Cap. 34

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Una hora.

Dos horas.

Jane se asomó por la ventana del salón, y seguía viendo a esa mujer con boina sentada en su porche.

Maggie miró por encima de su hombro cuando la luz de casa la sorprendió. Le habían abierto la puerta, y se levantó.

—Me llamo Jane.

—Hola. —Le sonrió, estirando el lunar sobre su labio—. Y enhorabuena.

—¿Quieres un té?

Abrió la nevera, y sirvió dos vasos de té con hielo de la jarra.

—Gracias. —Maggie aceptó el suyo—.

Se sentó delante de ella en la mesa del comedor, y la vio dar un trago. Tenía el pelo de un castaño oscuro, ondulado aunque encrespado, y recogido.

—¿Qué quieres? —Le preguntó—.

—Jane, gracias por dejarme pasar, pero no estoy aquí para hablar contigo.

—Bueno, él no va a hablar contigo. —Se encogió de hombros—. Está fingiendo que duerme porque tampoco quiere hablar conmigo.

—Ya... —Maggie trazó con las yemas las gotas frías que bajaban por el vaso—. Mamá era igual.

—No hagas eso.

Jane negó, haciendo una mueca.

—Ya no lo conoces, no lo compares con una persona o con otra.

—Lo que quería dec...

—Si mencionas al padre de James tendré que pedirte que te vayas.

Maggie arqueó una ceja, y ladeó la cabeza.

—También era mi padre.

—Lo sé.

—Escúchame, por favor. —Apartó el vaso—. No habría venido hasta aquí si no fuera mi última opción. Sé que no soy bienvenida. Y no voy a implorar el perdón de nadie, pero Jane, recuerda que la primera vez que tuve que hacerlo tenía nueve años.

Esa etapa donde la Gran Guerra empezaría en un pestañeo. Jane aún no había nacido, pero cuando su padre hablaba del pasado en sus recuerdos vivía un hombre completamente distinto.

—Mi padre me vendía por pan y cerveza.

Jane tragó saliva al mirarla a los ojos.

—Cuando empecé a hacerlo por mi cuenta ya estaba ahorrando para escapar de este pueblo de mierda, y entonces sí me llamaba puta.

—Ya. Y lo siento mucho por ti. —Respondió Jane—. Pero eso no es una respuesta a lo que te preguntaba. Yo lo hubiese hecho por mis hermanas. Mil veces. Me intercambiaría con mi hermana muerta y me abriría las venas para darle mi vida. Lo he pensado muchas veces, ¿sabes? Pero no las dejaría. Y menos en esa situación.

—Pues yo preferí estar muerta para la única persona que me quedaba en el mundo, antes que seguir soportando a hombres sin cara. Todos. Los. Días.

—¿Por qué estás aquí? —La interrumpió Jane—. ¿De dónde vienes?

Maggie apoyó el codo en la mesa, frotándose la cara con cansancio.

—Vengo de todo el mundo. Cuando era joven pensaba que moriría aquí y me enterrarían donde nací. Me ahogaba pensando en eso, y cuando el mundo estuvo frente a mí quise descubrirlo todo. Escuché la notícia del ataque en Pearl Harbor, y sabía que James estaba ahí. Siempre he sabido donde estaba. Contacté a uno de mis antiguos clientes y me pagó un billete a cambio de una noche conmigo.

—¿Y por qué has vuelto? Por cómo hablas pensaba que ya no trabajabas de eso.

—¿Y de qué iba a trabajar, chica? Ni siquiera sé leer.

A Jane se le erizó la piel, y se frotó el brazo para calmarse.

—Pero fui teniendo más clientes y la gente me conocía. Al final podía escoger, y ellos cada vez pagaban más. Cantantes, empresarios, actores... ¿Qué cosas, verdad? —Ahogó una risa—. Lo que el maquillaje y la ropa puede elevar la belleza de una mujer. Te escandalizarás, pero he estado casada trece veces. Y he dejado al número catorce en Kansas para descubrir si mi hermano estaba vivo.

Jane entrecerró los ojos, con recelo. Maggie clavó los ojos en los suyos, y se inclinó hacia ella.

—Puedes llamarme puta, desagradecida, es lo que soy. Incluso una zorra sin remordimientos. —Acercó la cara a la suya—. Pero no puedes decir que no quiero a mi hermano. Si él me hubiese buscado, o me hubiese necesitado, habría volado hacia él otra vez.

Jane apretó los dientes.

—¿Crees que estaba bien?

No se apartó primera.

—Dormía en una casa vacía. —Empezó Jane—. Nadie se acercaba a él. Tiene los antebrazos desgarrados a cortes. Lo llaman asesino. Una vez, cuando creía que yo no estaba, lo vi poniéndose una pistola en la boca.

—Tenía una casa, trabajo, y se casaría dentro de poco. Yo no podía darle más que eso...

—¡No me digas que él debía buscarte a ti!

Jane aplastó la mano contra la mesa, levantándose. Maggie también lo hizo.

—Te necesitaba. ¡Lo sabías, y escogiste irte! ¿Para qué has venido? —Jane ladeó la cabeza—. ¿Para saber si estaba muerto y quedarte con su casa, o con su dinero?

—Como he dicho, Jane —Entrelazó las manos—, no he venido hasta aquí para hablar contigo.

—Vete.

Le señaló la puerta con el mentón, con la respiración agitada. Maggie asintió, y recogió su maleta para salir de la cocina. Anduvo hacia la salida.

—Estaré en el hotel del pueblo de al lado. —Dijo la mayor, antes de cruzar la puerta—. Por si cambia de opinión.

Cerró detrás de ella, y Jane pudo respirar en la cocina. Se apoyó en la mesa, y se tocó el pecho para calmar sus latidos.

Subió al dormitorio, y Argos la esperaba en el pasillo, acurrucado frente a la puerta cerrada. Entró sin encender la luz.

—James. —Lo zarandeó, sentada a su lado—.

Él gruñó algo.

—Estoy dormido. ¿No lo ves?

—Tenemos que hablar de lo que acaba de pasar.

—No ha pasado nada.

—James, ¡tu hermana está viva!

—¡Ella no lo es!

Se incorporó a su lado.

—Mi hermana me dejó cuando yo tenía diecisiete años. —La señaló, enrabiado—. ¡Cuando llegué del trabajo mi piso estaba vacío! Lo vendió todo, y me robó el puto dinero que tanto me costó guardar. La mujer que ha venido hoy no la conozco.

La mirada de Jane se suavizó.

—Lo sé.

James apretó los dientes, mirando el suelo, y de un tirón se quitó las sábanas de encima. Estaba sudando.

—Lo siento.

Jane le frotó el hombro, y él se inclinó hacia adelante, enterrando las manos en su pelo. En silencio.

—No sabes cómo me miró ese día...

Susurró James, sin moverse. Estaba empezando a costarle respirar.

—Le estaba haciendo daño. La escuchaba llorar. Lo aparté de ella, y lo tiré al suelo. —Susurró aún más bajo—. Cuando terminé ya tenía las manos llenas de sangre, la cara, no me acuerdo hasta donde llegó la puta sangre. Fui a ver cómo estaba Maggie, intentar levantarla y marcharnos, pero...

Giró la cabeza hacia Jane, apretando los dientes.

—Me miró como si fuese un monstruo, Jane. —Se le quebró la voz—. Se apartó de mí.

A ella se le cortó la respiración.

—Lo siento mucho, James. —También susurró, frotándole el brazo—.

Él negó con la cabeza. Se apartó.

—Sé que intentaste ayudarla.

Fue a abrazarlo.

—Déjame. —Le dijo, sin poder mirarla—. Déjame, Jane.

—No fue tu culpa.

Susurró, volviendo a tirar de él para abrazarlo.

—Lo fue.

—Tú también estabas asustado, ¿verdad? —Cogió su rostro entre las manos aunque intentase apartarla—. Eres un buen hombre.

—No me mientas.

—No lo hago. Tú también eras su hijo, y sé que te dolió, pero hiciste lo correcto. —Le levantó la cabeza, mirándolo a los ojos—. Quien tiene la culpa de todo esto es él, James. No tú.

Le acarició la cara, y llevó su cabeza hacia su pecho, pasando un brazo sobre sus espalda para intentar abrazarlo.

Él se aferró a ella.

—Tienes que perdonarte. —Le dijo al oído—.

—Algún día también te haré daño a ti, Jane...

—¿Daño? —Sonrió ella—. ¿Tú a mi?

Soltó una risa.

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