Capítulo 33

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El Guerrero que los había seguido todo el tiempo se sintió un poco confuso sobre lo que debía hacer ahora. Estaban en territorio de sus señores. Así que decidió ir a verlos para recibir órdenes.

—Señores —se inclinó, como siempre hacía cuando estaba en su presencia.

Las dos personas que miraban por la ventana se giraron para atender la petición de su súbdito.

—¿Qué te trae por aquí? Creía que tenías una misión que cumplir —Evan lo dijo en tono autoritario, siempre les hacía saber a sus súbditos quién tenía el control. Era alto, de un rubio teñido que ocultaba su pelo oscuro, con los ojos azules de su hija.

—Y así es, mi señor. Pero mis objetivos han venido hasta aquí. Han encontrado ya las dos primeras llaves.

Evan miró a Elisabeth y vio en ella una vez más a su hija. Era pelirroja, con su pelo color del fuego cayendo en cascada sobre sus hombros. También se diferenciaban en los ojos: los de Elisabeth eran de un verde esmeralda que lo había cautivado allá cuando era joven. Pero aún así, se parecían muchísimo, su forma facial era absolutamente igual a la de Kneisha, y su porte también.

—Quieren la tercera llave —la voz musical de Elisabeth llenó la sala.

Se miraron unos segundos, ambos sabían lo que iba a pasar a continuación, lo que tenían que hacer. Asintieron con la cabeza en señal de entendimiento.

—Tú sigue con tu misión, Guerrero. Hasta ahora lo has hecho muy bien. Si sigues así, serás recompensado —Elisabeth siempre había tenido la capacidad de adular a los súbditos, cualidad que Evan siempre agradecía, porque él carecía completamente de ella.



Los cinco se pusieron en movimiento rápidamente. La mujer con la que habían hablado antes, Naomi, fue la encargada de informarlos de dónde estaba la llave:

—El edificio más alto del centro de la urbe es el de Evan. El último piso es una cámara de seguridad donde esconden sus bienes más preciados. Con toda seguridad, la llave estará allí.

—¿Cómo llegamos allí? —preguntó Ángel.

La respuesta fue larga, con diversa información sobre el sistema de seguridad del edificio. Kneisha no podía creerse que un sitio pudiese tener tantas alarmas. Además estaban los Guardia-Robots, como los que patrullaban por las calles. En cuanto los Guardia-Robots notaban a alguien en el edificio, avisaban a los Guerrero-Robot, los cuales tenían todo tipo de armas y dispositivos para acabar con los intrusos. Iba a ser muy difícil.

Lucas llegó con un mapa del edificio: en el sótano estaban las mazmorras de los prisioneros, los primeros quince pisos eran las oficinas, laboratorios y demás áreas de trabajo. Los siguientes quince pisos servían a modo de casa, tanto para Evan y Elisabeth como para muchos de sus empleados, guardias de seguridad, etc. Y por último, estaba la cámara de seguridad.

Kneisha estaba cada vez más convencida de que aquello era imposible. También había asumido que, irremediablemente, iban a encontrarse con sus padres. Aún no se había ni acostumbrado a cómo hablaba la gente de ellos, como para enfrentarse a su crueldad en persona. Pero enterró las dudas bajo llave en una caja de su corazón, como siempre hacía, mientras sacudía la cabeza, intentando despejarla para estar concentrada.

Les dieron el equipo necesario; parecía una película de espías. Iban vestidos de arriba a abajo de negro, con capuchas para evitar ser reconocidos. Les dieron armas, aunque sabían que sus poderes les serían más útiles. Kneisha sabía usar un arma, era parte del entrenamiento que había recibido el último año, pero nunca había hecho uso de ella en ninguna pelea. Sintió cómo su mano sudaba al guardarla en el cinturón que le habían proporcionado.

Salieron a la calle. Allí la sensación de ingravidez era mayor que bajo techo. Quizás porque sus botas se pegaban al suelo de la cueva, pero no a la acera mojada. De todas maneras, no parecía que nadie tuviese intención de ir por el suelo.

Ya había oscurecido. Todos pegaron un salto y se pusieron en posición horizontal en el aire. Lucas y Naomi los acompañaban. Parecían sorprendidos cuando Kneisha se quedó en el suelo; tan solo había hecho eso con Ángel, y él la había arrastrado.

—Knei, solo salta y túmbate a la vez —le dijo Sarah.

Kneisha hizo lo que le habían indicado y pronto se encontraba en la misma posición que los demás.

—Tú solo imítanos —le susurró Ángel en el oído a la vez que tiraba de ella hacia adelante.

Y empezaron a moverse. Era como nadar; los demás movían los brazos como si estuviesen en una piscina. Kneisha siguió el consejo de Ángel y los imitó. Era bastante fácil, una vez le cogías el truco. Y lo que decían era cierto: tenías una sensación de libertad tal, que Kneisha olvidó por un segundo a dónde se dirigían. Pero la realidad pronto volvió a golpearla con esa fuerza tan característica, cuando vio el edificio más alto del centro de la urbe, tal como Naomi les había dicho.

Pusieron los pies en el suelo y se acercaron a la puerta. Estaba cerrada, como era de esperar. Pero abrirla era la parte fácil. Naomi y Lucas se encargaron de ello con un aparato que sacaron. Habían dicho que ellos también disponían de tecnología avanzada. Sonó un ligero click y la puerta se abrió como por arte de magia.

Ahora venía la parte difícil. Se deslizaron al interior pegados a la pared. Había cinco cámaras de seguridad girando colgadas en el techo. Damon, Michael, Sarah, Lucas y Naomi tenían unas pistolas que disparaban una sustancia negra que bloqueaba las cámaras. Pero tenían que dar en la lente o no serviría de nada, era necesario para llegar a las escaleras de incendios.

Las cámaras empezaron a girar hacia donde estaban ellos. Se prepararon. Dispararon. Dieron en el blanco, porque las cámaras siguieron su recorrido como si allí no hubiese nadie.

Fueron hasta las escaleras de incendios. Habían decidido que era mejor no intentar usar el ascensor, porque el sonido podía alertar a Evan y Elisabeth.

Empezaron la ascensión. Las escaleras eran lo suficientemente anchas para que pasasen todos por allí, pero aún así, Damon y Lucas prefirieron ir por el techo para tener otra perspectiva. Kneisha ya se había acostumbrado a caminar sin gravedad, pero no podía evitar que se le hiciese raro verlos caminar al revés.

En el segundo piso, tuvieron un altercado: apareció un robot de seguridad. Casi los pilla, pero consiguieron ascender rápidamente hasta el techo y esquivarlo por el aire.

Subieron cinco pisos más sin que nada ocurriese. Hasta estaba pareciendo fácil. Pero la suerte no los iba a acompañar para siempre.

Las escaleras cambiaban de ubicación en la sexta planta. Era otra de las medidas de seguridad. Lo que suponía que tenían que atravesar todo el piso. Y había un pasillo lleno de algo parecido a los rayos láser: si tocaban alguno la alarma se dispararía. Y, además, quemaban.

Empezaron a atravesar los rayos ya que no tenían mejor opción. A la cabeza iban Damon y Lucas, después Michael y Sarah, Ángel y Kneisha, y el grupo lo cerraba Naomi. Se contorsionaron de maneras imposibles; Kneisha deseó haber asistido a clases de yoga alguna vez. Era un pasillo muy largo, pero parecía que lo estaban consiguiendo.

Pero justo en el último rayo, cuando ya iban a salir de allí, el pelo de Kneisha rozó uno de los rayos.

Y la locura se desató. Saltó una estridente alarma, con un ruido abrumador y muy desagradable. Todos se miraron invadidos por el pánico durante unos segundos. Se oían las pisadas y los gritos de los guardias de seguridad, que bajaban por las escaleras que ellos habían dejado atrás. No tardarían en desactivar los rayos y llegar hasta ellos. No podía ser que todo hubiese acabado ya.

—Iros. No habrá guardias por estas escaleras, nosotros nos pondremos en medio y parecerá que no hay nadie más, y que no hemos llegado hasta este lado —dijo Lucas—. Naomi y yo nos quedamos aquí, no se sorprenderán, no es la primera vez. Pero no saben de vuestra presencia, aún jugamos con ventaja. Ya no necesitáis nuestra ayuda. Corred, y encontrad la llave.

—Pero... —empezó a decir Damon.

—No hay peros que valgan. No os preocupéis por nosotros. ¡Corred! —ordenó.

Y corrieron. Se colaron por la puerta de las escaleras, mientras Lucas y Naomi se colocaban en el medio de los rayos, justo a tiempo de que los guardias que irrumpieron no detectasen la jugada.

Una vez al otro lado de la puerta, se asomaron un momento para ver cómo les había ido a Lucas y Naomi. Estaban presentando pelea, los rayos habían desaparecido y luchaban con todas sus fuerzas contra los guardias de seguridad. Pero eran muchos y al final acabarían venciéndolos.

No había tiempo para seguir mirando atrás. Continuaron escaleras arriba. Llegaron al piso quince sin altercados. Habían pasado las oficinas. Pero ahora les tocaban las estancias privadas. Que, si cabía, contaban con más seguridad aún.

Siguieron ascendiendo. Sigilosos, letales. Cada vez que veían una medida de seguridad la esquivaban rápidamente, con una fuerza otorgada por el sacrificio de Lucas y Naomi.

Hasta que se encontraron con un guardia que salía tardíamente al encuentro del resto para capturar a Lucas y Naomi.

—¡Alerta en el piso diecisiete! —chilló por la radio que tenía colgando del hombro.

Disparó veloz como una bala. Y siguió disparando. No tenían sitio donde esconderse, así que se lanzaron al suelo. Kneisha vio un charco de sangre: era Michael, le había alcanzado una de las balas en el brazo.

—Estoy bien, no os preocupéis.

Pero no parecía estar bien, estaba muy pálido. Había que actuar ya. Sarah hizo una cáscara de protección con el aire que tenía alrededor que hacía rebotar las balas. El hombre parecía desconcertado. Una de sus balas, al rebotar, le acertó en el estómago. Cayó al suelo entre convulsiones.

—¡No! —exclamó Kneisha.

Sabía que era el enemigo, pero aún así no podía verlo morir delante de sus ojos. Tendría una familia que lo estaría esperando, quizás unos hijos y una mujer. Kneisha era demasiado sensible a esas cosas.

—Kneisha, no hay tiempo para eso —dijo Ángel. La agarró de la mano y empezaron a correr.

Pero no lo suficientemente rápido, porque pronto se vieron rodeados por todos lados. Guardias de seguridad entrenados a la perfección, incluso algún Guerrero. Evan y Elisabeth habían desplegado sus mejores armas para ellos.

Lucharon como solo ellos sabían hacerlo. Con fuego, agua, aire y tierra. Por el suelo, por el techo y flotando. Pero aún así no podían con ellos. Eran demasiados. Kneisha sintió cómo una bala atravesaba su costado.

Cayó al suelo.

—¡Kneisha! —exclamó Ángel.

Michael estaba al lado suyo, desangrándose cada vez más. Damon había desaparecido entre los Guerreros, probablemente lo habían capturado ya.

Los únicos ilesos y a salvo eran Sarah y Ángel. Cada uno arrodillado en el suelo al lado de su amado.

—No hay tiempo para esto —dijo Kneisha, recordándoles lo que ellos mismos le habían dicho minutos atrás—. Conseguid la llave, saldremos de esta.

Y así fue como con todo el dolor de sus corazones, Ángel y Sarah se levantaron, y echaron a correr escaleras arriba. Ninguno de los enemigos pareció percatarse entre tal confusión. Los objetos volaban de un lado a otro gracias a la magia de Sarah, el fuego de Ángel los azotaba. Pero todo eso desapareció cuando estos se fueron. Y solo quedaron los indefensos Michael y Kneisha tirados en el suelo, rodeados de un charco de sangre.

Kneisha perdió el conocimiento justo a tiempo de ver cómo los guardias tiraban de ellos hacia arriba y los arrastraban por el pasillo. Después, oscuridad. Solo oscuridad.

Nota de la autora:

¿Qué os ha parecido este capítulo? Lleno de acción y... bajas. ¿Qué pasarán con todos los que han quedado en el camino? ¿Habrá alguno que no sobreviva? Pronto lo sabremos...

Espero que os haya gustado. ¡Nos leemos!

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