Prólogo

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—Aún te falta darle tres vueltas al terreno—habla firme el chico al darse cuenta que el soldado había detenido su trote para tomar respiraciones profundas. Se veía agotada.

—No tienes que informarme cada 5 minutos sobre cuantas vueltas me faltan—dijo ella con dificultad.

—Esa no es manera de hablarle a tu superior—dice firme—. ¿Sabes qué?. Hice recuento y te faltan cinco—le sonríe y la pelinegra hace una mueca de asco.

—Como digas—susurró y apesar de que él la logró escuchar se lo dejó pasar. La chica comienza a correr nuevamente, sus piernas flaqueaban, pero trataba de mantenerse firme.

—¿Cuando aceptarás que no tienes material para ser soldado y sólo eres una princesa delicada?—pregunta una vez ella pasa por su lado.

—¡No me llames princesa!—escupe con rabia subiendo un poco la voz por la distancia.

Sonrió con superioridad y se cruzó de brazos apoyando todo su peso sobre su pierna derecha. Él disfrutaba torturandola, y ella lo odiaba más con cada paso que daba.

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