❁; capítulo veinticuatro

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Faltan quince minutos para que el turno de Louis termine.

El domingo siempre es el día más ajetreado en la cafetería donde trabaja, pues la gente abarrota el lugar, obligándolo a moverse sin descanso de un lado a otro, atendiendo cada pedido que se acumula en el mostrador.

Desde el principio, adaptarse al frenético ritmo no le resultó complicado, aprendió con sorprendente rapidez a preparar cada una de las bebidas del menú y no tardó mucho en perfeccionar sus habilidades de venta.

Ahora, gracias a su sonrisa y a las charlas amena que generalmente entabla con los clientes, casi siempre logra convencerlos de llevarse una rebanada de pastel para acompañar su pedido.

Es un trabajo considerablemente sencillo, lleva poco más de dos meses ahí y ya puede decir que tiene un fuerte sentido de pertenencia con el lugar. Y eso se debe a que gracias a ese empleo, ha conocido personas muy amables, como lo es su compañero de trabajo.

—¡Lou! —Beau le llama desde el lado opuesto del mostrador—. ¿Ya preparaste el frappuccino de vainilla que te pedí?

Él asiente despacio mientras sostiene el despachador de crema batida.

—Estoy en eso, recuérdame si es con crema batida —Le pide, antes de cometer un posible error con la bebida.

El otro joven lo duda por un momento y prefiere confirmar las características de la orden, revisando el desglose del pedido en la computadora.

Uhm... —Entrecierra los ojos frente a la luz de la pantalla y segundos después, los vuelve a extender de par en par—. ¡Sí! Si lleva.

Louis alza el pulgar en su dirección, agradeciendo la confirmación y con calma, presiona el dispensador para que la crema batida fluya, elevándose en espirales hasta coronar el frappuccino con una montañita blanca muy generosa.

Al terminar la decoración, coloca la tapa de plástico sobre el vaso y con una mueca satisfecha, lo desliza por la barra, esperando que Beau lo lleve a la mesa correspondiente.

Echa otro vistazo al ordenador, leyendo las últimas órdenes realizadas por los clientes y al cerciorarse de que no hay ninguna en lista, lanza un enorme suspiro, estirando los brazos hacia arriba.

Los huesos de su espalda crujen, puede sentir que los músculos de su espalda se relajan y un bostezo escapa inevitablemente de su boca, como señal habitual de su fatiga al concluir su jornada laboral.

—Listo, Lou —dice Beau, una vez que regresa de entregar el frappuccino recién  hecho—. Ya deberías ir a cambiarte, tu hora de salida es en diez minutos.

—Sí, ya voy —murmura, al apilar unas cuantas servilletas que permanecen regadas por el mostrador—. Solo me falta una orden por surtir.

El chico de cabello cobrizo sonríe sin mostrar los dientes, volteando hacia una de las mesas que se encuentran distribuidas en la zona de comensales y al distinguir un revoltijo de rizos asomándose por encima del respaldo de un sillón, lo comprende todo.

—¿Qué pidió esta vez? —inquiere, recargándose en el filo de la vitrina dónde se exhiben las rebanadas de pastel—. ¿Bebida o postre?

—Quiere un frappuccino de caramelo —Se estira para alcanzar una licuadora limpia y la coloca con cuidado en su base—. Con leche deslactosada y granillo de chocolate.

—¿Quieres que te ayude a prepararlo?

—No, muchas gracias, ya se lo hago.

Luego de encoger los hombros, Beau abre uno de los botes dónde guardan las galletas de chocolate que habitualmente usan como adorno en las bebidas y se toma el atrevimiento de robar una, sin preocuparse por el hecho de que su jefa lo haya reprendido la última vez que lo pilló comiendo la mercancía.

Mientras mastica, sus ojos se desplazan entre su compañero de trabajo, quien se ocupa de preparar la orden, y el joven de rizos que aguarda serenamente en su mesa.

—Se ven tan lindos juntos —Se aventura a opinar, triturando la galleta con sus muelas—. Nunca había conocido a una pareja como ustedes.

—¿Cómo nosotros?

—Sí, es que se conocen muy bien y se complementan mucho —Suelta un largo suspiro cargado de ilusión—. Son el uno para el otro.

Louis lo mira por un breve instante, mientras pone una buena cantidad de hielo en el vaso cristalino.

—Supongo que ser amigos desde niños influyó bastante —comenta, al servir la porción de leche correspondiente—. Él es todo para mí.

—Y se nota que tú lo eres para él —Pestañea con ensoñación—. Todos los fines de semana está aquí a la hora de la comida y encima viene por ti.

—Siempre ha sido así de atento conmigo.

—Me imagino, ya quisiera yo tener a alguien así.

Una comisura del mayor se eleva al captar el anhelo de su compañero por encontrar, algún día, una pareja estable. Es consciente de que no todos tienen la misma fortuna en ese aspecto, así que solo le resta desearle mucha suerte.

De buena gana, continua preparando el frappuccino de Harry, tal y como siempre lo hace porque ya es una especie de costumbre que le obsequie algo del menú para que lo disfrute en tanto él se va a cambiar el uniforme.

En ocasiones solicita una rebanada de pastel, en otras prefiere un té helado, pero hoy se ha inclinado por una bebida fría, algo que Louis agradece ya que son las que más disfruta preparar.

Por esta razón, se toma su tiempo para hacerla correctamente.

Acaba de servir la cantidad exacta de la leche seleccionada, añadiendo después los demás ingredientes junto al esencial toque de extracto de vainilla, cuando, de repente, el sonido seco de una palma golpeando la superficie de la contrabarra resuena por todo el local.

El estruendo sorprende tanto a él como a Beau, haciendo que ambos den un pequeño salto en sus lugares e instintivamente, giran hacia la fuente del ruido, suspirando con alivio al darse cuenta de que, efectivamente, se trata de su jefa.

Ella siempre tiene las peores maneras de hacerse notar.

—Te voy a descontar todo lo que te comes, Beau —La mujer de ojos verdes canturrea, entregándole unas cuantas palmadas en la espalda—. Cuatro galletas en dos días.

El aludido se limpia los bordes de la boca con el dorso de la mano y trata de poner su mejor gesto de disculpa.

—¡Lo siento! —Marca un mohín torcido, con el propósito de obtener el perdón—. Es que son demasiado buenas.

—Vas a obligarme a ponerles candado —advierte y su dedo índice traza un movimiento amenazador en el aire—. Por cierto, Louis, ven conmigo. Debes firmar tu nómina.

—Sí, ya voy —Mueve la cabeza en afirmación, pausando el proceso del frappuccino—. Beau, ¿puedes...?

—Yo lo termino, anda.

Ambos son conscientes del temperamento impaciente de la mujer; hacerla esperar es arriesgado, por lo que tienen el hábito de no tardarse cuando les pide algo en particular.

Con una suave sonrisa, Louis le agradece al chico que le brinde su ayuda y después de limpiarse las palmas en su delantal celeste, se apresura tras Ruth hacia la oficina administrativa, ansioso por recibir su paga quincenal.

Por su lado, Beau se ocupa de terminar con la orden, poniendo en marcha la licuadora. Sostiene el vaso de cristal por mera precaución, aguardando a que la bebida quede perfectamente mezclada y una vez que logra obtener la consistencia deseada, detiene el motor del electrodoméstico.

Toma uno de los vasos personalizados con el logotipo de la cafetería para verter el contenido dulzón, cuidando de no derramar ni una sola gota. Aplica la crema batida desde el dispensador, espolvoreando también el granillo de chocolate solicitado y finalmente le coloca la tapa de protectora plástico, complementando el pedido con bastante sencillez.

Tras esperar unos cinco minutos a que Louis regrese, y al no tener idea de cuánto más tardará en aparecer, siente la responsabilidad de entregar la bebida, porque él piensa que tomar cualquier cosa con el hielo derretido es una verdadera atrocidad que no está dispuesto a cometer.

La mesa de Harry está un poco alejada de la barra, así que debe dejar su puesto para llevar el pedido con su habitual amabilidad, como siempre lo hace con los clientes frecuentes. Ruth le ha recordado varias veces que en ese negocio no se permiten las malas caras, así que se ha acostumbrado a mostrar su mejor versión.

Con una bonita curva en los labios y el frappuccino en una mano, se dirige hacia la mesa indicada, aquella donde encuentra al joven de rizos inmerso en las notificaciones de su celular.

Se posiciona junto al mueble, pero al ver que su presencia pasa inadvertida, carraspea ligeramente antes de ofrecer el vaso con amabilidad.

—¿Frapuccino de caramelo? —indaga, ubicando el producto sobre la superficie de madera.

Harry alza la cara al oírlo, y su ceño fruncido se relaja en cuanto reconoce al otro joven que también trabaja en el establecimiento.

¡Oh! Hola, Beau —exclama con alegría, haciendo que los lindos hoyuelos resalten en sus mejillas—. Sí, muchas gracias.

—Aquí tienes, Hazz —Deposita el popote a un lado de la bebida y sumerge ambas manos en el bolso de su delantal—. ¿Cómo te va?

—Excelente, gracias. ¿A ti que tal?

—Igual, todo bien, aunque hoy mi turno acaba a las nueve.

El rizado arruga la nariz, retirando el envoltorio de papel que protege la pajilla biodegradable.

—¿Te toca cerrar? —pregunta, aunque quizás sea algo evidente.

El horario de la cafetería es de once de la mañana a nueve de la noche.

—Por desgracia —Sin embargo, el muchacho no parece molesto por la pregunta obvia—. Como sea, ¿qué tal las prácticas?

—Fabulosas —informa, probando la crema batida que ha tomado con la punta de su dedo—. En unas semanas tenemos competencia y nos estamos preparando duro para ganar.

—Sí te creo, Lou me enseñó algunos videos que te grabó en los partidos y debo decir que lo haces muy bien —El cumplido brota espontáneamente. No considera que esté sobrepasando ningún límite—. ¡Me encantaría ir para verlos a los dos!

Como Harry se encuentra degustando los primeros sorbos de su exquisito frappuccino y su capacidad para responder verbalmente se ve limitada, expresa su acuerdo moviendo su índice de arriba hacia abajo.

—Le diré a Louis que te avise cuando sea el próximo juego —añade al parar de beber, pasando una servilleta por el contorno de sus labios—. Tal vez puedas darte un tiempo para asistir.

—Eso me gustaría mucho —Un suave rubor rosa tiñe sus pómulos—, me muero por ir.

—Espero verte por allá —Vuelve a sonreír con cortesía—. Por cierto, aprovecho para confirmarte que la fiesta de Niall si será la siguiente semana.

Automáticamente, las cejas pobladas de Beau saltan hacia arriba.

—¿Si logró el permiso de sus papás? —inquiere, con un matiz de asombro en su voz—. La última vez que vino, me dijo que todavía no lo dejaban.

—Pues ya lo consiguió, así que no vayas a faltar.

Los ojos cafés de Beau se iluminan, como si hubiera presenciado un milagro.

Honestamente, le resulta extraordinario que, sin pertenecer al equipo de fútbol americano ni asistir a la misma escuela, los chicos lo incluyan en sus planes para salidas y fiestas.

Después de todo, atenderlos con esmero cada vez que van a la cafetería, ha dado sus frutos.

—Claro que no, ahí estaré —exclama, con suma efusividad—. ¡Muchas gra-...!

Por desdicha, su felicidad se desvanece repentinamente, pasando de diez a cero en un soplo.

El entusiasmo le juega una mala pasada, ya que en su impulsivo arranque de emoción, ha golpeado el borde de la mesa y derramado el frappuccino sobre la playera de Harry.

Su semblante se transforma, volviéndose de puro horror al ver que la camiseta del ojiverde está totalmente manchada. La maldita tapa de plástico no cumplió con su función y salió volando en cuanto el vaso impactó contra la mesa.

Lo demás clientes miran de lejos la catastrófica escena, algunos se ríen discretamente y otros sienten pena por el pobre trabajador que ahora sí ha metido la pata.

Descolocado, el porrista no encuentra una reacción adecuada para la inesperada situación y simplemente opta por jalar la tela de la prenda, separándola de su pecho porque la frialdad le resulta incómoda en la piel.

—No es cierto, no es cierto... —Alterado, Beau extrae las pocas servilletas que trae en el bolsillo de su delantal—. Maldita sea, perdóname, no fue mi intención.

A pesar de que las manos le tiemblan, tiene la intención de limpiar el desastre que causó.

Sin embargo, se detiene antes de actuar, pues no se atreve a siquiera tocarle un cabello al novio de Louis.

—No te preocupes, está bien —murmura Harry, observando el caos en el tejido de su playera con menos desconcierto—. No pasa nada.

—¡Sí pasa! Soy un imbécil, de verdad, lo siento —Se lamenta, con una expresión que parece representar un nivel avanzado de mortificación—. Ten, aquí tienes algunas servilletas, iré por más, ¡lo lamento!

—Relájate, fue un accidente —repite con tranquilidad, sin rastro de enojo por la terrible circunstancia—. En serio, estoy bien.

—¡Es que yo no quería! Yo no-...

—Oigan, ¿qué pasa aquí?

Para variar, Louis llega en el momento más oportuno, provocando que al culpable del alboroto se le ponga la piel de gallina.

Beau cree que morir a sus diecinueve años es algo triste porque todavía tiene muchos planes a futuro y algunos conciertos a los que quiere asistir, pero si su error lo lleva a la tumba, hará lo posible por descansar en paz.

—Lou, por favor, discúlpame —implora con las palmas juntas, creyendo que así podrá salvar su vida—. Por favor.

Bueno, el castaño no tiene que ser un genio para adivinar lo que sucedió.

Su novio se esfuerza por limpiar su camiseta lo mejor que puede, hay un vaso tirado sobre la mesa, varias gotas de su bebida en el piso y tiene a su compañero de trabajo tiritando de miedo, como si hubiese cometido el peor crimen del universo.

Pero a juzgar por el suave gesto que adorna las facciones de Harry, entiende que no hay razones para perder las estribos.

—Joder, tu playera, bombón —farfulla en cambio, tomando varias servilletas para ayudar a retirar los restos de frappuccino—. Es la que te compré hace quince días.

Desde que vio la prenda exhibida en el aparador de una tienda, supo que tenía que regalársela.

Y no fue porque tuviera algún diseño o estampado especial, solamente imaginó lo guapo que se vería con ella y cuando se dio cuenta, ya la estaba pagando en la caja.

—Se lava y listo, no hay problema —El rizado resuelve, empujando la silla hacia atrás para ponerse de pie—. Por ahora solo necesito limpiarme...

—No, en mí mochila tengo la playera con la que vine al trabajo —establece, y le ayuda a quitar las gotitas de crema batida que han salpicado su barbilla—. Póntela, yo me voy con la del uniforme.

—Bien, sí —Una de sus comisuras asciende, sus pestañas se agitan con lentitud—. ¿Puedo cambiarme en el baño?

—Claro, amor. Vamos.

Harry exhala con languidez, notando cómo sus dedos empiezan a sentirse pegajosos.

No está furioso ni resentido con el chico que ahora se está mordiendo las uñas. Los incidentes suelen ser así y él nunca crearía un drama que pudiera perjudicar a los trabajadores de algún lugar.

—Tranquilo, Beau, todo está bien —Le asegura, buscando reconfortarlo—. No te preocupes.

El mencionado esnifa. Parece que estuviera peleando consigo mismo por no romper en llanto.

—Perdón a los dos, no quise ser tan torpe.

Luce tan apenado por su falla, que Louis debe darle dos golpecitos de consuelo en el brazo, indicándole que las cosas no están tan mal.

—Ya, tampoco es el fin del mundo —dice en un tono calmado, señalando con la mirada el desastre en el suelo de la cafetería—. ¿Puedes encargarte mientras yo le doy la playera a Harry?

—Por supuesto.

Si de esa forma puede enmendar su error, lo hará sin rechistar.

Cuando la encantadora pareja de enamorados se retira hacia el pequeño vestidor del local, Beau saca el paño que ya tenía guardado en su delantal para comenzar a limpiar la mesa.

Resopla, frotando el trapo sobre las manchas existentes en la cubierta de madera y cuando piensa que no necesita simular más angustia extrema, sonríe de medio lado.

Sí, definitivamente sus clases de actuación le han servido de mucho.

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infinitas gracias a HLmootflower por la ilustración, ily amistad. ♥︎

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Hiii, besties 💘 espero que hayan disfrutado el capítulooooo. ¿Qué creen que pase en la fiesta de Niall? 😼

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