Cap. 8

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Al llegar a casa sentía que le pesaba el cuerpo. Después de trabajar todo el día esperó que el cansancio se la llevase como la luna al sol, y dejó a sus hermanas ayudando a María en la cocina.

—¿Cómo puede darte gracia este programa? —Le dijo a su padre—.

Philip volvió a reírse.

—¿Cómo puedes mantener la risa tú?

—Es absurdo.

—Te lo parece porque no lo entiendes.

Jane pensó en subir al dormitorio para cambiarse de ropa, pero lo único que pasó fue que María la despertó para cenar, porque se había quedado dormida al lado de su padre en el sofá.

Una vez sentada en la mesa sentía el estómago revuelto. Jugó con la comida mientras hablaban.

—He oído que en este pueblo hay una fiesta cada invierno. —Dijo María, limpiándose los labios—.

—Sí. Un circo ambulante pasa por aquí a finales de otoño, cariño.

—¿Habrá payasos y elefantes? —Dorothy sonrió—. No pienso morirme sin ver un elefante.

—¡Dorothy no digas esas cosas!

—Mhm... No creo que este sea tan grande. —Contestó su padre, partiendo una hogaza de pan recién hecho—. Lo que tú quieres es ir a un zoo.

—Pobres animales. —Remugó Brianna—. Los tienen encerrados y hacen negocio con ellos.

—Deberían encerrarte a ti también, así traerías dinero a casa.

Brianna empujó a su hermana pequeña, y casi cayó de la silla.

—Parad ya. Recoged la mesa y subid a dormir.

—¿Por qué nosotras? —Brianna se levantó—. Díselo a Jane, hoy no ha hecho nada.

—Tu hermana trabaja. —Le respondió tajante, haciendo que se callase—.

Brianna bajó la cabeza, y recogió los platos. María le dedicó una mirada a Philip, y ayudó a su hija.

Jane aún seguía jugando con la comida cuando Dorothy le quitó el plato y el vaso, por eso levantó la mirada por primera vez en la cena.

—¿Qué ocurre, Jane? —Le preguntó su padre, cruzándose de brazos sobre la mesa—.

Ella lo miró.

—Nada. Hoy estoy cansada.

—¿Te han dicho algo?

—No. Hoy solo he hecho inventario y me han invitado a comer.

—Florence es una buena mujer.

Dio un trago a su copa de vino, y Dorothy se sentó a su lado.

—¿Yo también puedo ser enfermera?

—¿Qué? No. —Jane frunció el ceño, haciendo que cambiase de expresión—. ¿Dónde quieres ir? Solo tienes dieciséis años.

—Nunca es temprano para aprender, ¿no?

—No sé qué piensas que es la enfermería, pero no le pasamos el bisturí al doctor. —Se puso seria—. Nos ensuciamos las manos. Hoy he visto cómo le amputaban la pierna por debajo de la rodilla a un hombre por necrosis.

—Lo único que has hecho ha sido leer un libro, Jane. —Pasó Brianna, recogiendo los vasos de la mesa—. Tampoco has ido a la universidad.

—Bueno, niñas, ya está bien.

Phillip se recostó en la silla. Miró a Dorothy a su lado, y le cogió la mano.

—¿Crees que podrías aguantarlo, pajarito? —Le acarició los nudillos con el pulgar—. ¿Quieres ser enfermera como tu hermana?

Jane pensó que ella no era enfermera.

—Sí, papá.

Él asintió, mirándola.

—Mañana acompañarás a Jane al cuartel.

—¿Qué? —Jane saltó—. No.

—¿Por qué?

—Cuando estoy en la enfermería estoy trabajando. —Le contestó a su hermana—. No quiero cuidar de ti incluso fuera de casa.

—¡No deberás cuidar de mí, no soy una niña!

—Es una tontería que discutáis, niñas. —Philip se levantó—. Ya está decidido.

Se acercó a María mientras lavaba los platos, y le dio un beso en la mejilla antes de salir de la cocina.


(...)


La luna menguante iluminaba en el cielo, trayendo consigo la brisa fría de la noche y la quietud. Jane estaba dormida entre almohadas de plumas y el crepitar de la estufa, que desprendía el aroma del sándalo al roer la madera, pero un ruido la despertó mínimamente.

No supo si lo había soñado, pero antes de que volviese a cerrar los ojos volvió a escucharlo.

Entonces se incorporó en la cama, y mantuvo el aliento para estudiar la penumbra.
Una piedrecita golpeó su ventana.

Lo vio, y confusa salió de la cama para ver qué pasaba. Al abrirla las bisagras crujieron, y un relente nocturno le acarició la cara. Se asomó, y vio al sargento Barnes debajo de su ventana, encogiéndose de hombros al verla.

Con el rostro desencajado por la confusión, aún medio dormida, ella también se encogió de hombros con el ceño fruncido.

—Hoy no te he visto. ¿Dónde estabas? —El viento le llevó sus palabras, leyéndole los labios para terminar de entenderlo—. 

Ella estaba desubicada.

—¿Qué haces aquí?

—Hablar contigo.

—Deberías buscarte más amigos.

—¿Qué? —Frunció el ceño—. Bueno, da igual. ¿Esta noche no tienes sed?

—No, estoy cansada. Vete.

—Mejor baja porque no te escucho. He llegado aquí colándome en tu casa, ¿quieres que me maten?

—¿Por qué has venido a por mi? ¿Quieres morir? —Gritó en un susurro—.

Él se rascó la mandíbula, con una mano en la cadera mientras miraba que no hubiese nadie. ¿No tenía más ropa que vestir aparte del uniforme?

—Creía que querías conocer el pueblo, así ya no estarías con un desconocido en un lugar desconocido.

—No lo necesito. Puedo hacerlo yo misma.

—Tienes razón.

James ladeó la cabeza, con las manos en la cintura.

—Ese camisón te queda muy bien. —Le sonrió de soslayo—. Al menos no he venido para nada.

Jane se subió más el camisón sin escote con recelo.

—Cállate.

—¿Cómo harías que me callase?

—¿Cómo sabes cuál es mi habitación? —Frunció el ceño—.

James se encogió de hombros.

—Conozco a Frank, y hoy contaba cómo tu padre estaba a punto de fusilarlo aquí mismo.

Jane hizo una mueca.

—Me vuelvo a dormir. —Cogió las puertas de la ventana—. 

—Lástima. Porque la luna está preciosa esta noche.

—Me da igual. 

—Mhm... Echo de menos lo amable que eres cuando bebes.

—Buenas noches. —Cerró la ventana, con los ojos cansados—.

—Soy un hombre paciente, Jane. —La señaló sonriente, empezando a irse—.  

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