Capítulo 22

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Tres días. Tres días habían pasado, y Ayato se rehusaba a hablar con Celeste acerca de aquel tema.

Sentía como el odio recorría su interior cada vez que pensaba en aquella escena. Las lágrimas de Celeste rodaban por sus mejillas después de haberle dicho, de manera tan seca, lo que él sentía.

¨¿Cómo puedes amar a alguien como yo? ¿Piensas que es divertido? había dicho. Definitivamente, parece que no sabes a qué amar. A qué apegarte.

No he hecho nada malo replicó la joven aquella noche—. ¿Cómo puedes pensar eso?

Olvídalo. Nunca pasará¨.

—¨Nunca pasarᨠ—se repitió en un susurro Ayato—. ¿Pero en qué estaba pensando?

Solo imaginar cómo se hubiera sentido Celeste en ese momento, hacía que se enfadará aún más consigo mismo. Tal vez había sido un idiota, un idiota muy grande... Pero, ¿cómo tenía que reaccionar si su nueva presa había decidido por enamorarse de alguien tan infame como él?

¡Ella había sido quien cometió el principal error! ¡Nadie se puede enamorar de su atacante!

—¿Ayato? —Llamó Laito—. Necesitamos que termines de arreglarte... Por tu culpa llegaremos tarde al instituto.

¨¡No hay nada de calma en esta maldita casa!¨ gritó en su interior el pelirrojo.

—Te esperaremos en el auto... Solamente faltan Yui y tú. Si puedes, avísale.

Las pisadas lejanas advirtieron a Ayato que su hermano ya se había ido.

—¿No pueden hacer otra cosa, aparte de molestar? —replicó mientras terminaba de acomodarse la chaqueta del instituto.

¨¡Eres un completo idiota, Ayato!¨ recordó lo que Celeste le había dicho cuando él se disponía a dejarla sola. ¨Pensé que podría haber algo más que arrogancia en ti...¨

—¡Hey, Ayato! ¡Abre la puerta! —la voz de Valeria se oyó afuera de su habitación.

Frunció el ceño. ¿Qué hacía ella ahí?

—¡¿Qué quieres?! —Gritó sin abrir la puerta. 

—Kanato ha dicho que se irán sin ti, Yui está con ellos ya... Y dicen que te verán allá, si es que andas de humor.

¨Si es que andas de humor¨ rodó los ojos.

Con o sin buen humor, Reiji siempre le obligaba a ir. Pero, ahora ya se habían ido, y podía quedarse en casa.

—¿¡Ayato!? —Llamó molesta Valeria desde fuera de la habitación—. ¡Holgazán! ¡Si te quedarás durmiendo, si quiera, avisa para que no me ponga a hablar sola!

—¡No estoy durmiendo!

¨Que insoportable es...¨ pensó el chico.

¨Debería de aprender modales... ¿No sabe que dejar hablando a alguien de esa manera es muy descortés?¨ pensó Valeria a su vez.

***

—¿Me prestas un libro?

—No.

—¡Por favor, Valeria! ¡No tengo nada que hacer!

—No.

—¡Por favor! ¡Por favor! —replicó Celeste.

—No. Consigue los tuyos.

—¡Por favooor! —imploró una vez más.

—No.

—¡Valeria! —protestó la chica de cabello rizado.

Con indiferencia, y sin levantar la vista de su libro, Valeria dijo:

—No te prestaré mis libros. La mayoría son de Reiji. Si quieres uno, pregúntale cuando vuelva.

—¡Pero, Valeria! ¿Qué te cuesta prestarme uno?

—Esfuerzo. Ahora deja de molestar, estoy en la parte más interesante.

—¡Pero si ya lo has leído tres veces!

Valeria ya no respondió.

—¡Que mala!

Sin respuesta.

—¡Valeria! —Picoteó la mejilla de su amiga—. Valeria... Valeria... Valeria... Valeria... Valeria...

Nada.

—Valeria... Valeria... ¡VALERIA, VALERIA, VALERIA!

La castaña cerró de golpe el libro.

—Te he dicho que no me molestes cuando leo —dijo antes de salir de la habitación.

—¿¡Ya puedo tomar un libro!?

—¡QUE NO! —gritó desde fuera.

¨Tanta insistencia para nada...¨ se dijo Celeste.

—¡Y ni siquiera hay otra cosa para entretenerse aquí! —saltó a su cama.

—¡MÁS VALE QUE NO ROMPAS NADA! —Gritó una vez más Valeria, esta vez su voz era más lejana y apagada.

¨Pero que bobería¨.

Cuando la calma reinó en la habitación, Celeste había querido dormir un momento, pero no podía; todo gracias a él.

Aquellos ojos esmeraldas la perseguían durante sus sueños, trayendo como consecuencia el aceleramiento de su corazón. Él podía hacer que Celeste se sintiese en el borde del abismo de la muerte cuando la veía de esa forma tan indiferente y distraída que tenía.

Su pecho subía y bajaba de manera lenta, gracias a sus respiraciones.

—Eh, Chichinashi, ¿podemos hablar?


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