Closer to you

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  John no cabía en sí de la ansiedad. Bajó del asiento del conductor, y rodeó el coche para abrir la otra puerta y dejar salir a una chica sonriente de cabello corto y mirada soñadora.

—Bienvenida a mi humilde morada.

—¡¿Humilde?! —Amy rio, porque el adjetivo no describía para nada la realidad.

  En efecto, la residencia de los Kaz era enorme. Cuando apenas era un proyecto, William había asumido la arquitectura y Clarissa se había encargado del diseño interior. El resultado fue una imponente mansión con fachadas blancas completamente sobrias, en contraste con un interior muy ornamentado y decorado.

—Es muy linda —dijo Amy—. Y me gusta mucho aquella fuente de allá. Le da un toque romántico.

John miró en la dirección que señalaba. Una fuente ornada con estatuas de querubines ocupaba un lugar privilegiado en el inmenso jardín. Era curioso que John no se hubiese percatado hasta ahora de que, en efecto, la fuente era muy bonita. A pesar de haber vivido aquí la mitad de su vida, era como si viera los objetos por primera vez cuando Amy los iba señalando. Como si comenzaran a existir solo cuando ella los nombraba.

No pudieron caminar muchos pasos más porque Nemo atravesó a toda velocidad el jardín y casi desestabilizó a su dueño al poner las grandes patas sobre sus rodillas. Cuando terminó de recibir los cariños de su persona especial se giró hacia la recién llegada, cuyo olor no estaba en su registro olfativo. Se mostró receloso al principio, pero cuando Amy se acuclilló y le extendió la mano, el sabueso se acercó para olisquearla. Fueron segundos de tensión hasta que el can se llenó de confianza y pasó una colosal lengua por el rostro de la chica.

—¡Nemo! —John lo reprendió.

—No pasa nada —lo tranquilizó Amy entre risas—. Creo que le caigo bien.

—Dicen que los perros saben cuándo una persona tiene buenas o malas intenciones, solo por el olor.

—¿En serio? —Para comprobar algo, ella se olió sus propias manos y se encogió de hombros—. Pues ellos deben de tener un don especial, porque yo no me siento nada.

—Puede ser. Ven. Te mostraré el interior de la casa.

Él lideraba la marcha, pero no dejaba de voltear a verla para apreciar cada una de sus reacciones. Nemo iba en la retaguardia y Amy giraba sobre sus pies como intentando retener en su mente todo lo que vía.

  Ella soltó una exclamación de asombro y se acercó a un jarrón de cerámica de color azul y blanco, decorado con lo que se asemejaba a la forma de un río de oro. John le explicó que ese jarrón era una vieja herencia asiática, y que era costumbre allí que cuando alguna vasija se rompía, en lugar de desecharla, los artesanos volvieran a juntar los pedazos y cubrieran las hendiduras con oro para hacerla más valiosa.

—Es lo segundo más lindo que he visto en mi vida —murmuró Amy impresionada.

  John temió preguntarle por lo primero, y en su lugar comentó:

—No es la gran cosa. Es que tú te impresionas mucho por todo, Amy.

  El tour continuó por las habitaciones del primer piso. John le mostró el espacioso salón principal con la escalera doble en el que hace muchos años se reunía toda la familia para pasar las tardes de ocio; el cuarto de videojuegos donde su hermano solía olvidarse de que tenía una vida social; la cocina en la que a su madre y a él les encantaba pasar el rato preparando deliciosos bocadillos cuando era niño; y la piscina del jardín trasero, que misteriosamente emocionó a Amy.

—¡Vaya! ¡Tienes una piscina! ¡Y es enorme! Es como la piscina de aquella casa en la que se cuelan Babi y Hache. ¿Te acuerdas? Es la parte en la que hacen el amo…

—¿Quieres ver el piso de arriba? —la interrumpió John antes de que terminara la frase.

—Sí, claro. —Se giró ella entusiasmada, olvidando lo que estaba diciendo.

  John respiró aliviado y la condujo de vuelta hacia el interior. No es que fuera un mojigato virgen al que le diera pavor hablar de sexo; pero por alguna razón que desconocía, no se sentía cómodo hablando de esos temas precisamente con Amy, aun cuando la chica no pareciera tener ningún problema en hacerlo. 

Cuando empezaron a recorrer el piso superior con las habitaciones a ambos lados de un amplio corredor, a Amy no le pasó desapercibido que John siguiera de largo por una de las puertas.

—¿Qué hay en esta habitación?

El chico le tomó la mano justo cuando rozaba el picaporte:

—No hay nada interesante ahí. Es solo… un poco de basura a la que se ha apegado mi madre.

La chica le arrojó una mirada escéptica, pero luego hizo una mueca juguetona.

—Déjame adivinar, es ahí donde escondes una rosa debajo de una campana de cristal, y por la maldición de una bruja malvada tienes que lograr que una chica te diga “te quiero” antes de que caiga el último pétalo. ¿Me equivoco?

John se mordió los labios para no reír, pero unos pliegues alrededor de los ojos lo delataron:

—Sip, has descubierto mi secreto.

Ella lo miró sin tapujos de arriba a abajo:

—Pues tendrás que hacer tu mayor esfuerzo, John, porque no digo “te quiero” tan fácilmente.

  Y como si no hubiese arrojado una granada, rodeó al chico y siguió muy campante su camino por el pasillo.
John miró hacia arriba con un gesto de súplica, pero finalmente se rindió ante una cálida sensación.

Caminaron juntos unos pasos más, hasta que John extrajo unas llaves de su bolsillo para abrir una puerta blanca con motivos florales.

—¡Qué lindo dibujo! —observó ella señalando los diseños.

—Sssí, vino así de fábrica —mintió. No iba a decirle que se había pasado todo el fin de semana dibujando los arabescos en la puerta en lo que su madre preparaba la habitación para su llegada.

  La chica ahogó una exclamación al entrar en el espacioso cuarto. A John le dio gusto verla explorar cada rincón, examinar cada uno de los objetos del tocador, y probar la cama.

—Esta es tu habitación. Si hay algo que quisieras cambiar, lo que sea, puedes hacerlo. O decírmelo y yo te ayudo.

—No, es perfecta —dijo, acariciando la fina tela de las sábanas—. Pero ¿dormiré aquí… sola?

La pregunta lo desestabilizó.

—Ahm… ¿sí? ¿No dormías tú sola en Brave Heart?

—A veces sí, pero casi siempre una asistenta se quedaba conmigo. Además, esta habitación es muy grande. Hay muchos lugares donde... no sé... los vampiros podrían esconderse por ejemplo.

John rio al recordar sus propios miedos de niño.

—Los vampiros solo existen en la ficción. Y ¿no dijiste que te gustaba Crepúsculo?

—Sí, pero en Crepúsculo hay vampiros buenos que solo se alimentan de venados, y los vampiros malos que beben sangre humana.

—Creo que los venados no estarían de acuerdo con tu clasificación.

Pero ella ya no escuchaba lo que decía porque se había fijado en algo detrás de él.

—¿Estas puertas pueden abrirse? —Corrió hasta la doble hoja que permanecía parcialmente oculta por unas cortinas.

—Sí, claro. Ábrelas.

Ella presionó las compuertas que daban a un pequeño pero acogedor balcón con unas vistas preciosas al paisaje teñido de verde y azul marino. El día estaba soleado.

—Esto es… muchísimo mejor que verlo a través de una ventana o de la pantalla.

  John se había reunido con ella en el reducido espacio. No sabía cuál visión le daba más placer; si la de los campos de girasoles, o la de la chica que observaba los campos de girasoles como si fuera la vista más bonita del mundo.

Un carraspeo a sus espaldas los sacó a ambos de su hechizo.

—¿Interrumpo? —Ernest había entrado sigilosamente en la habitación y los miraba con la diversión pintada en el rostro.

—Amy, este es mi hermano Ernest; el pesado del que te hablé.

El recién llegado le respondió con un suave pero seco golpe en el hombro.

—¡¿Esas son las calumnias que vas diciendo sobre mí a la gente?! —Seguidamente rodeó a John con el brazo y se dirigió a la chica—. Lo que no te ha dicho es que soy su hermano favorito.

—Es mi único hermano en realidad —acotó John.

Amy miraba a uno y a otro sin dejar de sonreír.

—Mucho gusto, Ernest —dijo haciendo un asentimiento de cabeza—. Yo soy Amy.

  A John le extrañó que no le tendiera la mano a Ernest para comprobar lo de la “electricidad romántica”, como había hecho con él cuando se conocieron.

—Sí, lo sé. Mi madre me había hablado de ti. Y te voy a ser completamente honesto. Al principio pensé que sería problemático que una chica viviera con nosotros. Pero ¡hey! creo que aquí necesitamos un poco como de... buenas vibras, y yo necesito un compañero de videojuegos, porque el aguafiestas de mi hermano prefiere estar en su burbuja gris de melancolía.

—Okey, Ernie, es suficiente. A ella no le interesan tus videojuegos GTA de robar coches y golpear a ancianas.

—¡Hey! Lo de las ancianas es accidental. Se me meten en el medio...

—Yo quiero jugar videojuegos —dijo Amy poniendo fin a la disputa.

—¡Chúpate esa! —celebró su hermano con un vocabulario que erizó a John—. Dame esos cinco, Amy. Haremos muy buen team.

Amy y Ernest juntaron palmas y John no tuvo más opción que aceptar su derrota.

  El resto del día, los tres se vieron envueltos en carreras desenfrenadas de carros, misiones de agentes secretos y peleas contra dragones. Amy se divertía y jugaba con tal intensidad como si fuera ella misma la protagonista de esas ficciones. A John le hacía gracia ver cómo fruncía el seño y ladeaba la lengua, en la más pura expresión de concentración.

Clarissa llegó unas horas después con la noticia de que el orfanato le había permitido a Amy quedarse los meses restantes en casa de la familia Kaz. Y aunque el propio Ernest se había mostrado receloso días antes, la chica parecía haberse ganado en solo unas pocas horas su alma de “gamer”. Incluso Carlaile, el mayordomo huraño de expresión severa, había sonreído cuando la chica hizo una observación sobre el cuidado de las plantas del salón.

El único “inconveniente” llegó bien entrada la noche.

  Como no podía dormir, John se había dispuesto a continuar su manga de superhéroes. Leía una parte muy buena, en la que el protagonista, convertido en un supervillano, encontraba a una digna rival que deseaba salvar al planeta de su maldad. Estaba tan embebido en la ficción que casi no llegó a escuchar los suaves golpecitos contra la puerta de su habitación. Sin imaginarse quién podría ser a esas intempestivas horas, dejó la historieta sobre la mesita de noche y caminó hacia la fuente del sonido.

Al abrir la puerta, dio un respingo.

Amy se encontraba allí en pié, mirándolo con una cara de miedo:

—Lo siento, John. Tuve un mal sueño…

En ese instante, él recordó cómo los superhéroes masculinos jamás se amedrentaban ante la típica frase de “¡Vas a morir!” del villano de turno; sin embargo, nada les producía más pavor y debilidad en las piernas que cuando la protagonista femenina de la historia llamaba a la puerta y les decía:

—¿Crees que pueda dormir contigo esta noche?

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