Capítulo 1

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Disclaimer: los personajes y el mundo de Harry Potter no me pertenecen, todo es obra de JK Rowling.

Aviso: ¡¡Muchas gracias por venir a mi fic!! Tengo que avisaros de que, antes de internaros en la historia, os vais a encontrar cosas que podrían afectar a personas sensibles. el fic contiene: sexo explícito, violencia, muchas muchas (muchas) palabrotas y expresiones groseras, conductas suicidas y autodestructivas, actitudes tóxicas y, además, también contiene una dosis de canciones deprimentes al principio de cada capítulo. Si os sentís fuertes mentalmente, bienvenidos a "Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido".


Capítulo 1

Everything's so blurry and everyone's so fake / And everybody's empty and everything is so messed up.

Todo está borroso y todo el mundo es falso, / todos están vacíos y todo es un desastre.

Puddle of Mudd - Blurry


DRACO

4 Octubre de 2001

Draco Malfoy salió de la oscura celda pensando que quizás podría ver la luz en cuanto cruzara esa puerta de acero. No lo hizo. El inmenso pasillo le pareció tan negro como la capa de los dementores que lo habían vigilado durante tres largos años. Más de mil días encerrado en Azkaban, más de mil días deseando morirse.

El funcionario del Ministerio de Magia conjuró un par de esposas mágicas alrededor de las muñecas blanquecinas de Draco y el joven mago sintió dolor cuando sus manos trataron de separarse unos centímetros la una de la otra. Fue como si le hubieran quemado.

El funcionario no dijo nada. Draco lo siguió, ni siquiera lo reconocía, pero era un hombre mayor que lo observaba como si alguien le hubiera encargado sacar de su jaula a una rata. Ignoró esa mirada sin mayor esfuerzo, le resultaba irrelevante por completo saberse rechazado. Suponía que era la costumbre.

Durante tres años en esa prisión, Draco Malfoy había sufrido tantas torturas y aberraciones que nada podía afectarle ya, había sido más que suficiente para que él perdiera cada pequeña gota de humanidad. Draco había comprendido la verdadera naturaleza de ese mundo: tristeza y oscuridad.

Entrecerrando sus ojos grises, Draco caminó tras el funcionario, con la cabeza baja. Sentía la presencia de un dementor a apenas un par de metros, a su espalda. La piel de su nuca se erizó y el frío se convirtió en particularmente intenso cuando la criatura se aproximó a él un poco más. Pero no se sintió triste, no, Draco ya no sentía nada.

Los gritos de otros presos llegaron a sus oídos, aunque él no levantó la vista ni un centímetro del suelo. Los mortífagos enloquecían con facilidad, especialmente cuando sabían que no había nada ya afuera, que el Señor Tenebroso había desaparecido definitivamente. Potter lo había matado.

El simple recuerdo le arrancó una amarga sonrisa. Era irónico, por supuesto que sí. Ni siquiera el mago más experimentado del mundo había podido terminar con Voldemort, no, tenía que haber sido el puto Harry Potter. Un adolescente que nunca había hecho magia fuera del colegio. Era absurdo, pero a la vez tenía sentido: Potter triunfaba en todo, en absolutamente cualquier actividad que se propusiera. Era... era casi una broma, un niño iluminado que había eclipsado a todos los demás desde el día que naciera. Malfoy no tenía ni idea de qué habría sido de Potter en esos años pero, a esas alturas, imaginaba que ya sería el maldito Ministro de Magia. No le extrañaría.

Bajaron unas escaleras de piedra sin barandilla. Draco observó con curiosidad el inmenso vacío a sus pies, apenas a unos centímetros de su cuerpo. La caída libre a la oscuridad parecía ser de kilómetros, si se caía, moriría. Si se tiraba... si se tiraba moriría. Acarició la idea de la muerte en su mente durante unos instantes, como si fuera agradable, cálida. Nada había sido agradable ni cálido en los últimos tres años allí.

—Ni lo sueñes —gruñó el funcionario, dándose la vuelta. Como si lo hubiera sentido mirar al vacío, quizás no era el primero que lo hacía—. Tardaría solo un instante en traerte de vuelta, no puedes caer.

Lo entendió al instante. Se trataba solo de una de las múltiples torturas de Azkaban, entonces. Si se lanzaba al vacío, no caería, tan solo tendría la sensación de estar a punto de morir de forma constante hasta que alguien —o algo— lo sacara de allí.

—No estaba pensando en eso —mintió.

En realidad, la idea de morir lo visitaba a menudo. Pero sabía que no podía suceder tan fácilmente, aún le quedaban cosas por hacer en ese mundo.

El sonido de su voz le resultó extraño. Se había escuchado a sí mismo gritar, sí, pero... ¿su voz normal? No, no la había oído en casi tres años. Era mucho más grave ahora que antes. Ahora Draco Malfoy era un hombre, no un muchacho, y se imaginó que todo en él había cambiado. No se había contemplado en un espejo en los últimos tiempos, evidentemente, así que no sabía cómo era.

Joder. Era duro pensar eso. «No sé ni qué puta cara tengo», gruñó en su mente.

Sintió unos ojos grises pegados a él mucho antes de pasar por su celda. Los notó clavados en su figura, como un cuchillo. Como un maldito cuchillo a punto de degollarlo.

Las puertas de hierro de las celdas permitían ver el exterior con claridad. La parte central de esas puertas era transparente, pero quemaba a cualquiera que tratara de traspasarla. Él mismo contaba con algunas quemaduras en los brazos por haber querido escaparse en momentos de terror. JA-JA. Había que ser muy imbécil para creer que podría haber salido de ahí.

Siguió caminando a lo largo del pasillo y el funcionario no se detuvo en absoluto cuando pasaron junto a la celda de su padre de Lucius Malfoy. En sus ojos grises no había nada positivo, nada bueno. No parecía contento de verlo, de saber que lo estaban liberando. Parecía... vacío. Solo vacío.

Draco se detuvo un instante y sus ojos se juntaron con los de su padre en el preciso momento en el que él pasó por su lado. Llevaba tres años sin estar tan cerca de él, sin verlo. Había escuchado sus gritos alguna vez, sí, pero nunca había podido comprobar si en realidad eran suyos. Eran tantas las personas que conocía allí, tantos mortífagos que eran parte de su vida antes de la guerra, algunos que habían sido casi parte de su familia.

La mirada de su padre, dura y afilada como una navaja, no se dulcificó en absoluto. El gesto de orgullo no había perdido fuerza en ese rostro demacrado. Tan solo sus ojos seguían siendo los mismos, el resto de esa cara, que una vez fuera angulosa y atractiva, mostraba unos ojos hundidos y una barba blanca descuidada. Su padre aparentaba veinte años más de los que tenía en realidad. Sus labios amoratados se movieron, pronunciando unas palabras que no llegaron a resonar, pero que Draco comprendió a la perfección. Solo cuatro palabras. Solo cuatro.

—Traidor. Fue tu culpa.

Y, a pesar de que creía que nada podría afectarle ya, que había tenido suficiente, se estremeció al oírlo. Su cabeza pareció bombear, a punto de estallar cuando procesó lo que su padre quería decir con eso. Recordó con claridad la última vez que lo había visto, justo el día en que ambos habían sido detenidos y juzgados para ser enviados a Azkaban. Su padre lloraba. Era la primera y única vez que lo había visto llorar en toda su vida.

Draco había llorado más en esos tres años que en todos los anteriores. Lucius Malfoy aún tenía veinte años más por delante antes de que se revisara su sentencia y existiera la posibilidad de poder salir de Azkaban. Draco dudaba de que su padre aguantara tanto tiempo vivo.

—Vamos. Camina.

Draco escuchó la voz de ese hombre tan desagradable y siguió caminando como un autómata, apartando la mirada de Lucius. De todas formas, había visto un brillo de locura en los ojos de ese hombre, era inconfundible. No. Definitivamente, Lucius Malfoy no soportaría mucho más tiempo allí. Draco se sintió mal por él, mal por sí mismo y también por la familia que él algún día había tenido. Ahora estaba solo.

Una puerta negra y vieja se abrió. El funcionario del Ministerio la cruzó y esperó unos segundos a que el presidiario lo siguiera. Draco caminaba despacio, le dolía el cuerpo, aunque ya se había acostumbrado. Nunca había sido extremadamente musculoso, antes era alto y esbelto, bien parecido. Ahora... Draco Malfoy pesaba unos quince kilos menos que cuando tenía diecisiete años y vestía el andrajoso uniforme de Azkaban: un mono a rayas negras y grises y una gabardina rota de tela fina que no le había ayudado a pasar las frías noches en esa terrible prisión. No llevaba zapatos, Draco Malfoy llevaba tres años descalzo.

—Quédate ahí —le pidió el funcionario.

Después se acercó con su varita y ejecutó un encantamiento de exploración para asegurarse de que Draco no llevara con él ningún objeto peligroso o encantado. La magia no le había estado permitida en los últimos años y, a partir de ese momento, se le concedería de forma reducida. Asintió con la cabeza, satisfecho, cuando se aseguró de que Draco Malfoy no suponía una amenaza.

—Vamos a aparecernos en el Ministerio —informó—, ¿conoces las normas de seguridad?

Draco asintió con la cabeza sin mediar palabra.

El hombre chasqueó la lengua, igualmente disgustado. No importaba la respuesta de Draco, pues él procedió a enumerar una larga lista de reglas absurdas que le impedían realizar la más sencilla de las acciones sin supervisión.

—Se te ha asignado un tutor que te acompañará durante los próximos meses en tu rehabilitación. Deberás escuchar sus instrucciones en todo momento, no se te permite acudir a ningún lugar sin informar debidamente a tu tutor y tampoco se autorizarán visitas familiares hasta que tu tutor no lo considere oportuno. ¿Entendido?

Draco casi soltó una carcajada amarga y rota. ¿Familia? ¿Qué familia?

—¿Quién será mi tutor? —preguntó con voz ronca. ¿De verdad esa sería su voz a partir de ahora?

—Un auror asignado por el departamento encargado del PRASRO.

—¿El qué?

—Proyecto de Rehabilitación de Antiguos Simpatizantes del Régimen Oscuro.

Ah, claro, esa mierda que se habían inventado para arruinarles —aún más— la vida a los únicos jóvenes mortífagos que iban a ser puestos en libertad condicional. Como si les estuvieran haciendo un favor. Ese proyecto era una puta lavada de cerebro, cualquiera podía verlo.

—Tú aceptaste formar parte del PRASRO. ¿Acaso no lo recuerdas?

No. No recordaba nada. La mitad del tiempo, Malfoy deliraba en una especie de trance para olvidar el infierno en el que se encontraba. Imaginaba que en eso consistía Azkaban: en desear estar muerto.

—Sí. Lo recuerdo —mintió una vez más.

La única esperanza de volver a ver la luz del sol era suficiente. Daría lo que fuera solo por respirar el aire fresco de una mañana londinense, por mirar al cielo y verlo azul, o gris, o del color que fuera, pero al menos verlo.

El funcionario agitó su varita y, al instante, hizo aparecer un par de zapatos negros de tela.

—Póntelos —le pidió, tendiéndoselos.

A Draco le resultó un tanto complicado ponerse los zapatos con esas esposas mágicas que le quemaban cada vez que movía las manos. El funcionario no llegó a forzarlo a que se calzara más rápido, pero golpeó el suelo con su pie con impaciencia hasta que el rubio consiguió hacerlo. Sus pies se sintieron extraños cuando entraron en contacto con la tela. Tenía la piel sucia, como recubierta de una capa de mugre asquerosa.

—Tu tutor te informará de todos las orientaciones y pautas a seguir durante este período de prueba. Recuerda que podrás volver a ser encarcelado ante cualquier acto que tu tutor considere un atentado contra la seguridad de la ciudadanía mágica.

Nada en el rostro de Draco se alteró ante esas palabras. Lo último en lo que quería pensar era en regresar allí, pues ni siquiera había tenido tiempo aún de marcharse. Decidiría qué hacer cuando saliera de la prisión. De momento tenía un objetivo muy claro, algo que le había rondado la mente cada día, cada hora, cada segundo durante esos tres años. Necesitaba una solución, tenía que deshacer el pasado de algún modo, cambiarlo.

El funcionario se acercó a él de nuevo y, por primera vez, posó su mano sobre su hombro. Lo hizo casi con asco, como si no soportara la idea de poner las manos en el cuerpo de un mortífago, pero aun así tuviera que hacerlo. El hombre suspiró y Draco Malfoy comenzó a temblar.

Acto seguido, los dos desaparecieron de Azkaban.


Nota de la autora:

Antes que nada, quiero agradecer su apoyo a un montón de gente que me ha ayudado (de algún modo) a escribir este fic.

Mil gracias a Elsa (elsadeabajo), a la que ya he vuelto loca con este Dramione y (que me está ayudando a crear el soundtrack re emooo!!), a Rose (MCCXXXIV), (primera persona que ha leído el principio del fic), a David (GreenBadWolf)(porque lo empecé a escribir en su casa!!), a Carlos (que lo amo), a Ague (AguePinkFloyd) (que no sé si me vas a leer, pero a ti te agradezco todo), a Sandra (por su asesoramiento en Dracos oscuros), a Gallaecia (que me enseñó BM/BS) y a todas las chicas del grupo de Facebook de Muérdago y Mortífagos, porque son pura INSPIRACIÓN para mí. ¡¡También a las lectoras de La Estrella más Oscura, que siguen a mi lado 5 años más tarde!!  

Este fic se me ocurrió mientras leía Breath Mints Battle Scars, de Onyx and Elm. Me inspiró muchísimo la idea de que los mortífagos pudieran recibir "terapia" para recuperarse. ¡¡Está en inglés, pero si queréis SUFRIR y enamoraros, leedlo!!



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