Capítulo 5 - Arcano sin número - El Loco

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El Loco. Carencia de sentido común; potencial fuerza de voluntad y destreza; el espíritu en busca de experiencia; audacia, extravagancia; negligencia, poca reflexión; desorientación, inmadurez, desequilibrio; ligereza; indiscreción y superficialidad.

INVERTIDO:

Pasiones y obsesiones, indecisión, irracionalidad, apatía, complicaciones; decisiones equivocadas, caída, abandono, inmovilización; locura; desborde psíquico y/o emocional; viaje obstaculizado.

Media hora después estaba llegando al hotel, le envió un mensaje a Carlos para avisarle. En el estacionamiento estaban varias patrullas, un par de ambulancias y una camioneta del servicio forense.

Al llegar al vestíbulo, la puerta del ascensor se abrió mostrando al oficial del Valle portando orgullosamente su uniforme. Ambos caminaron y se encontraron frente a recepción.

—Y bien, ¿Qué es eso tan interesante que me querías mostrar?

—Ven conmigo, vamos al séptimo piso.

Se dirigieron al ascensor mientras Carlos le hacía un breve relato de lo ocurrido:

—Hace como 2 horas el gerente del hotel nos llamó, yo estaba cerca así que fui de los primeros en llegar. Un sujeto, Fernando Manríquez, un empresario procedente de León Guanajuato se registró cerca de las 10:50, subió a su habitación acompañado de una mujer. Aproximadamente 20 minutos después la ventana estalló arrojando vidrios sobre un grupo de inquilinos que estaban bebiendo unos cócteles junto a la piscina. Al mismo tiempo, los huéspedes de las habitaciones contiguas escucharon un grito muy agudo que les dejo los pelos de punta.

El ascensor se detuvo, salieron y se dirigieron a la habitación 732

»Los empleados del hotel llamaron a su puerta, al no obtener respuesta usaron su llave para abrir, y esto fue lo que encontraron:

Llegaron a la habitación mencionada, había otro uniformado parado junto a la entrada. Carlos la abrió y dentro había más uniformados, también policías vestidos de civil y un par de sujetos con batas blancas caminando de un lado a otro, tomando notas y algunas fotografías.

»Te advierto que lo que verás no será nada agradable.

En cuanto entró sintió algo muy desagradable en el ambiente, el aire se sentía espeso y pegajoso. Había un aroma que le recordaba a una tumba recién excavada. Las mismas paredes parecían gritarle pidiendo auxilio, como si hubieran sido testigos de algo que hasta a ellas los había destrozado de miedo.

Sobre la cama estaba el cuerpo sin vida de un pobre diablo, con el estómago abierto y las vísceras esparcidas alrededor de él. La ropa de cama originalmente blanca estaba teñida de carmesí. Dante entrecerró los ojos demostrando estar poniendo toda su atención en la escena. Caminó sin rodeos hacia el cuerpo. Había una caja con guantes de hule sobre una mesa. Tomó un par sin pedírselo a nadie y se los colocó.

Carlos caminaba junto a él, parecía que todos los presentes asumieron que él debería estar ahí aun cuando no lo conocían.

—Vaya, parece que estás algo acostumbrado a esto. Algunos de mis compañeros salieron corriendo a vomitar después de verlo —informó Carlos.

—Un poco —fue lo único que contestó, trataba de no distraerse.

Caminó alrededor de la cama observando todos los detalles. El rostro con la boca y los ojos abiertos. Le recordaba una pintura de un mártir, le dio la impresión de que su alma había decidido abandonar el cuerpo mucho antes de que dejara de respirar y de latir su corazón. Los brazos parecían tener una articulación extra a la mitad de los antebrazos. A pesar de haber sido fracturados, de alguna manera pudo tensar los músculos de sus manos para apretar los dedos; sus puños aún asían las sábanas con firmeza.

Un espejo que estaba en un muro cercano se había fragmentado en cientos de pedazos que ahora yacían esparcidos sobre el suelo. Dante los observó unos segundos sin pestañar. En eso, escuchó una especie de zumbido eléctrico al mismo tiempo que las luces comenzaron a parpadear. Notó que los demás presentes seguían haciendo su trabajo sin importarles este hecho. De pronto las luces se fueron por completo, todo quedó en penumbras. En cada fragmento de espejo aparecieron un par de luces amarillas. Pero no eran luces, eran un par de ojos. Ojos feroces de depredador. Lo miraban fijamente, parecían reconocerlo, llamarlo.

—¡Danny!, ¡viejo!, ¿qué te pasó? Te quedaste como hipnotizado.

—Nada, estaba meditando un poco. —la habitación estaba perfectamente iluminada, y todos seguían actuando con normalidad.

Un hombre se acercó a ellos, no llevaba uniforme, pero tenía su insignia colgando del cuello.

—Pero si es Walter Mercado, ¿quién llamó a los cazafantasmas?

—Parece que ya se conocen —dijo Carlos—. Yo lo llamé, espero no le moleste.

—Si hay algún inconveniente me retiro —dijo Dante—, no quisiera causarle problemas a mi amigo.

—No, para nada, lo dejaré husmear un poco, pero ya sabe las reglas: no toque y no mueva nada.

—Lo sé bien.

El inspector Velázquez no era precisamente su amigo, pero tampoco su enemigo. No le gustaba que civiles se inmiscuyeran en sus asuntos, pero reconocía que había sido de utilidad algunas veces. Sobre todo, le estaba agradecido por ayudar a detener a un culto satánico que secuestraba niños pequeños para torturarlos y sacrificarlos en sus asquerosos rituales. De no ser por él muchas vidas inocentes más se hubieran perdido. Aunque no creía en ninguna de sus habilidades «especiales» ni en seres del más allá, lo respetaba como detective.

—Y supongo que de la mujer no hay ningún rastro.

—Exacto —dijo Velázquez—. Los seguros de las puertas son electrónicos, las llaves son tarjetas magnéticas. La computadora principal registra cada que una puerta se abre y cierra. El botones acompañó a la pareja y salió del cuarto a las 10:56 p.m. la puerta no volvió a abrirse hasta las 11:25 cuando el personal entró y encontró la habitación exactamente como está ahora. A menos que pueda volar o atravesar paredes no sabemos cómo salió.

—¿Y la gente que estaba afuera no vio nada?

—Tampoco, sólo había cuatro jóvenes junto a la piscina. Dijeron que escucharon una especie de chirrido, miraron hacia arriba y vieron la ventana estallar hacia afuera. Después de eso estaban muy ocupados protegiéndose el rostro de la lluvia de cristal.

Dante observó la distancia entre la cama y la ventana. Eran más de cuatro metros, no había ninguna huella ni mancha de sangre en ese tramo.

—¿A la víctima le falta algún órgano?

—Aparentemente no —dijo una voz que no había escuchado antes—, aunque no puedo estar seguro hasta que nos llevemos el cuerpo para hacerle la necropsia.

Dante volteó y vio a una pequeña y delgaducha persona con bata blanca acercarse a él.

—Éste es el nuevo forense —dijo Carlos—, te presento a Jorge Blanco.

—Mucho gusto. —El remplazo de Jesús Martínez parecía un niño jugando al doctor. Debía sería algo mayor que Carlos, se veía mucho menor, pero era justo lo que el sistema necesitaba: gente joven, con ideas nuevas, con ganas de cambiar al dinosaurio jurásico que era el sistema de justicia.

—¿Ya determinaron que utilizó para abrirlo?

—Todavía no, pero fueron varios cortes paralelos, mi mejor suposición fue que usó un pequeño rastrillo, de esos de jardinería —explicó Jorge.

—También pudieron ser uñas —dijo Dante.

—¿Uñas? Imposible, esos cortes tan profundos requerirían las garras de un tigre —negó el joven forense.

—¿Ya viste las heridas en la cara? —preguntó Dante

—Sí, pero todavía no las analizo bien. Comencé con el gran agujero en medio, luego seguí hacia abajo, todavía no llego a la parte de arriba.

Había cinco heridas en la cara: una bajo la barbilla, tres en la mejilla izquierda y una junto a la nariz del lado derecho.

—Mira, parece que fue con una mano. —Dante colocó su mano sobre la cara sin tocarla, cada herida correspondía con la punta de uno de sus dedos— Mis manos son muy grandes, quien lo hizo las tenía aún más.

—Improbable, era una mujer, de estatura promedio, tendría unas manos increíblemente desproporcionadas —explicó el forense.

—Sin duda, ¿y los tobillos?

—Oh, ahí, parece que lo ataron, hay marcas que lo sugieren, parece que usó una soga muy gruesa, pero no la hemos encontrado.

—No creo que la encuentren, no me parecen marcas de cuerda, más bien parecen dedos —dijo Dante.

—Eso sí sería imposible, tendrían que ser de manos aún más grandes que la que sujetó su cara, era una mujer, no un orangután —exclamó el inspector Velázquez riendo a carcajadas—. No puedes hablar en serio, ¿has estado bebiendo?.

—¿Una mujer?, eso aún no está asegurado —agregó Dante.

—Está bromeando ¿verdad? —preguntó Jorge.

—No lo parece —dijo Carlos.

Luego Dante miró la entrepierna del cadáver y agregó:

—Parece que se divirtió un poco antes de morir.

—Así es —dijo el forense—, parece que se vino antes de irse. Oh, por cierto, mire esto.

Tomó un largo hisopo de madera del bolsillo de su bata, presionó el escroto del hombre, de la punta de su pene brotaron unas gotas de sangre.

—Por dios, eso es algo nuevo hasta para mí. No quiero saber cómo lo averiguaste —manifestó Dante, mostrando un poco de repulsión por primera vez en la noche.

—Fue muy curioso, estaba... —comenzó a narrar el forense.

—¡NO! En serio, no quiero saberlo —interrumpió tajante.

—Ah, O.K.

—Alguna idea de por qué pasa eso —cuestionó Dante aún perturbado.

—No estoy seguro todavía, pero parece que licuaron sus testículos desde adentro, parece que insertaron una especie de sonda a través de la uretra. Pero igual, no lo sabré hasta que lo llevemos a la morgue —respondió Jorge.

Ahora sí que Dante mostraba bastante repulsión.

—Este es un hotel de lujo, supongo que hay videos de seguridad.

—Por supuesto, los videos —dijo Carlos—, vamos a verlos. Te irás de culo al suelo cuando lo hagas.

—Perfecto, vamos, pero antes, ¿alguien tiene una linterna?

—Toma la mía —dijo Jorge entregándole una.

Dante caminó hacia la ventana, el exterior estaba negro como carbón. Sacó la mitad del cuerpo y con la linterna iluminó la pared por fuera alrededor de la ventana.

Caminó hacia el inspector Velázquez y le entregó la linterna diciendo:

—Ahí tiene las huellas de su orangután inspector.

Y se dirigió a la puerta, quitándose los guantes de hule. Velázquez imitó la acción que Dante había hecho segundos antes con la linterna y pudo ver en la pared exterior las claras impresiones teñidas con la sangre de la víctima de cuatro manos, dos a cada lado de la ventana. El par de arriba eran enormes, pero las de abajo eran inmensas.

—¡PUTA MADRE, ¿QUÉ MIERDAS ES ESTO?!

Dante alcanzó a escuchar el grito del inspector desde el pasillo mientras esperaba que Carlos llegara para llevarlo a ver los videos. No pudo evitar sonreír por el desconcierto del inspector.

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