6. Luces

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Normalmente no se resistía tanto. Estaba frustrada y agobiada porque no se me mostraba el camino a seguir. Por suerte, mi acosadora particular se estaba portando bien y no estaba llamando ni apareciéndose en mi puerta para preguntar.

Desde el momento en el que me dijo que sí quería mi ayuda y le dije las normas a seguir, cuya base era que me dejara tranquila, no había vuelto a saber de ella más que por las señales que me recordaban que no podía dejar ese tema aparcado.

Cerré todo para quedarme a oscuras y me senté sobre la alfombra en medio del salón. Puse el Spotify en modo aleatorio y solo me relajé. La verdad es que es mucho más cómodo así, y más entretenido. Antes, esperar algún sonido o señal en los ruidos blancos de la radio era horrible.

Suelo escuchar música en español, una manía para encontrar respuestas en mi propio idioma y no complicarme la vida, por eso mismo me extrañé cuando comenzó a sonar la tan reconocible voz de Michael Jackson.

Quise centrarme en la letra, en mi respiración acompasada a la música. Quise ver lo que quería decirme aquel gritito típico del rey del pop, pero nada venía a mi mente. De pronto, se colaron en mi cabeza una serie de flashes. Imágenes sin ton ni son, sin sentido alguno.

Apretaba los ojos, aún cerrados, intentando no desconectar y recibir toda la información que pudiera.

Luz, un objeto. Luz, una casa. Luz, unas manos. Luz, un aroma. Luz. Luz. Luz.

Abrí los ojos y comencé a respirar acelerada, dándome cuenta de que llevaba un rato sin hacerlo. No sabía qué acababa de pasar y cómo interpretarlo. Fruncí el ceño, confusa y rara por esa sensación. Aunque estaba acostumbrada a que cada vez que contactaban conmigo el camino a seguir fuera diferente, este estaba innovando demasiado con tanta luz estroboscópica. Tenía suerte de no ser epiléptica, o me hubiera dado un ataque en el momento.

Apagué la música, de cualquier forma la había dejado en el olvido, y continué allí sentada en silencio. No, en serio, ¿qué me querían decir? Resoplé, de nuevo frustrada por no tener más respuestas, y me levanté del suelo.

Fui a la cocina a por un vaso de agua, pues me sentía sedienta y agotada. No me lo había llevado aún a los labios cuando volvió.

Luz, un objeto. Luz, un reloj. Luz, una caja. Luz, verde, rojo. Luz. Luz. Luz.

El sonido del cristal estrellándose me sacó de un nuevo momento epiléptico. Tenía el corazón a mil y me detuve un instante esperando que los latidos volvieran a un ritmo normal. Mirando mis manos vi que temblaba.

Miré mis pies descalzos, con todo un reguero de pequeños cristales que me cerraban el paso, y hubiera gritado de la frustración si no me hubiera atacado de nuevo una luz.

Magia. Luz, manecillas. Luz, un mapa. Luz, rojo. Luz. Luz. Luz.

¡Hostia ya con los flashes, que me estaban poniendo mala! Tenía que mostrar un camino, pero lo único que quería en ese momento era caminar fuera de mi cocina sin cortarme. Con un par de trapos de cocina conseguí ir abriéndome camino hasta el salón. Me senté en el sofá y presioné mis sienes tratando de ordenar las vagas ideas que se me presentaban, aún arriesgándome a que una nueva tanda de flashes me volviera a sobrevenir.

No pasó nada más aquel día, dejándome margen para recoger el estropicio que había formado con un simple vaso. De hecho, no pasó nada más en los tres días siguientes y comencé a pensar que me había equivocado, y que aquellas señales no estaban destinadas a mí, que Victoria cometió un error, aunque yo sabía que no había error posible.

Todo empezó a aclararse una tarde cuando mi móvil se activó solo y sonó en Spotify una fanfarria. ¿Una fanfarria? Me di cuenta: Victoria. Ni siquiera sabía que en Spoty había fanfarrias hasta que ella se coló en las señales. Tal y como se me estaba anunciando, instantes después pegaron a mi puerta.

Abrí sabiendo qué dos personas me iba a encontrar en mi rellano y, sin decir una palabra, me aparté para que pasaran. Virginia lo hacía con toda la tranquilidad del mundo, como siempre la había visto, pero Victoria parecía que se había tomado cuatro cafés bien cargados.

—Lo sé, lo sé. Tenía que dejarte trabajar y bla, bla, bla —comenzó sin dejar de pasearse de arriba a abajo mientras que su amiga se sentaba en el sofá—. Pero es que no paro de recibir señales. Señales, ¡señales everywhere! ¿Por qué? ¿No las tenías que recibir tú?

Sonreí levemente, con ese aire enigmático que me gustaba para darle emoción. Al parecer, yo no le encontraba sentido a lo que notaba, porque ella estaba recibiendo señales por otra parte.

—Das grimita, ¿lo sabías? —me preguntó Virginia aprovechando aquella pausa.

Asentí, porque sí, lo sabía. No era la primera vez que me lo decían, y probablemente no sería la última.

—Ah, bueno, si mientras tú lo tengas claro... —musitó.

Pareció quedarse tranquila con mi silenciosa respuesta, y yo sonreí un poco más por su gesto. Después me giré hacia Victoria, con ganas de que me explicara cuáles eran esas señales que decía no dejaba de recibir.

—Estaba tranquila viendo una película, que no tenía ganas de que Esperanza Gracia me siguiera hablando —explicó y de nuevo asentí para que continuara—, y de pronto, sin venir a cuento, aparece un anuncio.

Esperaba que dijera algo más, pero su gesto encogiéndose de hombros me indicó que estaba ansiosa por recibir una respuesta. Fruncí el ceño.

—No te preocupes, ahora sigue. Tú sonríes en modo chungo, y ella hace pausas dramáticas —comentó Virginia—. Ten paciencia —añadió casi en un susurro.

Le hice caso, era obvio que sabía de lo que hablaba, así que esperé.

—¡Un anuncio! —repitió, volviendo a activarse.

—Un anuncio... publicitario —dije para que continuara.

—Claro. Pero no un anuncio cualquiera, no. El anuncio de la tía buenorra que busca a Jacq's. ¿Lo has visto alguna vez?

De nuevo fruncí el ceño.

—Eeeeeh... sí. ¿En los noventa? —contesté dudosa.

—En los noventa —comentó en voz baja Virginia, asintiendo con parsimonia.

—¡En los noventa! —exclamó justo después Victoria, consiguiendo que volviera a centrar mi atención en ella—. ¿No ves nada raro en eso? Un anuncio de los noventa a estas alturas. ¡Esa colonia ya ni existe!

—Pero hay más, ya verás —musitó de nuevo Virginia.

—¡Pero eso no es todo!

Tuve que aguantar la risa por la actitud de ambas, cada una en un extremo.

—Me ha llegado a la oficina un periódico de Jacksonville. ¡Ni siquiera sé dónde queda Jacksonville!

—Bueno, creo que hay más de una ciudad con ese nombre —dije, aunque descubrí pronto que no había sido buena idea.

—¡Me da igual! ¡Si es que no me incumbe Jacksonville!

Respiré hondo y fui hacia ella lentamente, con las manos extendidas intentando transmitirle algo de paz. Ella se estuvo quieta y me permitió poner mis manos en sus hombros, la noté relajarse al momento. Sin cortar el contacto la llevé hacia la silla más cercana.

—Disculpa —me dijo con la voz más tranquila—. Es que no dejo de ver cosas. La publicidad de colonia obsoleta, el periódico, anuncios en Facebook, incluso el otro día alguien en la oficina dijo «¿quieres un médium para un fin?» —completó haciendo una voz grave y teatral.

—Esa fui yo, Vi, que desde que me tienes en esta locura me gusta ver el mundo arder de vez en cuando —reconoció Virginia, quien ni se inmutó por la mala mirada de Victoria.

Quise no sonreír, pero me fue imposible una vez más. Entonces, la que se paseó por el salón fui yo, aunque de manera más pausada que ella, tampoco es que aquello fuera muy complicado.

—Ahora Michael Jackson comienza a cuadrar... —comenté pensando en voz alta.

—Vale, menos mal que tú le ves sentido —habló de nuevo Virginia.

—No. No tiene sentido —corregí y ella musitó algo parecido a «pues lo que yo llevo diciendo todo el tiempo»—. Pero lo tendrá. Poco a poco el rompecabezas se irá formando, y en cuanto lo tenga os lo haré saber —completé ignorando su divertido sarcasmo.

—Entonces... —comenzó Victoria—. ¿Ya voy a dejar de recibir señales? ¿Te las he pasado a ti?

Solté una carcajada totalmente involuntaria. No me gustaba que pareciera que me reía de nadie que viniera a buscar mi ayuda, pero la forma de proceder con ellas estaba siendo algo diferente, sobre todo porque Victoria creía que esto era el pilla-pilla y ya me había pasado el marrón de seguir corriendo tras alguien, en este caso tras algo.

No se quedaron mucho más y me quedé allí tratando de, como le había dicho, unir las piezas para que todo cobrara, por fin, sentido. Me di cuenta entonces de que estaba forzando la máquina, y de que por más que lo intentara, nada iba a entender hasta que no fuera el momento preciso.

Luz.

Un fogonazo en mitad de la noche me despertó, de nuevo dejándome el corazón a mil por hora.

Luz, un artefacto. Nitidez. Luz, campo. Luz, un sendero. Luz, cambio, magia, manecillas, verde, mapa, un medio, rojo. Luz.

Parpadeé varias veces para despejar mi mente, y de pronto aquellas luces, aquellos flashes me trajeron claridad. Sonreí, no podía no hacerlo. En mitad de aquella solitaria noche, todas las imágenes se hilaban entre sí. Por fin había hallado un camino. 

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