Capítulo 19

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—Abre los ojos —era la voz de Damon la que Kneisha oía a duras penas. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, consiguió que sus ojos se abriesen.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Kneisha, aún aturdida.

—Has perdido el conocimiento con el golpe del Guerrero.

El Guerrero... entonces todo el horror volvió a caer sobre sus hombros, todo el pesar, todo el dolor. Toda la culpa.

—Había una mujer, ella... estaba... —no podía decirlo en voz alta, entonces sería demasiado real.

—Lo sé, por suerte ha sido la única, el resto solo son heridos. Ángel supo controlar la situación a tiempo, antes incluso de que nosotros llegáramos.

Kneisha asintió con la cabeza. Su respuesta no mejoraba la situación, no mejoraba el hecho de que esa mujer hubiera muerto.

—Vamos a casa, ya está todo solucionado.

—¿Habéis acabado con el Guerrero?

—No, huyó. Pero lo haremos, le encontraremos y le haremos pagar por lo que ha hecho —dijo Damon mientras tiraba de ella para que se levantase.

Kneisha no parecía reaccionar a los intentos de Damon; se resistía a abandonar el lugar de la pesadilla.

—Vamos, Knei —dijo Ángel, quien la levantó en sus brazos y la llevó prácticamente en volandas hasta casa.

La dejó en el portal. Antes de que se fuese, Kneisha le dijo:

—Ha sido culpa nuestra.

—Lo sé —se limitó a responder él, antes de irse.

Kneisha entró en la casa, donde Damon la esperaba con una infusión.

—Toma esto, te relajará.

—No lo merezco, no merezco estar tranquila. Si no hubiera ido allí con Ángel, esto no habría pasado. Debería haberlo sabido. Los Guerreros vendrán por nosotros cuando estemos más débiles. No sé en qué estábamos pensando. ¿Cómo hemos podido equivocarnos de esta manera?

—Tienes margen de error. No te preocupes, no te eches la culpa, Knei. Tal vez era necesario que los sucesos de hoy pasaran —dijo Damon, mientras se sentaba a su lado, intentando servir de apoyo para ella. Él, que cargaba con la culpa de la muerte de Adrianna, entendía a Kneisha perfectamente.

—¿Qué?

—Equivocarse. No es tan malo como piensas. De hecho, es necesario. Tienes margen de error —insistió, a pesar de que ella no lo entendía completamente. 

—De acuerdo —suspiró Kneisha.

—Te lo explicaré a mi manera —dijo Damon, con las cejas arqueadas en señal de impaciencia por un sí que no se hizo de rogar por parte de un movimiento de cabeza de ella—. Nosotros, en Física, cuando hacemos un experimento, tomamos una serie de datos con sus errores de medida o de otros innumerables motivos. Esos datos son puntos que representamos en una gráfica, ajustándola a una recta, una parábola, etc. Y los errores son barras que tenemos alrededor de los puntos, indicando cuán alto o bajo su valor real puede estar —Kneisha asintió de nuevo con la cabeza para que continuara, aunque no veía a dónde iba con todo eso—. Hay mucha gente que opina que es mejor hacer una medida más precisa y con menos error, aunque como resultado nos alejemos de la, por ejemplo, recta que deberían seguir los puntos. Pero se equivocan. Es mejor una medida con más error, pero que se acerque más al verdadero valor. Lo que yo traduzco a la vida real como que es mejor equivocarnos. Y mucho. Porque equivocándonos aprendemos de nuestros errores y nos acercamos con ese nuevo conocimiento al verdadero camino de nuestra vida. En cambio, si evitamos los errores y nos mantenemos en nuestra posición, precisa como una medida, nunca nos acercaremos al verdadero valor de nuestra existencia —concluyó, evidentemente orgulloso de su comparación.

Kneisha no pudo evitar admirarse de su originalidad, de cómo siempre encontraba la manera de explicar todo, incluso las cosas más complejas, con su pasión por la Física.

—Te dejo para que descanses.

Sin embargo, Kneisha tardó en conciliar el sueño porque no podía dejar de lado lo que había pasado. Cuando despertó, estaba empapada en sudor y aún estaba amaneciendo. Se deleitó unos segundos en la calma que se respiraba mientras intentaba poner en orden sus pensamientos. Intentó pensar en el próximo viaje que tenían planeado, para dentro de dos días. Sería a Tanzania primero, y después, a otro mundo distinto. Esperaba que esa emoción la alejara del dolor y el arrepentimiento.



Kneisha subió al avión y miró su billete: asiento 12-B. Dejó su bolsa de mano en el suelo y se acomodó. Por suerte, era un asiento de ventanilla, lo que le vendría bien para perderse en la inmensidad del cielo azul durante un rato. Sintió a Ángel de pie al lado del asiento contiguo; su presencia era evidente desde lejos, con el calor que siempre irradiaba.

—Yo... —comenzó a decir Ángel, pero no llegó a completar la frase.

Se miraron; Kneisha tampoco encontraba nada que decir después de todo lo que se habían dicho aquella noche. ¿Cómo podía haber cambiado todo tanto en tan poco tiempo? Ojalá pudieran volver atrás. Ojalá pudieran cambiar las cosas. Ojalá pudieran devolverle la vida a aquella chica. Pero no podían; ninguno de los dos podía. Ojalá pudieran mirarse a los ojos una vez más, sin que las dudas y el arrepentimiento los atormentaran. Ojalá, pero no podían; no había marcha atrás, ya no.

—Sarah —llamó Ángel. Su voz parecía tranquila, pero Kneisha no se dejaba engañar—. ¿Te importaría sentarte con Kneisha? Hace mucho que no paso un rato con Michael, y este podría ser un buen momento.

Por la expresión en el rostro de Sarah, a ella tampoco la engañaba.

—Claro, no hay ningún problema. También hace mucho que no pasamos un rato a solas, ¿verdad, Knei? Te echo de menos, enana.

—Cierto, niña pija —Sarah logró sacarle una sonrisa.

Sarah se sentó junto a ella, y Ángel se fue unos asientos más adelante con Michael, quien le dio unas palmadas en la espalda en señal de acuerdo. Aunque por la mirada que cruzó con Sarah, a él tampoco lo engañaban.

—¿Qué tal estás? ¿Cómo te sientes, Knei? —le preguntó Sarah.

—Mal, muy mal —no podía hablar de eso ahora—. Pero prefiero hablar de otra cosa, si no te importa. Ahora mismo no tengo fuerzas.

Sarah la observó durante unos segundos, tal vez evaluando si lo que decía era cierto o intentando encontrar la mejor manera de ayudar a su amiga.

—¡Vaya! Enana, mira por la ventana.

Kneisha sonrió de nuevo; le hacía gracia que le llamara enana. Tan solo se llevaban unos meses de edad y unos cuantos centímetros de altura, pero Sarah siempre decía que la madura de las dos era ella, cuando estaba bastante claro que eso no era cierto.

Miró por la ventanilla y no pudo evitar sonreír de nuevo. Sarah estaba moviendo las nubes con su poder, de manera que dibujaban caras sonrientes y mensajes de ánimo para Kneisha.

—Gracias, Sarah.

—Siempre que quieras.

Un nudo se formó en la garganta de Kneisha. Recordó cuando Ángel le había dicho lo mismo una vez, cuando le dio calor con su brazo después de jugar con la nieve.

Sarah debió de notar algo, ya que le dio la mano a Kneisha y comenzó a charlar sobre un sinfín de cosas sin sentido, en un intento de distraerla. Kneisha no pudo estar más agradecida.

Nota de la autora:

Capítulo cortito, de transición tras lo que les ha pasado a Ángel y Kneisha. ¿Qué creéis? ¿Lograrán superarlo?

Por otro lado... ¿estáis tan emocionados como Kneisha por el siguiente viaje?

PD: sé que dije que todas las canciones que pondría en la cabecera iban a ser en directo, pero he tenido que hacer una excepción. El disco When the world comes down de The All-American Rejects fue el que sonó en bucle mientras escribía este libro e inspiró muchas de sus escenas. No he encontrado apenas actuaciones (con una buena grabación), así que dejo la canción Breakin' en su versión original.

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