Bebí una lágrima prístina que otrora reflejó
el firmamento, y en sus adentros resguardó
la prosperidad de los párpados que piso;
en un lugar lejano alguien lo mismo hizo

pero con una lágrima negra, siente arcadas.
¡Quién pudiera entender el todo de su mirada!
Que ruge y devora, que da vida y la inunda,
extensa, impiadosa, delicada y profunda...

en el azul bravío lleva el canto y viajeros
errantes, los encantos de un sol gemelo;
de barro es el hastío y espanto negligente,
de baldíos y oprobio de manos ingentes,

rojo de infernal testigo de los matarifes,
su sangre es la nuestra y de los arrecifes,
la muerte acecha en el silencio de tu llanto,
olvidado en cada mejilla mientras tanto.

Contemplo el horizonte, el ondear de las olas,
y pienso en los templos blancos en cada polo
desmoronándose en esta vida absurda y sola.
Su futura escasez es nuestro más grande dolo.