39: Glorificar

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Gracias al furor del combate, los sentidos de Alex se aceleraron al punto de permitirle apreciar en cámara ultra lenta todo lo que sucedía en las inmediaciones. Prefirió ignorar por completo los rugidos, alaridos, disparos y explosiones que rasgaban el aire a su alrededor para, en su lugar, concentrar su atención en lo que realmente importaba. Sin soltar la mano de Nirvana, clavó sus fríos ojos azules en la enorme y cada vez más cercana figura del Necrobita con la intención de analizar cada uno de sus movimientos.

Aquella descomunal bestia chasqueaba sus fauces sin cesar, mientras galopaba a trompicones impulsándose con sus dos gruesos brazos inferiores. Avanzaba a un ritmo muy irregular, tal como un animal recién nacido dando sus primeros pasos, debido a que sus esmirriadas piernas eran algo cortas para su tamaño en general. Incluso con dicha característica en contra, de ninguna forma podía ser subestimado; un simple zarpazo o una dentellada bien dada sería suficiente para definir el resultado de la batalla. Alex lo tenía muy claro: si pensaba derrotar a un adversario de tal calibre, debía pensar en una estrategia perfecta.

A diferencia de la ocasión en la que se había enfrentado a Samsara, no tenía sentido aplicar métodos de sicariato contra una criatura que poseía el tamaño de una casa de dos pisos. Incluso las técnicas de cacería resultaban un tanto ineficientes, al ser imposible hacerse una idea precisa de la fisionomía interna del Necrobita. En el hipotético caso de que pudiese atravesarle la zona vital del pecho con algún arma improvisada, pensó Alex, no resultaría nada agradable descubrir que tenía el corazón en otro lado. Aunque bien podría ser mucho peor si contaba con más de un órgano cumpliendo una misma función; todo eso sin tomar en consideración su exagerada capacidad regenerativa.

Tenía todas las de perder, eso era cierto, pero de todas formas estaba dispuesto a luchar hasta el final.

Si su destino era caer en combate, su sed de gloria quedaría satisfecha.

—No quiero morir...

No había sido el orgulloso noble quien había pronunciado aquel murmullo. Con el rostro compungido, Nirvana aumentó ligeramente la fuerza con la que apretaba su mano.

—No quiero verte morir, Alex... —volvió a musitar con la voz quebrada y los ojos húmedos—. Lo siento, todo es mi culpa...

Él le dirigió la mirada.

Por alguna razón, verla llorar trajo a su mente la imagen de su familia. No cabía duda de que su flemático padre, como buen Hound de pura cepa, o estaría orgulloso de su glorioso sacrificio o decepcionado por la misión fallida. Muy por el contrario, pensar en la desgarradora reacción que tendrían su madre y su hermana bastó para que un escalofrío le recorriera la espalda.

¿Realmente estaba dispuesto a causarles tanto dolor? ¿Acaso no era el bienestar de los seres queridos lo que más debía valer para un auténtico noble, incluso por encima del honor absoluto y la gloria eterna?

—No vamos a morir —decretó, en tanto soltaba la mano de Nirvana—. Escucha, necesitamos improvisar con mucha sincronía. Yo apuntaré a los ojos y a los brazos inferiores. Tú debes escalar por su espalda hasta alcanzar su cuello y...

Por desgracia, el tiempo de armar planes llegó a su fin mucho antes de lo previsto. Al tenerlos a unos cuantos metros, el Necrobita se abalanzó sobre ellos con la mandíbula abierta de par en par. Sus intenciones eran obvias: zampárselos de un bocado.

Alex prefirió no malgastar tiempo en observar a la bestia que pretendía convertirse en su verdugo. Dejándose llevar por el instinto de supervivencia, empujó a Nirvana con todas sus fuerzas y utilizó ese mismo impulso para lanzarse hacia el otro costado. Quiso comprobar el estado de su amiga apenas se vio fuera de peligro, pero la descomunal cabeza que había aterrizado entre ellos se lo impidió por completo.

Aquella era su oportunidad.

Incluso si aquel titán de cuatro brazos parecía ser inmune a cualquier daño, aún compartía el mismo punto débil de la mayoría de seres vivos: los ojos. Y como los suyos eran mucho más grandes de lo que cabría esperar, para Alex fue increíblemente sencillo clavarle todo un brazo en el globo ocular que el monstruo tenía a un lado del rostro. Lejos de contentarse con ello, también le empaló el otro brazo e intentó desgarrarlo desde el interior a base de pura fuerza bruta.

El Necrobita aulló de dolor y se puso de pie, al mismo tiempo que sacudía la cabeza con absoluta violencia. Alex, preparado para una reacción de ese estilo, se había asegurado hundiendo los pies en el párpado inferior del monstruo, sin dejar de destrozar todo lo que sus manos lograban alcanzar. Si bien su ofensiva parecía ser inútil porque aquel ojo se regeneraba casi al instante, la intención del muchacho no era precisamente dañarlo por su cuenta.

Sintiéndose en control de la situación, se dedicó a esperar con paciencia en tanto prestaba atención a los brazos superiores e inferiores del Necrobita. Finalmente, pudo notar que el coloso había alzado una de sus garras para sacárselo de encima, incluso a costa de arrancarse el ojo. Cuando aquellas cinco cuchillas óseas, casi tan grandes como las palas de un aerogenerador, estaban por alcanzarlo, Alex tomó un gran trago de aire antes de impulsar la mitad inferior de su cuerpo hacia un lado sin desenterrar las manos del globo ocular. Tal movimiento no solo tenía el propósito de evadir el embate, sino que también le sirvió para concretar el último paso de su plan.

Utilizando su propio peso para aumentar la potencia del descenso, se dejó caer con ímpetu sobre la mano del monstruo. El efecto resultante fue casi nulo, pero más que suficiente para desviar por centímetros la trayectoria de aquella garra. El coloso, incapaz de prever un suceso semejante, no tuvo oportunidad de reaccionar a tiempo y terminó empalando una de sus propias mejillas. Para su mala suerte, su fuerza descomunal le jugó en contra y las zarpas siguieron de largo hasta destrozarle la mitad de la quijada.

Luego de unos instantes, el Necrobita cayó de bruces al suelo sin producir ni un quejido, derrotado por mano propia en sentido literal. Alex se soltó del ojo, completamente ileso, y dejó escapar una profunda exhalación mientras se alejaba de aquel cuerpo a toda prisa. Le costaba creer que su alocado plan hubiese conseguido semejante éxito. En su mayor parte se había tratado de pura improvisación, aunque su razonamiento era algo simple: si nada ni nadie podía dañar al monstruo, tal vez sus propias toxinas bastaran para neutralizar su incesante regeneración.

Por fortuna, había funcionado.

No pudo evitar sonreír con suficiencia, orgulloso de haber acabado con un problema tan grande sin ninguna ayuda. De todas formas, aún no tenía tiempo para relajarse, así que buscó a Nirvana con la mirada hasta encontrarla de pie a varios metros de distancia. Fue corriendo hacia ella y, tras acortar la distancia, se cercioró de que no había sufrido ningún daño.

Al notar que se aproximaba, la chica esbozó una enorme sonrisa de alivio. Al menos, así fue en un comienzo, pero, de un momento a otro, su gesto cambió radicalmente hasta denotar horror absoluto. Consciente de que algo muy malo acababa o estaba por suceder, Alex se vio forzado a reducir la velocidad de su marcha, tanto por la expresión de su amiga como por un ligero temblor que lo hizo trastabillar. Giro el cuello a un costado y, tal como más temía, descubrió el gigantesco rostro del Necrobita a muy corta distancia.

Aquel monstruo, incluso con un ojo reventado y la quijada a medio regenerar, se había arrastrado a toda velocidad como una cucaracha hasta lograr alcanzar al muchacho noble. Lo atrapó con una mano, precisamente la misma con la que se había destrozado la mandíbula, y luego pegó un salto en dirección a Nirvana. Al igual que antes, pretendía caer encima de ella con las fauces abiertas para devorarla de un bocado, pero su boca fracturada le impidió concretar su cometido.

Gracias a esa pequeña ventaja, la chica fue capaz de esquivar la dentellada con suma facilidad. Sin embargo, en lugar de apartarse del monstruo, cometió la insensatez de lanzarse contra su rostro justo por encima de su boca mal cerrada. Su intención era golpearlo hasta que soltara a Alex, pero una violenta sacudida de cabeza la hizo salir despedida hacia lo alto.

Sin poder dirigir su trayectoria, Nirvana aterrizó con violencia sobre la zona superior de la espalda del Necrobita, justo cuando este acababa de levantarse. Había resultado ilesa, pero antes de que pudiera decidir cuál sería su siguiente acción, el monstruo empezó a zarandearse de un lado a otro. Había entrado en un total estado de frenesí, al punto de no importarle las paredes con las que chocaba ni los subordinados a los que aplastaba. La chica logró guarecerse entre sus omóplatos cuádruples y se sostuvo con fuerza de su escamosa piel necrótica, bajo el riesgo de salir despedida ante el más mínimo descuido.

—¡Nirvana! —exclamó Alex, quien seguía preso en una mano del coloso—. ¡Tienes que alcanzar su cuello! ¡Quiébrale las vértebras cervicales y luego...!

No fue capaz de continuar. El Necrobita parecía haber recordado que lo tenía de rehén, así que aumentó la presión con la que lo sujetaba. Su verdadera intención era aplastarlo sin misericordia, pero como algunos de sus dedos aún estaban regenerándose luego del daño sufrido por chocar contra sus propios dientes, no podía ejercer la fuerza suficiente.

Incluso así, Alex sintió que le era cada vez más difícil respirar, por no mencionar el dolor insoportable que comenzaba a invadirlo. Miró a todos lados en un desesperado intento de buscar alguna solución, mas los agresivos movimientos de su captor le impedía apreciar el panorama con claridad.

Solo llegó a notar que los interminables engendros necróticos se habían hecho con el control de buena parte de la sala, logrando así acorralar al bando de los humanos. Logios, que hasta el momento había representado un elemento decisivo, apenas podía contener el avance por culpa del agotamiento. Una situación similar la sufrían Sheol y Samsara, quienes estaban poniendo todo su esfuerzo en mantenerse a la vanguardia con un éxito cada vez más reducido.

Víctima de un creciente mareo, Alex creyó distinguir algo más. Unas pocas bestias de ojos verdes, en lugar de apoyar sus congéneres, se habían apartado de la masa para dedicarse a observar al Necrobita. Lejos de estar apreciando con admiración a su líder, mostraban los colmillos y rasgaban el aire con sus garras, casi como si pretendieran lanzarse al ataque. El joven Hound no pudo continuar analizando a esos peculiares engendros, porque un grito de Nirvana lo obligó a prestarle atención.

El Necrobita había abandonado la idea de sacudirse como un desquiciado. En su lugar, estaba intentando atrapar a la chica con sus manos. No podía utilizar las de sus brazos inferiores porque con una sostenía a Alex y la otra le servía para apoyarse en el suelo, así que se resignó a apostar por las de sus delgados brazos superiores. Si bien la atrofiada forma de esas extremidades le impedía alcanzar con facilidad su cuello y su espalda, continuaba tanteando burdamente en busca de su objetivo. De seguir así, tarde o temprano daría con ella.

—¡Rómpele el cuello! —exclamó Alex, luego de aspirar todo lo que pudo—. ¡Tienes que luchar, Nirvana! ¡Si no quieres morir...! ¡Pelea...!

La aludida lo sabía a la perfección, mas el miedo y la fatiga le jugaban en contra. Recién pudo reunir el coraje necesario al concluir que, de no hacer nada, Alex resultaría estrujado hasta la muerte. Para su mala fortuna, en ese mismo instante el Necrobita logró envolverle el vientre con una mano. Ella ya estaba decidida, así que concentró toda su fuerza en los brazos para incrustarlos en el pescuezo del monstruo hasta conseguir perforar una de sus vértebras. Lo que sucedió a continuación fue brutalmente simple: el Necrobita pretendió separarla de su cuello, lo que consiguió con facilidad, aunque en el proceso terminó por desnucarse a sí mismo.

Alex pudo liberarse del agarre del coloso apenas este resultó con la columna vertebral al aire. El muchacho aterrizó en el suelo, adolorido y extremadamente agotado, pero aliviado de seguir con vida por puro milagro. La suerte había estado a su favor y, de paso, había comprobado lo dicho por Sheol: el Necrobita era casi invencible, pero su escaso coeficiente intelectual representaba su mayor debilidad.

En lugar de seguir perdido en sus reflexiones, dirigió su mirada hacia lo alto para localizar a Nirvana. La chica había salido disparada luego de que el monstruo lograra atraparla, por lo que Alex se apresuró a calcular la trayectoria de su descenso. No lo consiguió a tiempo, aunque su amiga fue capaz de aterrizar de pie sin complicaciones, tal cual un gato. A pesar de ello, se encontraba tan fatigada que pronto cayó rendida al suelo.

—Lo hiciste bien, Nirv —dijo Alex, mientras la ayudaba a levantarse con mucho cuidado—. Ahora es imposible que esa cosa...

Se calló de golpe.

La razón era previsible: el Necrobita seguía con vida. Incluso con su cabeza desnucada colgando sobre su pecho, solo necesitó tomarla con sus cuatro manos para luego encajarla nuevamente en su respectivo lugar. Se tomó un par de segundos en chasquear su ya regenerada mandíbula, como si comprobara su buen funcionamiento, y luego observó a su alrededor hasta dar con Nirvana.

Sin lugar a dudas, concluyó el joven Hound, lo único imposible era derrotar a ese monstruo. Ni perder un ojo y quebrarse la mandíbula, ni sufrir una cuasi decapitación sumada a una rotura de columna, no parecía haber nada capaz de detenerlo. Es más, ni siquiera estaba agitado. Ni siquiera sangraba.

Ya sin mayores esperanzas, Alex se sentó en el suelo y suspiró con profundo cansancio.

¿Valía la pena luchar cuando no se tenía ninguna posibilidad de ganar?

Supuso que Nirvana también pensaba lo mismo, pero descubrió lo contrario al verla. La chica había conseguido ponerse de pie por su cuenta y, en lugar expresar miedo o desesperanza, miraba al Necrobita con el ceño profundamente fruncido. Si bien estaba llorando a raudales, parecían ser lágrimas de rabia en estado puro y no tanto de angustia.

—¡Déjanos en paz! —clamó a toda potencia—. ¡Alex y yo queremos seguir viviendo!

El coloso dejó escapar un ronco bramido como respuesta. Nirvana no se inmutó y, sin dejar de mirarlo a los ojos, volvió a proferir el mismo par de frases una y otra vez. Al Necrobita pareció no gustarle que su víctima tuviese la osadía de retarlo, así que aumentó la fuerza de sus rugidos mientras se lanzaba a la carga. En lugar de pretender devorar a Nirvana como las veces anteriores, pegó un salto con sus cuatro brazos extendidos para aplastarla sin que pudiese evadirlo.

Ya desprovistos de opciones, Alex se mantuvo estático y Nirvana solo atinó a gritar con la misma rabia que originaba sus lágrimas.

Luego de instantes que parecieron horas, el Necrobita aterrizó con absoluta violencia. Pero, para su sorpresa, descubrió que había caído de costado a unos pocos metros del punto previsto. La bestia intentó realizar una segunda acometida tras notar que Nirvana y Alex se estaban alejando, pero fue en vano.

Ni siquiera podía reincorporarse por completo.

Giró su enorme rostro al sentir un cosquilleo y notó que tenía a varios de sus propios secuaces incrustados entre sus costillas. Parecían haber actuado por cuenta propia como proyectiles y, si bien la mayoría había muerto al impactar, algunos pocos sobrevivientes se hallaban concentrados en usar sus garras para escarbar en la piel de su progenitor. Tenían toda la apariencia de haberse vuelto locos, no solo por su absurdo comportamiento, sino principalmente por sus ojos desorbitados y la espuma blanca que brotaba a borbotones de sus bocas entreabiertas.

Además de ese grupo de insurgentes, otros cuantos se habían lanzado a por las cortas piernas del Necrobita. Este se limitó a sacudirse hasta sacárselos a todos de encima, para luego tomarlos con sus cuatro manos y devorarlos sin compasión. Creyendo que se había liberado del inusitado problema, buscó con la mirada a la necrópata que tanto deseaba eliminar. Logró divisar su característico cabello rubio a la distancia, pero cuando pretendía arremeter en su dirección, una nueva oleada de sus propios engendros le cayó encima.

El coloso emitió potentes toses secas, ordenando a sus descarriados vástagos que se apartaran si deseaban seguir viviendo, pero el estado de demencia que sufrían los hizo ignorar el mandato. Tras repetir la amenaza hasta cerciorarse de que había perdido el control sobre ellos, soltó un gutural gruñido antes de empezar a revolcarse en el suelo. De nada le valió aplastarlos, dado que nuevas bestias desquiciadas se le echaron encima y otras tantas fueron uniéndose al cada vez más numeroso grupo rebelde.

La batalla se tornó incluso más frenética al aumentar la cadencia con la que engendros adicionales surgían de los agujeros que cubrían las paredes, el suelo y el techo. Unos pocos se apresuraban a arremeter en defensa de su amo apenas ponían un pie en la estancia, mas la mayoría pugnaba por desgarrar y devorar a sus congéneres sin distinción. No tomó mucho tiempo antes de que el conjunto subversivo eliminara al grueso de los leales, aunque el invencible Necrobita continuó luchando contra las aplastantes oleadas de monstruos sin titubear.

Gracias a la caótica conflagración, Alex y Nirvana tuvieron la oportunidad de cruzar el campo de batalla para reunirse con sus aliados. Sheol se aproximó a su hermana para asegurarse de que no había sufrido daños serios y ella lo miró con profunda angustia.

—¿Qué ha sucedido? —La chica dio un vistazo a su espalda, confundida—. ¿Por qué han comenzado a matarse entre ellos?

—No tengo idea —El supervisor clavó su mirada en Logios—. Pero tal vez este Samlesbury puede darnos una respuesta.

El anciano negó con la cabeza y tocó su muñeca izquierda con el índice de su mano derecha, indicando que estaban faltos de tiempo. Luego le pidió a Senith que diera la orden de retirada inmediata a todas las fuerzas de Cruz Negra. Sheol hizo lo mismo dirigiéndose a los trabajadores de la central y añadió que debían ir cuanto antes al depósito de vehículos del primer sótano.

El conjunto partió en seguida, bajo la guía de los pocos guardias que aún conservaban localizadores funcionales. Para sorpresa de todos, el trayecto resultó mucho más sencillo de lo esperado. Los pocos engendros de ojos verdes que hallaban a su paso estaban más preocupados en devorarse mutuamente que en incordiar a los atemorizados humanos. Daba la impresión de que la situación estaba a su favor, aunque tanto Alex como sus compañeros aún no podían sentirse a salvo. Todos ellos compartían el mismo temor: lidiar una última vez con el Quinto Ojo y sus allegados. Nadie dudaba de que aquel extraño ser todavía merodease por las instalaciones, mas no daba la más mínima señal de vida en los alrededores.

Todo parecía ir viento en popa hasta que, a mitad de camino, Sheol cayó de cara al suelo produciendo un ruido sordo. Se mantenía consciente y no parecía haber sufrido ninguna herida grave, pero el ligero vapor que brotaba de su piel y la potencia con que la que asía una de sus piernas indicaba que había llegado al límite de sus fuerzas. Samsara lo ayudó a reincorporarse y lo sostuvo de un hombro para ayudarlo a caminar, aunque como ella también estaba al borde del colapso, terminaron por retrasarse hasta perder de vista al grupo principal. Por suerte, no estaban solos: Nirvana, preocupada por su hermano mayor, se negó a separarse de ellos, y Alex simplemente fue arrastrado por la situación.

Les tomó un tiempo considerable, pero al final fueron capaces de subir la última escalera ruinosa que los condujo a su destino. El depósito de vehículos ocupaba la mayor parte del primer sótano, lo que lo hacía incluso más amplio que la sala en la que habían dejado al Necrobita. En condiciones normales, tal vez hubiera podido ser catalogado como uno de los emplazamientos más vistosos de la central, mas en esos momentos se hallaba tan destrozado como el resto de las instalaciones.

El lugar se dividía en dos secciones distintas. La más lejana estaba destinada a guardar vehículos terrestres y conectaba con un amplio túnel que, posiblemente, conducía a la entrada oculta que Alex y Logios habían usado para irrumpir en las instalaciones. El área que tenían más cerca, en cambio, estaba reservada para aeronaves y contaba con un techo corredizo que en esos momentos se hallaba abierto de par en par. La lluvia torrencial había cesado por completo y un suave brillo naranja les permitió entender que el amanecer ya había arribado.

—Finalmente están aquí —dijo Logios, acercándose al grupo apenas los vio ingresar—. Los agentes de Cruz Negra han tomado la mayoría de las máquinas funcionales y se han llevado a todos los prisioneros. —Señaló a su espalda, donde un derrumbe había creado una rampa irregular que permitía ascender a la superficie a pie—. Algunos pocos han preferido ir a reunirse con las tropas que se quedaron en las inmediaciones. ¿Tiene algo especial en mente, señor supervisor?

Sheol asintió con debilidad. A base de murmullos indicó que, muy al fondo, debía hallarse la nave particular a la que solo él podía acceder. En caso no estuviese disponible o hubiese quedado destruida, tendrían que resignarse a tomar alguno de los poco fiables vehículos aéreos que sobraban.

En el trayecto se les unió Senith, quien adujo que, como sus compañeros ya habían partido a salvo, su última obligación era mantener bajo vigilancia a los necrópatas y a la necrólito. Logios le advirtió que, de cualquier forma, él se haría responsable de ellos en nombre del Culto Samlesbury, pero le permitió acompañarlos para no dejarla abandonada a su suerte.

Luego de pocos segundos de búsqueda, dieron con el vehículo de Sheol en perfecto estado. Su apariencia era similar a la de un convertiplano militar compacto con dos hélices horizontales sobre cada una de sus alas, de forma que tenía la capacidad de despegar y aterrizar en vertical. Disponía de un par de asientos en la parte delantera y un compartimento de carga en la zona posterior capaz de transportar, como máximo, un auto pequeño.

—He autorizado el acceso a los controles —comentó el supervisor, luego de manipular un artilugio de su cinturón—. Me siento mejor, pero —jadeante, se palmeó la pierna tullida— no creo que pueda conducir muy bien.

—Su cabina se parece un poco a la de los vehículos de Cruz Negra —comentó Senith, quien se había apresurado a acomodarse en el lugar del piloto—. Yo lo haré.

Sheol se colocó a su lado para asistirla en la medida de lo posible y los demás subieron a la parte trasera de la nave. Mientras la agente de Cruz Negra se concentraba en manipular los controles siguiendo las instrucciones de su copiloto, Nirvana y Samsara se sentaron juntas para tomar un merecido descanso. De forma similar a Sheol, la piel de ambas dejaba escapar un sutil vaho que aumentaba o decrecía acorde al ritmo de sus respiraciones agitadas.

—¿Te sientes mal? —preguntó Alex, acercándose a su amiga para colocarle una mano en al frente—. ¡Estás hirviendo!

Ella movió los labios sin producir ningún sonido y cerró los ojos tras acurrucarse bajo un brazo de la necrólito.

—Quédate tranquilo, muchacho —señaló Logios, notando la preocupación del noble—. Se han recalentado por el esfuerzo, la falta de sueño y el hambre. Tienen que reposar para evitar un colapso y tú deberías imitarlas.

El joven Hound no halló razón para discutir. La adrenalina que lo había mantenido en plena forma hasta el momento había comenzado a esfumarse poco a poco. El agudo dolor corporal y la terrible jaqueca que lo aquejaban como consecuencia eran problemas menores frente al pesado estado de somnolencia que lo invadía. Lo único que deseaba en aquellos momentos era disfrutar de una buena siesta de, por lo menos, doce horas seguidas. Dado que no había nada que lo obligase a luchar contra el letargo, se acurrucó en una esquina con la intención de relajarse.

El suave movimiento de la nave al encenderse no alteró su tranquilidad ni la de sus compañeros. La máquina alzó vuelo sin ninguna complicación y emergió del subsuelo para luego elevarse por encima de la central. Ya sin ningún obstáculo a la vista, todos sintieron que los problemas habían llegado a su fin.

—Nirvana, Samsara —llamó Sheol, descorriendo una ventanilla rectangular que conectaba los asientos delanteros con la zona de carga—. ¿Cómo se encuentran?

La primera abrió ligeramente uno de sus ojos para mirar a su hermano y esbozó una sonrisa adormilada.

—Estamos bien...

—Me alegro. —El hombre se mantuvo callado durante unos instantes—. Yo... quiero disculparme con ambas. Las puse en peligro por puras razones egoístas y... —Apartó la mirada, para luego dirigirla a Logios—. Necesito saber qué es lo que pretenden hacer con ellas.

—No estoy en condición de ofrecerle ninguna garantía, señor supervisor. ­—El rostro del brujo se endureció—. Parece que mi Culto acaba de conseguir un nuevo líder. Me cuesta adivinar qué clase de decisiones tomará con respecto a este caso, aunque yo seguiré fiel a mis principios.

Alex los estaba escuchando, inmóvil y sin abrir los ojos. Su mente fatigada le rogaba a gritos que evitara pensar en temas complicados, pero su instinto de supervivencia lo instaba a calcular con precisión los pasos que iba a tomar a partir de lo que se venía. Dado que aún no podía considerar a Logios ni a Senith como verdaderos aliados, estaba convencido de que su vida continuaba en riesgo. Como preocupación adicional, aún debía hallar la forma de concretar sus objetivos, tanto el oficial referido a la captura de la necrólito, como el relacionado al bienestar de Nirvana que se había propuesto a nivel personal.

Aunque, sin lugar a dudas, ambos fines entraban en conflicto directo.

Tomar a Samsara como prisionera no sería una tarea fácil, en especial porque Sheol y la propia Nirvana actuarían en su defensa. Solo podría atrapar a la necrólito luego de asesinar al supervisor y noquear a la rubia. En pocas palabras, para cumplir con las expectativas de su padre, Alex debía destrozar la familia que su amiga acababa de recuperar. No había otra forma de abordar el dilema; debía elegir cuál meta era la prioritaria.

El honor y la gloria.

O la felicidad de Nirvana.

De improviso, la nave se sacudió con violencia al mismo tiempo que se producía un estruendoso sonido similar al de un rascacielos derrumbándose. Por fortuna, el vehículo no había sufrido daños a considerar, mas los tripulantes se pusieron en alerta máxima al escuchar el distintivo bramido del Necrobita a la distancia.

—Ha superado todas mis expectativas —comentó Sheol, observando una pantalla ubicada en medio de los controles superiores que brindaba una difusa imagen del exterior—. Realmente es tenaz.

Alex se aproximó a la ventanilla delantera y, con cierta dificultad, pudo ver a lo que se refería. El Necrobita había emergido de las instalaciones subterráneas, cubierto de pies a cabeza por su cuantiosa prole. Tenía un aspecto muy similar al de una araña lobo cargando con sus crías, con la particularidad de que las estaba usando como si de una servoarmadura orgánica se tratase. Aunque había otro detalle que resultaba incluso más sorprendente: su tamaño había aumentado a un nivel exagerado. Tal vez dedicarse a devorar a sus propios engendros tenía algo que ver, pero, cual fuese la razón, si antes se le había podido comparar con una casa de dos pisos, en su estado actual había pasado a ser casi tan grande como un edificio de apartamentos. Y parecía seguir creciendo segundo a segundo.

—Estamos fuera de su alcance, pero... —Senith sujetó con fuerza la palanca de mando que no dejaba de vibrar, al igual que la aeronave entera—. Algo nos está impidiendo avanzar.

No fue necesario que alguno de los presentes agregara ni una palabra para adivinar qué podía estar sucediendo. Sus sospechas se confirmaron en el preciso instante en el que la rampa que funcionaba como compuerta de la zona de carga fue arrancada de cuajo. El sonido tintineante de multitud de cadenas y el penetrante olor a plástico quemado fueron las señales previas a la aparición del Quinto Ojo, cuya presencia solo podía representar una mala noticia:

La contienda final había llegado.

Antes de que la medusa metálica pudiese hacer o decir algo, recibió una brutal embestida por parte de Samsara. Ambos fueron expedidos de la aeronave con mucha fuerza, aunque como el Ojo había incrustado de antemano sus cadenas en el armazón, se mantuvieron flotando en el aire como si de una aberrante cometa de viento se tratase.

La primera en reaccionar ante el imprevisto suceso fue Nirvana, quien soltó un chillido e intentó ir en auxilio de la necrólito. Logios la detuvo antes de que saltara fuera de la nave, tomándola de ambos brazos para arrastrarla al interior. A pesar de que la joven estaba fatigada a un punto cercano al desmayo, no dejó de forcejear mientras lanzaba gritos de desesperación.

—¡Va a doblar las alas si continúa haciendo peso! —clamó Senith, sin despegar sus manos de los controles—. ¡Tenemos que liberarnos pronto!

—Yo me encargo —afirmó Sheol, abriendo la compuerta del copiloto para encaramarse en la parte externa del vehículo.

Una por una, el supervisor se dedicó a deshacerse de las cadenas que cubrían la maquinaria. Era capaz de romper las más delgadas a base de pura fuerza bruta, pero para lidiar con las más resistentes se veía obligado a examinar su extraña disposición antes de poder desamarrarlas. A la vez que realizaba el complicado trabajo, también luchaba contra la potencia del viento, las sacudidas de la nave y el dolor agudo que atenazaba cada uno de sus músculos agotados. Pero, por sobre todo, estaba concentrado en mantener la cuenta de las cadenas restantes. Apenas quedara un par, se apresuraría a dar aviso a Samsara para que tuviese tiempo de regresar al interior del vehículo.

Por otro lado, Alex había reunido el valor suficiente para aproximarse a la zona trasera de la nave con la intención de analizar la situación. El Quinto Ojo había inmovilizado a la necrólito con sus tentáculos metálicos más cortos, aunque ella no perdía ninguna oportunidad de lanzar fútiles dentelladas contra su cabeza-corazón. La razón por la que la aeronave no podía avanzar no era tanto por el peso extra que ambos representaban, sino debido a que el Ojo había encajado varias de sus cadenas en las ruinas de la central, como si de anclas se tratase.

—¡Sal de ahí, muchacho! —espetó Logios, quien continuaba pugnando con Nirvana—. ¡No te arriesgues! —Logró contener a la rubia con un brazo y alzó el otro con su palma apuntando al exterior—. ¡Voy a acabar con esto!

—¡No lo hagas, tío Logios! —aulló Senith, viéndolo a través de la ventanilla—. ¡Está demasiado cerca! ¡Las hélices no soportarán la onda de choque!

Una fuerte sacudida hizo que todos perdiesen el equilibrio. Alex pudo sostenerse a tiempo de las barandas que sobresalían de las paredes internas para no caer al vacío, pero no pudo regresar al área segura por los continuos movimientos oscilantes de la nave. Por su parte, Nirvana fue capaz de zafarse de la aprehensión de Logios gracias al sacudón. Apenas se vio libre, intentó correr a toda velocidad hacia la parte trasera del vehículo con la esperanza de hacer algo para ayudar a Samsara. No llegó a concretar dicho propósito al ser bloqueada por Sheol, quien había logrado reingresar a la aeronave desde la zona de carga.

El esfuerzo inmenso que el supervisor había realizado para deshacerse de la mayoría de las cadenas lo había dejado tan extenuado que apenas podía retorcerse. De ninguna forma contaba con la fuerza suficiente para evitar que su hermana cometiera una locura, mas su inesperada aparición bastó para hacerla sobresaltar. Gracias a ese segundo de ventaja, Logios pudo lanzarse encima de ella para inmovilizarla y la empotró contra el suelo sin mucha delicadeza.

—¡No! ¡Sam! ¡Sam! —empezó a gritar Nirvana una y otra vez—. ¡Ayúdenla! ¡Por favor! ¡Sheol, Logios, alguien ayúdela!

—¡Debemos largarnos ahora! —exclamó Senith, haciéndose oír por encima de los alaridos de la rubia—. ¡La Ojiva de la Reina ya está en el radar! ¿¡Por qué diablos esta cosa sigue sin poder moverse!?

—Quité... todas las cadenas que vi... —musitó Sheol, luchando contra el sopor que lo invadía—. Debe quedar... una última que... nos mantiene atados... —Resopló antes de soltar su última frase y perder la consciencia—. Samsara tiene que... regresar...

Logios gruñó y pretendió aproximarse a la parte trasera para ver si podía hacer algo. Tuvo que abandonar la idea al intuir que Nirvana aprovecharía el más mínimo descuido de su parte para sacárselo de encima. El brujo estaba seguro que, dado su nivel de alteración, la necrópata no dudaría en aporrearlo con todas sus fuerzas para luego precipitarse fuera de la nave. No le preocupaba mucho recibir un golpe suyo, pero de ninguna forma iba a permitir que ella, como elemento central de la profecía de Gólghota, malgastase su vida de esa manera.

Ajeno a aquel embrollo, Alex no había dejado de observar con atención la pugna entre Samsara y el Quinto Ojo. Ambos continuaban colgados de la nave gracias a una cadena especialmente gruesa que emergía del corazón de la medusa metálica. La mirada del joven Hound se despegó de la contienda para seguir la prolongación de aquellos eslabones hasta descubrir que estaban enredados en la zona bajo sus pies. Parecían encontrarse tan cerca que, con solo estirar un poco una pierna, podría alcanzarlos sin siquiera tener que soltarse de la baranda que lo mantenía estable. Lo que más llamó su atención fue notar que varios de ellos estaban muy dañados, tal como si hubieran sido raspados de forma repetitiva, al punto de dar la impresión de que un buen golpe bastaría para romperlos.

—¡Sam! ¡Sam! ¡No! ¡No te vayas! ¡No otra vez!

En su cabeza rebotaban ecos de los lastimeros gritos de Nirvana, entremezclados con los susurros aletargados de Sheol y los gruñidos incoherentes de Logios. Apenas podía pensar con claridad; la fatiga agarrotaba sus brazos y piernas, mientras que su cerebro pedía a voces siquiera un breve momento de descanso. Al final, llegó a una conclusión obvia.

Era imposible concretar la captura de la necrólito.

Su misión había fallado.

Tal como había sucedido más un año atrás, había vuelto a fracasar miserablemente.

Un potente bramido de Samsara lo hizo sobresaltar. Tal aullido también llegó a oídos del Necrobita, que movió la inmensa mole de su cuerpo en dirección al origen del sonido. Sus colosales fauces abiertas de par en par dejaban claras sus intenciones: devorar a la necrólito y al Quinto Ojo. Tal vez hubiera sido algo conveniente para los tripulantes de la nave, de no tomar en cuenta que el monstruo gigante también se los iba a llevar consigo si no se liberaban antes de la medusa metálica que los mantenía inmovilizados.

Sin más alternativas, Alex se preparó para patear la sección debilitada de la cadena. Antes de hacerlo, dio un rápido vistazo a su espalda. Nirvana, incapaz de seguir anteponiéndose al sopor que la invadía, ya no estaba forcejeando con Logios. Sin embargo, su expresión de profunda angustia y las lágrimas que brotaban de sus ojos daban a entender que, aunque su cuerpo había dejado de responderle, no había abandonado el deseo de salvar a su figura materna.

Consternado, el noble volvió a dirigir su atención a Samsara y ella le devolvió la mirada. Su rostro continuaba tan bestial como siempre, más parecido al de una especie de gárgola homínida que al de un ser humano, pero sus ojos color ámbar resultaban muy expresivos. Alex casi podía interpretar lo que estaba queriendo decirle. No, en realidad podía sentir el mensaje que deseaba transmitirle.

"Cuida a Nirvana por mí"

—Con mis ancestros como testigos, te prometo que así lo haré, Samsara —susurró en respuesta—. Que el valor de tu sacrificio te conduzca al Salón de los Caídos con toda la honra que mereces. Gloria en la muerte.

Dicho eso, Alex usó todas las fuerzas que le quedaban para lanzar una patada contra la gruesa cadena. En un primer instante, salvo un chispazo color sangre complementado por una fuerte vibración, no pareció surtir ningún efecto. El muchacho ya estaba preparando la otra pierna para dar un segundo golpe, cuando los eslabones dañados saltaron por todos lados, algunos sobre su pecho y otros al vacío.

La sorpresa casi lo hizo soltar la baranda que lo mantenía seguro, pero fue capaz de mantenerse estable. Apartó los pedazos metálicos que habían caído sobre él y volvió a posar su mirada en la necrólito. Incluso viéndose ante un inminente final, aquella bestia no había cesado de atacar al Quinto Ojo para asegurarse de que no recapturara la nave con alguna cadena extra. La medusa, en cambio, se mantenía inmóvil y relajada, como si se hubiese rendido, mas de improviso orientó la punta de su corazón invertido directamente hacia Alex.

—¡Hicimos bien en creer! ¡Hicimos bien en creer! ¡Y seguiremos creyendo cuando llegue el momento de regresar para presenciar el verdadero final! —profirió, con su extraña voz chirriante—. ¡Salve! ¡Salve, Glorioso Emperador!

Tras decir ello, empezó a producir un ruido tintineante como el de monedas rebotando contra una piedra, que continuó haciéndose oír incluso después de terminar en el interior de las fauces del Necrobita. El colosal titán de cuatro brazos tragó el bocado sin siquiera masticar, tras lo que cayó de rodillas y dejó escapar un aullido lastimero. Los engendros necróticos que cubrían su cuerpo lo imitaron a coro, produciendo un estruendo insoportable que se extendió por todo el perímetro.

A pesar de lo impresionante que resultaba, Alex no le estaba prestando la más mínima atención. La nave había podido retomar la marcha y se alejaba del lugar a toda potencia, pero un lejano zumbido, estridente y agudo, le impedía sentirse aliviando. Nunca antes había escuchado algo similar, mas no le era difícil adivinar de qué podía tratarse.

Sin atreverse a parpadear, distinguió que algo caía del cielo en algún punto del horizonte, muy posiblemente en la cabeza del Necrobita. En menos de un segundo, el panorama se tornó blanco. Ya no había colinas, hierba ni árboles. Ni siquiera se podía distinguir el cielo matutino. Daba la sensación de que el mundo entero había desaparecido para dar paso a un espacio tan níveo como vacío.

Sin mucho interés en el peculiar efecto causado por la Ojiva de la Reina, Alexander Hound se arrastró al interior de la zona de carga mientras sus cansados párpados caían sobre sus ojos.

Finalmente, podía tomarse un respiro.

Finalmente.

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