Capítulo 19. Ethan.

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Mierda, estoy nervioso.

Planeé esto, escribí lo que quería decir y justo ahora no recuerdo ni una puta palabra. Genial.

Leila se excusa para ir al sanitario, dándome el tiempo suficiente para beber al menos una copa.

Asomo la cabeza dentro del gran salón, esperando atraer la atención de algún camarero que pase cerca para tomar una copa o un vaso de whisky, o lo que sea que haga que el temblor se detenga.

Incluso podría pedirle a papá un trago de su botella, si es que aún le queda algo.

Una chica con una bandeja pasa a unas mesas de distancia, pero no se percata de que la llamo por el sonido de la música. Echo otro vistazo al pasillo para asegurarme que Lay aún no viene y me adentro en el salón.

—Oye —detengo a un chico—dame una.

Tomo una de las copas y una mujer se detiene a mi lado para tomar la otra. Supongo que lo necesita tanto como yo, porque bebe más de la mitad de un solo trago.

—Delicioso, me encanta. —pasa la lengua sobre su labial rojo y sonríe—. ¿Otra copa, cariño?

—Ah, no gracias.

Termino y copa y la dejo sobre una mesa cercana para que luego sea llevada por el mesero. Necesito salir de nuevo y esperar a Leila en el vestíbulo.

La mujer a mi lado me mira con insistencia, su rostro haciéndose conocido para mí.

—¿Por qué no? La noche es joven. ¿O preferirías algo más... Fuerte?

¿Como whisky?

Creería que está ofreciéndome una bebida por amabilidad, hasta que ella me recorre de arriba a abajo con una mirada que me hace sentir incómodo.

—No bebo whisky.

—Oh —sus labios forman una exagerada O—. Eres del tipo de cerveza y esas cosas.

—Si.

Apoya la mano sobre mi antebrazo, apretando ligeramente para sentir la cantidad de músculo ahí. Vuelve a pasar la lengua por sus delgados labios rojos.

—¿Y que piensas sobre salir de aquí, cariño? Te prometo que...

Mierda, la reconozco ahora. Maquillada luce muy distinto a las fotos que conseguí de ella cuando investigamos a Steele.

—¿Señora Wilks? —la madre de Ana frunce las cejas—. No sabía que frecuentaba este tipo de eventos.

Pregunto por verdadera curiosidad. Hasta donde sé, es rica por Ana, no tiene una fortuna propia o un nombre que la coloque cerca de la crema y nata de Seattle.

—¿Te conozco? —balbucea.

—Soy Ethan Kavanagh, el compañero de Ana en el departamento... —antes de que pueda terminar mi presentación, me dedica una sonrisa tensa y desaparece entre las mesas.

¿Qué mierda le pasa?

Luego recuerdo el comentario que hizo Luke, sobre cómo ella parecía bastante lúcida aquella vez que la encontró en un bar.

Y si eso es cierto, ¿Está fingiendo? ¿Y con qué propósito?

Tomo el móvil del bolsillo para preguntarle a Luke cuando un hombre pasa junto a mi, casi corriendo y empujándome. Luego otro más le sigue.

La puerta entreabierta del salón me permite escuchar el ruido de afuera, no tan fuerte como el de los músicos pero lo suficiente alto para atraer mi atención... Porque son gritos.

Pongo la mano en la cintura como un reflejo, pero la bajo cuando recuerdo que no llevo el arnés ni la pistola. Me acerco a dónde se escucha el ruido.

—¡Ella empezó! —chilla una voz aguda—. Le dijo a Melissa que le había quitado a Ethan y se burló.

—¿Yo? —reconozco la voz de Lay.

Cuando puedo mirar por encima de las personas ya reunidas, incluido el gerente del hotel y personal de seguridad, veo a Melissa y sus amigas en un extremo con los vestidos hechos girones y los peinados desbaratados.

Leila, en el lado opuesto, sostiene los delgados tirantes de su vestido con una mano y con la otra se arregla el cabello alborotado. Me doy cuenta que luce más pequeña que las otras chicas porque de alguna forma se deshizo de las zapatillas.

—Ellas me emboscaron en el baño —las señala con un movimiento de cabeza.

—¡Eww! ¡Está mintiendo! —Ashley y la otra chica señalan a Lay, Melissa solo sigue mirándola.

—Lo siento, señorita —el gerente se acerca para tomar el brazo de Lay—. Me temo que tendrá qué retirarse.

Mierda, no.

—No la toque.

Doy un paso adelante y me acerco a Leila, revisando si su rostro y sus brazos tienen algún golpe o rasguño. Luego giro para enfrentar a la multitud.

—Mi chica jamás iniciaría una pelea, esto es una provocación suya —señalo a las tres—. Yo podría arrestarlas en este momento por agredir a la detective Williams.

Las chicas se ponen pálidas y sé que están imaginando que ponen un piel en la sucia estación de policía, siendo boletinadas y convirtiéndose en el chisme de la semana.

—Ethan, no es... —la interrumpo, tomando el teléfono del bolsillo.

—Voy a pedir refuerzos, haré que clausuren todo el maldito evento.

Eso alarma al gerente como esperé que hiciera, sabiendo que mi madre haría de su vida un infierno si algo de esto arruina su precioso evento. Les hace una seña a las chicas para que se alejen y los elementos de seguridad las empujan de vuelva al gran salón.

—No es necesario, señor Kavanagh —El hombre casi tiembla—. Estoy seguro que todo es un gran malentendido, permítanos ofrecerle una botella de nuestro mejor vino por la molestia.

Ah, eso me agrada.

—Y un par de copas. —sugiero, aprovechando el momento en mi beneficio—. Estaremos en el jardín.

Sin darle tiempo a Lay para que reaccione, tomo sus zapatillas con una mano antes de levantarla en mis brazos. Ella chilla de sorpresa.

—¡Et, bájame! ¿Qué va a pensar la gente?

—No me importa lo que piensen, Lay. Tengo algo qué decirte y nada puede impedirlo —le guiño un ojo mientras la llevo por las puertas francesas del jardín central—. Ni siquiera tú, metiéndote en una pelea de chicas.

Me da una palmadita en el pecho a modo de broma, pero se gira para mirar las luces que se colocaron en el kiosko central. Flores blancas, púrpuras y rojas rodean la mesa, iluminadas por las pequeñas luces sobre nuestras cabezas.

—¿Qué es esto? —murmura.

—Nuestra cena privada.

La pongo de pie, pero le señalo la silla para que se siente y me permita ayudarle con los zapatos. Luego vuelvo a mi silla frente a ella.

—¿Vamos a cenar aquí?

—Si.

Sigue mirando todo, incluso cuando el camarero se acerca con una botella y un par de copas que pone sobre la mesa. Los platos deberían servirse pronto.

—¿Por qué?

Ahí está. La razón por la cual las palmas de las manos me sudan y la camisa me asfixia.

—Porque quiero comenzar de nuevo.

No resisto el quedarme sentado, así que me levanto de la silla y me acerco a ella, poniéndome de rodillas.

—Sé que lo jodí. Y sé que dijiste que también tenías culpa, pero ya no me interesa saber quién lo jodió más. Quiero comenzar de nuevo —sus ojos se agrandan de la sorpresa, y tengo solo un par de minutos antes de que entre en pánico—. Quiero intentarlo. Salir a cenar o cocinar como lo hacíamos antes, y quiero preparar tu café y el mío todas las mañanas. Que uses el suéter que olvidé en tu departamento y que llenes mi auto con ese aroma a caramelo que me hace estar hambriento todo el tiempo.

¿Está respirando? Creo que si, así que continúo.

—Pero también quiero más. Quiero ponerte un apodo cursi como el que Christian y Luke tienen para sus esposas, y salir con ellos a beber una cerveza y quejarme porque absorbes todo mi tiempo, incluso cuando sabes que no soy fan de los mariners. —la parte del discurso que agregué por sugerencia de Ana viene a mi mente—. Quiero cuidarte, quiero amarte y que me ames por más tiempo del que merezco, y probablemente tampoco eso sea suficiente.

—Ethan —balbucea, con los ojos llorosos.

—Espera, aún no termino. Lo escribí —busco en el bolsillo por el papel, pero debí olvidarlo—. Mierda, no lo traje conmigo pero quiero que nuestros hijos crezcan con los de Christian y Luke, y que...

Leila me interrumpe, lanzándose a mis brazos y olvidando completamente las tiras reventadas de su vestido, que caen sobre mis brazos.

—¿Eso quiere decir que si? —me besa con un pequeño toque—. Porque memoricé un poema sobre...

—Cállate, Et. Es un .

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