Pacto de trampas y sombras (III)

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Por A_Grant


De estar amarrado de manos y piernas a estar en un saco, Cyrien sentía como la criatura avanzaba mientras cargaba con su peso. El tiempo se le hacía eterno. Imaginaba si su vida acabaría de la misma forma que aprendió en la escuela, paralizado por el veneno y devorado vivo, o disuelto por ácido estomacal y succionado cual sopa.

Pensamientos llenos de apatía y autodesprecio eran lo único que pasaba por su mente. Cualquier sentido de miedo e instinto de pelear o huir se había esfumado, solo quería que todo acabara.

—¿Cúal es tu historia? —Escuchó de repente a la misma voz, sonaba con un eco en su cabeza que no le dejaba saber si estaba muy cerca o muy lejos, no podía asegurar que fuera la criatura.

—¿Eh?

—¿Cúal es tu historia? —preguntó otra vez, con un tono más impaciente.

—No soy nadie...

La misma respuesta que antes, ni siquiera sabía por qué respondía en voz alta, supuso que no valía la pena quedarse en silencio, de seguro ya le habían inyectado veneno y estaba delirando, o era el efecto del humo que inhaló antes de ser capturado.

—Todos tenemos historias —Era la primera vez que lo que decía no era la misma pregunta—. Todos las vivimos...

—No una que valga la pena contar, menos ahora —comentó.

—¿Qué mejor momento para contar una historia que en su final?

—Entonces... si voy a morir. —dijo Cyrien, con su voz repleta de apatía ante la confirmación.

—No pareces muy afectado por eso.

—Justo como todos dijeron... sin lograr nada, sin ser recordado, sin haberle dicho a...

—Ok, me estás deprimiendo —lo interrumpió la voz.

Sintió como el capullo en el que estaba cayó al suelo, después su cuerpo se relajó cuando los hilos de la telaraña y la cinta en sus tobillos y manos fueron cortados.

Sorprendido, Cyrien se sentó en el suelo, masajeando sus muñecas. Estaba totalmente confundido.

—Qué caraj...

Tampoco pudo terminar esa frase. Frente a él, entre las sombras, se alzaba la criatura, el mismo cuerpo de araña debajo del torso de un hombre delgado; la máscara africana lo observaba directo a los ojos.

—Malditos humanos y sus crisis existenciales... —La voz había perdido su eco, ahora sonaba como la de un hombre, frustrado, pero con el mismo tono de un niño que le dijeron que era hora de guardar los juguetes—. Siempre con sus tonterías de lograr algo en la vida —reforzó sus palabras haciendo comillas en el aire. Cyrien no sabía qué decir, el dichoso Gran Tejedor, una bestia mitad hombre mitad araña gigante estaba... ¿burlándose de él?—. Siempre la misma historia.

El cuerpo del Gran Tejedor comenzó a retorcerse, al menos su mitad de araña, se encogía; seis de las ocho patas desaparecieron al igual que el abdomen y el pelo alrededor de sus piernas. Se había convertido en un hombre común y corriente. Ropa apareció de repente sobre él: una camisa de botones de seda color cobre y pantalones a juego con zapatos que parecían ser de cuero. Parte de su pecho estaba a la vista y mostraba que los patrones pintados sobre su piel oscura seguían ahí, al igual que la máscara. Largos collares de cuentas colgaban de su cuello.

En un movimiento elegante de dedos, la luz se hizo alrededor; cientos de velas que bien podrían haber aparecido de la nada se encendieron para mostrar a Cyrien una biblioteca más grande de lo que jamás había visto, con una sala circular única, las paredes eran estantes repletos de toda clase de métodos de escritura, libros, pergaminos, papiros, telares, placas de piedra, cera y otros que no tenía idea; todo eso junto a centenares de reliquias, estatuillas, amuletos y curiosidades.

Cyrien había trabajado en más de un robo en casas de coleccionistas, pero eso era algo indescriptible. Al ver arriba, observó que los libreros no tenían fin, eran eternas columnas de historias conocidas, desconocidas y por conocer.

—Sin embargo —volvió a hablar el hombre. Al salir del trance pudo ver que le ofrecía una mano para levantarse. Cyrien la aceptó, su cerebro aún era incapaz de procesar qué pasaba—. Tú, pequeño parisino maloliente, eres de los pocos que conozco cuya historia no puedo leer...

—¿Qué? —preguntó él.

El enmascarado sacudió un poco de telaraña y polvo restante de las ropas del joven.

—Pasa poco, uno en cada tantos miles, eso te vuelve interesante.

—¿Qué?

—No creo que haya quebrado tu mente tan rápido, niño, vamos —dijo el hombre, aplaudiendo frente al rostro de Cyrien—. Espabila.

—¿Qué carajo eres? —fue lo único que salió de la boca de Cyrien.

—No aprecio el mal lenguaje... —comentó el hombre, después le extendió la mano a Cyrien, una mano larga y delgada con varios anillos en sus dedos y un aroma que no podía distinguir entre mirra o el mismo almizcle—. Mi nombre más común es Anansi, así puedes llamarme.

—¿Anansi? —se preguntó a sí mismo—. Suena... familiar.

—No me sorprendería, soy bastante popular ahí afuera, desde África hasta el Caribe.

Anansi tenía su mano puesta en el hombro de Cyrien, lo guiaba hacia el centro de la cámara, donde se alzaba un trono de madera de ébano con tallados rellenos de oro y refuerzos de marfil, tallado de manera tan minuciosa que casi no parecía ser real. Anansi tomó asiento y cruzó las piernas.

—Entonces... Cyrien Alistide —comenzó a hablar, sabía de buena manera que tomó al muchacho por sorpresa al conocer su nombre—. Tuviste muy mala suerte esta noche, ¿eh?

—¿Dónde estoy?

—Mi Plano de Sombra. Es... un pequeño agujero en el espacio que yo mismo hice, mi hogar lejos de casa —explicó con un ademán de manos que Cyrien tomó como exageración pura—. Aunque, en teoría, no está lejos ni cerca de nada.

—¿Plano... qué? —La máscara no lo mostraba, pero Cyrien sintió que Anansi giraba los ojos en frustración.

—Humanos... —soltó —. Estás en mi oficina, ¿vale?

Anansi vio que el humano observaba perplejo su alrededor, sabía que era incapaz de apreciar la magnitud de lo que presenciaba, al igual que cualquier humano, pero aún así sentía curiosidad, pocas personas no revelaban su historia ante él, cada uno resultaba ser alguien con potencial de una historia interesante.

—¿Por qué sigo vivo? —preguntó el muchacho, con seriedad pura en su mirada.

Anansi rio ante la pregunta.

—Parece que mi actuación fue así de buena —dijo con algo de orgullo—. Nunca estuviste en peligro de morir. Nunca he sido aficionado a los sacrificios humanos.

—Entonces...

—Papillon... es un caso especial, una historia triste, la verdad —continuó—. La encontré hace varios años, escapó de una institución psiquiátrica, su cerebro estaba... —Al no encontrar palabras, procedió a golpear un costado de su máscara con los nudillos, el sonido hueco de la madera probó su punto—. ¿Sabes?

—Y ahora es tu sirviente.

—Créeme, si la regresaba a ese lugar, moría; si la dejaba suelta, era un peligro para muchos, así que me convertí en...

—Su señor.

—El título me queda —comentó antes de una ligera risa.

—Una farsa para convertirte en el "Gran Tejedor de Historias"...

Apenas pronunció esas palabras, el cuerpo de Anansi se deformó y volvió a la forma híbrida de araña. Cyrien cayó al suelo del susto mientras los colmillos y patas delanteras de Anansi se alzaban en amenaza.

—No te pases de listo —ordenó, ahora con una voz mucho más serena—. No. Soy. Un. Farsante. —Enfatizó en cada palabra—. Yo soy Anansi, hijo de Asase Ya, aquel que le ganó al dios del cielo, Nyame, el que engañó a Onini, Osebo y al enjambre Mboro, el verdadero Guardián de las historias y guía de la humanidad, no tomes mi cordialidad contigo como una ventana para faltarme el respeto, Cyrien Alistide.

Aterrado, Cyrien asintió, y otra vez el cuerpo de Anansi volvió al de un humano, luego se sentó en su silla.

—¿Eres un dios? —preguntó mientras se levantaba.

—Ustedes nos nombraron así.

—¿Qué quieres de mí?

—Tu historia —respondió—. Normalmente podría ver toda tu historia con solo observarte, cada segundo, desde el primer llanto al salir de tu madre, pero cada tanto, uno que otro de ustedes puede resistirse, son lindos casos de estudio.

—Espera —interrumpió Cyrien—. Todo eso... esa mujer, mis amigos, esos dementes que nos drogaron, toda la parafernalia... ¿por una historia?

—Papillon cree que devoro a la gente que me trae. La verdad es que solo veo sus historias y los dejo ir pensando que tuvieron el peor viaje ácido de sus vidas.

—¡¿Por qué demonios cree eso?!

—Ella... asesinaba gente. Pensaba que esa era la forma correcta de servirme, no había manera de detenerla, castigos, órdenes, nada. No importaba lo que yo dijera, se excusaba que no era su culpa y era incapaz de controlarlo. La única forma de detenerla era convencerla de que yo tomaría sus vidas si ella los traía ante mí... una historia a la vez cada quince noches. Por alguna razón, eso satisfacía sus ansias, a cambio de un propósito para alguien roto como ella, sin embargo... a medida que pasaron los años consiguió más gente rota que querían ayuda con sus historias, ahora que lo pienso, quizá debí detenerla, aunque hace siglos que no recibía tanta atención.

—Esa es la mayor ridiculez que he... —Cyrien se detuvo—. ¿Una a la vez?

—Nunca trae más de una persona, así son sus órdenes.

—Monique...

Justo en ese momento, Anansi lo vio; los sentimientos, los recuerdos, un pequeño fragmento de la historia se reveló ante él, podía ver sus hilos llegar a Cyrien.

—¿Quién? —preguntó al inclinar su cabeza.

—Papillon y su gente nos atraparon a mí y a mis amigos. Éramos tres, y solo yo fui sacrificado —explicó Cyrien—. ¿Dónde están ellos?

—Soy Guardián de las Historias, niño, no un oráculo —contestó con sarcasmo—. No sé de quién me hablas.

—Entonces aún los tienen... Merde! —maldijo.

—Oh... —soltó Anansi—. Eso no es bueno.

—¿¡Tú crees!? —gritó—. ¡Déjame salir!

—Jamás le he permitido a Papillon guardar presas para más tarde —dijo Anansi, seguro de su autoridad sobre ella—. Pero, no me dijo nada de otras ofrendas...

—¡Déjame ir! —demandó Cyrien, buscando una salida del Plano de Sombra.

—¿Ahora me das órdenes?

—¡Déjame ir, maldito insecto!

—Ni siquiera dignificaré eso con una respuesta.

Cansado de cualquier juego que Anansi estuviera jugando, Cyrien se preparó para lo que mejor sabía hacer.

—¿Quieres mi historia, no? —preguntó. De inmediato, notó el interés del supuesto dios—. Ayúdame a rescatarlos y es tuya.

—Ni siquiera sabes por qué no puedo leer tu historia. ¿Cómo puedes prometer que me la darás?

—Tú eres el dios —replicó Cyrien—. ¿No hay nada sobre tratos divinos entre todas las historias que guardas?

—Demasiados para mi gusto.

—Escucha, viste lo que sucede con Papillon, si sigue así y gente empieza a desaparecer, ¿no te causaría problemas?

Anansi no respondió.

—Ayúdame a salvar a mis amigos, resolveré tu problema y mi historia es tuya.

Cyrien era incapaz de verlo, pero, bajo su máscara, Anansi sonrió. Por alguna razón, el pobre humano le recordó a sí mismo.

—Recapitulemos —retomó Anansi con un ademán de manos—. Si te ayudo a recuperar a tu doncella, tú te encargarás de Papillon y a la vez me darás tu historia... de un embaucador a otro, no estás llevándote la mejor parte, niño.

—No es por mí. No me interesa lo que me pase...

Ahí estaba, la razón por la que Anansi no podía ver la historia de Cyrien, o la de Papillon. ¿Cómo podría ver la historia de alguien con ningún apego a ella? Pero en su conversación pudo notar grietas en sus muros, grietas que le mostraban cosas que harían las cosas divertidas. El dios aplaudió con una ruidosa risa.

—¡Pero que cliché tan hermoso! —gritó con emoción—. Acepto el trato, niño... tus amigos por tu historia —accedió, y un par extra de manos emergió de la espalda del dios araña, una de ellas se extendió a la espera de un apretón que cerrara el trato.

—Espera —dijo Cyrien—. Debes prometerme tu ayuda con Papillon.

—Astuto... por desgracia no puedo tocar un pelo de su cabeza, ¿entiendes? —preguntó, el chiste no tuvo respuesta de parte de Cyrien—. No puedo dañar a humanos que hayan hecho convenios conmigo... pero nada dice que no pueda darte algo que te ayude con ella.

Anansi caminó hacia los libreros y dio vueltas alrededor, buscaba algo. De repente, se elevó en el aire mientras murmuraba para sí mismo. Cyrien tardó un momento en darse cuenta de que no estaba volando, cientos de hilos de telaraña danzaban, y Anansi se movía sobre ellas.

—Algo útil... discreto, pero divertido —comentó al tomar un pergamino de cuero con un hechizo tan antiguo como él, de hecho, era una maldición, pero nada que no pudiera ajustar—. Muy bien, te daré algo con lo que podrás defenderte de Papillon y su séquito.

—¿Qué es?

—No, no, mi ayuda no tiene condiciones —lo detuvo Anansi—. Lo tomas o lo dejas, niño.

Cyrien bufó. El dios araña no se iba a dejar engañar, tenía todas las de ganar en esa situación y el único desesperado era él, sus opciones se acababan.

—¿Entonces qué harás, Cyrien Alistide?

Una vez más, dos de los brazos extras de Anansi se extendieron a él para un apretón doble de manos. Cyrien miró fijamente a la máscara de la araña, casi pudo ver los ojos burlones a través de los agujeros.

Sin más opción, Cyrien cerró el acuerdo.

—Estoy seguro de que se llevarán bien.

—¿De qué ha...?

Cyrien sintió que sus brazos fueron atados de repente, los hilos de Anansi lo habían sujetado con firmeza. A los segundos, lo jalaron, distorsionando para Cyrien la imagen del Plano de Sombra, lo último que vio fue a Anansi despidiéndose con sus manos extra.

Como si lo hubieran arrojado a la fuerza de la puerta de un bar, sintió el golpe del suelo en su espalda, ya se estaba hartando de los golpes por un día. Notó que se encontraba en la misma habitación donde Papillon lo había ofrecido como sacrificio.

—De verdad sucedió... —murmuró al observar la sala, igual que como la recordó, sin los individuos con vestimenta exhuberante a su alrededor.

«Monique», recordó.

Se apresuró a levantarse, enfocado en buscarlos, tanto que apenas se dio cuenta de la sensación de que alguien sujetaba su brazo para ayudarlo.

—¿¡Qué demonios!? —gritó del susto mientras se volteaba. No había nadie ahí, su expresión hizo eco por los túneles de las catacumbas. Se comenzó a preguntar si de verdad había perdido la cabeza—. ¿Quién está ahí?

No hubo respuesta, pero algo llamó su atención, una de las estatuillas cerca de una de las paredes tambaleaba de manera que la base de madera hacía ruido contra el suelo, no había nadie ahí, solo el mismo santuario de velas, inciensos y demás objetos, solo veía su propia sombra proyectarse sobre la luz, como si saludara.

«¿Saluda?»

Su sombra, su propia sombra, se estaba moviendo; la silueta de su mano se sacudía de un lado a otro, casi con alegría, pero su mano no estaba ni cerca de hacer lo que su sombra hacía.

—Ay, Dios... —fue lo único que logró decir, su sombra ahora parecía inclinarse, como postrándose ante alguien, ante él, para después deformar la figura de su cabeza en una sonrisa—. ¿Qué rayos eres?

La sombra solo se encogió de hombros.

—¿Esto es lo que me das?

Cyrien volteó a buscar el túnel por el que Anansi entró en un principio, pero había desaparecido, era una pared sin más en su lugar. Cyrien maldijo entre dientes.

Un s'est échappé! —el grito alertó a Cyrien.

Uno de los sectarios de Papillon lo había escuchado. Para cuando volteó a verlo, el hombre ya estaba sobre él con cuchillo en mano, a punto de apuñalarlo. Cyrien logró sujetarlo por la muñeca y forcejeó, pero el hombre era más fuerte que él, o al menos algo lo hacía así; sus labios quebradizos y ojos inyectados de sangre le decían que lo que fuera que tuviera, no estaba en su sano juicio.

El fanático estuvo bastante cerca de cortarlo, hasta que una fuerza invisible lo alejó de Cyrien, ahora forcejaba contra el aire, así pudo ver como una de las estatuas levitaba para estrellarse contra su cabeza. Por la fuerza del golpe, el objeto estalló en pedazos y el hombre quedó inconciente. Cyrien observó hacia una de las paredes, su sombra, extendida hasta donde estaba el atacante, le mostraba los pulgares arriba con ambas manos.

—Puedes... puedes manipular cosas —dijo Cyrien. Su sombra apuntó ambos dedos índices hacia arriba y luego cruzó las manos, estaba en lo correcto—. Y hablas en lenguaje de señas... ¿Anansi sabía que hablo lenguaje de señas?

Su sombra se encogió de hombros.

Merde —comentó, recuperando la compostura—. Gracias por ayudar. —Recibió un movimiento de manos, de nada—. Debo encontrar a Jean y Monique, luego escapamos. ¿Puedes ayudarme?

Su sombra se deformó cual sonrisa burlesca y asintió.

Cyrien aún tenía muchas preguntas sin respuesta, pero se alegró de tener una ayuda útil, por más bizarra que fuera. Entonces, escuchó los pasos de los demás fanáticos, alertados por el grito de su compañero.

—Ok... tengo una idea.

Cyrien tomó uno de los incensarios de arcilla que colgaban en la sala, lo sujetó por la cadena como si de un mayal se tratara, oculto junto a la entrada de la recamara.

La primera persona entró, cuchillo en mano al igual que el anterior, luego otro. Era el momento. Cyrien tomó impulso para golpear al segundo en el rostro, el contenedor de arcilla se quebró esparciendo cenizas ardientes que le quemaron los ojos. El grito de terror hizo que el primer fanático volteara, pero fue atrapado por la sombra, que le cerró el cuello como una serpiente constrictora hasta que dejó de pelear, mientras Cyrien golpeaba en el rostro al que gritaba de dolor.

Tomó una antorcha y corrió, los túneles de las catacumbas se veían todos iguales. A través de la luz del fuego, su sombra llamó su atención, formaba una flecha hacia adelante.

—¿Cómo sabes dónde están?

Sin respuesta concreta, Cyrien decidió hacerle caso. La sombra se movía de pared en pared dependiendo de a donde debía cruzar. De vez en cuando se encontraron con alguna persona en túnicas, pero la sombra los empujaba fuera del camino con suficiente fuerza para que dejaran de ser una amenaza.

La carrera los llevó a una recámara en la que se notaba la luz parpadeante de las velas. La sombra volvió a unirse a Cyrien al llegar ahí. Él respiró hondo y sujetó la antorcha con fuerza, listo para usarla como garrote, incluso asintió hacia la sombra, pero antes de siquiera dar un paso, escuchó algo, una risa, ligera, pero ahí estaba, como alguien que se acordaba de un chiste viejo, era una voz femenina, la de Papillon.

Cyrien dio unos pasos adelante, sudor frío corría por su frente y podía escuchar los latidos de su corazón. Se asomó en el arco de la puerta, pocas velas iluminaban esa recámara, pero lo suficiente para ver a la mujer arrodillada con su cabeza pálida y una mariposa tatuada, se reía. Un olor metálico llegó a la nariz de Cyrien, podía ver algunos reflejos carmesí en el suelo.

Su corazón casi se detuvo. Dejó caer la antorcha de sus manos, y el ruido alertó a Papillon, quien se volteó a verlo con una sonrisa en medio de su rostro manchado de sangre, detrás de ella, el cuerpo de Monique, con sus ojos abiertos y fríos, manos encadenadas y su cuello con un corte profundo del que ya no brotaba sangre, ni escuchar nada ni sentir nada.

Cyrien observaba el cuerpo, ni siquiera pudo darse cuenta que Papillon había corrido hacía él, a punto de clavarle en el cuello el mismo cuchillo que usó para matar a Monique, pero se detuvo en seco, la sombra la había atrapado, helada e incapaz de moverse.

Los ojos de Cyrien dejaron de mirar a Monique, y a medida que su desolación se convertía en ira, se giró hacia Papillon.

La sombra creció sobre ella, la sujetó de todo el cuerpo, apretaba con tal fuerza que por cada intento de respirar, sus pulmones expulsaban el aire.

—¿Qué es esto? —preguntó Papillon, asustada e intentando moverse con todas sus fuerzas.

—Un regalo de tu Gran Tejedor de Historias...

—No... no, imposible —soltó ella —. Mi señor no...

Las manos de Cyrien la sujetaron del cuello.

—Dejaste de serle útil —dijo Cyrien, lágrimas corrían por su rostro a medida que cortaba el oxígeno de Papillon con sus manos, e intentos de pronunciar alguna palabra salieron como quejidos incompletos de ella—. Espèce de salope!

Los ojos de Papillon se llenaron poco a poco de sangre, al tiempo en que los labios se le tornaban azules. Cyrien le pudo sentir la tráquea ceder bajo sus manos. Por último, una sonrisa se formó en el rostro de la mujer, antes del crujido de su garganta. Dejó de pelear y la sombra la soltó, el cuerpo sin vida cayó al suelo. Le tomó unos segundos darse cuenta de lo que había hecho. Un grito desgarrador emergió de sus pulmones mientras caía de rodillas, quería vomitar, su vista estaba borrosa por las lágrimas y sentía que no podía respirar. En su frustración, golpeó el suelo hasta que sus puños estuvieron bañados en sangre.

—Cy... Cyrien —Escuchó en una de las esquinas de la recámara. Jean estaba encadenado al igual que Monique—. ¿Qué hiciste?

—Jean... yo.

—Lo sabía... maldita sea, sabía que no debía escucharte.

—¿Qué?

—¡Esto es tu culpa! —gritó Jean—. ¡Sabía que no debía seguirte a este lugar!

Cyrien no reaccionó ante la acusación, sabía que era verdad en más de una forma, pero estaba cansado, solo se levantó. Sin pedírselo, la sombra rompió las cadenas de Monique y la cargó en sus brazos con cuidado, hacía lo posible para no verle el rostro, no de esa forma.

—¿Qué haces? —preguntó Jean—. ¿¡Qué mierda haces!? ¡Sácame de aquí!

—Llamaré a la policía... vendrán por ti.

—¡No debimos escucharte! ¡Maldito seas!

Caminó por las catacumbas guiado por su sombra hasta que una entrada de alcantarillado apareció frente a él. No podía decir que sabía por donde caminaba, su mente estaba en blanco, entumecida. La entrada lo llevó al Senna, unos kilómetros de distancia de donde entraron. Cyrien dejó el cuerpo de Monique sentado contra una pared, después se dejó caer en el muro contrario.

—Final inesperado. —Anansi había aparecido frente a él, vestido igual de elegante, ahora con un cigarrillo entre sus dedos y humo emergiendo de la máscara.

—¿Lo sabías? —preguntó Cyrien—. ¿Sabías que ella haría esto?

—Te dije que era inestable, niño —contestó Anansi—. Pero no sabía que haría algo así... ver el futuro no es algo que pueda hacer.

En silencio, Cyrien veía a la nada, apenas capaz de digerir lo sucedido.

—No sirve de nada, pero sí lamento su muerte —agregó a Anansi antes de tomar una bocanada de humo—. Tenían una bonita historia.

—¿Por qué conservabas a alguien así?

—No intentes comprender las acciones de un dios, Cyrien —respondió tras escupir el humo—. Nuestras razones no son mejores que las de los humanos.

—¿Esa es tu excusa?

Anansi rio.

—Supongo que pensaba que su historia aún podría tener un final feliz, al igual que tú...aunque fue un final, en sus propios términos.

—No merezco un final feliz...

—Ya lo veremos, por ahora, te daré un mes de descanso.

—¿Descanso?

—Tu historia es mía, Cyrien, ¿recuerdas? —Anansi apagó el cigarrillo en la palma de su mano y lo arrojó al suelo—. Los veré a ti y a tu sombra en un mes, empezaremos a trabajar entonces.

Anansi se retiró. Cyrien lo vio desaparecer en el cruce de la esquina. Sintió una presión en su hombro, como una mano posada en él, con la luz del amanecer, pudo ver su sombra, formaba una sonrisa comprensiva.

«El fin de una historia y el comienzo de otra.

El lugar y el momento equivocado.

Dos embaucadores y un trato destinado a la miseria».

El Escriba, Centinela cuyo propósito era la documentación y preservación de los eventos del Eterno Fluir, pudo sentir un espíritu afín en ese ser.

«Anansi», anotó su pluma, jamás inerte, como el Eterno Fluir.

Un guardián de historias y conocimientos como El Escriba, no por un llamado divino o sentido del deber, pero una curiosidad que rozaba la ambición y la obsesión. Su misma pluma había atestiguado las hazañas a favor de los humanos de la Tierra por siglos, igual que otros proclamados dioses embaucadores que en ocasiones formaban parte crucial del desarrollo de la vida en sus reinos, o la destrucción misma de ellos.

«Dioses», continuó su pluma, un concepto que se repetía en cada lugar, cada planeta, cada galaxia, a través de todo el universo.

Seres de gran poder, con una afinidad en común con la creación y la destrucción, millones de veces esos términos no eran opuestos, podían ser causa y efecto, sinónimos, convergían y divergían una y otra vez en el cosmos, los Centinelas lo sabían muy bien. ¿Eran ellos dioses?

Con un pensamiento, El Escriba borró esa pregunta. Aquellas cuestiones no le correspondían, esos eran temas más acordes para sus hermanos La Polemista o El Juez.

«Cyrien Alistide», volvió a moverse la pluma.

Un humano entre billones, pero de los pocos que había entrado en contacto con seres primordiales como aquel llamado Anansi, y que vivió para contar la historia, dispuesto a sacrificarse por alguien que amaba sin saber las consecuencias de hacer un trato con alguien que ganó su inmortalidad y poder mediante trucos y artimañas, una característica común en las jóvenes especies inteligentes, otro humano que, por alguna corriente del Eterno Fluir, terminó atrapado en hilos de seres mucho más poderosos que él.

Una historia más documentada, otro suceso ínfimo en el flujo del universo que El Escriba resguardaba, una a la vez, sin detenerse.

Ese era su papel en el Nexus.


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