XXII - Dejen los miembros que hayan perdido

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¿Esos fueron balazos?

—¿O?

Creo que no había visto a alguien que primero dibujara el cuerpo antes que la cabeza. Creo que tampoco había visto a alguien dibujar con tanta devoción al ahorcado.

—¿S? —Jean se asoma a la hoja y agarra el borrador de inmediato—. No seas tramposo, yo no tengo la culpa de que seas malo en este juego. Anda, quita esa pierna.

Bufas y dejas caer la cabeza en la mesa. Borras sumamente despacio la pierna izquierda del monito para luego volver a marcar tres veces la derecha.

—¿Sol te ha contado alguna vez de cuando nos conocimos?

Niegas con la cabeza y añades otro par de círculos al fondo de la hoja. Ahí abajo reluce un torbellino de líneas. Así de rara ha de ser tu cabeza. Con hipopótamos alados y coronas de mil pétalos. Todo ahí revuelto como ideas puestas en una licuadora que no deja de sonar. ¿Te acuerdas de las cosas o no? ¿Te acuerdas de lo que estabas dibujando cuando...

—Cuando la vi de cerca —continúa el francés—, estaba escondida detrás de la puerta de su casa, al lado de Maximino. Les fui a llevar una tarta de manzana porque mi mamá pensó que era buena idea hacerlo. Y la primera cosa que le escuché decir fue: «¿Es el ababol que come caracol?»

El francés se excusa un momento y se levanta de la mesa. No ha guardado muchas cosas en cajas, según él es difícil transportar todo lo de la casa sin que atraquen al camión de mudanza a media carretera. Así que la mayoría de los muebles se quedará aquí. A excepción, claro, de la cafetera de diamantes, esa sí ha quedado completamente asegurada en una caja de cartón.

Aunque dudo mucho que la use algún día en el futuro.

—¿Sabes qué significa ababol, Rob?

Abre una bolsa de frituras y regresa a la mesa con una botella de salsa. Tomas un par de esas cosas grasosas y se las acomodas a un lado a Pipino en su caja. No sé qué quieres lograr con eso. El otro día le pusiste un pedazo de pan y te lo estuviste comiendo en la madrugada a escondidas. Ya mejor come tú la fritura, la paloma ni se mueve.

—No.

Ya se tardó Sol. Todo por no querer levantarte de la cama no pudimos acompañarla al mercado a comprar las cosas para hacer el postre de elote. Desconfío de ella, no sé si vuelva con todos los ingredientes, pero ella iba muy segura de sí misma porque había aprendido de memoria los pasos de la receta del Donas de chocolate amargo. Aunque, bueno, tampoco es que tú hubieras sido de mucha ayuda allá con las frutas.

—Significa Bobo.

Efectivamente suena a algo que diría Sol. Diría eso o algo relacionado con los duraznos o el jugo de duraznos. Tampoco me hubiera sorprendido si hubiera mencionado algo de sangre.

—Ella estaba segura de que por ser francés yo comía caracoles. Entonces casi siempre la encontrábamos en el jardín buscando insectos para que no nos los comiéramos. Sobre todo en las madrugadas. A veces no sabía si estaba soñando o si realmente ella estaba escarbando en la tierra.

¿Estás completamente seguro de que pusiste los espacios correctos ahí? Al menos me hiciste caso y usaste una palabra de siete letras en vez de una de tres. ¿Cómo no quieres perder si te pones de pechito?

—¿A?

Rompes el círculo que estabas haciendo y miras con terror a Jean Leup. Niegas con la cabeza. Vamos a empezar con tus trampas de nuevo... Luego el Lobo no va a querer jugar contigo.

—¿Seguro?

Vuelves a dejar caer la cabeza sobre la mesa y comienzas a esbozar una «a» sobre una de las rayitas de tu hoja. No voy a preguntarte cómo es que logras escribir con la frente pegada a la mesa.

—No me pareció grosero eso que me dijo, lo de ababol. Aunque siendo sincero no tenía idea de qué quería decir, yo no hablaba mucho español. Y ya sabía que era rara desde antes de conocerla. Aparte de que agarraba nuestros insectos, mamá mencionó que no iba a la escuela porque en el primer día se había peleado a golpes con unos muchachos que mataron a un ratón. También me dijo que Maximino era como un criminal. —Agarra un puño de frituras—. Omitió la parte de que mató a muchas personas. Yo creí que había robado una tienda o algo así...

Algo le pasa a Jean, no ha tomado nada de café en tu presencia, solo agua. Tiene los labios secos y no puede dejar de morderse las uñas.

—Sol siempre se preocupa mucho por eso de morir. Incluso cuando todo estalló y la gente comenzó a matar, ella se ponía triste. Aventaba piedras a la ventana y me decía la cantidad de personas que habían asesinado en el día —Jean duda—. ¿D?

Cuánta felicidad por dibujar la otra pata del ahorcado. Sádico.

—Dejó de hacerlo, eso de contarlos, cuando la cifra aumentó a setenta por día. —Lobo mira hacia la puerta—. ¿E?

—No.

Dibujas el brazo izquierdo del muñeco, y lo haces con una sonrisa que hasta da miedo. Estás disfrutando demasiado de esto.

—¿I?

Dejas de dibujar el hipopótamo y le añades el último brazo a tu monito deforme. Contento te pones a analizar las rayitas. Jean sacude las boronas de la fritura de las palmas de sus manos y se asoma a la hoja.

—Un día que estaba lavando mi ropa ella se trepó a una caja. Por encima de la barda me dijo que había encontrado un saltamontes azul. Ese día aprendí tres cosas. Ya no iba a poder lavar mis calzones con tranquilidad, la cerca eléctrica era un adorno y Sol estaba loca, pero me agradaba. ¿M?

—Cuerda.

—¿P?

Escribes con desgano la letra en la primera casilla. Palabra que empieza con Pa, y tiene siete letras. No eres tan menso como para poner «palabra».

¿O sí?

—¿Patatas?

—Gané.

—Solo estoy imaginándome cosas, ¿verdad? —pregunta Jean sin dejar de comer—. No es como si ustedes tuvieran algo que ver con eso del cartel de las vías. Pudo haber sido cualquiera de los que viven aquí. ¿No?

—Papapas.

—¿Qué?

—La palabra. Papapas.

Rob esa no es...

El teléfono de Jean vibra de inmediato un par de veces y este mira la pantalla de soslayo. «Eduardo», lo deja a un lado a pesar de que vuelve a vibrar. Enseguida vuelve a vibrar y mira de nuevo a la pantalla. «El jirafas», ese debe ser Rafael.

Jirafa: [¿Dónde está Sol?]

—¿Rob?

Jean le presiona a la foto de Eduardo. Hay un par de mensajes de voz en el chat.

»Wey, no mames. El pinche wey ese de los CROGHAS vino a tocar la puerta de Chabelita y le está preguntando que si dónde está la muchacha que vive en esta calle. ¿Por qué está buscando a Sol? Chabelita le dijo que solo había un vato que se ponía vestidos entre estas casas.

»Ya me vino a tocar. Le dije lo mismo. Para que no vayas a salir con otra cosa. Ya todos nos pusimos de acuerdo en el grupo. ¿Si has visto los mensajes? El vato del vestido sale por las noches y le gusta escuchar las cumbias viejitas, pero bonitas. Este... Rarito le dijo que era alérgico a los perros y a la nuez de moscada, no a la otra. Y también le contó que había sido un, ¿cómo dijo? presentador de programas de la jungla. Que le quitaron el programa por bajo rating después de que lo mordió una serpiente en el trasero y que cayó en depresión desde entonces. Y se llama Panchito.

»Ya va para tu casa.

¿Todo eso lo dijo Rarito?

Jean no te mira muy contento. Tal vez debimos de haberle explicado con amabilidad que Sol había empujado levemente a uno de los malandros esos contra las vías. Y que por mera coincidencia el tren estaba pasando justo en ese momento.

—Fue Sol.

—Rápido, crúzate por la barda y ponte un vestido.

—¿Yo?

—¿Qué? ¿Esperas que yo me vista de mujer y finja que me gustan las cumbias?

—¿Sí?

—No me quedará su ropa, a ti sí. Estás delgado y te ves deprimido. Justo para el papel de "Panchito con cicatriz en el trasero", ¿te sabes alguna cumbia?

Yo no sé de cumbias. Anda, ¿qué esperas? No podemos echar a perder la historia que creó Rarito para nosotros. Hay que honrarla.

Ya Jean acomodó a Pipino en el tope de la barda, y también colocó una caja para que puedas saltar. Te observa saltar sin problema alguno.

—Después de esto, los voy a matar a los dos.

—Ajá.

—Panchito de la jungla deprimida con vestido que le gustan las cumbias y es alérgico a la nuez moscada. ¿Bien? —Jean habla del otro lado de la pared.

Ni siquiera asientes. Solo te metes a la casa enfadado y azotas la puerta de la cocina. Se puede romper eso. Tú fuiste el de la idea de revivir, ahora te aguantas.

Eso es. Tú tómate el tiempo del mundo en subir las escaleras, ya sabes. Al cabo no hay ningún asesino buscándonos. ¿No gustas echarte una siestita antes de abrir el clóset de Sol? ¿Un refresquito? ¿Un postrecito?

Eso, busca en el armario los vestidos. Mira, ahí agarra todos esos ganchos y aviéntalos a la cama. No hay tiempo de revisarlos todos.

—Brillitos.

Rob, no te puedes poner ese de lentejuelas justo a medio día. Si te vas a poner un vestido, póntelo bien. Ese de ahí, algo más discreto, el de flores se ve bonito. Y no, por si lo preguntabas, no tienes permitido agarrar ese maquillaje. Si ni a Sol le sale bien, ¿tú crees que vas a poder ponerte algo de ahí sin que salgas como mimo? Dijeron que el señor se ponía vestidos, no que se maquillaba.

¿Ese es el timbre? ¿La casa siempre tuvo timbre? ¿Entonces por qué todo el mundo golpea la puerta?

Vuelve a sonar el timbre y bajas incluso más lento que como subiste. No sé si sea buena idea llevar a Pipino contigo, pero definitivamente es suicidio que lleves los lentes cuando le abras la puerta al señor. Y, sobre todo, Rob, ¿te puedes acomodar el vestido? Se te está saliendo la chichi.

Eso, Pipino en el suelo, y los lentes... No, los lentes guárdalos. Si se le ocurre al señor entrar, los va a ver ahí. No, Rob, espera, todavía no abras la puerta.

Maldita sea, abres la puerta.

Bien. Abres la puerta de poco a poco, ocultándote lo que puedes con la madera. Pero enfrente hay un hombre que parece confundido (efecto probablemente provocado por tus fachas). Lleva un saco oscuro que parece brillar, encima de una playera oscura. Debajo trae unos pantalones y zapatillas para correr. Tremendo estilo de alta costura, sobre todo con esos lentes.

—Buenas tardes.

Yo no le veo nada de macabro al señor. Si nos lo encontráramos ahí por el supermercado, la verdad yo diría que es un agradable sujeto, parece la clase de persona que te deja pasar primero a la caja porque solo traes un par de cosas.

—Buenas.

Pensé que ibas a tomar un tono agudo de voz, pero me agrada el grave. Buena idea. Entre menos hables, mejor.

—¿Joven?

—Señorita.

Asiente poco convencido. Yo tampoco estoy convencido. ¿Tú estás convencido?

—Señorita, ¿usted sabe quién soy?

—¿Quiere ver a Pipino?

Sí, Rob. Este es el momento perfecto para preguntarle al asesino de media ciudad si quiere ver a tu paloma robótica.

—¿Disculpe?

—Pipino. ¿Quiere verlo?

—Yo no... —Recompone su postura y carraspea un poco—. Soy Jaimón.

—¿Jamón?

Mira, Rob, hay un intento de sonrisa chueca en sus labios, pero no sé qué tanto aguante tus chistes raros.

—La semana pasada mataron a uno de los míos aquí enfrente de las vías. Y como usted comprenderá, cada agente para mí es invaluable.

¿Por eso los mandan a matar todos los días?

—¿Entonces no Pipino?

El señor se detiene y te observa de arriba para abajo mientras te agachas para recoger la caja de Pipino que dejaste detrás de la puerta.

—Me gustan las cumbias de la jungla.

¿Lo recuerdas, Rob? Creo que es él. Tienes que acordarte fue por la culpa de él que tienes seis hoyos en el pecho. Tienes que recordarlo.

—La señora esposa de este amigo mío, estaba muy preocupada por su bienestar. Y por seguridad le dejaba siempre un micrófono pequeño entre la ropa. Esta fue la última conversación que le llegó notificando al celular:

«¿Los del documental? Sí se pasaron de rosca, me la creí toda... ¿Te gustan los perros?»

Sí, es la voz de Sol, recuerdo la conversación. Pero esa no fue la última conversación que tuvimos con el amigo de las vías. Sin embargo, a ti te vale gorro que estemos discutiendo con el asesino de asesinos. Tú agitas la caja para captar su atención y que vea a tu paloma muerta.

¿Cómo es posible que recuerdes al Platita, pero no recuerdes a este maldito?

—¿Ya va a ver a Pipino?

—Señorita. —Sigue igual de confundido—. Eran dos personas. Sé quienes fueron y sé que viven cerca. Las cosas se complicarán para todos aquí si no cooperan. No sería justo que se quedara así la situación para mi agente y su familia. Y tampoco quisiera llegar a esos extremos. ¿Entiende?

Entiendo que se refiere a que quiere cortarnos las manos o algo así, y debería de preocuparme más por esa situación. ¿Pero tuvo esta conversación con cada persona que vive en esta calle? Lo que más me asombra es que sigue manteniendo algo de cordura en sí. Haber hecho estas preguntas a los vecinos debió de haber sido una tortura.

Don Jaimón se quita los lentes sonriendo. La caja se te cae al suelo de inmediato, se tira el biberón, los pedazos de periódico que le habías acomodado a la paloma y las frituras también. Levanta la mirada. Es él, es definitivamente él. Jaimón se agacha para tomar la caja, acomoda las cosas dentro y la tiende hacia ti.

—Ahí está Pipino. Alérgico a las bayas.

Era a las nueces.

—Pero no hay nada en la caja.

¿Y la paloma?

—¿Pipino?

—Estaré —duda—, estaré cerca.

—¿Se comió a Pipino?

No, no creo que se la haya podido comer, tampoco está dentro del vestido. Y no, tampoco creo que se haya escondido dentro del biberón, Rob. No puede encogerse. Es robótica, no mágica. Jaimón camina despacio hacia atrás en medio de tu crisis. Avienta una especie de papel, pero estás demasiado ocupado como para notarlo.

Hay un símbolo extraño en la puerta. Debió de marcarlo antes de que le abrieras.

¿Esos son balazos?

Ay, no. ¿Dónde diablos está Sol?

¿Rob?

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