Capítulo 35

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Lisa lo había arruinado una vez más.

Lo supo cuando echó sus cosas a la mochila de forma apresurada, saliendo del cuarto de visitas, pasando por afuera del cuarto de Jennie, y escuchando su gemido de dolor, su llanto.

Se quedó quieta, fuera de la pieza, su mano temblando, como si quisiera levantarla y golpear la puerta. Entrar y tomar a Jennie en sus brazos, pedirle perdón por su forma de actuar tan irracional, tan egoísta.

Lo que había hecho... tratar de forzar a Jennie...

Siguió caminando, alejándose de los sollozos de la mayor, bajando las escaleras. Pero no esperaba encontrarse con la madre de Jennie en el comedor, sentada en el sofá con una expresión desoladora.

—Lisa... —murmuró la señora Kim, negando con la cabeza.

—No diga nada —suplicó con la voz temblando—. Me alejaré, lo prometo, su hija ya no... ya no seguirá sufriendo por mí.

La mujer hizo una mueca al escuchar sus palabras, poniéndose de pie.

—¿Qué pasó, Lisa? —preguntó la señora Kim de forma maternal, y Lisa quiso romper a llorar, porque recordó el abandono de su mamá, los abrazos dulces que le daba Namwan antes de irse a dormir, la sonrisa de su papá cuando hacía algo bien.

Se sentía tan, tan sola...

Y Jennie pudo haberla aceptado para siempre, pero Lisa quería más, siempre quería más, y necesitaba desesperadamente que Jennie se lo dijera, le dijera cuanto la necesitaba, a pesar de que se lo había demostrado varias veces.

—Lo siento... —susurró dando un paso hacia atrás, saliendo de allí tan pronto como pudo, saliendo al frío aire nocturno, queriendo alejar las lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos.

Comenzó a correr, alejándose de esa casa, pensando en esos meses con Jennie, en la sonrisa que le daba, en sus labios besándola con tortuosa necesidad, en sus ojos llenos de calidez y cariño cuando se miraban. En lo afortunada que se había sentido por ser la novia de Jennie Kim, aunque al principio hubiera sido una novia falsa, alquilada sólo para lograr que se relacionara más con la gente.

Jennie había estado con ella cuando Namwan murió, cuando se sentía más desgraciada, y Lisa lo único que había hecho era alejarla porque temía que la pelinaranja la dejara algún día por alguien mejor, por alguien que sí valiera la pena. Por alguien a quien realmente amara y se lo dijera todos los días.

Lisa ya no se merecía el privilegio de que Jennie la amara, no luego de lo que había hecho.

La mirada rota de Jennie, sus palabras teñidas de odio y dolor, habían sido más que claras.

Llegó a su triste casa solitaria, y apoyó su frente contra la puerta, sollozando en voz baja.

Entonces, notó algo extraño.

La puerta estaba entreabierta.

Lo que faltaba, que alguien entrara a robar a su miserable hogar. ¿Acaso su vida no podía ser más asquerosa?

Apretó sus labios en una mueca molesta antes de empujar la madera y entrar a la casa, dispuesta a ponerse a pelear de ser necesario.

Al menos, eso planeaba hasta que entró a la cocina y se encontró con el rostro de una mujer que no había visto en años.

—¿Mamá?

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