I

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

No todo el que vaga está perdido...


Con una inusitada muestra de fuerza, arranqué el arpón del pecho desnudo del hombre. Anterior a ello, podría valer la mención que con una destreza par lo incrusté en el esternón de este, por debajo del collar de diente de ballena. Un decorativo que evidenciaba la experiencia y la habilitad propia del ballenero experto.

Lo que no lo hacía, no obstante, un hombre invencible.

Se me escapa de entre los dientes un siseo de dolor, como si fuese yo quien soportase aquel hierro clavado en el cuerpo, y sé que este gesto empático se debe al modo en que siento la resistencia del músculo al extraer el arpón. Luego, escucho el soplo de la hemorragia, sonido corto y bajo que, de no estar tan cerca, podría haberlo perdido con el sonido amortiguado del mar. Pero es esto mismo lo que me despierta de la oscura fascinación que me invade ante la vista del acto reciente.

Maté a un hombre.

El oleaje furioso del mar se iguala al circular frenético de mi sangre, al bombeo agitado del corazón que tiene eco en mis oídos hasta ensordecerme. Aunque doy gracias por el bullicio marino. Será este constante rugir del mar que me mantendrá en el secreto del culpable, dándome oportunidad de cubrir mis huellas y limpiar cualquier indicio de que estuve presente cuando la vida abandonó abruptamente el cuerpo del primer oficial de Whalien52.

Arrastró el cuerpo de Namjoon por el piso mugriento de vísceras de pescado, grasa de ballena y sangre. Al salir, la brisa nocturna congela el sudor, pero alivia el espeso aroma a sudor, ron y sangre. Si mi padre me viera ahora su ceño permanentemente fruncido en reproche se arrugaría en una mueca de profundo asco. Quizá no me reconocerían sus ojos, tan acostumbrados a la opulencia, lujo y, sobre todo, la pulcredad, pero debajo de la mugre está el único vástago que pudo dejarle al mundo. No hablaré de mi madre, incluso si fue su apellido el que me permitió subir a bordo del Whalien52.

Había sido quizá su malsana manera de quererme la que me empujó lejos de él. Pero fue mi imprudente avaricia la que me dirigió al bar donde supe que se atiborraba de cerveza, carne seca y mujeres de pago el Capitán Jung. Capitán Jung Hoseok, a cargo del ballenero más renombrado y envidiado de toda la costa coreana. Quien tuviera el privilegio de navegar con él, se decía, no padecería jamás nunca más el mordisco del hambre y la vergüenza de la infamia. Pero no era yo un pobre hombre, sino un muchacho lleno de codicia. Quería riquezas, como cualquier cristiano. Solo que no tenía, y claro lo dejó mi padre, sentido alguno de decencia para obtenerla. 

Robé y engañé cuando aún era bienvenido en la casa de mis padres y recibido con sonrisas en las concurridas fiestas de intención casamentera, y una vez fui echado a la calle este hábito se acrecentó ahora con una justificación mejor que la de estar aburrido. Así que en las calles me hice hombre de temer. Donde fuera, si mi apolíneo rostro, acentuado su resplandor con la desgracia y rencor, te convencía de que era presa fácil, mis puños y mi navaja te libraban del engaño inducido. Por eso no fue difícil que llegara a mis oídos la noticia del retorno de Jung y su tripulación.

Muchos de mis cercanos, no amigos porque no era tan crédulo de confiarme, se convencieron de que iría por lo recaudado de Whalien52. Había sido una entretenida travesura saquearle a los pesqueros una vez sus bolsillos tintineaban pesados, pero esta vez, oyendo la reverencia con la que algunos se expresaban de Jung Hoseok, me dije que debía ser más inteligente. Después de todo, era un Kim, hijo de un miembro honorable de la Comunidad Ballenera Coreana. 

–¿Dijiste que te llamas Bae Seokjin? 

–Así es, buen señor –me oí decirle al hombre a cargo, sonriendo con la más ensayada inocencia y entusiasmo que pude conjurar para mi favor–. Será un honor para mí si me acepta entre sus hombres.

No se me escapó la mirada lasciva del capitán Jung, el modo en que sus enrojecidos ojos se desviaron al escote de la camisa raída que dejaba ver mi largo cuello. Y fue obvio también cómo este hombre, que por lo visto era casi tanto o más mayor que mi padre, despachó a la prostituta que lo acariciaba mientras él le manoseaba las tetas. Dedicando su entera atención al que creyó un inerme muchacho.

–¿Y en qué eres bueno, Seokjin?

Y, dándole mi más espléndida sonrisa, le garanticé que de mí no tendría queja alguna. Por supuesto, la distracción de mi apariencia tapó el descaro de mis mentiras. Aunque Jung Hoseok fue humano conmigo, dejándome las tareas menos pesadas como lo eran limpiar los almacenes, la cubierta y atender la comida de cada noche. Supongo que olió el embuste y aunque aún no calenté su lecho, soy despierto para entender que el viaje es largo y tendré que responder cuando se me ordene. 

Un sacudón me arranca de mis divagaciones y los dedos por poco resbalan de las ataduras del occiso. 

–No, no, no –susurro cuando el cuello del hombre cae a un lado y sangre se escurre de su boca hasta engrudar el suelo–. Maldición. 

Detengo mis pasos una vez llego al borde de la popa, viendo de estribor a babor sin hallar ningún caminante. La cena que preparé, sin saber que sería una ventaja para mí ahora, fue tal banquete, tal celebración por la caza de dos ballenas macho, que muchos fueron a dormir pesados de ron y whisky. Yo no me permití tal desfachatez porque no quería ser tentado a yacer con nadie en lo que pudiera evitarlo. Y si ya se cumplirá un año de que dejamos tierra, no sería de extrañar que mi cuerpo respondiera a cualquier incentivo.

Había recibido amables invitaciones para compartir camastro, pero me negué porque, como supe desde que subí, el celo con el que el capitán me escoltaba, me brindaba regalos o se dirigía a mí me haría un estúpido por aceptar menos. Por favor, duermo en un cuarto propio. Pequeño, enmohecido, pero solo para mí. No guardo amistad con ninguno, pero no me llevo mal con nadie. Sé vivir entre hombres ásperos, rudos y de carácter tosco, porque aprendí que sus instintos dominan su juicio. Una sonrisa larga, una mirada intensa y unas palabras vagas que prometen nada, pero que no rechazan hacen de mí un perfecto infiltrado.

Por eso nadie sabrá que he sido yo. 

Ato los pies de Kim Namjoon, recurro al saber de mi infancia sobre nudos, aplicando un perfecto nudo eich que, incluso si hubiera posibilidad alguna de que este despierte, no podría deshacer. Ya que me vi reducido a arrastrarlo, porque su cuerpo es pesado como para cargarlo en hombros, la presión que ejerzo al hacerlo fue afirmando y presionando la cuerda. Así, cuando llego al borde del navío apunto a enderezarlo, dejarlo en pie –aunque su cuello vuelva a caer y mancharme la ropa de sangre– y puedo empujarlo al mar…
Mi padre tuvo razón al advertirme del peligro del mar. Este hace bestias a los hombres, los desnuda de cualquier pretensión de civilidad y los reduce a existencias primitivas. Yo no puedo ser hallado culpable o moriré. Es simple sentido de conservación. Y si retuerzo las circunstancias, podría alegar por un inmerecido caso de defensa propia.

Si tan solo no hubiéramos tenido el percance con la primera ballena que cazamos, Dios sabe que no lo habría matado. Pero Kim Namjoon fue más allá de mi paciencia. Sí, la escora me marea día sí y día también. Sí, no sé cómo se limpian las escamas de un pez sin desperdiciar su carnaza. Sí, tampoco entiendo de orientación de juanetes para ahorrar horas de viaje y evitar las formaciones tormentosas si se tiene el viento de aliado. 

Menos puedo saber cómo recolectar aceite de ballena. Y el primer oficial, delegado en tareas de administrar y comandar a los novatos, intuyó las verdaderas motivaciones de mi estadía en Whalien52 y me puso a prueba. Tallé los maderos del barco hasta quebrarme las uñas y sacarme callos; limpié las bacinillas de los camarotes comunes; cocí los ropajes de mis compañeros y no me quejé en nada más que horarios porque, sumado a estos trabajos que me fueron pedidos como favor, debía cocinar.

Todo soporté. No le di ningún mérito a que se queje con el capitán Jung, o a que denuncie mi ineptitud con mis camaradas. Así que decidió humillarme. Sus ojos brillantes de satisfacción al saberme horrorizado del encargo:

–No estás en posición de negarte –me dijo Kim Namjoon, con la voz espesa de insinuaciones que iban más allá del deber inmediato.

Los demás tripulantes se acercaron a disfrutar del espectáculo de mi vergüenza, no con malicia como el primer oficial, pero en alta mar pocas veces podía desperdiciarse el entretenimiento. 

–Tengo que…

Moví la escoba, impotente al saber ya perdida la batalla. Me la arrebataron de las manos y ahí mismo me ayudaron a quitarme la ropa para que no tuviera que deshacerme de ellas después. Y ese fue el día que me metí dentro de una ballena. Y las pesadillas, las náuseas, la repugnancia alimentaron mi rencor actual. 

Levanto el cuerpo, recobrando las fuerzas por las memorias del evento, y dispuesto ya lo arrojo sin dudar. Veo cómo cae, mordiendo una carcajada de nerviosidad. Casi siento deseos de acompañarlo. Por un breve instante, siento que no es Kim Namjoon el que cae, sino que soy yo que me he ido. Será porque matar a un cristiano también repercute en tu alma. De todos modos, ya no interesa. Pagaré al cielo cuando se me llame a comparecer.

Me desnudo, haciendo un nudo también en las ropas para que pueda meter entre ellas las botellas de ron rellenas de agua que hagan peso y se hundan junto al cadáver. 

Así, desnudo, me echo a correr al almacén de hielo y limpio con esmero, sin importarme el escalofrío que me recorre entero. Sea del temor de lo acontecido o del chiflete que me pega allá. Tomo la ropa que alguien dejó en un rincón y aunque apestan a sudor y aceite, me vuelco encima un poco de alcohol para justificar que estuve borracho durmiendo y no aquí levantado. Me dispongo a irme a mi cuarto hasta el amanecer. Cuando despierten todos, tendré que fingir sorpresa y desconcierto.

Pero no será que la suerte sea amiga de los que la burlan, porque quiso en este instante que me encuentre a un tripulante, joven y de buen ver, que me estudia con una máscara impasible cubriendo cualquier emoción. Son sus ojos tan grandes como un chiquillo temeroso, pero es la firmeza con la que aprieta la boca la que me dice que este muchacho ha perdido cualquier inocencia con el compás de la marea. Lo reconozco de los primeros días en que fui puesto a cargo de la limpieza, pero él parecía entonces menos ríspido, más suave. 

Ahora se me antoja como una maligna aparición del diablo, quien viene a condenar mi reciente pecado. El mayor de los que me he atrevido a cometer. Sin embargo, este jovencito, de nombre Jungkook, si es que fue sincero cuando se presentó conmigo, no hace ademán de atacarme o acusarme de lo que ha visto. En cambio, me ve como con pena, quizá sabiendo de mi predicamento y la posición vulnerable en la que me encuentro.

Yo, tonto de mí, maté a la mano derecha del Capitán Jung. ¿Cómo respondería este si lo supiese? Por muy atraído a mí que se siente no valgo ni la mitad de lo que Kim Namjoon.

–El capitán ordenó izar las velas desde antes del alba, quiere acortar dos días de viaje y estar en la costa de Ecuador para la época de apareo –me comenta, con una voz tan tranquila que parece que soy un exagerado al sobresaltarme cuando ha hablado–. Será que me ayudarás por hoy, ¿no?

–¿Por qué…?

Jungkook suspira, luciendo cansado. 

–No me importa –dice entonces, pero yo me tenso–. No quiero nada…

–Me cuesta creerlo –suelto, y si mi enfado es una cubierta al pavor que me acosa, pues nadie sabrá–. Estás en ventaja, ¿cómo podrías no aprovecharte de ello?

–¿Será que el capitán Jung me escuche?

Quiero sonreír, pero no soy tan denso para caer en ello. Cuando un hombre falte de entre sus filas cercanas, es cuestión de días o tal vez horas que averigüe qué ha ocurrido. Si asusta a los pequeños tripulantes, como lo es Jungkook, no tengo garantías de salirme con la mía.

No obstante, no tengo más remedio que aceptar.

Y si al subir al mástil, desencajar los juanetes e izar las velas, siento el impulso de empujar a Jungkook, pues…





Fin.





Nota:

SamanthaHirszenberg estoy desde el celu, así que no puedo dedicarte el cap, pero aquí estás, cuándo sea que veas esto.

Mi consigna era que el personaje en su nuevo trabajo no supiera cómo hacer su tarea y no sé, creo que cumplí (?

Pero más allá de eso, la práctica estuvo en la primera persona que debo seguir trabajando jajaja

Pensé en el mar y balleneros porque había visto En el corazón del mar (peli tremenguchi) y me quedó la emoción, qué se io.

En fin, eso.

Gente que no es SamSam, pero se da un paseíto por aquí, holi, gracias por tu curiosidad lectora.

:)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro