Capítulo 8

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Jin y Nam ayudaron a Hoseok a cerrar su puesto y llegar a su Jeep antes de regresar a casa en medio del tráfico de un viernes por la noche.

—Has estado callado —dijo Nam mientras se detenía en un semáforo en rojo.

Nam observó la forma en la que la mirada de Jin seguía el camino de los otros autos en la carretera. Parecía tan perdido, como alguien atrapado entre los sueños y la realidad.

—No sé qué decir —respondió Jin después de una breve pausa.

—Dime cómo te sientes.

—¿Acerca de qué?

Nam se rió. —Eres como los hombres que llegan a mi clínica —dijo. —Me hacen pasar los momentos más difíciles durante mis sesiones. Vienen, gastan miles de wones por hora para básicamente no decir nada. Nunca lo entenderé.

La mirada de Jin se posó sobre su regazo y Nam vio la forma en que este frotaba el anillo de general que llevaba puesto en su dedo anular con el pulgar. —Dijiste que eras un terapeuta sexual. ¿Qué es eso exactamente?

Nam volvió a meterse en el tráfico. —Tú y yo estamos más o menos en el mismo campo, se podría decir. Ayudo a las personas que tienen problemas en sus relaciones. Mujeres que temen tener intimidad con hombres, o viceversa, también están las personas que aman con demasiada intensidad a otras.

—¿Ninfómanas?

Nam asintió.

—He conocido a algunas de esas —dijo Nam con un suspiro pesado.

—Apuesto a que sí. ¿Y los hombres?— preguntó Jin con auténtica curiosidad.

—No son tan fáciles. Como dije, no hablan tanto. Tengo algunos casos de hombres que tienen ansiedad por el desempeño que tienen en la intimidad...

—¿Qué es eso?

—Algo que estoy seguro con lo que tú nunca tendrás problemas —dijo Nam, pensando en la forma arrogante en que él lo perseguía constantemente. Aclarándose la garganta, explicó. —Son hombres que temen que sus parejas se rían de ellos mientras están en la cama.

—Oh.

—También tengo una persona que abusa verbalmente de sus cónyuges y novias. Otra que quiere cambiar su sexo...

—¿Pueden hacer eso? —Jin preguntó en un tono sorprendido.

—Oh, sí —dijo Nam con un movimiento de su mano. —Te sorprendería lo que los médicos de hoy son capaces de hacer.

Nam dio un giro de camino a su casa.

Jin se quedó callado tanto tiempo que Nam estaba a punto de mostrarle cómo funcionaba la radio cuando Jin volvió a hablar: —¿Por qué quieres ayudar a esta gente? —preguntó de repente.

—No lo sé —respondió Nam con sinceridad. —Supongo que se remonta a mi infancia cuando era muy inseguro. Mis padres me amaban, pero no sabía cómo relacionarme con otros niños. Mi padre era profesor de historia y mi madre ama de casa...

—¿Amaba una casa?

Nam se rió ante la interpretación literal del término. —No, ella solo se quedaba en casa y hacía cosas de mamá. Nunca me trataron como a un niño, la verdad, así que cuando me relacionaba con otros niños no sabía qué hacer, qué decir. Me asustaba tanto que temblaba. Finalmente, mi padre comenzó a llevarme a terapia y, después de un tiempo, mejoré mucho.

—Excepto alrededor de los hombres. —comentó Jin.

—Esa es otra historia, —dijo Nam con un suspiro. —Era un adolescente incómodo y los chicos de mi escuela nunca se acercaban a menos que quisieran burlarse de mí.

—¿Burlarse de ti? ¿Cómo? —preguntó Jin frunciendo el ceño.

Nam se encogió de hombros con indiferencia. Al menos ahora, esos viejos recuerdos habían dejado de molestarlo. Él había llegado a un acuerdo con él mismo hace mucho tiempo. —Porque no tengo músculos. Mi cuerpo es menudo, siempre lo ha sido. Y mi rostro es demasiado redondo y simple. Cuando me acercaba mucho a ellos los hacía sentir incómodos.

—¿Por qué? —preguntó Jin con el ceño aún más fruncido.

—No lo sé. Inseguridades, quizás. —contesta Nam encogiéndose de hombros con una suave sonrisa en el rostro.

Nam jura que podía sentir la mirada caliente y prolongada de Jin por todo su cuerpo. Mirándolo de reojo, Nam pudo confirmarlo. Jin lo miraba como si le hubiera quitado la camisa y estuviera completamente desnudo frente a él...

—Tienes un cuerpo maravilloso y un rostro hermoso.

—Te lo agradezco —dijo Nam con torpeza, y de alguna manera esos cumplidos simples y normales lo habían hecho sentir cálido por todo el cuerpo.  —¿Qué hay de ti?

—Yo no tengo un rostro tan bonito.

Lo dijo en un tono tan serio e inexpresivo que Nam se echó a reír.

—Eso no es lo que quiero decir, y lo sabes. ¿Cómo eras cuando eras adolescente?

—Ya te lo dije antes.

Nam le dirigió una mirada amenazadora. —Hablo en serio.

—Yo también, peleé, comí, bebí, tuve sexo y me bañé. Por lo general, en ese orden.

—Todavía estamos teniendo todo este problema de la intimidad, ¿cierto?— preguntó retóricamente.

Luego, adoptando su papel de consejero, pasó a algo de lo que, con suerte, le resultaría un poco más fácil hablar. —¿Por qué no me dices cómo te sentiste la primera vez que fuiste a una batalla?

—No sentí nada. —respondió Jin con sequedad.

—¿No tuviste miedo?

—¿De qué?

—¿De morir o ser mutilado?

—No.

La sinceridad de esa sola palabra lo desconcertó. —¿Cómo podrías no tener miedo? —preguntó Nam intrigado.

—No puedes temer morir cuando no tienes razón para vivir. —contestó Jin sin más, sin ninguna pretensión, dejando en claro que esa era su única verdad.

Atormentado por sus palabras, Nam se detuvo en el camino de entrada a la casa. Decidiendo que era mejor dejar una discusión tan seria como esa para otro momento, Nam dejó el auto y abrió la cajuela. Jin tomó las bolsas con sus nuevas prendas antes de seguirlo al interior de la casa.

Subieron las escaleras y Nam buscó en el cajón superior de su tocador para sacar sus jeans más cómodos. Luego, hizo espacio para la nueva ropa de Jin en su cómoda.

—Entonces —dijo Nam, agarrando las bolsas vacías y arrojándolas a la papelera de mimbre junto a su armario. —Es viernes por la noche. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Noche tranquila o te gustaría salir a conocer la ciudad?

La mirada hambrienta de Jin recorrió la longitud de su cuerpo, calentándolo instantáneamente. —Ya sabes la respuesta a eso.

—Está bien, un voto a favor de meterse a la cama y devorar al doctor, y un voto en contra para no meterse a la cama y devorar al doctor, ¿Puedo escuchar otra opción? —dijo Nam con tono sarcástico.

—¿Qué tal una noche agradable y tranquila en casa, entonces? —propuso Jin.

—Está bien —dijo Nam, dirigiéndose a su teléfono en la mesita de noche. —Déjame revisar mis mensajes de voz, luego podemos bajar a cenar.

Jin terminó de guardar su ropa mientras Nam llamaba a su servicio de contestador y hablaba con ellos.

Jin acababa de guardar el último artículo cuando escuchó una nota de alarma en la voz de Nam.

—¿Dijo lo que necesitaba? —preguntó Nam alarmado.

Jin se volvió para mirarlo. Sus ojos estaban ligeramente dilatados y tenía un agarre firme y tenso en el teléfono.

—¿Por qué le diste este número? —preguntó enojado. —Mis pacientes nunca deben recibir el número de mi casa. ¿Tiene un supervisor con el que pueda hablar?

Jin se acercó a su lado. —¿Hay algún problema? —preguntó preocupado.

Nam levantó la mano para pedirle que guardara silencio mientras escuchaba a la otra persona.

—Está bien —dijo después de una larga pausa. —Tendré que cambiar mi número de nuevo. Gracias—. Colgó el teléfono y lo dejó de nuevo en la mesa. Frunciendo el ceño con preocupación.

—¿Qué pasó? —volvió a preguntar Jin.

Nam deja escapar un suspiro irritado mientras se frota el cuello. —El servicio de contestador contrató a esta chica nueva que cometió un error y le dio el número de mi casa a uno de mis pacientes que llamó hoy.

Nam hablaba tan rápido que Jin apenas podía seguirlo y entender lo que decía.

—Bueno, en realidad no es uno de mis pacientes... —continuó Nam sin detenerse. —Nunca hubiera tomado a un hombre así como paciente, pero Luanne, la Dra. Jenkins, no es tan exigente. Y se fue de la ciudad la semana pasada, por una emergencia personal. Así que Beth y yo tuvimos que dividirnos con los pacientes que tuvieron que recibir asesoramiento mientras ella no estaba. Aún así, no quería a este tipo espeluznante, pero Beth no trabaja los viernes y él tiene que tener sus sesiones miércoles y viernes debido al programa de liberación al que pertenece.

Él lo miró con pánico en sus ojos castaños. —Yo seguía sin querer atenderlo, pero su asistente social me juró que no habría ningún problema. Dijo que el hombre no era una amenaza para nadie...

Toda la información que Nam había soltado y las palabras que había utilizado le comenzaba a provocar un fuerte dolor de cabeza a Jin pues las palabras que utilizaba no tenían sentido para él. —¿Es eso un problema?

—Sólo me da un poco de miedo —dijo Nam, con la mano temblando un poco. —Es un acosador que fue dado de alta del pabellón psiquiátrico.

—¿Acosador de un pabellón psiquiátrico? ¿Qué es eso? —preguntó Jin cada vez más confundido.

Cuando Nam se lo explicó, Jin se quedó boquiabierto. —¿Dejan que estas personas anden sueltas en tu sociedad?

—Pues sí. La idea es ayudarlos. —responde Nam.

Jin estaba horrorizado. ¿Qué clase de mundo era este en el que los hombres se negaban a proteger a sus mujeres, jóvenes y niños de tales cosas?

—De donde vengo, no permitimos que personas así se acerquen a nuestras familias. Y nos asegurabamos de que no estuvieran sueltos en las calles.

—Bienvenido al siglo XXI —dijo Nam con amargura. —Aquí, hacemos las cosas un poco diferentes.

Jin negó con la cabeza mientras pensaba en todas las cosas de este tiempo que eran tan extrañas para él. Simplemente no podía comprender a estas personas y la forma en que vivían. —Realmente no pertenezco aquí —dijo en voz baja.

—Jin... —susurró Nam acercándose a Jin.

Pero Jin se apartó cuando Nam intentó acercarse a él. —Nam, sabes que es verdad. Digamos que rompemos la maldición; ¿De qué me sirve? ¿Qué se supone que debo hacer aquí? No puedo leer tu idioma. No puedo conducir tus autos, ni trabajar. Hay tanto que no comprendo. Me siento perdido aquí.

Nam se estremeció ante la angustia latente que Jin estaba tratando con tanto empeño de ocultar. —Estás abrumado por todo esto. Pero lo tomaremos con calma. Puedo enseñarte a conducir y leer. En cuanto al trabajo... sé que hay cosas que puedes hacer.

—¿Cómo qué?

—No lo sé. Aparte de ser soldado, ¿qué más hiciste en Macedonia? —preguntó Nam.

—Yo era comandante, Nam. Todo lo que sé hacer es liderar un antiguo ejército a la batalla. Eso es todo.

Nam atrapó el rostro de Jin entre sus manos y con mirada profunda le dijo —No te atrevas a renunciar a esto. Dijiste que las batallas no te asustaban, entonces, ¿por qué te asustas de esto?

—Yo solo soy... —murmuró Jin con voz apenas audible.

Entonces sucedió algo extraño, Nam se dio cuenta de que Jin lo estaba dejando entrar. Nam podía reconocer en el rostro y la voz de Jin que este le estaba permitiendo ver un poco de esa vulnerabilidad que Nam estaba seguro el hombre no mostraba muy seguido, quizás nunca se lo había permitido. Por lo que Nam suavizando un poco su mirada y su tono de voz dijo: —Yo te ayudaré.

La duda en esos profundos ojos azules provocó que el estómago de Nam se retorciera cuando lo escuchó preguntar —¿Por qué?

—Somos amigos —dijo Nam suavemente mientras acariciaba la mejilla de Jin con el pulgar. —¿No es eso lo que le dijiste a Cupido? —añadió Nam todavía acariciando con suavidad la mejilla contraria.

—Y escuchaste su respuesta. Yo no tengo amigos. —contestó Jin con ligero tono de amargura.

—Bueno, ahora sí tienes. Al menos uno. —respondió Nam con una pequeña sonrisa tirando de sus labios.

Jin se inclinó y besó a Nam en la frente, luego lo atrajo hacia él en un fuerte abrazo. El cálido aroma a sándalo inundó la cabeza de Nam mientras a la vez escuchaba los latidos agitados de su corazón bajo su mejilla y sus enormes bíceps se flexionaban junto a su rostro. El tierno abrazo fue más profundo que un simple gesto físico momentáneo, y lo conmovió profundamente.

—Está bien, Nam, —dijo Jin en voz baja. —Lo intentaremos. Pero solo prométeme que no dejarás que te lastime.

Nam frunció el ceño confundido.

—Lo digo en serio. Una vez que esté encadenado, no me sueltes por ningún motivo. Júralo.

—Pero... —Nam intentó intervenir pero Jin no se lo permitió.

—Júralo. —insistió Jin severamente.

—Está bien. Si no puedes controlarte, no te soltaré. Pero quiero que tú también me hagas una promesa.

Jin se apartó un poco del abrazo y lo miró con escepticismo, pero dejó sus brazos alrededor de la cintura de Nam. —¿Cuál?

Nam apoyó las manos contra los fuertes bíceps contrarios. Y sintió suaves escalofríos en el instante en que sus palmas hicieron contacto con la piel de Jin. Este último bajó la mirada a sus manos con una de las expresiones más tiernas que Nam hubiera visto.

—Prométeme que no renunciarás a ser libre —pidió Nam. —Quiero que intentes vencer esta maldición.

Él le dio una extraña media sonrisa antes de decir. —Muy bien. Lo intentaré.

—Y lo lograrás. —aseguró Nam.

Jin solo sonrió un poco más antes de soltar. —Tienes el optimismo de un niño.

Nam le devolvió la sonrisa. —Peter Pan hasta el final.

—¿Peter qué? —preguntó Jin confundido.

De mala gana, Nam retiró sus manos de esos fuertes brazos. Tomando su mano, lo condujo hacia la puerta del dormitorio. —Ven conmigo, mi esclavo amoroso macedonio, te contaré de Peter Pan y sus niños perdidos.





—Entonces, ¿este chico nunca creció?— Jin preguntó más tarde mientras preparaban la cena.

Nam estaba sorprendido de que Jin no se hubiera quejado cuando Nam había sugerido que hicieran una ensalada. A Jin parecía gustarle usar cuchillos en la comida o quizás simplemente disfrutaba usar cuchillos en general.

No dispuesto a investigar a profundidad esa pequeña peculiaridad, Nam se concentró en preparar su salsa para espaguetis. —No. regresó a la isla con Tinker Bell.

—Interesante.

Nam sumergió una cuchara en la salsa. Ahuecando su mano debajo de ella, sopló sobre la parte superior y luego se la pasó a Jin. —Dime que piensas.

Jin se inclinó y abrió la boca.

Nam se lo dio de comer y observó cómo lo saboreaba. —Está deliciosa.

—¿No está muy salada?

—Es perfecta.

Nam sonrió.

—Toma —dijo Jin, sosteniendo un trozo de queso para que Nam lo comiera.

Nam abrió la boca para comer, pero Jin no le dio el queso. Si no que aprovechó que Nam había abierto su boca para besarlo hasta dejarlo sin aliento.

Dios mío, deberían de ser capaces de preservar una lengua que pueda moverse como la suya. Tal tesoro nunca debe perderse.

Y esos labios...

Mmm, no quería pensar en esos deliciosos labios y de lo que eran capaces.

Jin extendió los dedos contra la parte baja de su espalda y lo presionó contra sus caderas donde algo sobresalía en sus jeans. Maldición, el hombre estaba fuertemente dotado, y Nam temblaba ante la idea de tener todos sus poderes sexuales desatados sobre él.

¿Sería acaso capaz de sobrevivir?

Nam sintió que su cuerpo se tensaba cuando su respiración cambió. El beso se estaba volviendo cada vez más intenso y él estaba empezando a temer seriamente que si no lo detenía ahora, ninguno de los dos sería capaz de alejarse.

Por mucho que odiara dejar su cálido abrazo, Nam dio un paso atrás.

—Jin... compórtate. —dijo con voz entrecortada.

La respiración de Jin era irregular, Nam nota cómo Jin batalla consigo mismo para apartarse, a la vez que recorría su cuerpo con una mirada hambrienta. —Sería mucho más fácil comportarse si no te vieras tan malditamente bien.

Sus palabras lo sorprendieron tanto que se rió de ellas.

—Lo siento —dijo Nam al ver la mirada irritada en el rostro de Jin. —Tienes que recordar que, a diferencia de ti, no estoy acostumbrado a que la gente me diga cosas así. El mayor cumplido que he recibido de parte de un chico fue de Rick. Y fue cuando vino a recogerme para el baile de graduación, él me miró y dijo: "Maldita sea, te arreglaste mejor de lo que pensé que lo harías".

Jin frunció el ceño. —Me preocupan los hombres de tu tiempo, Nam. Todos parecen ser unos completos idiotas.

Riendo de nuevo, Nam lo besó suavemente en la mejilla y luego fue a sacar la pasta de la estufa antes de que esta se cocinara demasiado.

Mientras echaba los fideos en el colador, recordó el pan.

—¿Puedes revisar el pan?

Jin se movió hacia el horno y se inclinó, regalándole a Nam una magnífica vista de su bien formado trasero. Nam se mordió el labio inferior mientras se obligaba a no acercarse y pasar la mano por ese firme trasero.

—Están a punto de quemarse.

—¡Oh, mierda! ¿Puedes sacarlos? —preguntó Nam, tratando de no derramar el agua hirviendo que había quedado de la pasta.

—Seguro —Jin agarró el paño de cocina del mostrador y comenzó a sacarlos. De repente, él gritó una palabrota que llamó su atención.

Al girarse, Nam vio que la tela se había incendiado.

—¡Aquí! —dijo Nam, apartándose del camino. —Déjalo caer en el fregadero.

Él lo hizo, pero no antes de que parte de la prenda incendiada le diera en la mano a Nam.

Nam siseó de dolor.

—¿Te quemé?—preguntó Jin alarmado.

—Un poco —responde Nam.

Jin hizo una mueca cuando tomó la mano de Nam entre las suyas y examinó la quemadura. —Lo siento —dijo un instante antes de colocar la punta del dedo de Nam en su boca.

Aturdido, Nam no podía moverse mientras Jin pasaba la lengua por la piel sensible de su dedo. A pesar de la sensación de ardor, se sentía bien. Demasiado bien.

—No estás ayudando a mi quemadura —susurró Nam.

Con el dedo de Nam todavía en su boca, Jin sonrió maliciosamente, luego se estiró hacia atrás para abrir el agua fría del fregadero. Jin hizo girar su lengua una última vez alrededor de su dedo antes de abrir la boca y mover su mano bajo el chorro fresco.

Mientras Jin sostenía su dedo allí bajo el chorro de agua fría con una mano, con la otra mano alcanzó la planta que se encuentra en el alféizar de la ventana y rompió un pedazo de su mata de aloe.

—¿Cómo sabes sobre el aloe? —Nam preguntó.

—Sus poderes curativos se conocían incluso antes de que yo naciera —respondió Jin.

Escalofríos le subieron por la columna y se acumularon en su estómago cuando Jin frotó el gel pegajoso sobre su dedo. —¿Mejor?

Nam asintió.

La mirada cálida de Jin se posó sobre Nam y lo miró con anhelo sus labios como si ya pudiera saborearlos. —Creo que te dejaré manejar el horno de ahora en adelante —dijo Jin.

—Probablemente sea lo mejor.

Dijo Nam pasando junto a él para sacar el pan antes de que este estuviera demasiado tostado para comer. Nam les preparó platos y luego llevó a Jin a la sala de estar para comer en el suelo junto al sofá mientras veían The Matrix.

—Me encanta esta película —dijo Nam al comenzar a comer.

Jin dejó su plato en la mesa de café y luego se sentó junto a Nam. —¿Siempre comes en el suelo?— preguntó, antes de colocar un trozo de pan en su boca.

Fascinado por la armonía del movimiento de su cuerpo, Nam observó la forma en que la mandíbula de Jin se flexionaba mientras este masticaba.

¿Había alguna parte de su cuerpo que no fuera deliciosamente hermosa? Estaba empezando a comprender por qué sus otros invocadores lo habían tratado de la forma en que lo habían hecho.

La idea de mantenerlo encerrado en una habitación durante un mes comenzaba a atraerlo seriamente.

Y ahora tenían esas esposas...

—Bueno —dijo Nam, obligando a sus pensamientos a alejarse de cómo se vería toda esa gloriosa piel pálida si él estuviera realmente tendido desnudo sobre su cama. —Tengo la mesa del comedor, pero como soy solo yo la mayoría de las noches, suelo preparar una taza de sopa y sentarme a comer en el sofá.

Jin hizo girar el tenedor con destreza en el cuenco de la cuchara hasta que los fideos se enroscaron en las puntas.  —Necesitas a alguien que te cuide —dijo Jin antes de engullir el contenido de su tenedor.

Nam se encogió de hombros. —Me tengo a mí mismo para eso.

—No es lo mismo.

Nam frunció el ceño. Había una nota de fondo en su voz que le decía que no se estaba burlando de él por ser un hombre solo. Hablaba desde su corazón y su experiencia.

—Supongo que todos necesitamos a alguien que nos cuide, ¿no? —Nam susurró.

Jin volvió a mirar hacia la televisión, pero no antes de que Nam captara el destello de anhelo en sus ojos.

Nam lo observó ver la película durante varios minutos. Incluso cuando estaba distraído, tenía los modales en la mesa más impecables que jamás había visto.

Nam tenía salsa de espagueti volando por todas partes mientras que él nunca salpicó una sola gota. —Muéstrame cómo haces eso —pidió Nam.

Él lo miró curiosamente. —¿Hacer qué?

—Todo eso de la cuchara que estás haciendo. Me está volviendo loco. Nunca puedo hacer que mis fideos se peguen a los dientes de mi tenedor. Se desploman y hacen un gran desastre. —menciona Nam.

—Bueno, no podemos tener fideos gigantes dando vueltas haciendo un desastre, ¿verdad? —pregunta Jin con una sonrisa de lado.

Nam se rió de sus palabras, sabiendo que no estaba hablando de los espaguetis. —De todos modos, ¿cómo lo haces?

Jin bebió un trago de vino y luego lo dejó a un lado. —Toma, será más fácil para mí enseñarte si tomas un poco. —Dijo y se ubicó entre Nam y el sofá.

—Jin... —dijo Nam a modo de advertencia.

—Solo voy a mostrarte lo que quieres saber...

—Um-hum —dijo Nam con voz dudosa.

Aun así, Nam no podía evitar sentir la presencia de Jin hasta más profundo. El calor de su amplio pecho invadió su espalda mientras Jin lo rodeaba con sus maravillosos brazos.

Tenía las piernas dobladas a cada lado de él. Y cuando Jin se inclinó hacia adelante, Nam sintió su erección contra la parte posterior de su cadera. Por primera vez no lo sorprendió.

Por extraño que parezca, se estaba acostumbrando a ello.

Mientras su cuerpo ágil y tonificado se movía a su alrededor, sintió su poder, su fuerza. Y lo dejó sin aliento e inseguro.

Sentimientos desconocidos lo invadieron con una intensidad que nunca antes había conocido. ¿Qué tenía Jin que lo hacía sentir tan seguro y feliz?

Si esta era la maldición, entonces debería cambiarle el nombre, porque no había nada malévolo en las sensaciones que le provocaba.

—Está bien —susurró Jin en su oído, enviando más ondas de calor a través de su cuerpo. Jin tomó sus manos entre las suyas y, juntos sostuvieron los cubiertos.

Jin cerró los ojos mientras inhalaba el dulce y agradable aroma floral de su cabello. Nam necesitó cada gramo de su fuerza de voluntad para concentrarse en la tarea de sostener los cubiertos y no en lo mucho que deseaba al hombre que está detrás de él.

Los dedos de Nam se deslizaron provocativamente sobre los de él, aumentando el contacto con su cálida y suave piel. Un nuevo tipo de desesperación se apoderó de él. Una que no podía nombrar. Sabía lo que quería de él, y no era sólo su cuerpo.

Pero no se atrevía a tener esos pensamientos.

No se atrevía a tener esperanza.

Nam estaba más allá de su alcance. Lo sabía en su corazón y en su alma. Y todo el anhelo del mundo nunca cambiaría el hecho básico de que él no era digno de una persona como él.

Nunca había sido digno...

Abriendo los ojos, Jin le mostró cómo usar la cuchara como tazón para el tenedor y así juntar los fideos.

—Mira —susurró, acercando el tenedor a sus labios. —Es sencillo.

Nam abrió la boca y él colocó suavemente los fideos sobre su lengua.

Mientras deslizaban lentamente el tenedor hacia afuera, entre sus labios, Jin sentía como si lo hubieran extendido sobre una mesa de tortura.

Su corazón latía con un ritmo salvaje y frenético cuando su sentido común le decía que se alejara de él. Pero no pudo hacerlo. Había estado tanto tiempo sin un compañero. Tanto tiempo sin un amigo...

Simplemente no podía dejarlo ir en este momento. Él no sabía cómo.

Entonces, continuó alimentándolo.

Nam se recostó en el refugio de sus brazos. Dejó caer sus manos de las de él y simplemente dejó que Jin tomara el control. Mientras tragaba el siguiente bocado, cogió el pan y le dio un trozo a Jin. El le mordisqueó los dedos con los dientes cuando Nam se lo metió en la boca.

Sonriendo, Nam pasó la mano por la línea de su mandíbula mientras masticaba. Oh, la forma en que ese músculo se flexionaba bajo su mano. Le encantaba la forma en que su cuerpo se movía, la forma en que sus músculos temblaban ligeramente con cada actividad sin importar cuán grande o pequeña esta fuera.

Nunca se cansaría de mirar a este hombre.

Mientras tomaba un trago de vino, Jin le dio un mordisco a sus espaguetis.

—Oye, eso es mío. —se quejó Nam en broma.

Sus ojos azul profundo brillaron mientras sonreía y robaba otro bocado.

Mientras Nam masticaba, le ofreció un trago de su vino.

Desafortunadamente, Nam calculó mal la distancia y se retiró demasiado pronto, derramando un poco de vino por la barbilla y la parte delantera de la camisa de Jin. —¡Lo lamento! —exclamó Nam, limpiando su barbilla con sus dedos. — Dios, soy un desastre.

A Jin no pareció importarle. Tomando la mano de Nam entre las suyas, chupó el vino de sus dedos.

Nam gimió bajo en su garganta. El placer recorrió su cuerpo cuando la lengua de Jin se deslizó por sus dedos y sus dientes le mordisquearon suavemente la piel. Uno por uno, lentamente Jin limpió todos sus dedos. Y cuando terminó, levantó su barbilla y capturó sus labios entre los suyos.

Pero este no era el beso ferozmente y exigente al que Jin lo estaba acostumbrando.

El que usa para seducirlo y devorarlo.

Este beso es gentil y tranquilo. Sus labios se sienten ligeros como una pluma, una suave caricia.

Él se echó hacia atrás después de unos segundos. —¿Todavía hambriento? —preguntó en un susurro.

—Sí —respondió Nam, sin hablar realmente de la comida, sino más bien del dolor que sentía en su cuerpo por él.

Jin tomó otro bocado de espagueti.

Y la próxima vez que Nam trató de saciar su sed, cubrió su mano con la suya mientras sus ojos lo provocaban.

Se quedaron así, alimentándose el uno al otro con delicadeza y simplemente disfrutando de la compañía del otro, hasta el final de la película, cuando Jin se interesó repentinamente en las escenas finales de lucha.

—Tus armas son fascinantes —dijo mientras las observaba.

—Supongo que un general pensaría eso...

Él lo miró y luego volvió a mirar la película. —¿Qué es lo que más te gusta de este juego?

—Las alegorías.

El asintió. —Veo mucho de Platón en él.

—¿Conoces a Platón?— preguntó Nam sorprendido.

—Lo estudié cuando era joven.

—¿De verdad?

Jin parecía un poco divertido con el recuerdo. —Se las arreglaron para enseñarnos algunas cosas mientras nos golpeaban.

—Estás siendo sarcástico.

—Un poco.

Después de que terminó la película, Jin le ayudó a limpiar.

Mientras cargaba el lavavajillas, sonó el teléfono. —Vuelvo en un segundo —dijo Nam, corriendo a la sala de estar para contestar el teléfono.

—Nam, ¿eres tú?

Nam se quedó helado al oír la voz de Rodney Carmichael del otro lado de la línea. —Hola, señor Carmichael —dijo con frialdad.

En ese momento, podría haber matado a Luanne por salir de la ciudad. Solo había tenido una sesión con Rodney el miércoles pasado, pero había sido suficiente para que quisiera contratar a un investigador para encontrar a Luanne y regresarla a casa lo antes posible.

La voz del hombre le provocó escalofríos.

—¿Dónde estuviste hoy, Nam? No estás enfermo, ¿verdad? Podría llevarte algo la próxima vez que...

—¿Lisa no reprogramó su cita? —preguntó Nam.

—Si lo hizo, pero estaba pensando que quizás podríamos tener la sesión en algún otro lugar, más privado...

—Mire, señor Carmichael, no veo pacientes en mi casa, ni atiendo este tipo de llamadas tampoco. Lo veré a la hora de su cita en el consultorio. ¿De acuerdo? —dijo Nam intentando conservar la calma.

La comunicación se cortó repentinamente.

—¿Nam? —Nam saltó y gritó ante la voz de Jin detrás de él.

Él lo miró con una mirada curiosa que habría sido divertida si Nam no se encontrara aterrorizado.

—¿Estás bien? —preguntó Jin, preocupado.

—Sí, lo siento —dijo Nam y colgó el teléfono. —Fue solo ese paciente del que te hablé. Rodney Carmichael. Se me hace extraño.

—¿Extraño? ¿Por qué?

—Me pone nervioso —confiesa Nam.

Por primera vez, estaba más que agradecido por la presencia de Jin en la casa. De lo contrario, tendría que abusar de la hospitalidad de Hoseok y Yoongi por el resto del fin de semana.

—Vamos —dijo Nam, apagando la luz de la cocina. —¿Por qué no subimos y puedo empezar a enseñarte a leer en Hangul y Español?

Jin sacudió la cabeza. —No te rindes, ¿verdad?

—No.

—Está bien —dijo él, colocándose detrás de Nam. —Dejaré que me enseñes, pero solo si te pones tu lencería roja...

—No, no, no —Nam dijo, deteniéndose a mitad de las escaleras y girando un poco para mirarlo. —No lo creo.

Jin levantó una mano y le apartó el cabello del rostro. —¿No sabes que necesito una musa que me inspire a aprender? Y qué mejor musa que tú en...

Nam detuvo sus palabras colocando sus dedos sobre sus labios. —Si me pongo eso, dudo seriamente que aprendas algo que no sepas ya.

Jin mordió suavemente los dedos que cubrían su boca. —Prometo portarme bien.

Sabiendo muy bien que era una mala idea, Nam dejó que él lo convenciera.

—Será mejor que te comportes —dijo por encima del hombro mientras continuaba subiendo las escaleras hacia su dormitorio.

Nam entró en su gran vestidor que su padre había convertido en una pequeña biblioteca años atrás y rebuscó entre las estanterías hasta que encontró su copia antigua de Peter Pan.

Jin rebuscó en su tocador hasta que encontró ese horrible atuendo.

Intercambiaron artículos en el centro de la habitación. Nam corrió al baño y se cambió de ropa, pero tan pronto como se vio con el camisón rojo de ceda encima, se quedó helado. Si Jin lo viera en esto, saldría corriendo y gritando de la habitación.

Incapaz de soportar la humillación que le provoca ver su cuerpo en esa prenda, se quitó el camisón y se puso su modesta camisa de pijama, luego se envolvió en su gruesa bata de felpa antes de regresar a su habitación.

En cuanto lo ve salir, Jin levanta la cabeza en su dirección y pregunta —¿Por qué llevas eso puesto?

—Mira, no soy idiota. No tengo el tipo de cuerpo que hace babear a las personas... —dice Nam a la defensiva, todavía avergonzado.

—¿A qué te refieres con eso? —pregunta Jin genuinamente confundido.

Nam frunció el ceño ante la clara confusión en el rostro de Jin, intentando deducir si la confusión se debía a la diferencia de sus líneas de tiempo y orígenes.

—¿Por qué estás tan seguro de que no lo hacen?

—Porque nunca lo hacen. ¿De acuerdo? Las personas no babean por mí como lo hacen por ti. Tengo suerte si se dan cuenta de que existo...

—Nam —dijo Jin, moviéndose fuera de la cama. —Ven aquí —ordenó deteniéndose en un extremo de la cama.

Nam obedeció. Y Jin lo colocó directamente frente al espejo de cuerpo completo. —¿Dime qué ves? —preguntó en un susurro suave, ubicándose detrás de él.

—Tú.

Jin sonrió a su reflejo e inclinándose, apoyó la barbilla sobre el hombro de Nam. —¿Qué ves cuando te miras a ti? —volvió a preguntar en otro susurro.

—Alguien que necesita perder quince o veinte libras más o menos, y mejorar urgentemente su rutina de skincare, quizás un nuevo corte de cabello, no lo sé...

Nam se interrumpió a sí mismo cuando observó el gesto en el rostro de Jin. Se encontraba serio. No parecía divertido en absoluto. Sin decir nada, Jin llevó sus manos alrededor de su cintura, en donde se amarraba su bata de dormir.

—Déjame decirte lo que yo veo... —Casi ronroneó en su oído mientras ponía sus manos sobre el cinturón sin abrirlo, simplemente jugando con este, con la misma facilidad y tranquilidad con la que jugaba con la cordura de Nam. —Veo un cabello hermoso tan oscuro como la noche... Suave y sedoso. Tienes el tipo de cabello que uno disfruta acariciar. Cabello en el que uno quiere enterrar el rostro para poder sentir tu aroma.

Nam se estremeció con cada una de sus palabras.

—Tienes un rostro bonito, con hoyuelos adorables en cada mejilla, labios carnosos y sensuales que piden a gritos ser besados. En cuanto a tu piel, es terriblemente seductora y tersa. Esas supuestas libras de más que dices tener añaden un encanto a tu cuerpo que lo vuelve absolutamente irresistible.

No sonaba tan mal cuando Jin lo decía de esa manera.

Le abrió la bata e hizo una mueca al ver su camisa de pijama.

Y abrió más la bata.

—¿Qué tenemos aquí? —susurró Jin, devorándolo con sus ojos.

Antes de que Nam pudiera pensar en protestar, Jin le quitó la bata de los hombros y la dejó caer a sus pies. Volvió a apoyar la barbilla en su hombro mientras su mirada capturaba la de Nam en el espejo.

Y entonces levantó el dobladillo de su camisa de pijama.

—Jin —dijo Nam, tomando la mano contraria.

Cuando sus miradas se encontraron en el espejo. Nam se congeló, incapaz de moverse mientras su mirada caliente lo cautivaba.

—Quiero verte, Nam —dijo Jin en un tono de voz que le hizo saber a Nam que no sería capaz de negarse.

Antes de que Nam pudiera ordenar sus pensamientos, Jin le quitó la camisa por completo y luego le pasó la mano por la piel desnuda de su estómago.

—Tu cuerpo no necesita perder peso en ningún sector —susurró Jin, enderezándose para elevarse sobre él. —Tu cintura es del tamaño perfecto para mis manos. —Y como si quisiera probar su punto, se enderezó y tomó su cintura con ambas manos, acariciando la piel con suavidad.

—Jin —Nam gimió a medias, su cuerpo en llamas. —Recuerda tu promesa...

—Me estoy portando bien —respondió Jin con la voz ronca.

Nam inclinó la cabeza hacia atrás contra sus duros pectorales y lo miró sin aliento en el espejo mientras él le soltaba la cintura y le pasaba las manos por las costillas, y luego bajaba hacia sus caderas, hasta llegar por debajo de la cinturilla de su ropa interior.

—Tienes un cuerpo hermoso, Nam —dijo mientras pasaba la mano por el bulto que ya se formaba en sus caderas.

Por primera vez en su vida, Nam realmente lo creyó. Le acarició el cuello mientras su mano jugaba con los mechones cortos y oscuros de su cabello.

—Jin —volvió a advertir en un gemido, sabiendo que si no lo detenía ahora, no podría detenerlo más tarde.

—Shhh —susurró él en su oído. —Te tengo.

Y luego adentró su mano en su ropa interior y acarició la creciente erección de Nam con infinita suavidad.

Nam gimió cuando el calor lo atravesó. Jin capturó sus labios con los suyos y lo besó profunda y completamente. Instintivamente, Nam se giró en sus brazos para saborearlo mejor.

Entonces Jin lo levantó, sin dejar nunca sus labios mientras lo llevaba a la cama.

De alguna manera, incluso logró recostarlo y unirse a él en el colchón, mientras mantenía el beso.

El hombre era increíblemente talentoso.

Y, oh, su cuerpo estaba caliente. En llamas por su toque. Su olor perversamente erótico. Con la sensación de su cuerpo recostado contra el de él. Nam tembló por todas partes cuando Jin separó sus muslos con las rodillas y colocó su cuerpo todavía completamente vestido contra el de él.

Su peso era maravilloso. Su cuerpo duro y viril mientras apretaba sus delgadas caderas contra las de él. Incluso a través de sus pantalones, podía sentir su erección presionando contra el centro de su cuerpo. Como magnetizadas, sus caderas se elevaron para encontrarse con las de él.

—Eso es, Nam... —susurró él contra sus labios mientras continuaba apretando su ingle hinchada contra él de una manera magistral que le aseguraba que ya estaría llegando al clímax si él estuviera dentro de él. —Siente cómo te toco. Siente mi deseo por ti y solo por ti. No luches contra eso.

Nam gimió de nuevo cuando Jin soltó sus labios y dejó un rastro de besos calientes y abrasadores por su garganta, pasando por sus clavículas las cual mordió, hasta llegar a sus pectorales, que succiona suavemente.

A ese punto Nam ya deliraba de placer, por lo que enterró sus manos en los suaves mechones de cabellos contrarios.

Jin atormentó su pecho con la lengua y fue implacable en su gusto por él.

Todo el cuerpo de Jin tembló por la cantidad de fuerza que estaba usando para mantener su ropa sobre su cuerpo. Deseaba tanto estar dentro de Nam que poco a poco el deseo estaba destrozando su cordura.

Con cada empuje de sus caderas contra las de Namjoon, quería gritar desde la agonía que le provocaba la lujuria no consumida. Era la tortura más agridulce que jamás hubiera experimentado.

Fue mucho peor cuando sintió cómo las manos de Nam comenzaron a vagar por su espalda antes de que este las deslizara hasta los bolsillos traseros de su pantalón para apretar su trasero con fuerza.

—Demonios... —murmuró Jin estremeciéndose a la vez que acelera sus caricias y roces de cadera.

La cabeza de Jin dio vueltas. Tenía que estar dentro de él. Y si no podía hacerlo de una manera, entonces por todos los templos de Atenas, lo conseguiría de otra.

Apartándose de Nam, se movió más abajo, arrastrando sus labios sobre su vientre hasta posicionarse sobre su cadera. Sin despegar su mirada de él, le quitó la ropa interior.

El cuerpo entero de Nam tembló por la intensidad que ambos compartían —Por favor... —murmuró, incapaz de contenerse más.

Entonces Jin empujó sus piernas más separadas y abiertas para él. Y Nam obedeció. Jin colocó sus manos debajo de él, y luego levantó sus caderas para dejar que sus piernas cayeran sobre sus hombros.

Los ojos de Nam se abrieron como platos en el instante en que Jin lo tomó en su boca.

Enterrando las manos en el suave cabello, Nam echó la cabeza hacia atrás y siseó de placer mientras su lengua palpitante lo acariciaba íntimamente. Nunca había sentido algo así. Una y otra vez, adentro y afuera, profundizó, lamió y atormentó, dejándolo sin aliento. Nam se sentía cada vez más débil.

Jin cerró los ojos y gruñó por lo bajo cuando lo probó por primera vez. Y se deleitó con ello. El sonido de su placer murmurado resonó en sus oídos. Podía sentir su cuerpo responder a cada cuidadosa y sensual lamida que le entregaba. De hecho, sentía el temblor de sus muslos y nalgas contra sus mejillas y hombros, y esto solo lo calentaba más, provocando que aumentara el ritmo de los movimientos que realizaba su lengua en el interior de Nam.

Nam se retorció sensualmente en respuesta a él.

Con la respiración entrecortada, Jin quería mostrarle exactamente lo que se había estado perdiendo. Cuando saliera de esta habitación esta noche, nunca más se estremecería ante su toque. Al menos no por otra razón que no fuera puro deseo.

Nam gimió cuando Jin movió la mano ligeramente del lugar en donde agarraba con fuerza uno de sus muslos y acercándola a su entrada, hundió el pulgar dentro de él mientras continuaba estimulándolo con su lengua.

—¡Jin! —gritó Nam cuando su cuerpo involuntariamente se estremeció sin control.

Jin movió el pulgar y la lengua aún más rápido, más profundo. Arremolinándose, ahondando y acariciando. La cabeza de Nam le daba vueltas al sentir cómo sus afilados pómulos rozaban suavemente entre sus muslos, frotándose entre sus piernas.

Y justo cuando pensaba que no podía soportarlo más, su liberación llegó tan ferozmente que Namjoon echó la cabeza hacia atrás y gritó por las profundas olas de placer que lo invadieron.

Y aun así Jin continuó acariciándolo impulsando su placer hasta que Nam llegó al clímax de nuevo. Cuando lo hizo llegar por tercera vez, Nam pensó que podría morir en ese instante y lo haría feliz.

Se sentía débil y, más que agotado, movió la cabeza de un lado a otro contra la almohada mientras él continuaba con su ritmo implacable. —Por favor, Jin, por favor... —suplicó mientras su cuerpo continuaba temblando por su toque. —Ya no puedo más...

Solo entonces él se retiró.

Su respiración era irregular, su cuerpo latía desde la parte superior de su cabeza hasta la punta de los dedos de los pies. Nunca en su vida había conocido un placer tan intenso.

Él besó un camino lento hacia arriba de su cuerpo, antes de enterrar sus labios en su garganta.

—Dime la verdad, Nam —le susurró al oído. —¿Alguna vez has sentido algo como esto antes?

—No —respondió Nam con honestidad, dudando de que pocas personas, si es que alguna lo había hecho, hubieran experimentado alguna vez algo como lo que él acababa de hacerle. —No tenía ni idea de que pudiera ser así...

Con ojos hambrientos, Jin lo miró fijamente, como si todavía quisiera devorarlo. Como si no hubiera tenido suficiente...

Nam sintió su erección contra su cadera y se dio cuenta de que él no se había liberado.

Su corazón latía con fuerza ante tal descubrimiento, quería ayudarlo a experimentar lo que él le había hecho sentir. O al menos algo similar.

Por lo que inclinándose, hizo el intento por desabrocharle los pantalones. Pero él tomó su mano y le impidió cumplir su objetivo. Y, en cambio, llevó su mano a sus labios donde besó su palma dulcemente. —Lo aprecio, pero no te molestes...

—Jin —dijo él en tono de reproche. —Sé cuán doloroso puede llegar a ser si no...

—No puedo —insistió él, interrumpiéndolo.

Nam frunció el entrecejo. —¿No puedes qué?

—No puedo tener un orgasmo.

La mandíbula de Nam cayó ante sus palabras. No podía hablar en serio. Sin embargo, sus ojos eran mortalmente sinceros.

—Es parte de la maldición —dijo Jin. —Puedo darte placer, pero si me tocas ahora mismo, solo harás que me duela más.

Dolorido por él, Nam alargó la mano y la colocó contra la mejilla de Jin.

—Si esto es doloroso para ti, por qué lo hiciste... —preguntó Nam consternado.

—Porque quería hacerlo.

Nam no lo creía. Ni por un minuto. Nam dejó caer su mano lejos de él y miró hacia otro lado. —Tuviste que hacerlo, quieres decir. Es parte de la maldición también, ¿no es así?

Jin lo tomó por la barbilla con la mano y lo obligó a mirarlo. —No. Estoy luchando contra la maldición, de lo contrario estaría dentro de ti ahora mismo.

—No entiendo.

—Yo tampoco —dijo él, su mirada buscando la de él como si Nam tuviera la respuesta.

—Solo recuéstate conmigo —susurró. —Por favor.

Nam hizo una mueca ante el dolor que escuchó detrás de esa simple petición.

Su pobre Jin. ¿Qué le habían hecho? ¿Cómo podría alguien hacerle algo así a alguien como él?

Después de limpiarlos a ambos y de que Nam se volviera a poner su pijama. Jin tomó el libro de la mesa de noche y se lo puso en las manos. —Léeme.

Nam abrió el libro mientras Jin apilaba las almohadas contra la cabecera.

Él se recostó y luego lo apoyó contra su costado. Y sin decir más, los cubrió con una manta y acunó a Nam tiernamente en sus brazos.

El olor a sándalo llenó su cabeza cuando comenzó a leer sobre Wendy y Peter Pan. Permanecieron así durante más de una hora.

—Me encanta el sonido de tu voz. La forma en que hablas —dijo Jin mientras Nam hacía una pausa para pasar a otra página.

Nam sonrió. —Tengo que decir lo mismo de ti. Tienes el acento más sexy que he escuchado.

Jin tomó el libro de sus manos y lo colocó de nuevo en la mesita de noche. Nam lo miró. Un deseo fundido llenó sus ojos mientras miraba fijamente su rostro con un hambre que le robó el aliento.

Luego, para su asombro, Jin lo besó suavemente en la punta de la nariz.

Luego se alejó y agarró el control remoto, atenuó las luces a su configuración más baja. Nam no sabía qué decir con la forma en la que él ya se desenvuelve con tanta naturalidad alrededor de él. Cuando regresó a la cama él se acurrucó contra su espalda y lo abrazó.

Le apartó el pelo de la cara y apoyó la cabeza sobre la de él. —Me encanta como hueles —susurró, apretando sus brazos alrededor de él.

—Gracias —susurró Nam.

Nam se acurrucó aún más cerca de su calor, pero sus vaqueros rozaron sus piernas desnudas. —¿Estás cómodo con esa ropa? ¿No prefieres cambiarte o quitártela?

—No —dijo Jin en voz baja. —De esta manera me aseguro que mi cuchara se mantendrá alejada de tu...

—¡No lo digas! —dijo Nam a la vez que soltaba una risotada. —Sin ofender, tu hermano es un idiota.

—Sabía que me gustabas por una razón.

Nam tomó el control remoto de su mano, y en un intento por ocultar su sonrisa y sonrojo dijo —Buenas noches, Jin.

—Buenas noches, lindo. —respondió Jin abrazándolo con más fuerza.

Nam apagó la luz.

Instantáneamente, sintió que Jin se tensaba a su alrededor, escuchó también como su respiración se transformaba de una relajada a una agitada. Él se apartó de él.

—¿Jin? —Nam preguntó un tanto alarmado pero él no le respondió.

Preocupado, Nam volvió a encender las luces para verlo, y se apoyó en sus brazos para sostener la parte superior de su cuerpo y así poder verlo mejor. Jin se encontraba todavía a su lado pero se había alejado de él y su frente se encontraba cubierta de una capa fina de sudor, sus ojos estaban aterrorizados, y su pecho subía y bajaba mientras él luchaba por respirar.

—¿Jin? —volvió a preguntar Nam cada vez más preocupado.

Entonces Jin se levantó de la cama y miró alrededor de la habitación como si hubiera despertado de una pesadilla aterradora. Observó cómo levantaba una mano y la colocaba contra la pared por encima de la cabecera como para asegurarse de que era real y no una alucinación.

Lamiéndose los labios, Jin se pasó la mano por el pecho y tragó saliva con fuerza todavía atrapado en esa pesadilla en la que parecía haber caído de repente.

Fue entonces, que Nam lo entendió todo.

Era la oscuridad. Por eso él solo había bajado un poco las luces.

—Lo siento mucho, Jin. No creí que...

Él no respondió, no emitió ningún sonido en realidad.

Nam lo atrajo hacia sus brazos, de nuevo a la cama, sorprendido por la forma en que un hombre tan fuerte como él se aferraba a él como si temiera soltarlo. Jin apoyó la cabeza contra su pecho.

Apretando los dientes, Nam sintió lágrimas llenarle los ojos. Y en ese momento, supo que nunca podría dejarlo volver a ese libro.

Nunca.

De alguna manera, vencerían esta maldición. Y cuando todo terminara, esperaba que Jin se vengara de los responsables de hacerlo pasar por este infierno.



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⛓️ 🩵 ⛓️

© 2024 JinNam Adapt/Ver.

Me encantan estos dos... 😔💕

Hasta la próxima semana. Tengan un lindo finde <333

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