IX. Luca

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Los labios de Lara se curvaron hacia arriba en una mezcla entre mueca y sonrisa. Emitió un sonido parecido a una carcajada y Luca sintió cómo el pecho se le hinchaba de puro orgullo. Por mucho que la chica estuviera intentando ocultar el gesto tras una de sus manos, no era capaz de engañar a sus sentidos: una vez más, había conseguido librarla de esa carga que parecía llevar encima y no querer soltar. Se apuntó un tanto más en su partida imaginaria y le devolvió la sonrisa como agradecimiento por haberle hecho partícipe de uno de los gestos más hermosos del mundo.

Por encima de todas las cosas, Luca era feliz si aquellos a su alrededor lo eran también. Tal vez tendía a esperar demasiado de la gente y ello le había causado problemas en el pasado, pero era algo que no estaba dispuesto a cambiar por nada del universo. Se sentía afortunado por estar con Lara en aquel restaurante, por poder considerarla algo parecido a una amiga.

A pesar de que ella hubiera estado dándole largas durante semanas, al fin había conseguido acordar una cita para tomar ese dichoso café que le debía. Esta reunión había tenido lugar apenas un mes atrás y desde entonces habían quedado en varias ocasiones, por no contar las veces en las que Luca se pasaba por la academia durante la semana con la excusa de supervisar el trabajo de los bailarines. Tampoco se molestaba mucho en disimular que solo le interesaban los avances de una alumna en específico. No tardó en descubrir que aquella manera tan particular que tenía Lara de interactuar con él no era nada personal, sino que la chica parecía sobresaltarse cada vez que le dirigían la palabra. Nada que él no pudiera solucionar con un par de chistes y una sonrisa.

Luca sabía mejor que nadie lo que era sentirse intimidado ante otros seres humanos, y no estaba dispuesto a permitir que otra persona pasara por lo mismo por lo que había pasado él. Sin poder evitarlo, se llevó una mano a la cara y se rascó una de sus cicatrices. Un accidente desafortunado. No, lo mejor era no pensar en eso. Luca suspiró.

Por lo menos, su relación con la bailarina iba viento en popa, aunque le costase admitir que él necesitaba una amiga casi tanto como ella necesitaba a alguien. Al principio, Lara se había mostrado reticente a entablar una amistad. Parecía temer que Luca se fuese a aprovechar de ella de alguna manera y más de una vez había afirmado ser una chica problemática para disuadirlo de acercarse más.

Era en estos momentos cuando Luca se empeñaba con aún más fuerza en acercarse, en entrar en su vida, por muy desastrosa que pudiera ser. De alguna forma, se sentía en deuda con ella. Sabía que lo único que los había unido era un café, pero ahora que conocía algo más acerca de ella era incapaz de quedarse en la superficie. Necesitaba ayudarla, saber que estaba bien. Esta actitud le había traído más problemas que alegrías y, a pesar de ello, era incapaz de dejarla atrás. Lo único que le daba miedo era que ella se tomara su forma de ser como algo que no era.

—Solo para que quede claro, no estoy intentando ligar contigo. De verdad —había mencionado ya en su primera quedada.

Lara había alzado la mirada con la boca entreabierta y las cejas alzadas. Había balbuceado algo incomprensible, lo que había hecho que Luca se apresurase a añadir:

—Sí, ya sé que no viene a cuento, pero quiero dejártelo claro. —Había puesto las manos en alto, al descubierto, y se había encogido de hombros—. No lo digo porque piense que tú quieres algo, eh... Es solo para que quede claro y estés más tranquila. Lo que te he dicho es verdad: solo quiero ayudarte y que seamos amigos, nada más.

Un silencio incómodo roto solo por el sonido de Lara pasando las páginas del menú se había cernido sobre ellos durante unos instantes. Luca había abierto la boca para burlarse de las mejillas sonrosadas que su acompañante estaba intentando ocultar, aunque no había tardado en volver a cerrarla.

—¿Por qué...? —había murmurado Lara al fin.

—¿Sí?

Parecía que la chica había necesitado toda su fuerza de voluntad para mirar a Luca a la cara.

—¿Por qué asumes que era eso lo que estaba pensando?

Ante aquella pregunta, Luca no había podido hacer otra cosa que echarse a reír. Ni su inglés ni el de Lara eran excelentes, lo que añadía todavía más comicidad a la situación.

—Vale, vale. Lo pillo. Ahí me has pillado.

La sonrisa del italiano se había hecho más amplia ante la situación: su amiga había vuelto a taparse la cara con el menú. Era como una niña pequeña.

—¿Te puedo contar un secreto? —había enunciado él, intentando ignorar el nudo que acababa de aparecer de repente en su garganta.

A pesar de ser incapaz de ver su expresión, Luca había estado casi seguro de que la chica no compartía su sonrisa. Después de que Lara dejara caer el menú de nuevo en su regazo, había podido observar su ceño fruncido y esa expresión de pánico a la que estaba comenzando a acostumbrarse.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—No nos conocemos, ¿por qué eres tan amable conmigo? ¿Por qué quieres que seamos amigos?

Luca habría mentido si no hubiese admitido que aquello le había pillado por sorpresa. Había forzado una de sus sonrisas encantadoras para replicar.

—¿Tiene que haber un motivo?

—Sí.

—¿Tanto te extraña que me parezcas agradable y quiera pasar más tiempo contigo?

—Sí.

En este momento, varias semanas después, la expresión de Lara distaba mucho de parecerse a la de aquella primera reunión. Las facciones de su rostro estaban relajadas, como si con el paso del tiempo estuviese dejando caer su barrera. A Luca le encantaba romper las cárceles en las que las personas se encerraban a sí mismas. Resultaba revitalizante.

Toda distensión que hubiera podido haber en el ambiente desapareció cuando llegó el entrecejo fruncido de Lara. La chica sacudió una mano frente a los ojos de su acompañante, que pegó un respingo; no se había dado cuenta de lo mucho que se acababa de abstraer de la realidad.

—¿Luca? ¿Estás bien? —pronunció la bailarina—. ¿Pasa algo?

Él sacudió la cabeza, intentando que su boca no se transformase en una mueca.

—¿Sabes? Estaba pensando en la primera vez que quedamos. —El gesto de Lara se ensombreció—. ¿Estás segura de que no quieres escuchar mi secreto? Hagamos un trato: un secreto mío por uno tuyo.

Los músculos de la cara de su amiga volvieron a tensarse y Luca sintió su piel empalidecer. Ya estaba cagándola de nuevo, como siempre hacía. Si es que no se le podía sacar de casa sin que provocara, como mínimo, una debacle.

—Yo... —comenzó Lara.

Sin embargo, fue interrumpida por el camarero de la cafetería en la que se encontraban, que apareció equipado con una bandeja con sus respectivas bebidas. «Salvada por la campana», se dijo Luca.

—¿Café solo?

—Para mí, gracias —contestó el italiano mientras esbozaba una sonrisa de disculpa en dirección a la silla ocupada por Lara.

Una silla, a todas luces, vacía.

El gesto se le borró de un plumazo y comenzó a mirar a su alrededor con un creciente desconcierto en su interior. No tardó en localizarla unos metros más allá, en lo que sabía que era dirección a la estación de metro. Se apresuró a dejar un billete sobre la mesa y echó a correr tras ella. El camarero intentó detenerlo, pero calló en cuanto vio el dinero, que no tardó en guardarse en el bolsillo.

—¿Señor?

—¡Quédese con el cambio!

—¡Pero, señor...!

No pensaba permitir que huyera una vez más. Por suerte, consiguió alcanzarla en tan solo unas pocas zancadas.

—¡Lara! ¡Espera!

Alargó una mano y consiguió sujetar a la chica del brazo. Se le cayó el alma a los pies cuando la atrajo hacia sí y vio cómo sus ojos le rehuían. Respiró hondo. «Otra vez no».

—Vale, perdón. Mensaje captado. No te gusta que te pregunten sobre tu vida. Lo entiendo.

Silencio.

—Lara.

Más silencio.

A Luca no le gustaba el silencio, ni la tristeza, ni las discusiones, ni las despedidas. A Luca no le gustaban muchas cosas que podrían ocurrir de un momento a otro. Sobre todo, odiaba tener que ser el causante de algunas de ellas.

—Lara, ¿hace falta que me arrodille? Me puedo arrodillar aquí mismo. —Una idea comenzó a formarse en su cabeza—. O comprarte un Ferrari, si lo prefieres. ¡Qué digo un Ferrari! ¡Te compro toda la compañía! ¡Te regalo el teatro de mi tío!

Ahí estaba de nuevo esa sonrisa disimulada. «Luca Pinarello, dos. Lara Díaz, cero».

—Podemos romperle una pierna a Alice Collingwood y hacer que parezca un accidente. ¿Eso te gustaría?

Lara se cruzó de brazos y apartó la cabeza, pero el gesto de su boca era ya indisimulable.

—¡Mejor aún! —alegó—. ¡Voy a colarte entre los elegidos para la obra! ¡Hipnotizaré a mi tío para que cambie el planteamiento y tú interpretes a todos los personajes! Julie será un hueso más duro de roer. Esa mujer sí que es inglesa hasta la médula. Además... ¡oh!

Estaba demasiado ocupado como para haberse fijado en la reacción de Lara a toda su verborrea. Antes de que pudiera darse cuenta, la bailarina se había abrazado a él de forma tan breve que apenas le dio tiempo a asimilarlo. Eso que lo había sorprendido.

Y por su expresión, parecía que a ella también. Las mejillas de Lara se tornaron de un color rosado que a Luca le recordó demasiado al de aquel primer café. Se cruzó de brazos y él comprendió la indirecta: aquello había sido un arrebato que no volvería a ocurrir en un futuro cercano. Los cambios de parecer de aquella chica lo confundían de sobremanera, aunque eso no impidió que una nueva sonrisa comenzase a abrirse paso en sus labios poco a poco.

—¿Prefieres volver a por nuestras bebidas o...?

La chica sacudió la cabeza. Un no. De acuerdo. Siempre había más opciones.

—¿Has estado en Hyde Park?

Lara se abrazó más a su cuerpo. A este paso, iba a estrangularse a sí misma.

—El Retiro no tiene nada que envidiarle.

Esta vez, había sido ella la que había conseguido provocarle una carcajada.

—Vale, vale. No vayamos a Hyde Park. Es una suerte que Londres tenga mil parques a los que ir, y toda una casualidad que estén todos justo aquí, en pleno centro. —Luca reforzó su sonrisa—. ¿Damos un paseo?

No esperaba que Lara acepase su mano cuando él se la tendió, así que la apretó bien fuerte antes de soltarla. Comenzaron a caminar el uno junto al otro.

—Te va a encantar, ya verás. Además, puedes tomar el frío como inspiración para interpretar El Cascanueces.

La chica suspiró.

—No quiero participar en eso, Luca. Ojalá no me elijan.

Al igual que con todas las piezas del puzle que era la vida de Lara Díaz, Luca tomó aquella información como oro en paño. La almacenó en un recoveco de su cerebro junto con todos esos pequeños detalles que, a sus ojos, hacían a Lara una persona fascinante.

—Déjame recapitular —comentó con sorna—. Lara Díaz. Madrileña. Estás aquí por una beca. Eres bailarina. Y no quieres presentarte a la mayor lanzadera que existe para impulsar tu carrera. ¿A qué se debe esa incoherencia, señorita Díaz?

Ella se limitó a encogerse de hombros y a sonreír como disculpa. Luca no volvió a preguntar algo parecido en toda la tarde; le gustaba abrirse paso en las grietas de los desamparados, pero sabía que no debía forzar. Al menos, no de momento.

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