34: Susurrar

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Atravesar los corredores devastados de la central no era una tarea sencilla. Las sombras proyectadas por las luces titilantes y los escombros que invadían cada centímetro del lugar creaban un escenario sumamente confuso por donde quiera que fueran. Para complicar incluso más las cosas, apenas podían lidiar con los asaltos constantes de las bestias del Necrobita, lo cual les imposibilitaba tomarse siquiera un respiro. Los siervos del Quinto Ojo también se hallaban presentes, aunque parecían cumplir un rol pasivo: en lugar de lanzarse al ataque junto a los engendros, se dedicaban a bloquear ciertos pasadizos y compuertas, obligando al grupo a tomar continuos desvíos. Pero, incluso si aquellos muñecos vivientes no representaban un peligro activo, Alex estaba seguro de que hubieran sido incapaces de sobrevivir mucho tiempo de no haber contado con la ayuda de la necrólito.

Samsara actuaba como una espada y un escudo al mismo tiempo, intercalando de posición entre la vanguardia y la retaguardia para acabar con cualquier enemigo que amenazara a sus compañeros. Senith la asistía a la distancia haciendo uso de diversos tipos de armas y explosivos que, acorde a la situación, materializaba gracias a su muñequera. Nirvana, como última línea de defensa, se encargaba de dejar fuera de combate a las pocas bestias que conseguían sobrepasar a las dos anteriores. Por otra parte y como era de esperarse, Alex se mantenía al centro de la formación sin prestar mucha atención a la batalla, bajo la excusa de que debía manejar con cautela el artilugio que Sheol le había entregado para hallar una salida.

—¡Un momento! —exclamó el joven Hound de improviso—. No tengo ni idea de cómo usar bien esta cosa. Debemos detenernos un rato para que pueda revisar sus funciones.

—¿¡Acaso estás loco!? —clamaron Nirvana y Senith al unísono.

Dejando de lado la demencial naturaleza de su exigencia, lo cierto era que Alex estaba dispuesto a usar cualquier pretexto con tal de ganar algo de tiempo. El aparato que portaba era sumamente sencillo de comprender y de manejar, dado que contenía un mapa muy detallado de las instalaciones en el que se demarcaban las posibles vías de escape en tiempo real. En tal sentido, antes de dar con el camino correcto, debía encargarse de dos cuestiones trascendentales: deshacerse de la indeseable participación de Senith y debilitar a la necrólito lo suficiente para facilitar su captura.

Y ya tenía un plan en mente para conseguirlo.

―¡Allá ustedes si prefieren seguir avanzando a ciegas! ―rebatió el muchacho―. ¡Lo último que quiero es perderme en este lugar!

La agente de Cruz negra chasqueó la lengua con vehemencia y, tras arrojar una ráfaga de proyectiles contra los engendros más próximos, tomó unas pequeñas esferas de su cinturón para luego lanzarlas al suelo. Mientras rebotaban por todos lados, aquellos redondos objetos dejaron escapar una sustancia gaseosa de tonalidad grisácea que pronto llegó a formar una pesada cortina de humo. Las bestias que los acosaban quedaron desorientadas como resultado, de modo que el grupo tuvo la oportunidad de hallar refugio en una sala repleta de maquinarias ruinosas.

―Podremos ocultarnos por un rato ―comentó Senith, apoyándose en la desgastada pared del recinto sin soltar su rifle―. Pero no bajen la guardia.

Nirvana intentó asentir, pero un fuerte estornudo se lo impidió. Le picaban tanto los ojos como la nariz y empezó a frotárselos con ímpetu a la vez que contenía otros fuertes estornudos. Samsara, de manera similar, se restregaba el rostro con las garras y soltaba potentes bufidos sin cesar, tal como lo haría un gato desesperado. Ambas habían sufrido el efecto nocivo del gas liberado por las esferas, al punto de ver reducidas sus capacidades sensoriales casi al mínimo. Si bien era una mala noticia que las ponía en desventaja, al menos podían asumir que los engendros del Necrobita también se hallarían en tan deplorable estado.

―Entonces... ―dijo la rubia con la voz gangosa―. ¿Ya revisaste el mapa, Alex?

―Estoy en ello ―respondió el aludido, observando la pantalla con fingida concentración―. Necesito un segundo... Tal vez dos... Mejor que sean tres...

―No tenemos tiempo ―espetó Senith, avanzando unos pasos en su dirección―. Dame esa cosa, tal vez yo pueda...

―¡Mantén tus manos lejos, plebeya gótica!

El muchacho se había apartado de ella dando un salto hacia atrás, a la vez que resguardaba el artilugio bajo un brazo. Tenía el ceño fruncido a más no poder, aunque apenas era capaz de contener una enorme sonrisa de satisfacción. Al parecer, pensó con malicioso alivio, su plan estaba saliendo según lo previsto.

―El hermano de Nirv me dio este localizador porque decidió confiar en mí ―prosiguió, en un marcado tono serio―. ¡En cambio ―apuntó a Senith con un dedo acusador―, tú y esos fundamentalistas de Cruz Negra no están de nuestro lado!

―¿Crees que es buen momento para buscarme pelea, cachorro noble?

―Solo he dicho la pura verdad. ―Alex dirigió su atención a la necrólito―. ¿Puedes comprender lo que sucede? ¡Esta gótica es tu enemiga! ¡Pretende dañar a tu familia! ¿¡Acaso vas a permitirlo!?

Samsara resopló, sin mostrar señales de hostilidad. Entendía hasta cierto punto las palabras que acababa de escuchar, mas había algo que no le cuadraba. Incluso si compartía la idea de que Senith no era precisamente una aliada digna de confianza, el tono de voz de Alex le había parecido demasiado artificial como para tomárselo en serio. Eso sin mencionar el desagradable olor a perfidia que había empezado a emitir, lo cual restaba la poca credibilidad que le quedaba.

―Así que esas tenemos ―gruñó la agente de Cruz Negra, apuntando al joven noble con su arma―. A pesar de que la investigación no arrojó nada sospechoso sobre ti, siempre conservé mis dudas. No me importa si eres un emisario de las Casas Imperiales o de alguna otra agrupación, es obvio que te traes algo turbio entre manos.

Alex apretó la mandíbula y se encorvó ligeramente, simulando haber quedado paralizado por el miedo. Si bien su intento de provocar a la necrólito había fallado, todavía contaba con un plan de contingencia bajo la manga. Durante el recorrido se había dedicado analizar el armamento diverso que Senith utilizaba, para así calcular el tamaño de sus respectivos cartuchos. Por ende, sabía que a la mujer de cabello amatista le quedaba entre tres a cinco balas cargadas en ese preciso momento, lo cual le permitiría concretar el último paso de su acto.

―¡Dejen de discutir! ―exclamó Nirvana, plantándose entre ambos―. ¡No ganan nada peleando!

—Piénsalo bien, Nirv. —Alex se arrimó lo suficiente a ella como para quedar a resguardo ante algún posible disparo—. No sabemos si todas las tropas de Cruz Negra han terminado atrapadas aquí abajo, o si acaso todavía quedan algunas esperando en la superficie. ―Acercó su rostro al oído de su amiga, para susurrarle tal cual una serpiente―. Si llegamos a salir y nos topamos con un pelotón de fundamentalistas armados hasta los dientes, esta plebeya gótica no dudará en entregarnos. Tal vez los Samlesbury puedan rescatarte a tiempo, pero la necro... Samsara y yo seremos asesinados sin duda alguna.

El muchacho esbozó una imperceptible sonrisa al ver que el rostro de Nirvana denotaba cierta angustia. Dicha sonrisa se ensanchó al cerciorarse de que, tal como tenía previsto, Senith continuaba apuntándoles con el cañón de su arma. Tan solo necesitaba presionar un poco más para que aquella mujer de cabello amatista se decidiera a disparar. Podía asumir casi con total certeza que Nirvana recibiría el impacto intentando protegerlo, lo cual sería motivo suficiente para obtener una respuesta agresiva por parte de Samsara. La agente de Cruz Negra sería liquidada como resultado y, con un poco de suerte, la necrólito recibiría el daño suficiente para dejar de representar una amenaza.

Un plan perfecto, sin duda alguna, aunque luego restaría el pequeño gran problema de escapar de aquellas instalaciones sin morir en el intento.

Satisfecho con dichas conjeturas, Alex giró la cabeza para dar un vistazo a la bestia de ojos amarillos. Lejos de denotar una actitud ofuscada acorde a la situación, se había erguido por completo y mantenía su rostro levantado mientras olisqueaba con fervor. Daba la impresión de que el efecto de las bombas de humo todavía hacía mella en sus receptores olfativos, pero la mueca de preocupación que su feroz rostro expresaba era muy clara. En base a sus conocimientos sobre cacería, Alex se atrevió a interpretar el mensaje transmitido por dichas señales: un depredador mucho más fuerte se estaba acercando.

—Muy bien, hay que dejarlo en un empate técnico —declaró el noble y levantó ambas manos—. Tienes razón, Nirv, discutir no es bueno para la salud. —Miró a Senith, forzando un gesto cordial—. Llevemos la fiesta en paz de momento, estimada plebeya gótica.

—¿Qué diablos estás planeando, cachorro noble? —espetó la aludida, sin bajar su rifle—. Sea lo que sea, prefiero acabar contigo ahora y ahorrarme problemas después.

A pesar de lo dicho, no contaba con la opción de abrir fuego contra él. No era porque no quisiese hacerlo, sino que Nirvana seguía actuando como un obstáculo imposible de evitar. Si bien eliminar a la necrópata era una de las razones por las que Cruz Negra la había enviado, desobedecer a Logios le podría acarrear serios problemas diplomáticos con los Samlesbury. Sumado a eso, si llegaba a dañar siquiera un pelo de la rubia, estaba claro que se vería forzada a entrar en combate contra una muy enfurecida necrólito.

Para bien o para mal, no tuvo tiempo de alargar mucho más aquel dilema.

Una colosal explosión sacudió todo alrededor de ellos, a tal punto que ni siquiera Samsara pudo conservar el equilibrio. Al darse varios estallidos subsecuentes, se apresuraron a arrastrarse con dificultad hasta quedar guarecidos tras los escombros más estables de la sala. Desde su improvisado refugio, solo pudieron observar cómo buena parte de las paredes, el techo y el suelo se desmoronaban pedazo a pedazo. Por fortuna, la incesante destrucción también causó que sus bestiales enemigos prefirieran regresar al lado del Necrobita en lugar de resignarse a una aplastante muerte segura.

Los autores de aquel repentino caos no eran otros más que los siervos del Quinto Ojo. Se habían sincronizado para generar una reacción en cadena que no parecía tener fin, llevándose consigo buena parte de las instalaciones. Tal como había sucedido cuando Alex y Samsara se habían separado de Logios y Senith poco después de llegar a la central, terminó por abrirse una especie de desfiladero que conectaba el profundo abismo con la superficie a cielo abierto. La pesada lluvia proveniente del cúmulo de nubes que quedó a la vista no había amainado en lo más mínimo, pero cierto nivel de claridad anunciaba el cercano amanecer. Gracias a dicha luminiscencia mortecina, Alex y sus compañeros pudieron advertir que, proveniente del firmamento, "algo" estaba descendiendo en su dirección a velocidad constante.

Cuál no sería su sorpresa al percatarse de que era una aeronave de considerable tamaño.

Al menos, pensó el joven noble, aparentaba serlo, aunque su aspecto general resultaba mucho más impactante. En un primer vistazo, daba la impresión de ser un alargado dron de combate de tonalidad granate con dos grandes hélices gemelas ubicadas en su parte superior y una tercera al final de su gruesa cola. Dicha apariencia no hubiera llamado mucho la atención, de ignorarse un pequeño pero escabroso detalle: de su zona inferior emergían dos pares de apéndices terminados en lo que, según parecía, eran manos humanoides de tres dedos. Como toque adicional, su "cabeza" cilíndrica tenía plasmado un símbolo al rojo vivo que representaba un cráneo mitad verde y mitad negro con tres cuernos curvos encima de cinco cuencas oculares.

—¿Por qué tenía que aparecer un nuevo monstruo justo ahora? —Alex chasqueó la lengua—. Dudo mucho que esté de nuestro lado...

En lugar de contestar, Senith desmaterializó su rifle para reemplazarlo por una escopeta lanzagranadas con la que apuntó al extraño vehículo volador. Disparó tras calcular la trayectoria por un segundo, atinándole de lleno en uno de los brazos. Aunque no causó una explosión al contacto, la fuerza del impacto bastó para arrancarle el apéndice de cuajo, obligándolo a cambiar de trayectoria para esquivar un nuevo proyectil que la agente de Cruz Negra había disparado luego del primero. Antes de arriesgarse a recibir un tercero, la aeronave viviente consiguió salir de la línea de fuego ocultándose en una de las diversas grietas que cubrían las ruinosas paredes.

—Pretende atacarnos por sorpresa —opinó la mujer de cabello amatista, mientras sustituía su lanzagranadas por un subfusil compacto—. Mantengan los ojos abiertos.

—Quédate detrás de mí, Alex —pidió Nirvana, tras lo que se giró hacia la necrólito—. ¿Puedes localizar a esa cosa, Sam? Yo todavía tengo la nariz tapada.

La necrólito había asumido una actitud agresiva de antemano sin que nadie se lo pidiese. Mantenía sus garras óseas extendidas, arañando el suelo con vehemencia a la vez que dejaba escapar un gruñido rítmico de su mandíbula entreabierta. Su postura encorvada y la flexión de sus rodillas le permitían mantener el rostro casi al ras del suelo, lo que dejaba la mayor parte de su cuerpo oculto bajo su largo cabello plateado. Sin embargo, a diferencia de sus compañeros que intentaban divisar a la criatura voladora, sus ojos amarillentos estaban orientados en dirección contraria.

Desde la perspectiva de los otros tres, aquel parecía ser un comportamiento de lo más ilógico. Creyendo que continuaba desorientada por el efecto de las bombas de humo, Nirvana se dispuso a explicarle que no encontraría ningún enemigo en la trayectoria que vigilaba. Entonces, cuando estaba por soltar la primera palabra, pudo distinguir qué era lo que había atraído con tanta fuerza la atención de Samsara.

Se trataba del Quinto Ojo.

Se aproximaba desde un corredor que apenas se mantenía en pie, apartando cualquier obstáculo que obstruía su camino mediante potentes azotes de cadena. Su apariencia general había sufrido un cambio drástico, posiblemente como consecuencia del enfrentamiento que había tenido con la comando de Tiniebla. Si bien buena parte de su cota de malla se había reducido a bamboleantes tiras metálicas sueltas, no era posible describir con certeza la verdadera forma de su cuerpo. Daba la sensación de que todo por encima de sus piernas enfundadas en grebas era un revoltijo de eslabones rojizos que cubrían "cosas" de aspecto biológico. Su máscara también había sufrido daños severos, dejando al descubierto parte de un órgano similar a un corazón humano vuelto al revés. Tal comparación tenía mucho sentido, dado que aquella masa de carne latía cada pocos segundos y expelía su característico hedor a plástico quemado con cada contracción.

En lugar de dedicarse a apreciar su perturbadora apariencia, Senith había reaccionado de forma instantánea ante la sorpresiva aparición. Con su arma apuntando a la "cabeza" del Ojo, disparó continuas ráfagas de balas sin lograr atinar nada más que a las cadenas que se extendieron contra ella. No tuvo oportunidad de mantenerse a la ofensiva, al recibir un golpetazo de los eslabones que la aturdió brevemente e hizo volar el subfusil de sus manos. Un segundo porrazo le pegó en pleno pecho, mandándola a volar varios metros hasta desaparecer tras una pared que se destruyó al impacto.

Aquel corto enfrentamiento, lejos de resultar tan fútil como parecía, le había brindado segundos valiosos a la necrólito, que aprovechó para arremeter contra el recién llegado enemigo. Al tenerlo a unos pocos pasos, Samsara pegó un brinco con las garras empuñadas sobre su cabeza, dispuesta a aplastar al Quinto Ojo con la totalidad de su fuerza. Este respondió empalando varias de sus cadenas en el vientre de la bestia, hasta lograr contenerla en el aire sin darle oportunidad de concretar su acometida.

Aprovechando la distracción de los dos combates anteriores, Nirvana había podido acortar la distancia que la separada del sujeto enmascarado sin llamar su atención. Cuando lo tuvo al alcance intentó replicar la táctica que Sheol había usado para lograr golpearlo: pisar las cadenas que cubrían el suelo antes de concretar el ataque. Lo hizo según recordaba, concentrando el peso de su cuerpo en sus pies a la vez que lanzaba uno de sus puños contra el cuerpo del Ojo. Consiguió atinar el golpe con aparente facilidad, mas pronto se dio cuenta de que había cometido un grave error al apuntar una zona desprovista de cota de malla.

Desde la distancia, Alex se había mantenido como un simple espectador. Al escuchar que Nirvana dejaba escapar un fuerte gemido de dolor, su mente racional hambrienta de gloria le ordenó actuar de inmediato, pero su instinto de supervivencia, en conjunción con su cobardía, intentó convencerlo de esperar el momento apropiado... para huir. Las dudas empezaron a carcomerlo, en especial al ver que su amiga era capturada por las cadenas del enmascarado sin oponer resistencia. La chica no podía luchar, no solo por estar inmovilizada de pies a cabeza, sino porque uno de sus brazos, indudablemente dislocado, la hacía víctima de un dolor intolerable que apenas le permitía mantenerse consciente.

Sin soltar a Nirvana ni a Samsara, el Quinto Ojo arrojó sus cadenas libres hacia lo alto, envolviéndolas en el cuerpo de la aeronave viviente que acababa de salir de su escondite. De esa forma, empezó a elevarse en dirección al firmamento que se abría por sobre el desfiladero, sin ningún obstáculo capaz de frenarlo. Mientras se alejaba, el sujeto dirigió su extraño rostro-corazón al punto donde Alex se hallaba, como si estuviese burlándose de él o, tal vez, con el propósito de retarlo a hacer algo.

—Es una pena que las cosas hayan terminado así —comentó una gutural voz resignada a espaldas del muchacho noble—. Parece que los sueños de Gólghota nunca llegarán a concretarse.

Con las esperanzas renovadas de golpe, el joven Hound reconoció el tono agrio de Logios antes de siquiera voltear a verlo. El brujo tenía una de sus manos levantadas y en su palma varias volutas de humo se habían concentrado para formar una irregular esfera sólida. Aquel vibrante orbe grisáceo se hacía más grande a cada segundo, produciendo un pitido similar al de una tetera con agua hirviendo a punto de estallar.

—¿Crees poder darle? —preguntó Alex—. Tal vez sea mejor que derribes la nave...

—Imposible. —El anciano apretó la mandíbula—. Puedo percibir el poder de su raíz espiritual... Esas cadenas bloquearán cualquier cosa que le lance antes de que el cuerpo principal reciba el impacto. —Movió su mano unos centímetros—. Y a esta distancia no tengo oportunidad de acertar a la criatura voladora.

—¿¡Entonces a qué diablos le estás apuntando!?

—A Nirvana. Incluso si mi ataque es neutralizado, ella no sobrevivirá al miasma consecuente.

Al notar que el brujo no estaba bromeando, Alex empalideció. Podía preguntarle qué razones lo llevaban a tomar la decisión de matar a la chica, podía tratar de convencerlo de que no lo hiciera, podía intentar detenerlo a la fuerza, pero sabía que nada de eso solucionaría el verdadero problema. El único destino de Nirvana parecía ser, o morir por acción de Logios, o terminar en manos del Quinto Ojo.

No existían otras opciones.

Salvo una.

—Maldición... —Alex esbozó una sonrisa cargada de angustia, a la vez que se rascaba la garganta hasta hacerla sangrar.

Fue así que Alexander Hound se resignó a usar su último recurso.

Y susurró.

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