Capítulo 1: Volverte a ver

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Había sido un día ajetreado en la Ciudad Zaban, el consultorio había estado repleto de pacientes con diferentes inconvenientes en cuanto a salud se refiere. Tuvo que tratar también a un pequeño niño y que por poco perdía el dedo por una engrampadora. Suspiró profundamente, ¿Cómo le hacían estos mocosos para acabar enredados en tantos líos?, Bueno, no tenía caso preocuparse por ello ya, al principio el infante había estado tenso. Pero por su puesto, no era nada que el buen doctor Leorio Paladiknigth no podría resolver. Dejó que su cuerpo se rindiera en el cómodo respaldo de su silla giratoria de terciopelo negro, entrecerrando los ojos, soltó aire ligero de sus pulmones, satisfecho por el día de hoy.

Dirigió sus orbes chocolate hacia el reloj de la pared del frente, las manecillas del reloj a un ritmo flemático.

Las 6:30 pm.

Bajó su mirada hacia el pequeño almanaque en forma de estrella.

3 de Marzo.

Realmente, no se había detenido a observar ese momento, de lo importante de la fecha. ¡Maldición, era su cumpleaños!, si que lo olvidó. Se encorvó de forma abrupta, observando reiteradas veces la fecha de su calendario.

¡Oh mierda!.

Instantáneamente sacó su teléfono, al abrirlo, se vio bombardeado de mensajes de correo, voz y llamadas perdidas que giraban en torno a él y su día. Sus ex compañeros de la escuela de medicina, los amigos que hizo durante el examen de cazador. Todos y cada uno de ellos llamaron para desearle un feliz cumpleaños, había estado más que feliz, estaba realmente emocionado por ello; por su puesto, no podían faltar esos dos mocosos de cabello negro verdoso y blanco.

¡LEORIOOO...! —Gritó Gon a todo pulmón al otro lado de la línea, Leorio literalmente tuvo que alejar el teléfono a una gran distancia o le reventaría el tímpano — ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

—Demonios Gon, casi me destruyes el tímpano —replicó pero aún así, río junto al chico— gracias ja ja ja

Hey viejo, feliz cumpleaños. Ya estás próximo a caducar —contuvo una risa, una vena en la frente de Leorio, apareció. Empezaba a resignarse de que el albino jamás recordaría decir bien su nombre.

— Si bueno. Tú no estás muy lejos de ello, mocoso —mascuyó.

¡Feliz cumpleaños, Leorio, espero que la pases muy bien! —esa era la voz de la pequeña Alluka, escuchar a esos tres ahora adolescentes, de verdad lo hacían sentir viejo.

Maldijo por lo bajo.

— Gracias a los tres —sonrió ampliamente, los muchachos no podrían verlo, pero en el rostro del azabache, había un semblante enternecido.

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Pasaron bastantes minutos hablando hasta que quedaron de acuerdo en visitarlo la semana que llega, Leorio pareció ponerse algo tenso por eso, pero aceptó, no había manera de que aquella situación, no se diera a enterar. Después de tantos años...

Los saludos de su familia y amigos, habían calado en su corazón tan profundamente, que sin querer, los sentimientos más agradables y reconfortantes que lo allegaron... Parecieron desvanecerse como el viento cuando notó una vez más el vacío que por más de 7 años trató de ignorar.

Recibió todas las llamadas de la gente que le importaba y estimaba mucho. Sin embargo, faltaba su llamada.

Entoces, la imagen de esos bellos cabellos rubios y ligeras sonrisas o miradas agradables pero serias a la vez, regresaron a su mente.

Apretó los párpados con molestia y se incorpora de su tan cómoda silla de consultorio, preparándose para abandonar el lugar y volver a casa. Volver a casar, era más fácil pensarlo que hacerlo, por qué en primera, él no se sentía realmente orientado en cuanto en donde estaba parado cada que su mirada cruzaba con la de ella, cada vez que sus besos se hacían más tiernos y él terminaba perdiéndose en sus pensamientos, como si se transportará a otro planeta.

¿Después de todo lo que sucedió, vas a dudar ahora?, Se auto recrimina. Leorio sabía que era estúpido de su parte traer consigo ese dolor en el corazón, por Dios, había pasado años. No debería comportarse como un niño, por que ahora todo era distinto.

Tenía algo para evitar que su recuerdo lo atormentara, consiguió una ilusión capaz de llenar su corazón lo suficiente como para poder vivir para ella, para ellos.

Una vez se fue de la clínica, decidió caminar acompañado de su maletín tranquilamente hacia su último destino. Vio en su reloj de pulsera la hora.

7: 20 pm.

La hora de todos los días, en la volvía, y dejaba que los malos recuerdos se esfumen de su mente con tan solo verla. Llegando a casa, el agradable aroma de la comida llamó su atención y no solo la de él, si no de su estómago. Oh sí, tenía mucha hambre.

—Ya llegué —exclamó de forma jovial.

—Leorio, cariño —esa suave voz, su corazón latió nuevamente a prisas. Ahí frente a él, estaba aquella mujer, que lo levantó cuando creyó que todo su mundo se había destruido. Su esposa— bienvenido

Con un cálido abrazo, la bella mujer de cabello cobrizo susurró en su oído.

—Feliz cumpleaños, amor.

Y supo que su vida, había cambiado para mejor. Nada podía arruinarlo.

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Oh, pero Leorio Paladiknigth, era un hombre enteramente suertudo. Por que de verdad que sí el destino era un completo hijo de perra. Ahora más que nunca, se lo dio a conocer.

Esa mañana se había despertado de muy buen humor como de costumbre, los rayos de sol se colaban por su ventana tenuemente hasta tocar su piel, abrió los ojos con algo de pereza pero por dentro, se sentía en completa paz. Al notar un ligero peso sobre su pecho, notó el delicado cuerpo sobre él, una piel tan fina y nívea, suave y atrayente.

Sonrió con galanura al recordar los sucesos de la noche anterior, con su pequeña cónyuge. Tan amable y bella, quiso atesorarla hasta el final de sus días, peeeero, debía ir abrir la clínica. Con suavidad se incorpora de la cama y va a darse una ducha fría para despejarse.

Cuando volvió, vio la habitación ordenada así que asumió que su esposa se había despertado ya, se vistió con una camisa blanca, corbata vino y el traje de color crema que la mujer dejó doblado delicadamente en un extremo de la esquina de la cama matrimonial. Bajó las escaleras, dirigiéndose al comedor tranquilamente.

—Vete sentado, en seguida te preparo el café —dijo la castaña de pelo corto.

—¡Si señora! —alegó con pose militar haciendo el clásico saludo.

Un vez los desayunos listos, se dispusieron a comer, sin muchas prisas.

—¿Qué tal regalo de cumpleaños? —preguntó con dulzura y suaves toques coquetos.

—Hum... No lo sé, dímelo tu —guiñó el ojo sonriendo de lado, ocasionando un rubor en ella— este desayuno es genial, gracias, Narumi.

La mujer sonrió.

—No hay de que, recuerda que debes desayunar bien. No quiero a un doctor enfermo, sería un golpe de ironía sobre mi. No quiero que me acusen de mala esposa eh—bromeó, Leorio rió.

—Si claro —rodó los ojos y luego alzó su brazo, mostrando los músculos ahora ocultos por su traje— soy un hombre fuerte, no podría enfermarme aunque quisiera. Es decir, solo mira lo bueno que estoy —cerró los ojos con autosuficiencia.

— Ja ja ja oh... ¡Que hombre! —gruñó divertida— por cierto, me olvidé de preguntarte. ¿Los chicos hablaron contigo?

—¿Uh?, Te refieres a Gon, Killua y Alluka? —Narumi asintió— oh sí. Me saludaron ayer, dicen que vendrán en una semana. Esos mocosos causarán un caos muy grande —se lamentó Leorio.

—Ay no digas eso, son buenos chicos. A mí me agradan mucho tal y como son —contradijo la castaña, tomando su té de canela.

Y si, Narumi y los muchachos se llevaban muy bien. Incluso Killua se comportaba muy obediente cuando ella estaba y cuando le decía un cumplido, el albino parecía un niño tímido.

—Hum... Ahora eres su favorita —bufó dramatizando el hecho de que su esposa tuviera toda la atención de esos enanos.

—Te comportas como niño, Leorio. Por cierto... —hace una pequeña sonrisita cómplice. Dejando confundido a su esposo.

—¿Uh?, ¿Qué pasa? —ladeó la cabeza, bastante intrigado, sobra decir.

—Ya me entregaron los resultados —dijo nerviosa, colocando un sobre lentamente sobre la mesa. Los orbes chocolate del pelinegro, brillaron instantáneamente— míralo por ti mismo —alentó emocionada.

Leorio, estaba nervioso, ansioso y un sin fin de emociones que lo invadían. A Narumi ya le habían dado los resultados, y el sobre solo resguardaba la respuesta final...

Tragó saliva de manera pesada y con las manos temblando, sostuvo el sobre. Maldición, parecía un anciano en medio de una nevada, pero al Diablo con ello, inhaló profundamente, antes de abrir con cautela la carta. Cerró los ojos con fuerza haciendo un gesto dramático y cómico a la vez, Narumi rió por eso.

—Abre los ojos, y léelo cariño.

Y así lo hizo. Cuando su mirada se desvió hacia aquel pedazo de papel. Su corazón dio un vuelco muy grande.

Era una niña.

Su vida, cada vez mejora aún más.

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—Bueno, eso ah sido todo, si la fiebre sube de nuevo, deberá darle Paracetamol y esperar un tiempo. ¿De acuerdo? —explicó profesional y amablemente Leorio (aunque realmente el hombre estaba radiante), dándole jarabes y tabletas de aquellas pastillas a una señora con su niño de tres años.

—Está bien, muchas gracias por todo Doctor. —agradeció la mujer, levantándose de su asiento, con su pequeño en brazos.

— No hay de que, cualquier duda. Solo venga a verme o llámeme —le extendió una tarjeta sonriendo sinceramente. Vio al pequeño y rebuscando en su gaveta de juguetes para los más pequeños, encontró una figurita de acción— y esta es para ti, campeón.

—Dacias Dotol —recibió el juguete el menor. Inmediatamente a Leorio le estalló el cerebro de ternura.

Una vez la fémina salió del consultorio, otro niño, enteramente tranquilo y bien vestido, los vio salir de la clínica. Sobretodo que ese otro niño tenía un juguete.

¿El doctor da juguetes gratis?. Cuestiona para si mismo el niño rubio de ojos violeta. Sus orbes se alzaron hacia su padre que estaba a su lado leyendo un pequeño libro.

— Papá... —llamó el pequeño, moviendo sus pies levemente, en el asiento.

—¿Hum? —el aludido, le dedica una mirada a su hijo— ¿Que sucede, Kerim? —preguntó con parsimonia.

—¿Tú crees que sí me porto bien... El doctor me dará un regalo? —preguntó sonriente, el rubio mayor, simplemente cerró los ojos soltando una pequeña risa.

—Probablemente —asintió— aunque también depende de él.

—Bueno —concordó obediente— papá... Si sabes que no es necesario que venga a que me revisen, ¿Cierto? —entre cerró los ojos.

—Puede que parezca que no... —dejó de ver a su hijo, regresando a las páginas de su libro— pero estamos  aquí por asuntos de mi trabajo. Has estado con dolores de estómago desde que bajamos del barco, así que lo propio y necesario que debemos hacer es que te revisen —mencionó seriamente.

—Oh...  —desvió la mira sintiéndose algo aburrido, hasta que oyen la puerta del consultorio abrirse. De una sola, esto alegró al niño. ¡Al fin sería atendido y luego se irían!.

El mayor alzó la mirada.

—¡Hey buen di-... —Por un segundo, el aire escapó casi por completo de los pulmones del joven médico.

Había deseado permanecer en esa dulce burbuja mágica, donde todo marchaba en bien. Donde había hecho borrón y cuenta nueva lo suficiente para seguir adelante con su vida; por que cuando lo vio justo ahí, una vez más, el mundo pareció desmoronarse junto con él.

Ku-Kurapika...

Continuará:...

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