22. Idiota

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Estaba inquieta, estaba tensa, sabía que algo iba mal y lo sentía en todos los puntos nerviosos de su ser, pero no tenía claro qué ocurría exactamente, y ni siquiera hacia dónde se dirigían, porque Jack había tomado la ley del silencio desde la bajada de Trolltunga. Fueron más de cuatro horas y media de coche en las que apenas pararon, solo a mitad para estirar las piernas y continuar.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó por fin, cuando aparcaron en la tercera zona de parking que encontraron en el camino a lo que todos los carteles indicaban: Preikestolen.

—Justo antes del conjuro indicaba que «El púlpito de los dioses será testigo» —parafraseó, evitando continuar con el resto—. Eso es este sitio. Es lo que significa su nombre y claro, también tiene una leyenda.

—¿Me la cuentas? —preguntó con cierta aprensión.

—Ahora tengo que subir... yo solo —añadió cuando vio que ella iba a echar a andar.

Frunció el ceño sin gustarle nada eso. Sintió más nervios y aprensión que antes. Y ya antes su aura estaba cargadita de sentimientos chungos, así que imagina.

—Es... es más seguro —insistió.

—Arriba tiene que estar lleno de turistas. Mira el parking —alegó haciendo un movimiento de brazos para abarcarlo todo.

—No se van a percatar de lo que ocurra, pero tú sí, y de esta forma es más seguro. Son solo un par de horas a mi ritmo. No tardaré en llegar.

Victoria comenzó a negar con la cabeza cuando él de pronto volvió a acercarse y sujetarla con sus manos. Se agachó un poco para estar a su altura y la miró a los ojos de una forma tan intensa que casi tuvo ganas de llorar. Casi me están dando ganas de llorar a mí, con eso te lo digo todo.

—¿Puedes... confiar en mí, por favor? El amor de tu vida vendrá a ti.

—¿Me contarás a la vuelta la leyenda? —pidió como única respuesta.

—Claro —contestó con un hilo de voz.

Ella no dijo más, ni hizo nada. No podía ni le respondía el cuerpo. Él sonrió sin ganas ni fuerzas, solo para dejarla tranquila. Cogió una mochila con una barrita energética y un botellín de agua, y se dio la vuelta para marcharse.

—Jack —lo llamó ella cuando se alejaba—. ¿Te sabes el conjuro?

Ta tilbake det tapte, ta dette livet i stedet. Være —parafraseó y volvió a su camino.

Tardó al menos media hora en conseguir poner las palabras correctas en el traductor del teléfono, pronunciándolas varias veces en voz alta, tratando que sonaran igual a las que había dicho él, y así que la página web le devolviera una traducción coherente.

—Trae de regreso al perdido, toma esta vida en su lugar. Sea —leyó en voz alta—. ¿Pero qué coño...? ¡No!

Miró el sendero por el que él se había ido. Sabía que no lo alcanzaría, por más que lo intentara porque, reconozcámoslo, tenía agujetas hasta el carnet de identidad por culpa de los días anteriores.

No podía permitir que lo hiciera. ¿En qué cabeza cabría eso? Y entonces se dio cuenta. Ella lo había empujado. Ella y su insistencia. Ella y su objetivo de recuperar a... al amor de su vida, eso le había dicho antes de irse. Pero de pronto Carlos era una sombra muy lejana. De pronto tomó conciencia de que casi había pasado un año y que, por más que quisiera, era enfermizo traerlo de vuelta.

Y pensó de nuevo en Jack, y no pudo soportar pensar que se iba a sacrificar por ella. Se le nubló la vista ante el pensamiento de no escuchar la leyenda que le había prometido que le contaría. Se limpió los ojos de lágrimas aún no derramadas y, temblando, pulsó la tecla de llamada en el teléfono. Una melodía sonó cerca de ella y se giró con esperanza, cayendo su ánimo por completo cuando vio que sonaba dentro de la caravana. Se lo había dejado atrás. ¡Menudo idiota!

Llamó a Virginia para contárselo, para pedirle ayuda, para buscar una respuesta. Lo resumió todo en apenas un par de frases para no demorarse más. Él le había dicho que llegaría arriba en menos de dos horas y había perdido un tiempo valiosísimo.

—¡Pero llámalo! —le dijo Virginia con tono histérico.

—¡Ah, claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? —preguntó irónica—. ¡Pues claro que lo he llamado, pero el idiota no lleva móvil! —añadió con mal genio.

—¿Y entonces... ? Espera, que estoy llegando a casa de Angie, a lo mejor a ella se le ocurre algo.

Victoria se sorprendió, y yo también me sorprendí cuando pegó a mi puerta, la verdad.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté. Ya te he dicho que estaba sorprendida.

Ella me miraba con el teléfono al oído y se encogió de hombros.

—No tengo ni idea, he sentido que tenía que venir. Y mira, necesitamos tu ayuda —me dijo, y entonces puso el altavoz del teléfono.

Victoria tuvo que repetirme lo mismo, porque yo en ese momento no seguía esta historia en directo, ya sabes, tenía que sintonizar y demás, pero usó las mismas dos frases para resumirme la situación. Eso lo sé ahora, entonces no sabía que había repetido explicación.

—¿Y qué quieres que haga?

—¡No lo sé, Angie! —me gritó con un puntito histérico que le pasé por alto porque estaba en esa situación, que por menos he lanzado cosas por el balcón—. ¿Tú no eres un «camino»? Pues interrumpe su camino.

—¡¿Un camino de montaña?! —le dije casi desquiciada, también porque no me había gustado el retintín usado y las comillitas. Que sí, hasta lo había notado por teléfono.

—¡El que sea, Angie, por Dios!

Como ves, a estas alturas estábamos todas histéricas, pero porque era necesario que actuáramos deprisa.

—Vale, vale. Angie, piensa —me dije, dando vueltas por mi salón.

Virginia hacía lo mismo que yo, aunque procuraba no cruzarse conmigo.

—Le podrías mandar algo —comentó Virginia, y yo abrí mis brazos en señal de pregunta silenciosa—. ¡Yo qué sé! Igual que enseñas el camino a lo mejor te puedes meter en el suyo. Tirarle una piedra o algo, hacer que se caiga...

—¡Virgi! ¡Que precisamente lo que no quiero es matarlo! —la interrumpió a gritos Victoria desde el teléfono.

—Bueno, chica, pero para que se haga un esguince nada más, tampoco hacía falta que se cayera por un terraplén —se defendió.

—¡Eso es! —dije de pronto, porque se me ocurrió una idea descabellada, pero que podría funcionar.

—¿Qué? ¡NO! —De verdad que Victoria necesitaba tomarse una tila o algo—. ¡Que no quiero que lo mates! ¡Quiero que vuelva a mí! —declaró.

Virginia y yo, al otro lado de la línea, nos quedamos en silencio entendiéndolo todo y con una sonrisilla.

—¡Oh, venga ya! Que os puedo ver esas caras desde aquí. Angie, no te disperses —apremió.

Sacudí la cabeza y volví a la idea que había tenido. Me fui rápidamente a la cocina y me puse a buscar lo que necesitaba. Virginia no tenía ni idea de qué estaba haciendo, y mucho menos la turista noruega, pero no tenía tiempo de dar explicaciones.

Cuando ya encontré todo lo que quería, fui de nuevo hacia el salón, donde Virginia me miraba alucinando en colores, y donde podía escuchar la respiración inquieta de Victoria. Comencé a mezclar todos los ingredientes en el mortero que también llevaba.

—¿Qué mensaje quieres que le llegue? —pregunté al teléfono.

Yo no pude verlo en ese momento, pero sí confirmar después que Victoria fruncía el ceño no entendiendo nada.

—¡Dile al idiota que baje! Si tiene que tirar el reloj por el púlpito ese que lo haga.

Asentí con apreciación, no me parecía un mal mensaje, así que escribí en un papel, lo metí en el mortero y, cuando todo estuvo mezclado, lo quemé.

—¿Ya está? —preguntó Virginia cuando vio que había terminado.

—¿Y qué pasa ahora? —Victoria añadió, ya que no se estaba enterando de nada.

—Ahora esperemos que le llegue.

Por los gritos que Victoria profería al otro lado entendí que no le había gustado mi respuesta, pero por desgracia no tenía otra para ella.

—¡Me voy! —fue lo último que dijo antes de colgar el teléfono.

Te diré que salió corriendo, como alma que lleva el diablo, rumbo al sendero que llevaba al Preikestolen. Él ya estaría a punto de llegar arriba si es que no lo estaba ya, y su única esperanza, porque no confiaba demasiado en mi método, era que él se arrepintiera. Algo le decía que eso no iba a pasar.

Aguantó el ritmo como pudo, pero tal vez consiguió recorrer la mitad del recorrido cuando no pudo más y se tuvo que parar. Los pulmones le quemaban al igual que las piernas, que ya apenas sentía y, aunque lo intentó con todas sus fuerzas, acabó derrumbándose y sentándose en una piedra. Se vino abajo y, por primera vez desde hacía ya bastantes meses, lloró.

No supo cuánto tiempo estuvo así cuando notó una mano en su hombro. Seguro que cualquier turista trataba de consolarla creyendo que lloraba por no poder llegar a las vistas bonitas.

—¿Vamos?

Se le paró la respiración por un momento, y creyó que estaba soñando hasta que levantó la vista y lo vio allí de pie.

—Pero, pero, pero... —Se quedó ahí porque no podía articular palabra

—No te vas a creer lo que me ha pasado —dijo algo azorado—. Un águila me ha quitado el reloj. He visto cómo lo dejaba caer en mitad del agua. Ni siquiera sabía que había águilas por aquí. Y juraría que me ha llamado idiota, pero eso ya no puede ser real...

Lo que para mí fue un subidón por saber que mi mensaje había llegado, para ella fueron las palabras que le hicieron reaccionar.

—¡Es que eres un idiota! —Se levantó y le golpeó el brazo un par de veces—. ¿Cómo se te ocurre?

—Solo quería... —trató de explicarse, pero mi aura me dijo que no sabía ni qué decir. Tuvo suerte de que ella le interrumpiera.

—¡Solo querías, nada! No pienses en ningún momento que algo así me hubiera hecho feliz.

Jack apretó los dientes y tragó en seco, no sabiendo cómo seguir a continuación.

—¿Y ahora? ¿Qué pasa ahora? —preguntó nervioso.

—Ahora bajamos, y te aguantas con mi mal humor hasta que se me pase —declaró.

A Jack se le formó una amplia sonrisa y asintió. Ella trató de no sonreír con él, aunque le costó bastante.

—¿Y luego? —volvió a preguntar.

—Aún me debes alguna leyenda.

Los vi desandar el camino, a un paso lento y calmado, sin tener ya prisa por llegar a ninguna parte. Sonreí cuando mi sueño se cerró con un fundido a negro, muy típico de comedia antigua, pero esta no era una comedia antigua, ni siquiera era una tonta comedia rural... ¿o sí?


FIN 


Y esto llegó a su fin. Gracias por estar ahí. ¡Se os quiere un mundo!

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