Capítulo 42

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Elisabeth logró ponerse en pie. Estaba muy herida: no parecía que le quedaran apenas fuerzas.

—Solo hay una manera de vencer a nuestro ejército, una manera eficaz que os librará de nosotros, de manera que os enfrentaréis únicamente a los otros ejércitos. Pero es muy arriesgado.

—¿Cómo? —preguntó Damon, desconfiando.

—Estamos detrás de ese volcán, el que tiene forma de cono. Si alguien entra y lo hace estallar, acabaréis con nosotros.

Damon y Elisabeth se miraron fijamente. Ambos sabían la respuesta. Pero Kneisha no la sabía.

—Muy bien, llamaremos a Ángel —dijo ella.

—No hay tiempo para eso —dijo Damon.

—Los ejércitos os están venciendo ya —completó Elisabeth.

—¿Qué queréis decir? Lo haré yo; a mí el fuego no puede hacerme daño.

—No, tú tienes que volver con los demás; no podemos correr el riesgo, es mucho fuego, puede que sí te haga daño. En la cueva de las pruebas te lo hacía —respondió Damon, intentando hacerla comprender.

Kneisha vio a dónde estaban yendo su madre y su tío. Damon lo haría, Damon era el más valiente, el que se consumiría en su propio fuego. Porque Damon podía producir fuego con su magia; deberían haber caído en eso antes. Si hubiesen interpretado bien las cosas, tal vez hubiesen podido cambiarlas.

—Damon, no. Por favor, tiene que haber otra manera —suplicó Kneisha, llorando.

—No la hay, Knei —dijo él, también con lágrimas en sus ojos. Aunque de una manera u otra, siempre había sabido cuál era su destino.

—No, por favor... Te lo estoy suplicando, por favor, déjame intentarlo a mí o a Ángel, por favor, no lo hagas —se estaba quedando sin voz—. Por favor...

—Este es mi destino, Kneisha. Este sí que es mi destino, protegeros, salvaros, para esto estoy aquí, para eso nací —dijo con los ojos abiertos, como si por fin entendiese toda su vida, como si hubiese comprendido el significado de todo al fin.

Kneisha no podía aceptarlo así como así. No podía ser. Damon era la persona que más se había preocupado por ella, la que más le había cuidado durante toda su vida; era su verdadera familia, lo necesitaba. No podía ser; su corazón, su mente y todo su ser se negaba a aceptarlo. Tenía que haber otra forma. Pero no la había y, en el fondo lo sabía. Sabía que era lo correcto.

—No es tu destino...

Pero entonces la brújula que Damon llevaba aún en la mano giró y dijo lo contrario. Señaló al volcán, como una confirmación de que ese era su destino.

—No tengo otro remedio, Kneisha. Ha sido un placer, el mayor de todos, cuidarte. Eres una persona maravillosa, Kneisha.

Y la abrazó. Y ella bebió de ese brazo como si se le fuese la vida en él. Pero, en el fondo, lo había sabido desde el momento en que salieron de la cueva de las pruebas: sabía que iba a perder a Damon. Deseó haberle podido decir todo aquello que no le había dicho, haber hecho todas las cosas que nunca habían llegado a hacer, decirle lo importante que era para ella, lo que la había ayudado en ese camino de locos.

Y le dolió verle así, como nadie sabría nunca. Con lo que había sido él, Damon, con la fuerza y la energía que había desprendido siempre. Con la de cosas que sabía, dueño de un conocimiento que superaba con creces el del resto. Y ahora así. Sin fuerzas y sin energía, arrastrándose poco a poco hacia un inminente final, tal vez unos minutos, con suerte unas horas. Si a eso se le podía llamar suerte. Kneisha no podía soportarlo, sentía una angustia que le invadía, que se apoderaba de su cuerpo. Y lo peor era que sabía que no podía hacer nada, no había más remedio, era cosa del cruel destino que había sido escrito para ellos. Y tenía que aceptarlo, para poder seguir adelante, para poder hacer lo que tenía que hacer, pero le resultaba imposible. La más imposible de las tareas a las que se había enfrentado nunca, y, teniendo en cuenta todos los sucesos del año que había pasado, eran muchas.

Tenía que despedirse, pero ¿cómo encontrar las palabras para algo así? Para un adiós definitivo. Tal vez era mejor no decir nada, aunque tal vez luego se arrepintiese de ello. No, tenía que encontrar las palabras. Buscó y buscó, en su mente, en su corazón, en su angustia y en su dolor. Pero no halló nada, nada que pudiese mejorar lo que le esperaba por delante; ni una palabra de consuelo se asomó a sus labios. Se sintió incluso peor por su impotencia.

Entonces lo miró a los ojos. Y él, como tantas otras veces había hecho, sonrió como pudo, con aquella sonrisa que había provocado miles de suspiros de jóvenes impresionadas, con aquella media sonrisa que había robado el corazón de Adrianna, con aquella media sonrisa que le había dado fuerzas a Kneisha en otras ocasiones. Y en esta ocasión también, porque entonces dijo:

—Te quiero, Damon. Muchas gracias por todo.

—Yo también te quiero, Knei —dijo con voz ronca de dolor—. Como alguien me dijo una vez, nos veremos en el Otro Lado. Te estaré vigilando, pero sé que estaré muy orgulloso de ti, y del resto, sé que seréis los mejores Reyes que el mundo podría tener.

Y con las pocas fuerzas que le quedaban, se arrastró hasta ella, y le dio un abrazo. Su último abrazo.

Soltó a la desolada Kneisha y abrazó a Elisabeth.

—Me alegro de que al final hayas encontrado el camino, hermana. Siempre esperé que lo harías, nunca perdí la fe.

Y después se giró y se encaminó al volcán, estaba muy cerca, a tan solo unos pasos.

Kneisha se estaba derrumbando, así que Elisabeth la abrazó, con todo el cariño del que era capaz como madre. Ella no sabía si saldría viva de esta tampoco, pero eso era mejor no decírselo ahora a Kneisha.

—Cariño, hija. Tranquila —aunque ella también lloraba por Damon, intentó guardar la postura—. Ve a por Lucas e id con el resto. Yo iré cuando encuentre a Evan. Te quiero, Kneisha. No lo olvides nunca. Nunca quise esto para ti. Ojalá mis decisiones hubiesen sido distintas. Ojalá. Pero lo hecho, hecho está. Nunca lo olvides.

Kneisha estaba demasiado aturdida, triste y destrozada como para reaccionar. Así que, como una niña, se limitó a obedecer a la voz materna.



Michael miró, horrorizado, el ejército de Evan y Elisabeth. Había juntado lo peor de cada mundo. Disponían de todas las criaturas malvadas de los bosques del Mundo de Magia. Desde vampiros que sobrevolaban las aguas hasta hombres lobos; pasando por dragones y gigantes. Tenían también miles de Guerreros, en filas, implacables. Naves futuristas que lanzaban disparos y máquinas horrorosas. Lanzaban bombas y tenían miles de soldados humanos.



Elisabeth no tardó en encontrar a Evan, tirado en el suelo como un perro, dañado por las quemaduras de Ángel, sangrando y apenas consciente. Pero no solo por las heridas. Ahora que estaba a punto de morir, la imagen de Adrianna le venía a la cabeza una y otra vez; algo le decía que cuando se reencontrase con ella, no le iba a gustar lo que había hecho en su vida. Y se empezó a arrepentir, de todos sus errores, de toda la maldad que había sembrado. Quería verla de nuevo y disculparse.

Elisabeth nunca pensó que se atrevería a llegar tan lejos. Lo tenía en sus manos, podía hacer lo que quisiese con él, y sabía perfectamente lo que iba a hacer. Acabar con esa pesadilla. Una pesadilla que había durado toda una vida entera.

—¿Alguna vez deseaste que ella fuese yo? —era una pregunta que para quien no supiese su historia, no diría nada, pero Evan sabía perfectamente a qué se estaba refiriendo Elisabeth.

También sabía lo que iba a hacer con él. Quizás eso le llevó a decir lo que dijo a continuación. Si le hacía daño, quizás acabase rápido con él.

—No —hizo una pausa. Dudó un segundo, al fin y al cabo se trataba de herir a la persona con la que había compartido su vida, los buenos y los malos momentos, los errores y los aciertos. Recordó que casi todo habían sido errores y malos momentos—. Pero siempre deseé que tú fueses ella.

Fue un puñal que se clavó en el corazón de Elisabeth y, sin embargo, le dio una última oportunidad.

—Mírame, mírame a los ojos. Dime que estás mintiendo —le suplicó—. Miénteme.

—No es una mentira —el peso del dolor acumulado todos esos años hizo mella en él, su rostro estaba desfigurado, pero no solo por la tortura a la que había sido sometido—. La mentira ha sido el resto de nuestras vidas.

Esas fueron sus últimas palabras. Elisabeth le clavó el puñal que escondía entre los pliegues de su túnica. Evan se dejó matar; vería de nuevo a su amada.

Elisabeth se dejó morir; ya había cumplido con su destino.

Nota de la autora:

¡Feliz Año a todos! 

Este ha sido, oficialmente, el último capítulo de Nuevo Mundo este año. Ya solo queda uno más y el epílogo... ¿Qué os ha parecido este final de tantos personajes? ¿Lo esperabais? ¿Se os ha saltado alguna lagrimita?

Espero que os esté gustando el final de este libro y que comencéis bien el año. Ahora que se está acabando este libro, he subido un nuevo capítulo de Hielo violeta, a ver si esta historia os gusta tanto como Nuevo Mundo.

Gracias por leer! No olvides dar una estrellita y comentar qué te ha parecido todo.

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