, ¿bueno, Hae? —se apresuró en decir Danielle—. No tienes que preocuparte por la otra, sólo por lo que tú quieres.

¿Lo que ella quería? ¿Realmente le estaba preguntando eso?

Lo que ella quería, habría dicho el día anterior, hubiera sido que las dos le aceptaran como omega. Entrar en una extraña relación poliamorosa donde ambas eran sus alfas y no tenían a nadie más. A ningún otro omega. Ella las habría amado de cualquier forma y les entregaría su corazón por completo.

Aunque ahora... ahora, ¿qué quería?

—Bueno, está bien. Sólo... ¿pu-puedo pedirles algo más? —murmuró, tratando de enfocar su vista en las dos.

—Claro, Hae, la que quieras —Danielle tuvo el descaro de sonreírle.

—Estamos aquí para ti —pero Minji tampoco se quedó atrás, sonriendo como si nada.

Y, a pesar de todo el dolor que ebullía en su corazón, ella todavía... todavía quería darles una oportunidad más. De ser valientes y decirle la verdad a la cara: que eso no era más que un juego, que sólo querían acostarse con ella y nada más. Quería darles la oportunidad de ser honestas y dejar las mentiras de lado.

—Antes de elegir...

Ellas no se merecían eso de ella, pero Haerin quería concedérselos porque era una tonta.

—... Me gustaría saber si... si hay algo que ustedes quieran decirme. Una última cosa qué decirme.

Pudo ver sus expresiones de desconcierto, de no entender su petición. Si la situación hubiera sido otra, de seguro se habría reído.

La grave voz de Minji interrumpió sus pensamientos.

—Te amo. Te amo, Rinnie.

¿Qué? ¿Qué palabras tan fuera de lugar acababa de decir?

—Yo también te amo —se apresuró en decir Danielle.

El dolor explotó porque no podía creer en el descaro, en la hipocresía de sus palabras. ¿Amarla? ¿Tantos deseos de jodérsela tenían que eran capaces de mentir con tal crueldad? ¿Capaces de decir esas palabras, como si no tuvieran peso alguno?

Ahora realmente quería reír.

—Me aman. ¿Nada más?

Las vio negar con la cabeza. Haerin sólo... sólo quería acabar con eso.

Se puso de pie y ahora las lágrimas se filtraron, aunque mantuvo la sonrisa titubeante. Al hablar, su voz se sintió ajena, como si estuviera en un sueño.

—Nada más. ¿Ni siquiera contarme lo de la apuesta, Minji y Danielle?

El mundo se detuvo. Dejó de escuchar el tic tac del reloj en la pared, sus ojos sólo observando a esas dos alfas que la agarraron y usaron a gusto propio.

Ellas se congelaron. Eso duro no más de dos segundos, porque casi de inmediato, perdieron el color de la cara, como si hubieran visto un fantasma. Haerin se volvió a marear, sobrepasada con sus propias emociones, y se movió hacia su cuarto. El cuarto de invitados.

—Haerin... —escuchó el barboteo de alguna de las dos, demasiado ahogado como para descifrarlo bien.

Sin embargo, ella no se detuvo. Fue a su cuarto, buscó sus bolsos y comenzó a llenarlos de sus cosas, sorbiendo por la nariz, sus hombros sacudiéndose mientras lloraba y sólo pensaba en que ellas ni siquiera lo estaban tratando de negar. Ni siquiera estaban haciendo algo por ella.

No, claro que no. Bueno, ella ya lo sabía, ¿para qué negarlo? Haerin podía ahora irse, no era necesario que la alojaran más y ella dejaría de mendigarles amor.

Por Dios. Ella les mendigó amor y eso de seguro les encantó.

Pensó que tardaría más en guardar sus cosas, pero en menos de diez minutos ya tenía todo listo. Arrastró sus dos bolsos fuera de ese cuarto y, en el comedor, las dos alfas ahora la miraban, pálidas todavía.

—Las llaves —habló, sin dejar de sollozar. No quería hacerlo frente a ellas, pero no podía detenerse tampoco—, aquí están, no me...

—Haerin —Minji habló primero, yendo hacia ella—, no, escúchanos, cariño...

—... no me volverán a ver —continuó la omega, tirando las llaves en la mesa—, y no las molestaré...

—Por favor, por favor, Hae —Danielle también fue hacia ella—, de-déjanos explicarte, no es lo que crees.

—... molestaré más —finalizó, y trató de esquivarlas, sin embargo, Minji se puso frente suyo—. Po-por favor, quítate.

—Escúchanos primero —la voz de Minji se llenó de desesperación y la agarró de los hombros.

El dolor ya no podía seguir filtrándolo y escondiéndolo. Era mucho para ella.

—¡No! —explotó—. ¡No, no quiero escucharlas! ¡No quiero...! —apenas podía ver a través de las lágrimas—. ¡U-ustedes... ustedes jugaron conmigo!

—¡No, no fue así, Haerin! —Danielle le quiso tomar la mano, pero ella se revolvió—. ¡Escúchanos, por favor, Haerin!

—¿Por qué? —lloró la pelinegra, sin querer mirarlas a los ojos, sin querer que le tocaran—. ¿Por qué? ¿Por qué hicieron algo tan... tan ho-horrible como eso? —el barboteo desesperado de ellas se detuvo, oyendo sus palabras—. ¿Cómo... cómo pu-pudieron ha-hacerme esto? ¿Qué les... les hice yo...?

—No, amor, no digas eso —Danielle quiso agarrarla otra vez, sin embargo, la omega sólo retrocedió evitando el contacto—, no... no hiciste nada, déjanos... Deja que te expliquemos todo...

—¿Hay algo que... que explicar? —Haerin tragó saliva—. ¿Acaso me... me dirán que lo que oí fue... fue una mentira? ¿Fue una mentira acaso? ¡¿Lo fue?!

Silencio a sus palabras. Ambas alfas compartieron una mirada avergonzada, incapaces de observarla a los ojos y de responder a su pregunta. El último resquicio de esperanza desapareció de Haerin, porque ese silencio ya decía lo evidente para ella.

—Me apostaron —Haerin frotó sus ojos—, y querían grabarlo, ¿no es así? Querían humillarme, destrozarme, sólo porque...

—¡No fue así, Haerin! —Minji habló, con la voz grave—. Al final... al final no fue así. Cuando... cuando te conocimos, lo hicimos, ¿está bien? Lo... lo reconocemos.

—Pero las cosas cambiaron —apoyó Dani—, esa apuesta quedó olvidada, nosotras la... la olvidamos, te lo juramos. Ya no... no existe más.

Sin embargo, a Haerin no le interesaba escuchar eso. Si no existía más, ¿entonces por qué seguían hablando de ella, sacándosela en cara?

—Fui una imbécil —murmuró, negando con la cabeza—. Creía que... que dos alfas me podían querer sin dobles intenciones —les dirigió una mirada de desprecio—, pero sólo... sólo querían follarme como perros y divertirse con esta estúpida omega, ¿no es así? —sintió que sus ojos volvían a llenarse de lágrimas, aunque ¿qué más daba?

—No, Hae, no es así —la voz de Danielle se tornó llena de desesperación—, nosotras... nosotras cambiamos, ya no hay esas... esas intenciones, te lo juramos...

—Mentirosas —masculló.

—No te estamos mintiendo —Minji también se veía angustiada—, de verdad, bebé...

—Entonces, ¿por qué hicieron eso? —gimió Haerin, cubriendo su rostro—. ¿Por qué? Yo sabía... sabía que iban a romperme el corazón, ¡sabía que iban a reírse de mí! —sollozó sin levantar la vista, sintiendo las lágrimas cayendo por sus mejillas—. Pero me... me convencieron de que no era así, ustedes me hicieron... me hicieron creer que yo valía la pena, que me querían, que merecía... merecía que me quisieran —al levantar la vista las dos alfas se estremecieron, observando los ojos rotos de Haerin—. ¿Por qué? ¿Acaso quisieron jugar sólo para convertirme en el hoyo donde iban a descargarse?

—Haerin, por favor...

La chica ahora sólo se abrió paso hacia la puerta, ya sin poder seguir mirándolas a las caras.

—¿Por qué? —repitió, con la voz rota.

Ambas alfas se miraron, sin saber exactamente qué decir. ¿Que lo hicieron porque simplemente la consideraron un juego desde un inicio? ¿Que apostaron porque la omega les pareció lo suficientemente atractiva para ellas? ¿Que querían grabarla porque eran unas idiotas que consideraron esa idea divertida?

Cada respuesta parecía más hiriente que la anterior.

—Te amamos —murmuró Danielle.

Haerin levantó la vista con una expresión aturdida, incrédula. Sus mejillas estaban encharcadas por las lágrimas, con los ojos brillantes, y se veía dolorosamente hermosa ante ellas.

—Váyanse a la mierda —fue todo lo que dijo antes de ir a la puerta y agarrar el picaporte para irse de ese lugar para siempre.

Minji, en su desesperación, le alcanzó y agarró del hombro.

—Haerin, por favor...

Pero la omega ya no quería escucharlas más. Ya no quería oír ninguna palabra de ellas, y sin pensarlo dos veces, soltó su bolso, se volteó y le cruzó el rostro de una bofetada. La alfa retrocedió con un gesto aturdido.

—¡No me vuelvan a tocar! —les gritó, recogiendo las tiras del bolso y abriendo la puerta—. ¡No quiero sus asquerosas manos sobre mí nunca más!

Danielle ni siquiera alcanzó a decirle algo más, porque Haerin simplemente salió del lugar, sin molestarse en cerrar la puerta y yendo al ascensor. La alfa menor sólo se quedó en su lugar, junto a una Minji muy aturdida, y cuando recién pudieron moverse, las puertas del elevador ya estaban cerrando.

Pudieron haber bajado por las escaleras de emergencia. De seguro, si corrían, le alcanzarían con facilidad. Podían...

Pero sólo compartieron una mirada más, antes de que el peso de sus acciones cayeran sobre ambas.

—Lo hemos arruinado —barboteó Minji, sintiendo cómo su corazón se rompía al procesar lo que acababa de ocurrir—. Danielle...

—Jamás nos va a perdonar —susurró, y sólo se devolvieron, derrotadas, al interior del departamento, con la angustia invadiéndolas porque acababan de destrozar a la única omega que había calentados sus corazones.

La destrozaron y rompieron para siempre.

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