❁; capítulo tres

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Harry ama estar con Louis.

El sábado es su día favorito, ya que, además de asistir a sus clases de gimnasia, por las tardes se reúne con su mejor amigo para jugar en la zona recreativa del fraccionamiento hasta que son llamados para cenar.

Cada fin de semana, sus familias comparten la mesa, rotándose en la preparación de los alimentos y esta vez, la responsabilidad recae en los Styles, quienes están cocinando algo delicioso en su vivienda mientras el dúo imparable se divierte en los columpios.

—¿Quieres que yo te empuje ahora? —dice el menor, soltándose de las cadenas—. ¿Te quieres subir?

—No, está bien. Yo lo hago, agárrate bien.

Las esquinas de sus labios suben, con los hoyuelos emergiendo en sus cachetes regordetes y no hace más que volverse a acomodar, acatando la petición de sujetarse con firmeza.

Se acomoda en el asiento de metal, observando al frente y comienza a mecer sus pies en sincronía cuando siente que es levemente empujado por la espalda.

Louis crea un balanceo moderado, sin atreverse a aplicar mucha fuerza porque no desea causar un accidente; cuidar a su pequeñín favorito es primordial y disfruta enormemente protegerlo.

—Oye, ratón, ¿tus papás si te dejarán ir al paseo de la escuela? —cuestiona, al recordar la excursión de la semana siguiente.

—¡Sí! Mi mamá ya me firmó el permiso y lo llevaré el lunes —responde, aumentando el volumen de su voz para hacerse oír—. ¿Tú también irás?

—Sí, yo entregué mi permiso ayer. ¿Crees que ahora sí podamos ir en el mismo autobús?

—No sé, Lou, mi maestra dice que debemos seguir las reglas e ir en el bus con los de nuestro salón.

Con disgusto, el aludido deja salir un bufido.

—A veces quisiera que estuviéramos en el mismo grado —Un mohín se traza en su boca, sin dejar de impulsar con prudencia el columpio—. Así podríamos tomar las clases juntos...

—¡Eso sería lo mejor del planeta! —Voltea por encima del hombro, avistándolo de soslayo—. Tal vez compartiríamos pupitre, las letras de nuestros apellidos están juntas en el abecedario.

—Sí, tienes razón —Se relame el labio inferior—. Es injusto, ¿por qué naciste un año después que yo?

—No lo sé, pero la verdad a mí me gusta que sea así —espeta con sinceridad.

—¿Te gusta ser más chico?

—Sí, ¡porque eres como mi superhéroe!

Con la vista clavada en aquel perfil encantador, Louis siente que sus mejillas empiezan a hervir.

Y es que habitualmente es así, cada que Harry suelta algún comentario en dónde le demuestra lo importante que es para él, no logra contener el rubor que tiñe su rostro.

—Vaya... ¿Lo soy? —No sabe que decir, honestamente lo ha tomado desprevenido—. Uhm, pero yo no puedo correr tan rápido como flash ni lanzar telarañas como spiderman.

—Ya sé, tampoco puedes volar como batman... —Evidencia su carencia de habilidades sobrenaturales—. Pero, ¿sabes que sí tienes?

—¿Qué cosa?

—¡Tienes un corazón así de enorme! —Toma sus precauciones al soltarse de una sola mano y traza un medio circulo en el aire, acentuando lo dicho—. Mi mamá dice que eso también es un súper poder.

De un minuto a otro, el mayor nota que su garganta se reseca y no precisamente por estar enfermando.

Pausa los empujes en el juego, carraspeando audiblemente cuando aparece esa rara sensación de cosquillas al centro de su barriga.

—Bueno, creo que me gusta... Si así lo quieres, puedo ser tu superhéroe.

—Ya lo eres, Lou —En medio de una risilla festiva, el título le es confirmado—. Te quiero mucho.

A pesar de que el ojiverde no puede verlo, le sonríe a sus espaldas.

Ahora siente como si estuviera en el punto más alto de una montaña rusa, al borde de descender a toda velocidad o como si fuese a abrir por fin los regalos que recibe por su cumpleaños y navidad.

Quizá no es tan extraño como parece, él es consciente de que las palabras bonitas siempre llevan consigo una especie de confort.

Pero si ese pequeño se las dice, es muchísimo mejor.

—Yo también te quiero mucho —expresa, rascándose el lateral del cuello—. ¿Quieres que nos aventemos de la resbaladilla juntos?

—¡Por supuesto! —chilla con júbilo, levantando sus pies—. Hay que ir.

—Bien, sujétate.

Louis exhala, sosteniendo las orillas del columpio y procura detener el vaivén con extremo cuidado.

En cuanto el asiento se queda estático, Harry se baja de un brinco, levantando una nube de tierra que le hace mover la nariz como un conejo antes de estornudar tres veces continuas.

Después del breve episodio de alergia, ambos niños corren hacia el juego, trepando la alta escalera por turnos y al hallarse en la plataforma elevada, el rizado aletea divinamente las pestañas.

—Quiero ir primero, ¿puedo? —pregunta, en tono cantarín—. Por favor.

—No, Hazz, ya sabes que yo siempre debo ir al frente.

—Solo una vez, ¿sí?

—No, lo siento.

Tuerce los labios, aparentemente no le hace mucha gracia la negación.

—¿Por qué no? —Vuelve a intentar, con su fe en lo alto—. Te prometo que no va a pasar nada malo.

—Perdón, pero me da miedo que te caigas cuando lleguemos allá abajo —Señala el área inferior de desemboque—. Así que no.

—Siempre me aviento yo solo y jamas me he caído —Contrariado, se coloca una mano en la cadera—. Si lo hago contigo, menos me pasará.

—Es que yo peso más que tu y puedo tirarte...

—No será así, ¡te lo juro!

Louis sabe que no debería ceder a la solicitud.

De verdad desearía tener más fuerza de voluntad, ser menos condescendiente le ayudaría en ese tipo de casos, pero sencillamente le es muy difícil resistirse a esos orbes que lo miran con ilusión.

Es vencido por el afán de complacerlo y se lo hace saber con un asentimiento del que espera, no arrepentirse luego.

Harry celebra la aprobación, sentándose al inicio del tobogán y junta sus piernas mientras aguarda a que la hora de arrojarse por la pendiente llegue.

No tan convencido de su decisión, el castaño toma la posición que le corresponde, ubicando sus muslos a los costados del chiquillo y lo envuelve por la cintura con sus brazos.

—¿Listo?

—¡Sí, vamos!

Él se arrastra por la superficie plástica hasta el final de la plataforma y entonces, se lanzan cuesta abajo, deslizándose a una rapidez que se sale de los parámetros comunes.

Un incremento en la velocidad al resbalar los hace incapaces de detenerse con las suelas de los zapatos, la fricción es totalmente nula debido a los pantalones de algodón que visten y eso genera que impacten contra la base de la resbaladilla, siendo expulsados del juego antes de que puedan reaccionar.

En un pestañeo, se encuentran tirados sobre la grava del parque, la tela que cubría las rodillas de Harry se ha rasgado y en su lugar, emergen dos raspones considerables, de los cuales ya se aprecian unas cuantas gotas de sangre.

—¡Lou! —El llanto se le acumula, sus pestañas se humedecen—. ¡Me duele!

Louis tiene los ojos casi afuera de las cuencas, está más asustado que nunca.

Aunque él salió ileso del accidente, las ganas de llorar también lo aquejan.

—¡Ay, no, no, no! —Se lamenta, aproximándose con premura al querubín herido—. ¿Te duele mucho?

—Me arde, e-estoy sangrando —Solloza, contemplando los hilos de color bermellón que recorren su piel—. Quiero a mi mamá.

—Vamos, vamos a casa, te cargaré, ¿puedes ponerte de pie?

—No sé...

Con los orbes cristalizados, el mayor levanta precavidamente a Harry, asegurándose de proporcionarle el apoyo necesario y enseguida lo guía para que se suba a su espalda.

Lo sujeta por los muslos al caminar, esnifando con tristeza ya que se considera el culpable del tonto percance.

Le ha fallado como su superhéroe.

── •∘°❁°∘• ──

Louis está llorando en el sillón de los Styles.

Por más que se limpia las enormes gotas que le salen de los lagrimales, éstas se empeñan en seguir escurriendo una tras otra y las mangas de su sudadera ya no son de mucha ayuda para eliminarlas, pues están más húmedas que un trapo de cocina viejo.

Su madre le soba la espalda, dándole la libertad de que se desahogue porque concluye que seguramente, el susto lo tiene abrumado.

—Relájate, cielo —Le susurra, con una dulzura reconfortante—. Harry está bien, no fue nada grave.

—Es que le estaba saliendo mucha sangre —lloriquea, sorbiendo la nariz—. Fue mi culpa, mami, yo lo tiré.

—Ya te dijimos que fue un accidente, amor, no te sientas mal.

—¿Y si se enoja?

—No será así, él también sabe que no fue intencional.

El pequeño mira a su progenitora, buscando consuelo y ella le aprieta un pómulo, retirándole luego el flequillo desordenado de la frente.

—Te juro que yo no quería que se lastimara —repite, al tallarse uno de sus párpados hinchados—, no quise hacerlo llorar.

—Mi vida, cálmate. Nadie está molesto contigo, Lisa ya está curando las raspaduras de Harry, todo va a estar bien.

—¿Tú me perdonas? —dice, ignorando el razonamiento y la rodea por el torso en un abrazo—. ¿Sí me disculpas?

A Julieth se le tranca la saliva.

El nivel tan alto que su hijo tiene de mortificación es doloroso, así que no tarda nada en apapacharlo, brindándole todo su amor maternal.

Y en cuanto su retoño esconde la carita en el tejido de su blusa para continuar sollozando, entiende lo preocupado que está por el hijo de los Styles.

—Quieres mucho a Hazzie, ¿no es así? —Se aventura a investigar, proporcionándole mimos en la coronilla—. Tanto como él te quiere a ti.

—Sí, lo quiero de aquí al sol —confiesa y su voz se entrecorta—. Me siento muy mal, mami.

—Lo comprendo perfectamente, corazón, pero debes saber que los accidentes ocurren y esto que pasó, no es responsabilidad de nadie —explica, apretujándolo con cariño—: Estaban jugando, no midieron el peligro al lanzarse así de una resbaladilla y a partir de ahora, sé que tendrán más cuidado al subirse.

El querubín asiente, jurando que nunca volverá a hacer cosas que los pongan en riesgo.

Se separa de su mamá gracias a que una ola de tranquilidad lo azota, contrarrestando un poquito su inquietud y al encontrarse de nuevo con esos iris idénticos a los suyos, bosqueja una débil sonrisa, sin tener idea de que su nariz está roja, tan roja como una señal de tránsito.

Julieth lo peina por segunda ocasión, regresándole la gentil mueca y utiliza la manga larga de su blusa para borrar cualquier rastro del llanto que se desbordó en su piel.

Justo ahí su interés se desvía, porque al oír que alguien está descendiendo de la planta alta, se ven en la obligación de focalizar el término de la escalera.

Harry aparece entonces, agarrándose del barandal en tanto baja por los peldaños y Louis jura que una daga lo atraviesa cuando divisa sus dos rodillas cubiertas con gasas de algodón.

Ahora viste un short y luce mucho más tranquilo que media hora atrás.

—¡Lou! —exclama, recobrando su simpatía—. ¿Estás bien?

Se le acerca a zancadas lentas, transitando más o menos rápido por la sala hasta que frena a un costado del sofá y recarga los codos en el reposabrazos, inclinándose ligeramente hacia adelante para atraer la atención del castaño.

A su vez, Julieth se alza del sillón, con el propósito de darle su espacio a los niños y antes de partir rumbo a la cocina, le proporciona una caricia en la cabeza al ojiverde.

—¿Qué tienes? —El sigilo no dura mucho, pues Harry insiste, algo confundido—. ¿Tú también te heriste?

—No, yo no —Le hace saber y libera un suspiro cuando lo observa—. ¿Cómo estás tú?

—Estoy bien, mira —Retrocede para mostrarle los vendajes—. Mi mamá me curó.

Louis observa las lesiones ya protegidas en sus piernas y resopla, agachando la cabeza con tristeza.

—Lo siento mucho, ratón, no quería que te hicieras daño.

—¡No pasa nada! Ya no me duele.

—Aún así, discúlpame.

El sentimiento de aflicción le regresa y vuelve a pensar que en realidad metió la pata, pues en su intento de hacerlo feliz, acabó lastimándolo al dejarse llevar sin pensar en las consecuencias.

Tiene que aprender a ser más fuerte por el bien de ambos.

Y mientras él se halla firmando un pacto consigo mismo, a Harry se le ocurre otra de sus brillantes ideas.

No le gusta ver decaído a su amigo, así que plantea su siguiente estrategia en menos de cinco segundos y prosigue a rodear el sofá, situándose adelante de él.

Cualquiera pensaría que haría un chiste para hacerle reír, pero es pésimo con las bromas. O tal vez las cosquillas también serían una buena opción, pero sabe que Louis las odia.

La veloz reflexión lo lleva a seleccionar el método que considera apropiado y gracias a su magnífica deliberación, acuna las mejillas ajenas entre sus palmas.

Con calma, busca la mirada del ojiazul, notando cómo sus cejas se arrugan en un gesto de desconcierto y sin titubear, cumple el cometido de juntar sus labios, creando un beso inocente como los que continuamente se dan en la mejilla.

La efímera conexión apenas persiste un segundo, pero es lo suficiente para dejar a Louis momentáneamente paralizado.

Parpadea azorado, tratando de procesar la inesperada acción y el silencio que invade la estancia, se quiebra con una risita expulsada por Harry.

—¿Ya no estás triste?

—Qué... e-eso...  —Le cuesta trabajo terminar la oración—: ¿Qué fue eso?

—Un besito —Le sonríe con suavidad—. Mi papá se los da a mi mamá cuando no tiene un buen día y creo que el tuyo no fue bueno por la caída que tuvimos.

El mayor sigue inmóvil, notoriamente afectado por el fugaz contacto que tuvieron.

Permanece flotando en una esponjosa nube hasta que su mano derecha es apretada.

—Ya no te preocupes, ¿sí? —Harry retoma, al tirar de su extremidad—. ¡Vamos a mí cuarto a jugar!

No se opone al mandato, se permite ser arrastrado hacia el primer piso y aún con la mente nublada, intenta encontrar una buena razón por la cual sus pulsaciones se han vuelto irregulares.

¿Por qué el hormigueo se presentó con más intensidad en su estómago?

No lo sabe, y quizá, todavía no lo quiere averiguar.

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Actualización nocturna, espero hayan disfrutado el capítulo, besties! ♥︎
Nos leemos pronto<3.

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