024: "Con sabor a frambuesas y alcohol"

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El sonido del alegre y melodioso canto de las aves del otro lado de la ventana indicaba la inminente salida del sol, aquel que había tardado una eternidad para Zachary, pues el cansado e irritado adolescente no había podido pegar un ojo en toda la madrugada.

Su mente se mantenía en un constante bucle, aquellos recuerdos de la noche anterior se mantenían ahí, atormentandolo y recordándole cuán estúpido había sido. Pero aquellos solo eran la mínima parte de todo lo que ahora carcomía su cabeza como termitas a la madera.

«—Por eso estoy enamorado de tí, Zachary...»

Aquellas palabras, aquella dulce y armoniosa voz que se grabó en su cabeza como si se tratara de su canción favorita. Aquello se quedó dando vueltas en su cabeza, pues lejos de disgustarle, le encantaba. No sabía explicar con palabras concretas cómo se sentía en aquel instante, jamás podría. Sólo supo que, todas aquellas preocupaciones y tormentos se esfumaron como el humo en el momento exacto en el que aquello fue emitido desde los hermosos labios de Josiah.

Pero, ¿El que sentía? ¿Aquello era mutuo? Él quería creer que si. Se sentía distinto e incluso asqueado de si mismo, pero amaba aquello. Amaba saber que poco a poco aquella personalidad de mierda desaparecía junto a su ego. Amaba saber que ya no era el mismo. Amaba a tener a Josiah cerca, así como amaba a Josiah.

Y sí, lo amaba. Joder que lo hacía. Aquella terrible sensación de pertenencia no podía significar nada, tenía que estar a su lado, tenía que cuidar del pequeño e indefenso que siempre terminaba con el corazón roto. El chico no merecía tal sufrimiento y por ello, el estaba dispuesto a cambiar tal cosa.

Sus pensamientos se esfumaron al instante pues de repente, el chico que se mantenía recostado sobre su pecho comenzó a moverse mientras murmuraba cosas inteligibles con su voz levemente ronca. Terminó por sentarse sobre la cama, frotando sus ojos para después sujetar su cabeza mientras una expresión de disgusto se dibujaba en su rostro.

—¿Donde estamos? —Cuestionó mientras se mantenía en la misma posición—. ¿Por-por qué estás en la misma cama..ah —Apretó su cabeza con más fuerza, cerrando sus ojos al momento.

—Anoche bebiste como un animal, eso es normal, prometo que se pasará en un momento, sólo, ten paciencia.

—¿Qué? —Preguntó alarmado, mirando a Zachary con incredulidad—. Es imposible. Odio el alcohol.

—Quizá no lo hiciste por tu propia cuenta... —Cuchicheó por lo bajo de forma que Josiah no pudiera oírlo.

—Pero, responde, ¿Donde estamos?

—En un Hotel a media hora de Seattle.

Aquellas palabras bastaron para que la expresión de Josiah cambiara de forma drástica. No recordaba absolutamente nada de la noche anterior y para el, todo era confuso en ese instante. ¿Qué hacía en ese lugar con Zachary? ¿Por que había bebido tanto? ¿Donde mierda estaba la inútil de Alaska? Aquellas y otras miles de interrogantes bombardearon su cabeza junto a la insoportable jaqueca que no hacían más que hacerlo querer desaparecer.

—¿Qué hacemos aquí? —Cuestionó por lo bajo, mirando a Zachary con inseguridad, mientras retrocedía un poco en la cama—. ¿Qué-qué me hiciste?

Zachary lo contempló por unos segundos hasta que idealizó lo obvio. El chico estaba aterrado de él, Josiah creía que el lo había embriagado para hacer quien sabe que cosa, ¿En serio lo creía capaz de tanto? No era una mierda de ese tipo. Aunque muy en el fondo, sabía que el pequeño tenía más que razones para desconfiar así de el, después de todo, el había hecho de su vida una mierda, y aquello lo destrozaba por dentro.

—Yo no te hice nada —Dijo con firmeza en su voz, ignorando aquel incómodo dolor en su pecho—. Pero Noah si lo intentó. El imbécil te embriagó hasta el límite.

—¡Eso es mentira! —Irritó Josiah, seguro de que su amigo jamás haría eso—. Noah jamás me haría tal cosa, el-el es mi amigo, el me quiere.

—Josiah, Noah te embriagó e intentó abusar de ti, se encerró contigo en una habitación y se aprovechó de tu inconsciencia —Arremetió Zachary, intentando que el chico abriera los ojos—. Se aprovechó de ti y de no ser por la paliza que le di, no se que hubiese sido de ti en aquel lugar.

Aquellas palabras llegaron a Josiah como un balde de agua helada en invierno. No sabía si creerle al chico que había roto su corazón miles de veces antes, el mismo que lo había lastimado hasta físicamente. No sabía si creerle. No quería creerle. No quería sentirse decepcionado otra vez.

—Eso es mentira —Aludió con su voz levemente rota—. El no haría eso.

—¡El lo hizo! ¡Joder! El no quería ser tú amigo, sólo quería aprovecharse de ti, ¡Estabas semi inconsciente y el se mantenía tocando tu cuerpo! ¿Qué clase de amigo hace tal cosa? Mierda, abre tus ojos —Arremetió con su tono más fuerte y marcado que antes, arrepintiéndose de inmediato.

Josiah lo miró con los ojos cristalizados, prestando atención a cada sílaba que salía de su boca. No quería creer aquello, pero en el fondo, sabía que era cierto. Recordó aquella insistencia de Noah para que el fuera a su fiesta, recordó todas las veces que el chico lo miraba de forma poco debida. Recordó y todo hizo sentido. Aquello no hizo más que destrozarlo por dentro.

Se sentó en una esquina de la cama y comenzó a llorar, manteniendo aquel irritante dolor de cabeza y ahora, también en su pecho. No entendía el porqué, ¿Por qué todo el mundo se empeñaba en tratarlo como la peor mierda existente? ¿Por qué? ¿Que había hecho mal? ¿Por qué siempre terminaba destrozado con sus mejillas llenas de lagrimas? Lo odiaba. Odiaba a Noah, Odiaba ser tan ingenuo. Se odiaba.

—Soy un imbécil —Arremetió contra si mismo, cubriendo su rostro con ambas manos mientras se mantenía sollozando—. Debería estar muerto, debería morir aquí y ahora mismo, ¿Qué sentido tiene esto? —Su voz sonaba rota y desgarrada, cosa que alarmó a Zachary de forma tal que, segundos después de que aquellas llamadas fueron emitidas, no lo pensó dos veces y se acercó al pequeño chico, sentándose a su lado mientras acariciaba su cabeza.

—Yo... —Guardó silencio unos segundos mientras observaba a Josiah sollozar, sin saber que decir—. Sé que las cosas no han ido bien pero... Eso no significa que, no lo sé, todo pueda mejorar en un futuro.

Josiah levantó su rostro levemente y observó a Zachary con incertidumbre en sus ya cristalizados y rojos ojos azules; ¿Cómo podía decir eso aquel chico que sólo sabía hacer daño? Zachary no parecía ser una persona que soliese consolar a los demás, pero ahora lo hacia, ¿Y eso qué mierda quería decir?

—¿Y tú qué esperas para golpearme o decir algo hiriente? ¿Por qué estás aquí conmigo en primer lugar? —Soltó Josiah de repente con su voz aún rota, separándose del agarre de Zachary, el mismo que lo miró dolido.

—Porque yo... —Lo miró directamente a los ojos, aquellos mismos que lo esquivaron de inmediato en un gesto nervioso—. Yo quiero cuidarte. Yo, no... ¿Yo quiero que estes bien? —Divagó, tratando de rebuscar en lo más profundo de su cabeza las palabras correctas para describir lo que sentía—. Josiah no quiero que te pase nada, joder. No se que mierda pasa conmigo, pero por favor mantente aquí conmigo, por favor no dejes que la gente te haga daño ¡Mierda! Josiah... —Guardó silencio por unos segundos después de haber dicho más de treinta y un palabras en menos de cinco segundos, denotando su exaltación y nerviosismo. Ganándose una mirada curiosa y desconcertada de aquel pequeño ojiazul—. Josiah... Déjame cuidar de tí.

Josiah se quedó inmóvil observando a Zachary bajo aquella capa de lágrimas que cubría sus hermosos y grandes ojos. Todo aquello le había llegado de manera abrupta e inesperada, no sabía cómo reaccionar a tal cosa. ¿Cómo debería? ¿Cómo debería reaccionar a aquello después de que el chico hubiera roto sus sentimientos e ilusiones incontables veces? Su corazón se encontraba débil y en pedazos, podía asegurar aquello, pero tal vez, tan sólo tal vez, aquellas palabras recién dichas por el hermoso chico a su lado, lograron que algo dentro de él reviviera. No supo explicarlo. No supo que sentía, no supo cómo llamarlo, pero el miedo, la incredulidad, la felicidad y el sentimiento de querer desaparecer cayeron sobre el como un balde de agua fría.

No quería creerle. No quería escucharlo. Quería estar solo, quería alejarse de él, pero algo le impedía correr lejos, tenía miedo de lo que hubiera más allá de la puerta. No quería ser lastimado, estaba harto y quizá por eso, algo dentro de el decidió ceder. Ceder de ante Zachary, ante sus sentimientos, ante el mundo.

Volvió su mirada a Zachary y lo miró a los ojos, aquellos que se encontraban observándolo con incertidumbre y cierto miedo. Notó aquello.

—¿Por qué? —Cuestionó Josiah en forma de susurro mientras le mantenía la mirada.

Zachary abrió su boca, seguro de lo que estaba a punto de decir, pero la volvió a cerrar de inmediato.

—Yo... —Se mantuvo perdido en los preciosos ojos del pequeño, sintiendo como una débil corriente de escalofríos recorría su espalda y su pecho—. Josiah... —Murmuró.

—¿Que-qué sucede? —Lo miró con inseguridad, tratando de alejarse un poco.

Zachary contempló el rostro de Josiah con devoción, aquel tan perfecto y simétrico que se sonrojaba con facilidad, contempló sus ojos, tan azules como el cielo en verano y tan fríos como las gélidas brisas de invierno. Notó después sus labios, esos mismos eran tan perfectos... Josiah era perfecto. Tenía al chico perfecto frente a él. Lo tenía justo ahí.

Zachary se acercó a Josiah hasta que sus piernas chocaron por la cercanía, y sin decir una palabra, llevo su mano hasta el rostro de Josiah y rozó débilmente la mejilla del pequeño, limpiando algunas lágrimas que aún se mantenían allí. Era tan suave.

—¿Cómo no pude notarte antes? —Dijo en voz alta sin darse cuenta, soltando una pequeña sonrisa—. Siempre estuviste ahí, desde la lejanía, siempre estabas ahí, tus ojos bonitos estaban mirándome y yo... Yo jamás le di importancia. Soy un imbécil, pequeño. Soy un completo imbécil.

Soltó las últimas palabras de forma más lenta, notando que aquello no había sido dicho solo en su cabeza, pues el pequeño había escuchado cada palabra, este mismo que lo miraba hipnotizado sin saber que decir mientras su corazón latía a mil por hora y su respiración se agitaba cada vez más con el pasar de los segundos. Zachary estaba demasiado cerca.

Zachary se mantuvo rozando la mejilla de Josiah con el dorso de su mano para después bajar esta lentamente hasta sus labios, los cuales acarició con el mayor de los cuidados, cuan porcelana fina, cuidando de no romperla. Mantuvo el movimiento hasta llegar al mentón del menor, aquel tan pequeño que podía atraer con facilidad usando tan sólo dos de sus dedos.

Y así lo hizo.

Lo acercó hacía el con precaución y gentileza. El pequeño se mantenía aterrado y sin palabras, sin saber cómo reaccionar, simplemente dejándose guiar por el movimiento del mayor, aquel que lo acercaba cada vez más y más, hasta que sus respiraciones calientes chocaron una con la otra en el camino, para que por fin, el espacio entre sus rostros se rompiera de forma abrupta y sus labios se encontraran finalmente en un dulce y apasionante beso con sabor a frambuesas y alcohol.

Su entorno dejó de existir y el mundo se detuvo. Para Zachary, no había nada más ahí afuera que los carnosos labios que de Josiah, aquellos eran tan suaves y pequeños, tibios y divagantes, eran perfectos. Perfectos para hacer que su cuerpo se sintiera vivo. Para hacerlo sentir más allá de las nubes, perfectos para hipnotizar cada parte de su ser con tan solo un efímero movimiento. Su corazón palpitaba con irregularidad, su piel se erizó y las mariposas revivieron en su estómago. Todo cobró sentido en aquel preciso momento. Aquella era su felicidad. Josiah era todo lo que quería y mierda, estaba seguro de ello. Estaba seguro de que pertenecía a Josiah.

Estaba seguro de que quería vivir en ese momento toda su vida.

Estaba seguro de que Josiah era todo lo que necesitaba para sentirse bien.

Zachary nunca se había sentido tan vivo y estaba seguro de que, no quería volver a morir.

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