Cap. 24

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Rebuscó la llave de su apartamento en el bolsillo, dejándola pasar primero.

El olor a cerrado los recibió, junto al comedor perfectamente ordenado y... Vacío. James se acercó a ella por la espalda, girándola al instante para seguir besándola y quitarle el abrigo. Las manos de Jane subieron hasta descansar en los brazos del sargento, sintiendo su cuerpo bajo la ropa.

Él la levantó, y Jane envolvió las piernas en su cintura, tomando su rostro entre las manos mientras se apretaba contra él, suspirando sobre su boca.

Al llegar al final del pasillo abrió la puerta del dormitorio, y la dejó sobre la cama. Bajo sus besos por el cuello de Jane, por su escote, y le subió el vestido. Solo levantó la cabeza cuando la escuchó reír en voz baja.

—¿Qué?

—Nada, nada. —Soltó entre una risa mal disimulada, frotándose la cara—. Es que los hombres sois tan básicos...

—¿Qué coño estás diciendo ahora?

—Solo pensáis en el sexo.

—Mira, Jane, no sé a qué te refieres, y no tengo muchas ganas de hablar ahora mismo.

—Sé que te pones de mal humor cuando no puedes besarme, o tocarme.

—Solo estoy de mal humor porque me ignoras durante días.

—¿Y si dijese que no? —Soltó Jane—.

—¿Qué?

—Si ahora mismo dijese que no quiero estar en la cama contigo, ¿qué harías? —Lo miró desde abajo, con el pelo esparcido sobre la almohada—.

—Pero has dicho que sí. —Frunció el ceño, inclinándose para besarle el cuello—. Has dicho que querías terminar la noche aquí, ¿por qué cambiarías de opinión?

La voz ronca de James, casi como una súplica, le provocó una descarga de deseo más allá de su ser racional. Motivada por ello, lo empujó de los hombros para tumbarlo, tomándolo desprevenido en el momento perfecto para cambiar de posición.

—No te estoy entendiendo. —Jadeó él—.

—Solo no hagas nada.

Dejó escapar una respiración entrecortada mientras Jane deslizó una mano por su pecho, por encima de la camisa, hasta su garganta. Le acarició muy sutilmente el cuello, sobre su nuez, y lo sintió tragar antes de volver a centrar la mano en su pecho.

—Sé que tienes muchas ganas de tocarme...

—¿Y tú a mi no? Yo no fui el que te besó primero. Ni el que te convenció para acostarnos porque no podía aguantar más.

—Puede ser verdad. Pero tú me deseas con la misma intensidad.

Lo notó respirar mal debajo de ella, con los ojos fijos en sus movimientos cuando se desabrochó los botones de la blusa, y deslizó la tela de sus brazos para quitársela. Sus pechos estuvieron desnudos bajo el claro de luna.

—¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos discutiendo o...?

Ahuecó las manos para tomarlos, pero Jane lo apartó antes de que la tocara.

—No.

—¿Por qué no? —Soltó en un suspiro, sin aliento—.

—Porqué parece que solo yo quiero esto, y te estoy obligando.

Su expresión se volvió inocentemente maliciosa, mientras subía las yemas de los dedos por sus costados hasta llegar a sus pechos. Lo miró profundamente a los ojos mientras amasaba su propia piel suave.

—¿O es que tú no lo quieres tanto como yo?

—Oh, Dios mío... —Cayó en su trampa—. ¿Por qué quieres torturarme hoy, Jane? ¿Qué te he hecho?

Ella dejó escapar un suave gemido ante la sensación.

—Sé que lo quieres. —Lo provocó, balanceándose suavemente sobre él hasta hacerlo gemir con tortura—. Pero dilo, solo dilo. Pídemelo.

Las acciones de Jane le habían hecho daño. Estaba haciendo que hasta la última pizca de su resolución mental temblara. Esa inocencia inmaculada que había fabricado a lo largo de su vida, el encanto, el ingenio, la determinación de aparentar... Se estaba volviendo un poco demasiado desesperado cuanto más la miraba.

Ya podía sentir que se ponía cada vez más duro. Le dolía. Se estaba volviendo casi tortuoso entre sus muslos.

—Sólo tienes que decir esas palabras. —Ladeó la cabeza—. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo, James.

Casi ni podía escuchar sus propios pensamientos.

No lo hagas.

Sólo se está burlando de ti.

No necesitas esto, ella lo necesita.

Su mirada volvió a subir desde sus pechos, y ella ya lo miraba fijamente a los ojos. Como si pudiera saborear lo cerca que estaba de ceder una sonrisa suave apareció en su rostro, lamiéndose el labio inferior antes de morderlo.

La expresión de James cambió a algo ilegible. Casi algo asquerosamente dulce.

No quería caer en su juego. Realmente no quería decirlo...

—Por favor, déjame follarte. —Pero lo hizo—.

Una vez pronunciadas esas palabras, Jane se inclinó hacia él, y acercó los labios a los suyos. Su boca se abrió para James y él deslizó su lengua dentro, recorriendo la de ella, gimiendo.

—De acuerdo... ¿Y cuánto quieres follarme?

Mirándolo desde arriba, serpenteó una mano hasta sus pantalones. Él ya se sentía débil con escucharla hablar de esa manera, pero le desabrochó la cremallera.

—¿Tienes muchas ganas?

Lo sedujo, colando una mano bajo la ropa para sacar su erección mientras lo miraba a la cara. Ya estaba dura para ella cuando la agarró y empezó a acariciarla.

—Sí. Sí, sí, sí... Jane, por favor. —Salió de su boca como un canto—.

Ella se mordió el labio al verlo suplicar, amoldando la mano a su grosor para seguir tocándolo más rápido al ver que le gustaba. James gimió rendido, descansando la nuca en el colchón con la respiración agitada.

La muñeca de Jane acompañaba sus movimientos sutiles pero rápidos, acompañados por una melodía húmeda. Le encandiló la idea de complacerlo, de otorgar placer.

—No dejes de hacerlo, joder. —Gimió, dejando una mano sobre la suya para enseñarle a tocarlo mejor—.

Juró que estuvo a punto de terminar ahí mismo, en su mano, como un chico que había visto a una mujer desnuda por primera vez. Tuvo que pensar en otras cosas, en su horario en el cuartel, en cuántos cigarrillos le quedaban, cualquier cosa para no terminar ya.

Y tras unos minutos Jane se apartó, dejando que su polla volviese a descansar sobre su bajo abdomen.

—Antes me has preguntado si yo quería follarte. —Se subió la falda, mirándolo a la cara—. Y sí quiero, James. Quiero ser la mujer más guapa que hayas visto y que solo pienses en mí.

—Claro que lo eres. ¿Cómo no quieres que piense en ti si me haces estas cosas? —Jadeó, incorporándose hasta quedar sentado—.

Ladeó la cabeza para besarla. Jane apoyó las manos en sus hombros anchos y separó más las piernas para acomodarse, sin hacer nada para evitar que James devorara su boca. La saliva sobre sus labios creó una melodía mientras las grandes manos del sargento alzaron la cadera de Jane para hundirse lentamente en ella, bajando la lengua de sus labios hasta morderle el cuello.

Jane enredó los dedos en el pelo corto de su nuca para atraerlo más a ella. Humedeció sus labios, saboreando los restos de saliva que había dejado y gimió en su oído, sentándose por completo en él.

Hundió los dedos en su espalda al sentir que la llenaba hasta rozar el límite del dolor. Acercó los labios a su hombro y lo mordió, sin poder dejar de gemir cuando volvió a levantar sus caderas para salir de ella y volver a entrar con la misma lentitud.

—Oh, James... —Gimió en su oído—.

—Jane. —También gimió su nombre, clavando los dedos en su culo para seguir hundiéndose en ella—.

Jane apoyó la cabeza en el hueco de su cuello, aspirando el aroma que desprendía su piel. Le quitó la camisa aprisa, resbalando las manos por su pecho y giró la cabeza hacia un lado para besarlo.

Al separarse sus bocas produjeron un sonido pegajoso, como si se quejaran por separarse. Volvió a apoyarse en los hombros de James y lo empujó ligeramente, pero él no se movió.

—Por favor. —Pidió, rozando sus narices, mezclando sus alientos—.

Él accedió, y se tumbó bajo ella. Observó su desnudez, quedándose unos segundos en ese punto donde sus cuerpos se unían. Se mordió el labio inferior y reprimió un gemido cuando Jane empezó a moverse encima suyo.

—¿Lo estoy haciendo bien? —Le preguntó, preocupada—.

—Lo estás haciendo jodidamente bien, no pares.

Más tranquila se apoyó en sus rodillas y movió la cadera hacia delante, sintiendo como su polla tiraba de ella, causándole placer. Jane cerró los ojos con fuerza, embelesada por esa sensación abrumadora, empezó a moverse de manera circular por instinto.

James también se unió a su melodía de gemidos, haciéndole saber que lo estaba complaciendo. Sin paciencia Jane tornó sus movimientos más agresivos, buscando ese leve dolor que sintió al principio, apoyando las manos en su abdomen.

Ambos gemían mientras lo montaba, opacados por el ruido de sus embestidas cada vez que llegaba hasta el límite y volvía a bajar aprisa.

Jadeó y cesó sus movimientos unos instantes, sintiéndose abrumada por el placer.

—Joder... Sigue saltando. Estoy a punto. —Gimió, usando su fuerza para mantenerla sobre su polla mientras la penetraba—.

Ella jadeó cuando su pulgar se posó en su clítoris, frotándola.

—Esto se siente tan bien, que no sé qué haré sin ti...

—Pues ven a buscarme. —La miró a los ojos—. Siempre estaré dispuesto a hacerte sentir bien.

—¿Sí? —Se le escapó una sonrisa. Se sostuvo los pechos, pero las manos de él rápido le robaron el lugar—. Vale... 

James se incorporó para besarle suavemente su cuello hasta que sus labios le hicieron cosquillas en el lóbulo de la oreja. Haciendo que arqueara la espalda.

Apoyó su frente en la de ella mientras aceleraba el ritmo, follándola con más fuerza que antes, sin dejar de tener en cuenta que podía hacerle daño.

Ella se apretó con fuerza alrededor de él, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera.

—Joder... —Gimió—. Harás que los dos nos corramos si sigues haciendo eso.

Como si fuera una orden, Jane sintió que se acercaba. El movimiento repetitivo de su polla llenando su  coño empapado le provocó descargas de placer a través de su columna vertebral. Sus músculos inferiores se tensaron. Cada parte de ella perdió el control.

—Puedo sentirte... —La miró a la cara, enfocándola—. Te vas a correr, ¿verdad?

Se estremeció al sentir cómo se apretaba.

—Puedo sentirlo. Joder... Vas a hacer que me corra yo también. —Gimió, ronco—.

Jane ni siquiera podía formar palabras. Su cerebro no funcionaba. Todo lo que pudo hacer fue asentir, y James deslizó las manos hacia sus caderas para instarla a mantener su ritmo. No pares, no pares, no pares. Ni siquiera sabía si lo pensaba o lo decía.

Los dos se corrieron a la vez. Su coño se agitó, estrechándose alrededor de él mientras la embestía una y otra vez. Todo estaba apretado, húmedo y caliente. Toda su atención se centraba únicamente en el lugar donde estaban conectados.

—Oh, mierda... —Gruñó en voz baja, chocando con ella mientras se corría. Tener toda su longitud dentro sólo intensificó su orgasmo. Le dio la cosa perfecta para correrse. Algo duro y grueso para que sus paredes se apretaran—.

Tan solo segundos después James también se dejó llevar por la corriente de placer, empujando hasta el fondo, sintiendo como desbordaba su líquido caliente antes de que la euforia pasara.

Ambos respiraron con dificultad, observándose mutuamente en la penumbra de la habitación hasta que ella le sonrió, apoyándose en él.

Tenía el pelo hecho un desastre, y su cuerpo parecía un mapa marcado por los labios de James.

El olor a sexo, mezclado con su olor a lila y grosellas, habitaba en el dormitorio.

Lo besó con las últimas fuerzas que le quedaban, dejando el peso en sus hombros porque no podía sostenerse. Él le lamió el labio inferior, queriendo que continuara, pero Jane estaba mirando algo detrás de él.

—¿Qué pasa?

—Hay alguien en la ventana. —Respondió firme—.

—Debe ser la gata del vecino. Siempre sube, a veces le doy comida.

Algo hizo que se aferrara a los hombros de James.

—Hay alguien en la ventana. —Enfatizó sus palabras, dirigiendo su mirada a él—.

Él inspeccionó los ojos de Jane, pasando su atención de uno a otro. Comprendió la situación y borró la sonrisa de sus labios, apartándola sutilmente para levantarse.

—Seguro que no hay nadie. —Se vistió, y se acercó a la ventana cerrada—. Estamos en el tercer piso, y hace mucho frío.

La abrió, pero se quedó atascada a la mitad hasta que le dio un tirón. Jane se aferró a las sábanas, a recaudo bajo ellas. Vio que James se asomó hacia la escalera de incendios, y un relente de aire frío se coló dentro.

—¿Qué? —Le preguntó directamente, ya que no dijo nada—.

—Nada. —Respondió—. No hay nada.

—Te juro que he visto algo...

—Debe de haber sido la gata. —Volvió a cerrar la ventana de un golpe—.

La presión se aflojó en el pecho de Jane.

—Debo estar un poco paranoica...

—Yo no he dicho eso. —Corrió las cortinas—.

—Aunque tengo motivos para estarlo, ¿no?

Él volvió a la cama.

—Supongo.

Se metió bajo la manta para descansar un poco, al menos esas tres horas que faltaban para que sonara el despertador.

—James. —Lo llamó—. ¿Por qué nunca me has dicho que tienes un gato?

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