XII

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El campo de entrenamiento parecía ser, por primera vez, demasiado pequeño para todos. Gerard había atrapado a Sergi por la cintura, y lo atraía hacia él mientras el chico reía con las manos a ambos lados de la cara del defensa. Cesc los miraba de brazos cruzados, con el ceño algo fruncido y mordiéndose la mejilla por dentro.

—Los vas a desgastar si sigues mirándolos así.

El centrocampista se giró para mirar a Puyol, que se había detenido a su lado.

—Podrían cortarse un poco— murmuró Cesc.

—Se han abrazado— lo miró —no es más de lo que lleváis haciendo Gerard y tú toda la vida—.

"Pues eso" pensó Cesc "Gerard y yo".

—¿Qué tienes contra ellos?— preguntó el Capitán.

—No tengo nada contra ellos.

—¿Y contra Sergi en particular?

El centrocampista lo miró frunciendo el ceño de nuevo.

—Déjame, Carles.

—No hasta que me cuentes qué te pasa.

—Soy su mejor amigo, me molestó que no me lo dijera.

—Por eso que eres su mejor amigo deberías alegrarte por él— lo miró —Geri lleva una época muy mala, Cesc, está intentando remontar—.

—¿Remontar es acostarse con el primero que pase?

—Si es lo que le apetece, sí.

El chico bufó, siguiendo con la vista a Gerard, que tiraba de la mano de Sergi hacia el vestuario, mirándolo como lo miraba a él, con el azul de los ojos oscurecido y los labios entreabiertos. El central se reía ante las mejillas sonrojadas del chico, y nadie parecía fijarse, a nadie parecía importarle.

Cuando se metieron al vestuario, Puyol tuvo que agarrarle la muñeca a Cesc para que no saliera corriendo detrás.

—Ya sabes qué va a pasar ahí y no pintas nada.

El chico sintió que se le retorcía el estómago, que le subía el calor a las mejillas y la ira le borboteaba dentro.

¿Qué le pasaba?

—Está haciendo el tonto— dijo.

—Pero es feliz.

La respuesta de Carles se le clavó dentro. "Es feliz" pensó "claro, con Sergi, como si no hubiera sido feliz antes, como si no lo hubiera sido conmigo". No era realmente consciente de lo que pensaba ni de cómo lo hacía, si lo hubiera sido, tal vez todo habría sido más fácil.

—¿Qué te pasa, Cesc?— le preguntó Puyol obligándolo a mirarlo —Gerard me dijo que nunca te había visto así, y es verdad— dijo —¿Qué coño te pasa?—.

—No me pasa nada.

—¿Por qué estás así de enfadado, entonces?

El chico bajó la mirada apretando la mandíbula.

—¿Estás celoso, Cesc?

—¿Qué?— volvió a mirarlo —no—.

—No es lo que parece.

—¿Por qué iba a estar celoso?— lo miró frunciendo el ceño —yo no...— suspiró —a mí no me gusta... no me gusta Gerard—.

—No hace falta que te guste para estar celoso, Cesc— suspiró Carles — ¿te molesta, que todo el tiempo que pasaba contigo lo pase ahora con Sergi?—.

El centrocampista tragó saliva —no me molesta— acabó diciendo —pero me duele—.

El Capitán lo miró asintiendo —¿Por qué no se lo dices?—.

—¡No!— dijo demasiado rápido como para sonar casual.

Carles lo miró levantando una ceja.

—Va a pensar que soy un tonto, Puyi.

—¿Prefieres que piense que si te apartas de él y lo miras como si hubiera matado a alguien es porque te molesta que le gusten los chicos?

Cesc negó con la cabeza.

—¿Te molesta?— le preguntó el central.

El chico volvió a negar —solo... me hubiera gustado que me lo contara, es mi mejor amigo, Puyi, pensaba que teníamos confianza—.

—Ya... — suspiró —no es un tema de confianza, Cesc, va... va más con él que con nosotros, necesitaba ir paso a paso—.

Cesc asintió.

—Háblalo con él— le pidió de nuevo.

—No puedo ir a decirle que... que...

—Que estás celoso.

Tragó saliva —que estoy... celoso— murmuró —no puedo ir a decirle eso—.

—Pues díselo de otra manera— dijo —dile que... no sé, Cesc, dile lo que sientes, dile la verdad—.

—Le echo de menos, no me gusta que estemos enfadados...

—Díselo.

El chico arrugó la nariz y se pasó las manos por la cara.

—Lo estáis pasando mal los dos, Cesc.

—¿Y por qué no viene él? ¿Por qué no intenta que lo hablemos?

—¡Porque piensa que le odias!

Cesc suspiró, no lo odiaba ni mucho menos, lo quería tanto que dolía, y todavía le dolía más que Gerard pudiera pensar lo contrario.

Esperó con paciencia a que el central del número tres saliera del vestuario, pero cuando lo hizo, este salió con Sergi. Respiró hondo y aun así se acercó a ellos.

—Hola— saludó y miró a Gerard —podemos... ¿podemos hablar?— preguntó.

El central arrugó un poco el gesto pero asintió.

—Eh... ¿puede ser... a solas?

Sergi, por instinto fue a separarse de ellos para irse, pero Gerard le agarró la mano con fuerza.

—Sergi puede escuchar lo que quiera que tengas que decir— dijo cortante.

—Eh...— dudó Cesc algo avergonzado —sí... sí... claro— suspiró.

El central del tres lo miró frunciendo el ceño, con esa mueca de superioridad que a veces lo traicionaba. Soltó la mano de Sergi y rodeó su cintura, pegándolo a él.

El gesto no pasó inadvertido para Cesc, que no se arrancaba a hablar. Lo hizo todavía menos cuando se fijó en el cuello del centrocampista, en el que volvían a apreciarse con todo su color las marcas amoratadas que habían desaparecido, y que bajaban por su piel hasta perderse en el cuello de su camiseta.

—Eh...— tragó saliva —yo...— el agobio le podía, sus ojos alternaban entre la cintura bien agarrada de Sergi, su cuello, y los ojos de Gerard. Le dolía el pecho y se le empezaron a humedecer los ojos —no... no es nada— dijo antes de salir corriendo.

El central del tres tuvo que hacer el esfuerzo de su vida para no salir corriendo detrás de él, pararlo y limpiarle las lágrimas con todo el cuidado del mundo. Abrazarlo hasta que todo volviera a colocarse en su sitio.

En aquel momento, parado en mitad del campo, Gerard se sintió el mayor de los imbéciles. 

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