Vampiros: La carta.

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Estimadísimos miembros del Consejo:

            Mi viejo espíritu desea fervientemente que vuestras mercedes gocen de buena salud. Sus mentes habrán maquinado ya, la razón de mi espontánea correspondencia. No es menos, señores míos, que una profunda preocupación, producto del pensamiento que me acongoja desde hace un cuarto de siglo.

            Se me conoce como un servidor fiel, un excelente ejemplar de nuestra raza; el Demonio es testigo de que no he faltado a una guerra, y que mi oscura semilla se ha diseminado con solvencia por todos los rincones de esta tierra. Lastimosamente, mis demás congéneres no hallaron la virtud de la templanza, y decidieron nutrirse en demasía, sin siquiera proceder con una mísera pizca de prudencia. Ahora, cada vez que busco el enrojecido elixir vital, encuentro en las zonas más insospechadas, como unos auténticos frescos, a esas aberraciones que se hacen llamar como sus ascendentes. Oh, desdichados mis orbes, al vislumbrar en las penumbras a los jóvenes con las doncellas, en paños menores, profesando amor y dando falsos semblantes de incomprensión y abatimiento. Buscan mujeres, mas si eso fuese a mi juicio lo extraño, podrían condenarme en este instante sin resistencia alguna. Soy catador experimentado, y sé que son las vírgenes y sus encantos, las que conservan los exquisitos aromas de su alma blanca. No obstante, me lleno de vergüenza, ¡sus manos! ¡Se rozan cual amantes de tragedia! Besan con desparpajo, ignorando la vasta historia que nos tiñe. Juro que mi semblante tiembla, y la rabia escurre hacia mis garras. Señores, tanto ustedes como yo, comprendemos el macabro arte que nos mueve, e infiero que tomarán recaudos que aún no me he dado la libertad de expresar. Estos adefesios, abandonados también por la bruna magia, no merecen la cándida mirada de la luna. Son, irremediablemente, un ultraje, el peor insulto de la creación. Nunca se les debió dar la muerte en vida, tan siquiera una muerte indolora. Si me permiten agregar, considero que arrancarles la cabeza es la mejor opción, pues, la ironía nos ha demostrado ser partícipe una vez más, otorgándoles la inmunidad a la luz solar, y volviéndola un peligro inaudito: sus pieles brillan, como funestas estrellas que gritan su existencia, no me refiero a la palidez perlada y resplandeciente que nos caracteriza. Cualquier criatura, pensante o no, distinguiría el vigor de su inutilidad a dos millas de distancia, y en caso de los humanos, atarían cabos sin muchas estipulaciones, llevándonos vertiginosamente a la extinción, por culpa de un depredador inadaptado. Sería la caída del reinado, uno que no estoy dispuesto a dejar, al menos no a este bastardo legado. Es deber de todos los vampiros, más de aquellos cuya nobleza aún reside en el cuerpo, dar por acabado el error colosal que se ha cometido, y evitar que se repita.

              Temo, no controlaré las ansias por mucho tiempo, en consecuencia, solicito amablemente su respuesta inmediata.

                                                                                                                       Atentamente: 

                                                                                                                                                     Sir Leopod Hansen III.

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