━ 𝐈𝐕: La abuela

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N. de la A.: os aconsejo escuchar la música de multimedia mientras leéis el relato. De este modo lograréis una mayor inmersión y gozaréis de una mejor experiencia.

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──── RELATO IV ────

LA ABUELA

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 Buen provecho. 

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        ES HORA DE CENAR.

Observo mi plato rebosante de comida y no puedo evitar componer una mueca desganada. A pesar del rico olor que rezuman los alimentos que hay dispuestos a lo largo y ancho de la mesa, a mi estómago no parece agradarle la idea de ingerir nada.

Esta noche me encuentro inapetente.

Me quedo inmóvil, completamente estática en mi asiento mientras mis ojos saltan de una fuente a otra. Como ya es costumbre desde que llegué a esta casa, mi abuela ha cocinado una gran variedad de platos: guisos de carne, caldos de verdura, pescado al horno, tartas de diversas texturas y sabores... Todo lo que puedas llegar a imaginar.

Ha sido un día lluvioso y la noche parece presentarse igual de tormentosa e inclemente. Hace aire. Mucho, a decir verdad. Es una cabaña vieja y la madera cruje y se estremece como si tuviera vida propia. A veces juraría que hasta la he escuchado gemir por las noches, cuando el viento es demasiado fuerte y las tablas que conforman su estructura amenazan con arrancarse de su lugar.

No me gusta vivir aquí.

Es una casa desvencijada, ruidosa y solitaria. Por no mencionar que está llena de símbolos y objetos extraños. No obstante, la abuela ha recalcado en más de una ocasión que no tengo nada de lo que preocuparme, que ella se va a encargar de mí.

El bosque en el que nos encontramos tampoco es de mi agrado. Es siniestro, oscuro y por la noche se llena de sombras que danzan al son de la brisa gélida. El pueblo más cercano está a varios kilómetros, de ahí que la abuela apenas vaya, más que para abastecernos de lo necesario para subsistir.

Yo tampoco voy al pueblo.

Solo acudí una vez, y fue cuando me trajeron aquí.

No recuerdo muy bien cuándo fue eso. Llega un momento en el que los días se tornan iguales en este sitio, como si el tiempo estuviera estancado. Aunque tampoco es que salga mucho de la cabaña.

La abuela no me deja.

Paso las mañanas y gran parte de las tardes encerrada en mi alcoba, a excepción de los días en los que ayudo a la abuela a limpiar la casa. A primera vista no lo parece, pero es bastante grande. Me he dado cuenta de que hay una puerta que conduce a una especie de sótano, aunque nunca he estado allí. La abuela me lo prohibió expresamente el día que me dejaron en su casa tras la muerte de mamá.

Pero yo sé que hay algo importante ahí abajo. Algo especial.

Al fin y al cabo, la abuela pasa mucho tiempo ahí. Y siempre que sube de regreso a la planta principal lo hace desprendiendo un olor bastante peculiar, como a hierbas y a humo.

Su ajada voz me saca de mi ensimismamiento, instándome a comer. Dice que debo hacerlo para crecer y estar sana, para no caer enferma.

No es cariñosa. Jamás ha tenido ningún tipo de acercamiento conmigo, pero debe de preocuparse por mí si cada día se molesta en prepararme tan exquisitas viandas. Sobra decir que es una gran cocinera; tiene muy buena mano con los alimentos, siendo los postres su especialidad.

Mamá también hacía tartas. Me gustaba mucho ayudarla a prepararlas.

Pero eso fue antes de que se la llevaran. Antes de que me dejara sola.

La abuela se parece a ella. Tiene sus mismos ojos azules y su misma nariz larga y recta. Aunque, en mi opinión, mamá era mucho más guapa. Era hermosa, por mucho que la gente de la parroquia se empeñara en decir que era una bruja impía y que por eso El Señor la había castigado con una hija simple y perturbada.

Qué tonterías.

Ni ella era una bruja ni yo estoy loca.

La abuela insiste en que coma, tal y como hace cada noche. A veces me pregunto de dónde saca tanta comida, pero nunca me atrevo a preguntárselo. No quiero que piense que soy una desagradecida o una impertinente.

Ella sí parece una bruja malvada, con su cabello canoso recogido en un abultado moño y su cuerpo largo y delgado ataviado siempre con túnicas negras. Sus huesos crujen como la cabaña cuando hace viento.

Arrugo ligeramente la nariz, puesto que no tengo apetito, pero hago un esfuerzo y obedezco. Lo último que deseo es que la abuela se enfade. Ella solo me cuida y se preocupa por mí. Por eso apenas me deja salir de casa, más que para ir a recoger leña o frutas silvestres. No quiere que caiga enferma, que me lleve la fiebre como a tantas otras personas.

Y yo soy una niña buena y obediente.

La cabaña se estremece de nuevo en tanto las gotas de lluvia golpetean con furia el cristal de las ventanas. No me gusta mirar a través de ellas siendo de noche porque, cuando la luna sale y el bosque se queda sumido en un lúgubre manto, veo siluetas caminando entre los árboles.

Mastico en silencio mientras la abuela me observa.

Ahora que lo pienso, ella nunca come. Todo lo que prepara es para mí.

¿Se comerá lo que sobre cuando yo ya estoy en mis aposentos?

Vacío el plato tras varios minutos de esfuerzo por mi parte. Cojo la servilleta de tela que previamente he depositado sobre la falda de mi vestido y limpio las comisuras de mis labios.

La abuela se levanta de su asiento y se aproxima a mí, renqueante. Camina encorvada, con sus huesudas manos buscando cualquier punto que pueda servirle de apoyo. Es muy vieja. No sé cuántos años tiene, pero deben ser muchos. Mamá nunca me habló de ella, ni siquiera la conocía cuando ese hombre que tantos escalofríos me provoca me trajo aquí.

Siento la necesidad de protestar cuando, sin tan siquiera preguntarme, llena mi plato por segunda vez, en esta ocasión con una buena tajada de pastel de manzana. Mi estómago da un vuelco ante ello, dado que estoy llena y dudo que pueda comérmelo entero, pero soy consciente de que no podré levantarme de la mesa hasta que lo haga.

Es una de las reglas.

Todas las noches es lo mismo. Y todas las noches hago el esfuerzo de comer hasta hartarme para no contrariar a mi abuela.

Me llevo el último trozo de tarta a la boca y trago con cierta dificultad. Me siento implada, como si estuviera a punto de reventar, pero debo mantener todo lo que he ingerido en el estómago. La última vez que vomité la abuela se puso como loca y no me dejó salir de mi habitación en toda una semana.

Por fin he terminado, así que es hora de irse a dormir.

La abuela me da permiso para levantarme, así que empujo la silla hacia atrás y me pongo en pie lentamente. Tengo la impresión de que mi cuerpo pesa el doble, de ahí que cada paso hacia mi cuarto suponga todo un reto.

Abro la puerta, que chirría al deslizarse por el suelo, e ingreso en la dependencia. Al contrario que el dormitorio de mi abuela, no es muy grande. Tiene lo justo y necesario para que sea habitable: una cama, una mesita para poner la lámpara de aceite que me ayuda cuando tengo pesadillas y me desvelo en mitad de la noche y una pequeña cómoda para guardar mis escasas pertenencias.

Voy directa al armarito y abro uno de los cajones para coger mi camisón. Sé que la abuela sigue ahí, parada en el umbral mientras no pierde detalle de mis movimientos, y su presencia continúa detrás de mí incluso cuando empiezo a desvestirme para poder ponerme el camisón.

Sigo sin comprender por qué hace eso: quedarse en la puerta en tanto me mira sin articular palabra. Al principio me producía cierto apuro, ya que no me gustaba que me viera sin ropa, pero es algo a lo que ya estoy acostumbrada. Me he terminado habituando a sus fríos y calculadores ojos recorriendo cada centímetro de mi cuerpo, como si estuviera... evaluándome.

Quizá quiera asegurarse de que no tengo pústulas en la piel.

En mi anterior hogar hubo muchos a los que les salieron costras supurantes y malolientes en determinadas partes del cuerpo, y todos ellos murieron entre terribles sufrimientos. Lo recuerdo bien porque sucedió poco antes de que se llevaran a mamá.

Me pongo el camisón, que cada vez me queda más justo. No quiero ser grosera con la abuela, pero desde que vivo con ella he engordado bastante. Como siga así, en pocas semanas no me valdrá ninguno de mis vestidos.

No sé en qué momento ha dejado de llover, pero el cielo está comenzando a despejarse, permitiendo que la luz de la luna atraviese el cristal de la ventana e incida directamente en la demacrada figura de mi abuela.

Un ligero destello capta mi atención y hace que clave la vista en ella, concretamente en el colgante que lleva atado al cuello. Pequeñas cuentas de un tono amarillento resplandecen a la luz de la lámpara de aceite y de la luna.

Siempre lleva puesto ese collar, a no ser que tenga que ir al pueblo o que algún viajero perdido acabe deambulando cerca de nuestra cabaña. Ella dice que son perlas que le regaló su difunto esposo —mi abuelo— cuando era joven, pero a mí no me lo parecen. Aunque nunca he visto una para saberlo.

Tal vez las perlas se asemejen a los dientes humanos.

Sé que no se marchará hasta que me meta en la cama, por lo que retiro las sábanas y la vieja manta que hay sobre ellas y me acomodo sobre el fino colchón. Dudo que pueda dormir teniendo en cuenta que aún siento la comida en la garganta, pero me guardo ese comentario para mí y le deseo buenas noches a mi abuela.

Ella no me responde.

Simplemente agarra el picaporte de la puerta y, mientras me dedica una última mirada que no consigo descifrar, la cierra con un nuevo chirrido. Acto seguido, oigo que echa la llave, como siempre hace cada noche. Supongo que quiere mantenerme a salvo de las sombras del bosque. Esas que a veces me susurran cosas, pidiéndome que las acompañe.

Apago la lámpara, me acomodo mejor en la cama y me tapo con las sábanas. Todo ello mientras mi mente no deja de pensar en la curiosa imagen de mi abuela Gretel relamiéndose los labios antes de cerrar la puerta.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 29/03/2022

— ೖ୭ Número de palabras: 1741

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, calabacitas!

Bueno, bueno, bueno... Pues aquí tenéis otro relato corto, jeje. He roto la tradición de publicar cada 31 de octubre, pero qué se le va a hacer x'D Ando muy ocupada con los estudios y la inspiración no me ha llegado hasta hace un par de días >.<

Es un relato extraño, no lo voy a negar. Pero he quedado bastante satisfecha con el resultado. ¿Podría considerarse una especie de retelling del cuento popular Hansel y Gretel? Yo digo que sí, sobre todo si tenéis en cuenta ciertos detallitos que he ido colando a lo largo del texto xP Hay información bastante reveladora que, en una primera lectura, es probable que se os haya pasado por alto, pero ya os digo que este relato tiene más de una cosilla interesante (͡° ͜ʖ ͡°)

Y eso es todo por el momento. Espero que os haya gustado. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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