19. Jötunheim

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Al día siguiente de la hoguera salieron con un rumbo claro, tratando de ignorar las señales del GPS cósmico de Jack, porque sabía que le podían llevar a lugares donde ya no estuviera el artefacto.

Llevaron un camino tranquilo, a pesar de que todo presagiaba que Victoria volvería al ansia viva de querer llegar cuanto antes. No fue así, aún recordaba la última noche en casa de Jacques, cuando estaba haciendo la maleta deprisa y enfadada. Éste llamó a su habitación de manera suave, y pidió pasar, lo que ella aceptó con un bufido.

Se sentó en una elegante silla que había en la habitación mientras la observaba.

—¿Has venido para algo, Jacques?, ¿o solo por tener el placer de mi compañía? —preguntó con cierto genio.

Este alzó las cejas y sonrió por el desplante, le parecía una mujer muy divertida.

—Quería saber por qué estás... fâché —preguntó entonces él, haciendo una pausa para buscar la palabra en su disco duro. Ni que decir tiene que Victoria no le entendió, nunca se le había dado bien el francés.

Él chasqueó los dedos para apremiar su cerebro, pensando en cuál sería la palabra adecuada, hasta que un instante después la encontró.

—Enfadada.

Victoria bufó, quejándose de que era una palabra muy sencilla como para haberse tardado tanto. «Ni una erre tiene» le dijo, provocando de nuevo su sonrisa.

—¿Pero me vas a contar?

—¿Pues por qué va a ser, Jacques? —dijo al fin mirándolo y soltando la ropa que no dejaba de doblar, una y otra vez, para que volviera a entrar en la maleta—. Desde el principio sabías dónde estaba la cosa esa y nos has tenido aquí, haciendo cosas de señor Miyagi.

Jacques se levantó de su sitio y se acercó a ella, quien tenía los ojos brillantes, por unas lágrimas no derramadas que sabía que le estaba costando guardarse para sí. Le puso las manos a ambos lados de la cara, en una caricia paternal que hacía tiempo nadie le había dado.

—Sabías que era el trato, mon ami.

Ella volvió a bufar y se soltó de su agarre, volviendo a su maleta, aunque deshacía más que otra cosa. De aquella forma ya te digo yo que no iba a acabar nunca.

—Era mucho más fácil decirlo y ya. Si querías compañía había maneras de pedirlo —comentó enfurruñada haciendo que él soltara una carcajada que casi la estaba cabreando más.

—¿Sabes qué creo? —preguntó él, aunque por el tono estaba claro que no esperaba respuesta. Victoria dejó de nuevo la ropa para mirarlo, cruzándose de brazos—. Que no estás enfadada porque yo os haya retenido aquí. Lo estás porque no has pensado en tu marido en el tiempo que has estado.

Victoria se sorprendió, se indignó, se enfadó un poco más, pero lo cierto es que no dijo nada para contradecirlo. Él sonrió de nuevo, esta vez con condescendencia y se dio la vuelta para salir, aunque se detuvo casi cuando había llegado a la puerta.

—Hubiera sido mucho más fácil decirlo, es verdad. Pero ningún camino fácil te llevará a algún sitio donde merezca la pena llegar. Au revoir.

Jack la miró sumida en sus pensamientos y no quería molestarla, pero cuando llevaban algo más de tres horas de viaje, se le ocurrió que sería el momento perfecto para hacer una parada que iban a necesitar.

—¿Estás bien? —le preguntó tocando y zarandeando un poco su pierna, haciendo que ella pegara un repullo.

—Sí, claro. Perdona. ¿Qué pasa?

Miró a su alrededor y vio que estaban estacionados en un parking subterráneo. Cómo no se había dado cuenta de todo aquello, es algo que aún hoy no te puedo explicar. Y ya sabes que si yo no puedo explicarlo no me lo invento, que luego la gente tiene muy mala boca y dice que voy mintiendo por ahí. Ejem... perdón, como decía, ella ni se enteró hasta que él llamó su atención.

—Estamos en Colonia. He pensado que nos va a venir bien hacer unas compras para lo que resta de viaje. Y bueno... necesitas zapatos.

No sé en qué mundo estaba Victoria, pero cada vez se sorprendía más, o más rápido, porque no entendía qué problema había con sus tenis, puesto que eran de lo más cómodos y no había tenido queja hasta ese momento.

Jack lo zanjó todo diciendo «botas de montaña», y ella suspiró mientras asentía. Tenía que reconocer que era buena idea la que había tenido. No puedes olvidar que salió de su soleada ciudad, y fue yendo cada vez más al norte. Se había llevado ropa que creía adecuada, pero que en ese momento, cuando estaba por comenzar el otoño, iba a parecer más un chiste.

A pesar de ya tener experiencia en aventuras sobre ruedas, en aquella ocasión decidieron que no iban a estar más de seis horas conduciendo al día. Jack fue entonces el sorprendido por su idea, ya que esperaba que insistiera en no perder nada de tiempo, pero no se negó. De hecho, le parecía de lo más prudente, teniendo en cuenta que estarían por carreteras más rápidas y harían más kilómetros en el mismo tiempo. No le parecía que fuera una pérdida, y era mucho más seguro.

Por esa nueva norma fue por lo que tardaron dos días en llegar al puerto de Hirtshals, donde tomarían un ferry que les haría entrar en Noruega. El país de los gigantes, el lugar donde se encontraba el Jötunheim.

Victoria disfrutó como nunca de los paisajes que pudo ver durante las casi cuatro horas en el barco. Se alegraba de haberse comprado un chaquetón más calentito, para poder seguir en cubierta disfrutando de las vistas. Jack apareció con un par de cafés, del que le tendió uno, que ella asió con ambas manos y agradeció con una sonrisa.

—Llevas unos días muy callada —dijo él mientras daba un sorbo de la bebida hirviendo—. Es raro en ti.

Ella seguía mirando al frente, a las siluetas montañosas que se intuían a lo lejos.

—No sé. Pienso.

—Uuuuuuuh, ten cuidado con eso o tendré que ir a por un extintor por si te echa humo la cabeza.

—¡Eh! —se quejó Victoria dándole un golpe con la cadera, aunque sonriendo.

—Es normal, ¿sabes? —Entonces sí que lo miró—. Jacques deja pensando a la gente. Es parte de su poder. Lo tuviste que notar. La familiaridad inmediata, la confianza, la sensación de hogar.

Asintió, porque todo aquello era cierto. Había sentido todas esas cosas y más.

—Me dijo... —titubeó, y él se puso serio de pronto.

—¿Te dijo algo inapropiado? —preguntó incrédulo, pero necesitaba saberlo.

—¡No, por dios, no! —Él respiró aliviado, y ella le sonrió de nuevo—. Pero me dijo algo que tal vez fuera real, aunque yo no quiera reconocerlo.

Jack apretó los labios y asintió, sabiendo que el Maestro Reiki podía decir verdades necesarias aunque hirientes. Le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia él, en un gesto totalmente espontáneo y que, si lo hubiera pensado un poco, tal vez no hubiera hecho. Ella, lejos de incomodarse, dejó caer la cabeza contra su pecho, aún con su mirada fija en el Mar del Norte que se abría ante ellos.

Victoria pidió hacer noche en Oslo y pasar allí el día siguiente, su aura me dijo que tenía una cuenta pendiente con aquella ciudad que quería cerrar, y que, si no lo hacía en ese momento, no sabía si lo podría hacer pronto.

—Este es mi cuadro favorito desde siempre —dijo cuando estuvo delante de El grito de Munch.

Habían ido al mediodía para evitar así el mayor número de turistas posible, que seguro que estarían comiendo a esa hora. Pudieron así verlo con cierta calma, aunque más de uno y de dos había pensado exactamente lo mismo que ellos.

Jack la observaba a ella, mientras su vista se fijaba en el cuadro. No la había podido ver muchas veces con aquella paz que irradiaba. Yo también lo noté, su aura, sobre todo desde la noche de la hoguera, había cambiado.

—Nunca pudimos venir a verlo, siempre lo posponíamos por algo —explicó serena—. No es para tanto, yo lo sé, pero este cuadro... los colores, las formas, lo que expresa... ¿No te parece precioso? —preguntó girando la cabeza de un lado al otro para no perderse una pincelada.

—Lo es —dijo él en un suspiro.

Ella se giró con una leve sonrisa y le hizo un gesto de que ya podían irse, y Jack solo la siguió. Uy, uy, uyyyy... el cambio en sus auras me dijo «cuate, aquí hay tomate», pero los dos tenían un objetivo que cumplir.

La zona del Jötunheim National Park era impresionante. Te lo aseguro, mis visiones y sueños al respecto del día que llegaron se llenaron de color. La gama cromática de las montañas, la altura, el azul del cielo, e incluso el turquesa intenso de los lagos que se podían ver desde la carretera zigzagueante que los atravesaba.

Victoria casi se quedó sin respiración cuando pudo observar todo aquello con la luz brillante de aquel despejado día.

—Esto es... —No supo acabar la frase porque no tenía palabra alguna con la que poder describirlo.

Tengo que reconocer, como humilde narradora que soy, que yo tampoco tengo palabras para ello.

—Jötunheim es el mundo de los gigantes. La mitología nórdica es muy extensa, no todo el mundo la conoce, aunque Los Vengadores nos ha hecho que todos reconozcan a Thor, Odín... —explicó Jack con cierto tono de humor—. Hay ramas de la mitología que dicen que los gigantes aquellos que amenazaban a los humanos y a los dioses de Asgard por igual, se durmieron uniéndose con la tierra, y convirtiéndose en estas montañas.

Ella no le quitaba la vista de encima mientras él le contaba la historia. No sabía a qué más se había dedicado ese hombre, pero tenía la sensación de que, el que decidiera esconderse para pegar hachazos en un pueblo remoto, hizo que la humanidad perdiera a un gran contador de historias.

—Y por eso estamos aquí. Hay quienes creen que el reloj de doble sentido proviene de Asgard.

—Un momento, cada vez lo llamáis de una forma diferente. ¿Y tú sabías eso ya de antes? —preguntó en parte sorprendida, en parte indignada.

Jack rio, negando con la cabeza porque ya temía una regañina.

—El artefacto tiene muchos nombres. La historia se remonta demasiado atrás como para que las leyendas no se hayan modificado con el tiempo. Y eso es mitología, mujer, no puedo creer en gigantes, dioses nórdicos, duendes y trolls.

—No, ni yo tampoco, pero aquí estoy con un tipo al que le vibran las manos, energéticamente hablando, buscando una cosa que puede hacer que mi marido muerto venga a decirme que lo deje ir.

No se dio cuenta de lo que estaba diciendo hasta que estuvo dicho, y se quedó estática cuando lo entendió. Nunca había hablado de Carlos asumiendo que había muerto, y aquella era la primera vez. Jack la miró con comprensión, con sus manos picando, en esa ocasión por abrazarla, aunque no lo haría.

—Vamos —dijo al cabo de un momento, para sacarla de aquel estado—. El GPS cósmico dice que nos movamos. 

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