Capítulo 38

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—Uff, ricura, quién fuera perla para estar dentro de tu concha.

Jennie escupió la bebida que estaba tomando sobre Sana, que soltó un chillido de horror y asco. Entornando los ojos para fulminar con la mirada a quien fuera que le dijo esas palabras.

Se encontró con el rostro sonriente de Lucía, y a su lado estaba...

—¡Daniela! —saludó Sana como si nada, haciéndose a un lado en la mesa para dejarle espacio a las recién llegadas—. Mira, esta es la amiga de la que te hablaba, se llama Jennie. Es un poco gruñona pero buena persona.

Jennie fulminó con la mirada a Sana, que le observaba con una sonrisa inocente aunque podía leer la maldad en sus ojos. Esa chica era la hija perdida de Satanás, ya lo tenía claro desde hace mucho tiempo.

Sana abrazó el brazo de Lucía pestañeando con seducción en tanto la recién llegada contemplaba a Jennie con admiración.

—Quisiera ser pirata, para encontrar el tesoro que tienes entre pata y pata —dijo Daniela sin dejar de sonreír.

Por el amor a todo lo sagrado...

—Voy a matarte, Sana —le gruñó a la chica de cabello rosado.

Sana, que en ese momento estaba comiendo una patata frita que Lucía le dio, la miró con desconcierto.

—Yo sólo quiero animarte —Sana frunció los labios—. Desde que hablaste con el director para aceptar la beca que estás más gruñona y triste que nunca.

Jennie desvió la vista, pensando en la última conversación que mantuvo con el jefe de su carrera sobre los papeles que iba a necesitar para comenzar con el traslado. Era una oportunidad única en la vida, como había dicho su profesor, e incluso su mamá comenzó a llorar cuando le contó sobre ello.

Pero a pesar de todo eso, no podía evitar pensar en el rostro sonriente de Lisa.

No había hablado con ella desde que huyó de su casa, dos semanas atrás.

—No estoy triste —mintió comenzando a comer de sus papitas—. Y definitivamente no necesitaba que me consiguieras una cita —miró a Daniela, que en ese momento parecía demasiado concentrada en descifrar el coreano de los anuncios de comida—. ¿Acaso tú no arreglaste tu relación con Tzuyu?

Sana se encogió de hombros, sonriendo otra vez con maldad.

—Ya puse mis condiciones —humedeció su labio, riéndose—, pero Tzuyu quedó en
shook y me pidió un poco de tiempo para prepararse. Además... no he hablado mucho con ella esta semana, creo que está un poco ocupada —se encogió de hombros—. Pero si la pillo con esa chica...

—Sana celos locos no la dejará caminar en un mes —bufó Jennie.

—Haré que me diga mommy por el resto de su miserable vida —respondió soñadoramente la japonesa.

Jennie soltó una risa baja, negando con la cabeza y sin poder creer que esa muchacha que se veía tan dulce y tierna fuera un diablo por dentro.

Sana iba a decir algo más, pero luego se quedó callada.

—¿Qué pasa? —preguntó Kim.

—Mira, te voy a decir algo pero no te gires... ¡JENNIE, NO TE GIRES, POR LA PUTA!

¿Qué se supone que iba a hacer si le decían que no se girara? ¿No girarse? Sí, claro, como si esas cosas funcionaran un poco.

Se encontró con los grandes ojos de Lisa, posados sobre ella.

Detrás, Tzuyu llevaba una bandeja de comida.

Si la situación no podía ser más incómoda, la amiga de Lucía pasó un brazo por los hombros de Jennie, atrayéndola contra ella.

Los ojos de Lisa se estrecharon y comenzó a caminar hacia ella.

Jennie la miró de forma grosera, recostándose contra Daniela, pensando con rabia que Lisa no podía reclamarle algo porque ellas habían terminado, ya no estaban juntas, y las cosas habían terminado mal así que no había otra oportunidad entre ambas.

—Quiero hablar contigo, Jennie —dijo Lisa frente a ellas.

Jennie no la miró, fingiendo estar leyendo un anuncio de la pared con interés.

Sana se removió en su asiento, incómoda.

—Oh, vaya, yo creí que habías cortado toda relación con Lucía, Sanake —dijo Tzuyu con una sonrisa psicópata al lado de Lisa.

—No has respondido a mi condición —replicó Minatozaki sin amedrentarse.

Hubo un pequeño silencio.

—Esta noche iré a tu casa —dijo Tzuyu haciendo el gesto que solía hacer cuando se encontraba celosa: presionó su lengua contra una de sus mejillas con ojos disgustados.

—Lleva mucho lubricante, mi amor, porque no voy a follarte el coño sólo con mis dedos —contestó Sana sonriendo de lado.

Tzuyu se giró, murmurando groserías en voz baja, y se alejó para sentarse en una mesa un poco lejana.

—Jennie —insistió Sana.

—¿Sigues aquí? —gruñó Jennie sin mirarla todavía.

—Por favor.

—No hay nada de qué hablar.

Otro silencio entre ellas.

—Gatito... por favor...

Su tono de voz destrozado fue suficiente para hacerla bufar de forma casi imperceptible, poniéndose de pie.

—Vamos a algún lugar más privado —fue todo lo que dijo Kim.

Lisa la siguió sin dudar un poco.

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