IV

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Mis ojos temblaron y no pude acabar de leer. Hacía años que no pensaba en Odette, mi pequeña princesa «¿seré un padre monstruoso por eso?», me pregunté y deseé que Odalys no lo hubiese mencionado porque una vez más volví a quebrarme la cabeza, dar vueltas y cuestionarme: ¿qué diablos pasó? El embarazo y ella iban bien, todo estaba en orden, cada prueba de descarte. ¡Todo!

Estrujé la carta contra mi pecho y puse la vista en el niño; no sé por qué, pero una sonrisa tonta se me escapó al verlo sacar y morder cada cosa del bolso, excepto el juguete mordedor. Respiré hondo, incontables veces, para conseguir serenarme y continuar leyendo, fue imposible.

-¿Por qué me haces esto ahora, Odalys? -murmuré entre lágrimas y me puse en pie.

Caminé de un lado a otro, quería frenar ese maldito temblor que se apoderó de mi cuerpo. Inhalé y exhalé con brusquedad y una vez más mis ojos se clavaron en el niño; necesitaba una explicación.

Coloqué la carta encima de la mesa de centro y tragué en seco. Salté de nuevo al sobre para buscar la fecha de nacimiento de Tadeo en su acta.

-Noviembre siete de dos mil dieciocho -susurré y comencé a hiperventilarme.

Según esto, el pequeño que en ese momento se peleaba con el bolso de la esposa de mi ex, recién acababa de cumplir su primer año una semana atrás. Me levanté del suelo y caminé de un lado a otro, desesperado, al recordar aquel catorce de febrero en el cual Odalys y yo coincidimos en el mismo hotel.

Fui con la bonita chica que tenía aspecto de Harley Quinn, esa que conocí en una perfumería unas semanas antes y que al principio se rehusaba a cualquier interacción, pero que ahora entiendo por qué no me sonaba el nombre o cara de Jessica, todo fue un plan desde el comienzo, su apariencia era muy distinta entonces.

Luego de una noche de concierto y tragos estábamos listos para anotar, pero en cuanto llegamos al hotel casi se caía por lo mareada que iba, así que ni modo, llamé un taxi para ella.

Me encontraba en la recepción, a punto de cerrar la cuenta, cuando reconocí a la mujer que, pese a su corta cabellera negra y el llanto que le inundaba el rostro, lucía bella. Estaba en un sofá, aferrada a un pañuelo de tela que restregaba contra sus mejillas y ojos.

Odalys.

Dudé un rato en acercarme, habían pasado años desde la última vez que nos vimos en aquella oficina para finiquitar el divorcio, ninguno de los dos miró atrás al salir y lo entendí a la perfección, para ese momento cada uno tenía sus propios intereses.

Sin embargo, cuando vi el estado en que se encontraba, no pude evitar acercarme; quizás fue preocupación o un remanente de aquel amor que solía sentir. Con la vista fija en ella, caminé por el corredor, incluso me tropecé con otras personas; al estar en frente, se sorprendió de verme o eso creí.

-Tobias -me dijo con un tono algo tembloroso y luego de un sonoro suspiro me senté a su lado, a escucharla.

Ahora sé que toda aquella historia que me contó sobre haber descubierto a su pareja, justo ese día, con otra persona mientras lloraba de esa desgarradora manera, no fue más que una actuación digna de un Oscar y yo de imbécil me la tragué completa.

Fuimos al bar del hotel a embriagarnos porque el amor era para pobres diablos, o eso decíamos. No había una sola mesa libre, un milagro nos hizo hallar el par de puestos en la barra antes que alguien más.

Allí estábamos, apoyados sobre una encimera de piedra negra donde se reflejaban las luces del local, disfrutábamos de la música, plática y risas. Un par de pobres diablos con el corazón roto, porque sí, ella me lo rompió años antes y en ese momento, un supuesto karma le hacía lo mismo, "por suerte" me tenía a mí, el idiota que quería hacerla sentir mejor.

¡Estúpido!

-Creo que he tomado demasiado, Tobías, empiezo a verte guapo -me dijo con coquetería luego de un buen rato. El alcohol en mi sistema me hizo seguirle.

-Oda, no me digas lo obvio -contesté y ella rio fuerte, no podía negarlo, aún disfrutaba ese sonido, era divertido oír los pequeños ronquidos que se le escapaban.

-Hace tiempo que no te escuchaba llamarme así -replicó al acercarse yo solo pude sonreír.

Porque sí, ella fue el amor de mi vida, la única mujer que he amado de verdad, la misma que me aplastó el corazón y lo hizo puré.

Por ella aprendí que el amor es para pobres diablos. Así, como yo cuando creí que estaríamos juntos por siempre.

-Es que tú eres mi oda a la alegría.

-¿Todavía? -inquirió con ese tono coqueto que me puso a mil y una preciosa sonrisa que...

Idiota.

Una vez más me manipuló a su antojo, volvió a burlarse de mis sentimientos y lo peor fue que cedí.

¿Pero cómo iba a saberlo?

Odalys se veía preciosa, ya no quedaba un solo rastro de dolor o tristeza en su mirada, el rubor en sus mejillas quizás por el encuentro, el alcohol o lo que haya sido, únicamente me instaba a quedarme con ella. El bar entero se llenó con las notas de Perfect, sonaba por encima del bullicio en aquel atestado sitio y lo creí algún tipo de señal; ella era perfecta, nos encontramos en el día perfecto y pese a improvisarlo, teníamos la cita perfecta.

Mis dedos se atrevieron a posarse en su mejilla con la misma delicadeza que si tocasen el más fino cristal, Odalys sonrió, cerró los ojos y restregó el rostro con suavidad contra mi mano como si anhelara ese mínimo contacto hacía mucho.

-Quizás no fue el karma como dices, Oda, tal vez el destino confabuló para volver a juntarnos -le dije y sin más, ella me besó.

En ese momento no me importaba ser "el otro" porque ella me escogió; luego de años, volvía a mi vida y correspondí.

Las voces a nuestro alrededor se extinguieron, lo mismo que el tintinear de vasos, botellas y copas, ni siquiera la música consiguió hacerse un hueco; solo existía el dulce beso que Odalys me obsequiaba y la calidez que recorría todo mi cuerpo.

Subimos a la habitación, entramos a empujones, nos desvestimos en medio de risas, su ropa y la mía acabó regada por doquier, incluso la imagen de nuestra primera noche juntos volvió a mi cabeza; no lo mencioné, pero ella sí, habló de ese encuentro cuando éramos un par de adolescentes seducidos por las hormonas, aquella época en que creía estar destinados y quizás tuve algo de razón porque pese al tiempo transcurrido, una vez más nos portamos como el par de chiquillos. Eso me hizo pensar que había una conexión entre ambos capaz de aguantar el paso de los años.

Sin embargo, la luz del día colada desde el balcón, me hizo abrir los ojos, mi cabeza aún daba vueltas, pero llegué a creer que fue un sueño porque no había un solo rastro de ella, los preservativos seguían sellados sobre la mesilla lateral.

Odalys se esfumó de la misma repentina forma que apareció y nunca más supe de ella hasta el día en que su esposa me dejó todo esto.

La marea de recuerdos me hizo llorar como bebé, tumbado sobre mis talones en el suelo de la sala, frente al sofá donde el pequeño seguía jugando.

Maldije a Odalys incontables veces por hacerme esto. Entonces algo ocurrió, al principio me sobresaltó y luego fui invadido por una sensación de alivio.

Tadeo usó sus bracitos para envolver mi cabeza, muy fuerte y posó sus labios en mi frente.

Me quedé inmóvil, no sabía qué hacer, el niño siguió en la misma posición y yo no supe cómo reaccionar. Entonces los pequeños y babosos besos de Tadeo comenzaron a picar, me estaba mordiendo la frente.

-¿Acaso intentas comerme? -le dije con una sonrisa, pese a mi rostro lloroso y él me respondió con una estruendosa risa, como si le hiciera cosquillas-. A ver, tu mami dejó en el bolso alimento y cosas para ti, así que ya te preparo algo.

Llevé los biberones y alimento a la cocina, seguí las instrucciones del envase para la preparación y cuando estuvo a temperatura apropiada se lo di. Lo vi pegarse a su mamila como si no hubiese un mañana, lucía adorable y por un segundo pensé: «quizás sea más fácil de lo que creí cuidar de él, quiero decir, mientras localizo a alguna de sus madres».

-Porque olvídalo, niño, ni creas que vivirás aquí -murmuré con la vista fija en él. De repente dejó de comer y se quedó sentado, inmóvil-. ¿Estás bien? -le pregunté como si pudiese contestarme, era obvio que no estaba acostumbrado a tratar con un bebé.

Lo miré a los ojos, él a mí. Pude ver los suyos algo brillosos y esa expresión en su rostro que finalmente comprendí; corrí hacia él, despavorido.

-¡Tadeo, nooo!

Pero fue tarde.

-Pu -balbuceó y menos de un segundo después se soltó a llorar.

-No llores, por favor, no lo hagas.

Pero el llanto no cesaba, yo ni siquiera sabía cambiar un pañal y tampoco podía conectarme a la Matrix para obtener ese conocimiento en segundos. Saqué mi teléfono, busqué en Youtube, Tadeo continuaba desesperado y yo no podía concentrarme. El timbre sonó y sin esperar respuesta, Joaquín asomaba la cabeza:

-¿Todo en orden, señor Wolf? -preguntó desde la puerta y contempló esta escena donde Tadeo lloraba a gritos en el sofá mientras yo estaba arrodillado en el suelo frente a él con un par de pañales en las manos, intentando calmarlo y un vídeo tutorial se reproducía desde el celular olvidado en la mesa de centro.

-Parece que necesita apoyo, señor Wolf.


Resultó que Joaquín fue a verme, preocupado por la agitada noche y mejor que cualquier tutorial de YouTube fue observarlo a él en acción con los años de experiencia acumulados entre sus tres hijos y par de nietos.

-¿Vio lo fácil que es, señor Wolf? -preguntó en tono pausado y sonreí al asentir con la cabeza, Tadeo también reía en ese momento.

De verdad es increíble cómo puede afectar un pañal sucio al ánimo del bebé.

-Señor Wolf, disculpe la intromisión, pero... ¿El pequeño es su hijo? -preguntó con cautela, yo me encogí de hombros y suspiré con fuerza, incluso se me inflaron los mofletes al hacerlo.

-No lo sé, Joaquín, pero así parece.

-Yo creí que usted... -No terminó la frase, pero hizo un gesto como tijera con su mano y sonreí.

-Así es, por eso necesito averiguar qué está pasando aquí.

-¿Hay posibilidad de que embarazara a la madre del niño antes de la intervención?

Eso me hizo pensar.

Corrí a la oficina a buscar el archivo con mi historial médico, hojeé entre los papeles hasta conseguir la copia referente a la cirugía.

-Diciembre cinco de dos mil diecisiete.

Entonces regresaron a mí las advertencias y recomendaciones que mi amigo y médico, Sebastian, me hiciera aquel día:

-Para el dolor puedes aplicarte hielo o comprar cualquier analgésico de venta libre -me dijo y yo asentí con la cabeza, arrugué un poco el rostro ante la molestia en mis testículos-. No seas llorón, Tobías, aún estás bajo efecto de la anestesia.

-Sí, imbécil, ven que yo te hago esto a ti y luego hablamos.

-Amigo, nadie te obligó a hacerlo, fue tu decisión y si me lo preguntas, una mala.

-Ya, déjame.

-Sé por qué lo haces, pero lo de Trevor no significa...

-Corta el tema, termina con las recomendaciones. -Me apresuré a interrumpirlo porque no tenía ánimos para hablar de eso.

-Bien. Nada de ejercicios, amigo, sé que eres fan del gimnasio, pero no se puede.

-Entendido.

-Eres un adicto al trabajo, pero al menos toma una semana libre para descansar y recuerda: los calzones con soporte serán tus mejores amigos.

-¿Cuándo puedo volver al ruedo?

-Amigo, en un par de semanas podrías, a menos que sientas molestia.

-Espero que no -le dije al levantarme para salir del consultorio, estrechamos nuestras manos como despedida y me dirigí a la salida.

-¡Casi lo olvido! -gritó Sebastian antes de que atravesara la puerta y me volteé a verlo- ¡No desenfundes el cañón por al menos tres meses!

Y allí estaba mi respuesta, tres meses que no cumplí antes de estar con Odalys, tomé demasiado con ella y olvidé los preservativos.

-¡Maldita sea!

Guardé todo una vez más y regresé algo decaído a la sala donde Joaquín arrullaba al bebé. Sonreí ante esa carita de angelito y el viejo portero me devolvió el gesto cuando colocó a un durmiente Tadeo en mis brazos, sentí miedo de dejarlo caer.

Luego de acomodarlo en mi cama y armar paredes de almohadas por los laterales, lo arropé y no pude evitar besar su frente. Por un segundo sonrió desde sus sueños y pensé de nuevo en Odette; limpié con mi mano una lágrima que me resbaló por la mejilla antes de salir.

Regresé a la sala y me senté con Joaquín a platicar, volví a agradecerle por su increíble ayuda, él sonrió al devolverme una palmada en la espalda.

-No agradezca, señor Wolf...

-Llámame Tobías, Joaquín, más que un empleado del complejo, te has portado como un buen amigo; de nuevo, gracias por todo.

-Estamos para apoyarnos. Señor... quiero decir; Tobías. ¿Qué piensas hacer?

-Buscar a su madre, es obvio, yo no puedo tener un bebé conmigo.

-¿Aún sabiendo que es tu hijo? ¿Renunciarías a él?

Las preguntas de Joaquín me hicieron pensar, todo apuntaba a que era mi hijo, sin embargo, no estaba seguro. Si de verdad lo era, ¿por qué Odalys no lo dijo antes? ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué envió a su esposa a abandonarlo conmigo? Porque, prácticamente, fue lo que hizo; lo metió aquí y desapareció. Ella se obsesionó con ser madre y de la nada esto.

-Aun así, necesito encontrarla y exigirle una explicación.


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Holis mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖
¿Cómo les va?
Díganme, ¿qué les va pareciendo hasta ahora?
¿Qué creen que ha pasado?

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