Capítulo 29

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Creo que este es el capítulo más largo del fic. Se lo dedico a Sandra LB, porque es su cumpleaños, aunque sé que no lo leerá hasta que el fic no esté completo jaja.

Probablemente sea uno de los capítulos más duros que he escrito y por fin veremos qué pasa con el plan de Draco (según me habéis comentado, la mayoría de vosotras cree que no va a dar resultado). ¡A ver qué pasa!

*Os he dejado en multimedia una HERMOSURA que ha pintado mi amiga golden.rose.art (es su nombre de instagram) y que me ENCANTA*


Capítulo 29

I never meant to start a fire / I never meant to make you bleed.

Nunca quise empezar un fuego / Nunca quise hacerte sangrar.

Jaymes Young - I'll be good


DRACO

Salió del Caldero Chorreante a toda velocidad, sin despedirse de nadie. Les dedicó una última mirada a Pansy y a Blaise, deseándoles en silencio que todo les fuera bien en su vida juntos, sabiendo que así sería. Le dio pena no ver también a Astoria, pero asumía que ella seguía encerrada en el baño con Weasley.

Los planes habían cambiado, pero no pasaba nada. Podría apañárselas sin la sangre de Astoria: estar en la calle, libre, era suficiente.

Draco cruzó la calle Charing Cross a paso ligero, aunque sin llegar a correr. Imaginaba que eran las once de la noche, o algo así, por suerte no era muy tarde. El frío de la noche le ayudaba a despejar su mente de lo que acababa de suceder, de cómo Granger había estado a punto, muy a punto, de arruinarlo todo.

Joder, es que él era un puto traidor en el que no se podía confiar. Había estado cerca de no marcharse del Caldero Chorreante, de quedarse allí con ella y tratar de... de hablar, o de razonar. No tenía muy claro qué era, pero sí sabía que, por un instante, había pensado en no resucitar a su madre, en vivir él en su lugar.

Era la primera vez en tres años que pensaba en eso. Tres largos años sabiendo que debía morir para que ella viviera y... de pronto, Granger casi le hacía cambiar de opinión. Nada más y nada menos que Hermione Granger.

Maldita sea, todo eso había sido muy difícil... esa situación había resultado dolorosa físicamente. El modo en el que ella se arqueaba para recibirlo, cómo se había corrido con sus dedos, cómo le había tocado... tan solo le había faltado suplicar para que la besara y Draco tenía mucha suerte de que no lo hubiera hecho, porque eso sí que habría sido la ruina de todo su maldito plan.

Granger era peor que una Imperdonable, se alegraba de no tener que volver a verla nunca más... y aun así, se sentía mal por el modo en el que la había tratado antes de irse de esa habitación del Caldero Chorreante. La había llamado patética, porque esa era la única manera de conseguir que Granger estuviera tan enfadada con él ese día que no saliera a buscarlo. Y era de vital importancia que no lo hiciera.

No podía mentir, habría preferido otro final para eso que había sucedido con ella. Habría preferido, quizás, hablar con ella de forma más civilizada por última vez, confesarle que esperaba que, algún día, ella dejara de ser tan inocente y no confiara en el Ministerio de Magia de forma ciega. Porque ella era una buena profesional —por supuesto que sí— y, estaba seguro, también había sido una buena auror. Esperaba que personas como Hermione Granger pudieran mejorar el Mundo Mágico en el futuro y que consiguieran llegar a una verdadera paz, perdonando a quienes habían obrado mal durante la guerra.

La calle Hollyhock era larga, pero el número 28 no estaba tan lejos. Cuando Draco llegó al particular jardín delantero de la casa de su tía, no dudó en cruzarlo. Los enanitos del césped dormían sobre la hierba y uno de ellos gruñó cuando lo escuchó pasar, como si lo hubiera despertado. El cielo presentaba una oscuridad bastante particular, quizás porque era la noche de Halloween y la magia se convertía en mucho más poderosa ese día. El ambiente parecía electrificado.

Tocó la puerta de la casa varias veces y su tía Alcacia tardó casi cinco minutos en acudir a abrir. Cuando lo hizo, Draco reconoció que la mujer estaba en pijama. Era raro verla sin maquillaje. Bueno, para Draco era raro verla, en general.

—¿Draco? —preguntó ella, sorprendida—, ¿qué haces aquí? ¿Te has escapado?

—No, no. —Él negó con la cabeza—. Es la noche de Halloween. Se nos permite salir de la Residencia.

La mujer pareció dudar un instante antes de hacerse a un lado y dejarlo entrar al interior de su casa. Se apretó en el pecho la bata oscura de lana que llevaba, pues en la calle hacía un frío de mil demonios.

La última vez que él había estado en esa casa, tan solo una semana antes, había tenido una interesante conversación con su tía. Había terminado llorando al hablarle de su madre y de cómo esta había muerto. También decidió compartir con Alcacia, de forma superficial, su terrible experiencia en Azkaban.

Alcacia, horrorizada, le había hablado de cuántas veces ella había escrito cartas al Ministerio para preguntarles sobre él y su estado, la mayoría de veces sin recibir ninguna respuesta. Después, con toda la sinceridad y seriedad del mundo, Alcacia lo miró a los ojos y le prometió que, cuando fuera puesto en libertad y pudiera dejar la Residencia, podría irse a vivir con ella en la calle Hollyhock. Y esas palabras ya significaban suficiente para Draco, aunque él supiera que eso jamás sucedería. Apreciaba el hecho de que alguien, su tía, no lo hubiera olvidado en esos años.

—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —ofreció ella—. Te prepararé un té, puedes dormir en el cuarto de Tommy...

—No, no puedo quedarme, lo siento, tía —contestó él, en la mejor actuación que jamás había llevado a cabo—. He venido porque me dijiste que tú recogiste en una caja nuestras pertenencias más relevantes de Malfoy Manor. Ahora que tengo una habitación en la Residencia, me gustaría conservar algunas de nuestras cosas.

Alcacia se mostró desconcertada, por supuesto. Porque él acababa de llegar de la nada, en mitad de la noche, pidiéndole que le entregara una caja llena de recuerdos y objetos extraños. Sin pedirle más explicaciones, la mujer asintió con la cabeza.

—La traeré en un momento.

Su tía desapareció, escaleras arriba y Draco se quedó parado en su salón un momento. Contempló que todo estaba en orden, en armonía. Le habría gustado vivir ahí con su tía en algún momento, habría sido bonito, habría sido... bueno. Pero Draco Malfoy debía aceptar que su destino era otro. Se preguntó si podría ver a su madre un instante, quizás antes de que él muriera se cruzarían en el camino. Quería verla una última vez, quizás abrazarla y oler el aroma de su cabello antes de marcharse. Sí, eso quería.

—No es mucho —comentó Alcacia, bajando las escaleras con una pesada caja de cartón entre sus manos—, imagino que... te habría gustado conservar algo más.

Él se adelantó y agarró la caja, evitando que su tía tuviera que cargar con ella ni un segundo más. No se le escapó el hecho de que Alcacia no había utilizado su varita para cargar con la caja escaleras abajo, eso podía ser por dos razones: porque estaba muy acostumbrada a la vida muggle, al haber estado casada con un hombre que no era mago o, quizás, porque no quería usar magia delante de él. Quizás tenía miedo... y no le faltaba razón. Draco tenía toda la intención de robarle la varita a su tía en cuanto tuviera ocasión, para eso estaba allí.

Llevó la pesada caja hasta el salón de su tía y la depositó en el suelo.

—¿Qué ha pasado con Malfoy Manor? —preguntó por mera curiosidad.

Alcacia apretó los labios.

—Va a ser subastada. De momento... de momento no creo que nadie vaya a comprarla.

Él se encogió de hombros.

—¿Por qué no? Es una buena casa.

—A algunos magos les parece que es una mansión un tanto... oscura.

Eso le hizo reír.

—Por supuesto que es oscura. Llegó a ser utilizada como base de operaciones del ejército de Voldemort —opinó—, pero no deja de ser una buena casa.

Alcacia no dijo nada. Dio un paso atrás.

—Te daré un momento a solas.

—Gracias.

Cuando ella se hubo ido, Draco suspiró, arrodillándose frente a la voluminosa caja de cartón. Tantos años de la vida de los Malfoy reducidos a una caja de madera que tan solo le llegaba hasta las rodillas. ¿Era justo? ¿Se lo merecían? Probablemente sí, al menos Lucius y él sí lo hacían.

Draco sabía que iba a morir. Y había algo dentro de él que se agitaba con furia, como si una parte de su mente quisiera impedirlo por todos los medios. Aun así, él se mantenía en calma. El dolor en su pecho era tan grande que, a decir verdad, apenas llegaba a sentir nada más. Así era como quería permanecer: insensible.

Durante varios minutos, sus manos estudiaron un montón de objetos que reconocía muy bien: que habían sido parte de su vida, de toda su vida. Sacó un marco con una fotografía de sus padres en Hogwarts. Aparentaban unos quince o dieciséis años y ninguno de los dos sonreía. Otra fotografía los mostraba a los tres, era una imagen de cuando Draco tenía siete u ocho años y tampoco sonreía.

—No puedo negar que somos familia —susurró para sí mismo.

En la siguiente fotografía, se presentaban varias decenas de alumnos de Hogwarts: había sido tomada en su primer año en el colegio de magia y, a decir verdad, él no recordaba haberla visto nunca en ningún lugar de su casa. Quizás estaba cerrada en algún cajón y su tía Alcacia, al verla, había decidido guardarla en esa caja con el resto.

Draco observó la imagen y se encontró a sí mismo con facilidad: en la primera fila. Todos vestían el uniforme de Hogwarts y él tenía el cabello rubio peinado hacia atrás. Parecía incómodo y descubrió, al instante, la razón de eso: lo habían colocado junto a Hermione Granger para tomar esa foto. Todavía recordaba cuánto le había molestado, pero no se había quejado en voz alta ante ningún profesor. Draco siempre había intentado mantener las apariencias, eso le había enseñado su padre. «Haz lo que quieras, pero no lo hagas delante de la gente». Y precisamente en ese momento estaba siguiendo su consejo.

La fotografía se movió y él se vio a sí mismo mirando de soslayo a Granger, con una mueca de superioridad en el rostro.

—No sabías nada aún, Draco —le dijo a la imagen.

Granger lo ignoraba de forma deliberada, a pesar de que él le había susurrado un par de insultos ese día. La niña de cabello rizado y ojos castaños no apartaba la vista de la cámara que los apuntaba en uno de los amplios pasillos del colegio. Draco habría dado cualquier cosa por volver a ese día.

Volvió a enterrar sus manos dentro de la caja y encontró algunos libros, ninguno era importante. También había un joyero de Narcissa. Era negro y plateado, tan elegante como lo había sido su madre. A Draco se le aceleró el corazón cuando lo encontró y lo abrió de inmediato, cerciorándose de que estaba lleno de joyas que le habían pertenecido a Narcissa desde que ella solo fuera una Black. Tomó entre sus dedos un anillo de oro blanco con pequeños zafiros negros engarzados. Lo apretó entre sus dedos un instante, recordando a su madre cada vez que usaba ese anillo en sus dedos finos y pálidos.

Draco cerró el joyero, quedándose con el anillo en la palma de su mano. Era precioso. Sus ojos se alejaron del brillante solo un momento después, cuando reconoció un estuche alargado de terciopelo oscuro en la caja.

—No jodas... —dejó escapar.

Depositó el anillo sobre el suelo y, de inmediato, tomó el estuche de terciopelo. No se lo podía creer: era el estuche donde su madre guardaba su varita. ¿De verdad podía tener tanta suerte? Había conseguido el anillo y ya se consideraba afortunado pero, tener la varita de su madre ahí era demasiado. Lo abrió deprisa y sus labios compusieron una mueca de decepción al momento: estaba vacío.

¿Dónde estaba la varita de su madre?

Y solo tuvo que levantar la vista para comprenderlo: la tenía su tía Alcacia. Mierda.

Draco tomó el anillo perteneciente a su madre, pues lo iba a necesitar. Se lo metió en el bolsillo y procedió a ponerse en pie.

—¿Tía? —llamó.

Y ella apareció al instante, como si no se hubiera ido muy lejos. Los ojos grises de Alcacia Williams lo observaban con cierta preocupación y a Draco no se le escapó que temblaba al acercarse un poco a él. Los ojos de Alcacia viajaron hasta la caja y encontraron el estuche de terciopelo abierto. La mujer apretó los labios y, ya sin ningún pudor, apuntó a su sobrino con su varita.

—¿Qué haces? —preguntó Draco, haciéndose el tonto.

—Draco, será mejor que te vayas —dijo ella—. Creo que deberías volver a la Residencia.

Si él creía que era bueno disimulando y que había conseguido engañar a su tía, era evidente que estaba muy equivocado. Negó con la cabeza.

—¿Dónde está la varita de mi madre? —preguntó firmemente.

—Draco... no puedes hacer magia, lo sabes. Si el Ministerio se entera te enviarán de vuelta a Azkaban.

—No me importa —confesó él—, merecerá la pena.

El rostro de Alcacia se contrajo con desilusión al escucharlo hablar.

—Por favor, Draco, no hagas esto. Todo estará bien muy pronto, solo tendrás que vivir en la Residencia un tiempo y después serás libre. Tienes toda la vida por delante.

Draco negó con la cabeza. ¿Por qué nadie lo entendía? ¿Por qué era tan difícil explicar que él no quería una vida que le había arrebatado a su propia madre? Tan solo quería que lo dejaran en paz de una puta vez.

—Dame tu varita, por favor, tía Alcacia —pidió—, nadie va a echarte la culpa de nada, estará más que claro que yo te he obligado a hacerlo.

—¡Claro que no! —respondió ella soltando un grito—. Draco, si no te vas ahora mismo me vas a obligar a lanzarte un hech...

La habitación tembló de golpe. Como si se sacudiera. Draco sabía que la culpa de eso la tenía él mismo: era un brote de magia involuntaria. Llevaba años sin poder realizar magia y ahora esta estaba concentrada en su interior, salía de vez en cuando, si se enfadaba o se frustraba. Lo había experimentado con Granger, pero esa noche, la noche de Halloween, estos brotes de magia eran aún más fuertes.

Lo pensó un momento y le resultó casi poético: iba a morir y a resucitar a su madre en la noche de los muertos.

—Tía Alcacia, no me lo pongas más difícil. Dame tu varita o tendré que quitártela.

Y nadie en su sano juicio se habría enfrentado así, desarmado, a un mago de más edad y con mucha más experiencia. Pero Draco, con varita o sin varita, se sentía especialmente poderoso esa noche.

—Draco, recapacita, por favor —le pidió Alcacia y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, alterando el hermoso y estoico rostro tan representativo de la dinastía de los Malfoy—. Eres solo... solo un niño.

Y sus palabras sonaron a súplica. Seguramente lo eran.

La casa tembló una vez más. Un par de cristales del salón saltaron por los aires, explotando en un crujido agudo. La varita de Alcacia Williams se escapó de entre sus dedos, como llevada por una ráfaga de aire, y cayó al suelo. En ese momento, Draco Malfoy no perdió el tiempo para lanzarse corriendo a por ella. Sabía que, normalmente, los brotes de magia sin varita no llamaban la atención del Ministerio, pues solían pertenecerles a niños magos menores de once años. De todas formas, ese brote era demasiado fuerte. Acababa de hacer magia, mucha magia. Los aurores podían estar de camino.

Draco se puso en pie y apuntó a su tía con su propia varita. Sabía que era posible que la varita no lo obedeciera tan bien como la suya —que a saber dónde demonios estaba— y que, probablemente, debería haber buscado la varita de Narcissa... pero no tenía tiempo. Su tía se quedó parada con la boca abierta al comprobar lo que él acababa de hacer, cómo su magia se había descontrolado.

—No lo hagas —le pidió en un susurro.

—¿Cómo sabes lo que quiero hacer? —preguntó él con voz grave, sentía las lágrimas luchando por escapar de entre sus ojos.

Alcacia tomó aire antes de responder. La mujer estaba pálida, triste. A Draco le sentó muy mal verla así, saber que él era el culpable del estado de su tía. Pero debía hacerlo, esa noche era la noche.

—Porque soy tu tía, porque te he visto crecer, he visto en lo que te has convertido, Draco... eres un buen chico, aunque tú no lo sepas, deberías permitirte perdonar.

—¿Perdonar a quién? —preguntó él.

—A ti mismo.

Hubo un silencio. Draco sabía que esa era su última oportunidad para arrepentirse, su vida aún podía ir a algún sitio si le devolvía la varita a su tía y se entregaba a los aurores en cuanto llegaran. Pero no iba a hacerlo.

Él tenía una deuda y esa noche iba a pagarla.

—Lo siento mucho, tía Alcacia —susurró finalmente—, de verdad.

—Draco, n...

Apuntó a la mujer con su propia varita.

Desmaio.

El cuerpo de su tía Alcacia cayó al suelo y él corrió hacia ella, evitando que se golpeara la cabeza. Consiguió apoyarla sobre la madera oscura del suelo.

Draco calculaba que los aurores llegarían en un par de minutos, no tenía mucho tiempo. Lanzarle ese hechizo a su tía significaba haber usado verdadera magia; ya no había vuelta atrás.

Sacó el anillo de su madre de su bolsillo.

—Un objeto que pertenezca a la persona que será resucitada —enumeró.

Perfecto. Lo tenía.

—La sangre de un ser querido. —Se giró hacia su tía Alcacia. Sí, sería suficiente.

Por último, Draco se miró a sí mismo y alzó su brazo blanco, contemplando la infinidad de venas azules que circulaban bajo su piel.

—Y mi propia sangre.

Tenía las tres cosas. Por fin.

Draco se dejó caer de rodillas en el suelo, dispuesto a comenzar con el hechizo. Colocó el anillo frente a él y después se preguntó qué sangre debía utilizar primero.

—La mía —se dijo.

No tenía especial interés en hacerle un corte en la piel a su tía, pero lo haría. Sanaría pronto y, al día siguiente, la mujer ni siquiera notaría nada extraño. Desde luego, era mucho más agradable conseguir la sangre por propia voluntad de la persona que él eligiera, pero no podía hacer nada al respecto. Incluso con Astoria habría sido complicado, pues ella se habría olido que utilizar Magia Negra de sangre no podía ser nada bueno.

Observando su piel, Draco posó la varita por encima de la zona de su piel en la que se dibujaba la Marca Tenebrosa. Tomó aire un instante antes de proceder a cortarse. Sería bonito no tener que ver esa puta marca nunca más, en realidad. Podía considerarse casi afortunado de estar a punto de morir.

Dudó un instante, no se puede decir que no lo hizo. El dolor de su pecho, todo el llanto acumulado se hizo patente solo por un momento. Se dijo a sí mismo que no debía hacerlo, que sería más prudente tirar esa varita y salir corriendo de la casa de su tía. Menudo puto cobarde estaba hecho. Entendía que su padre lo odiara, no había dejado de ser un traidor ni un solo momento pero ahora, justamente ahora, no podía permitirse traicionar a Narcissa.

Scalpo —susurró.

Había llegado el final. Cerró los ojos.

...

Preparado para ver la sangre roja correr por la Marca Tenebrosa, Draco se quedó quieto cuando vio que nada sucedía. Abrió los ojos de nuevo y observó que su brazo permanecía exactamente igual que antes.

Scalpo —repitió.

Nada.

¿Qué coño pasaba? Quizás la varita no le obedecía, pues no era de su propiedad. Apuntó a uno de los cristales del suelo, uno de esos que había caído de una de las ventanas rotas.

—Accio cristal.

Y, un instante después, el cristal llegó hasta su mano por arte de magia. Eso no podía ser, la varita funcionaba: acababa de hacer magia.

Dejó la varita a un lado y tomó el cristal entre sus dedos. Lo dirigió a su piel con fuerza y se preparó para el intenso dolor que le esperaba cuando el vidrio comenzara a cortar su piel... pero no lo hizo, el vidrio roto y puntiagudo acariciaba su piel con violencia, pero no la cortaba. Como si una barrera invisible separara la afilada punta de su brazo.

Draco comenzó a llorar.

No podía sangrar. No podía. Se clavó el cristal en la piel con más fuerza, pero el efecto fue el mismo: ninguno.

Las lágrimas rodaban, gruesas, por sus mejillas. Se estaba dando cuenta de que todos sus esfuerzos esa noche habían sido en vano: desde lo que había sucedido con Granger en el Caldero Chorreante hasta el hechizo que le había lanzado a su tía. Nada servía, porque él no podía sangrar, algo se lo impedía.

Tiró el cristal al suelo con fuerza y este se fragmentó de nuevo. Después tomó la varita entre sus dedos con fuerza y se apuntó a sí mismo.

Sectumsempra —dijo.

Como la vez anterior, la varita no respondió. No podía dañarse, era imposible.

La realidad lo golpeó de repente: había fallado. No podría resucitar a su madre porque le habían hecho quién-coño-sabía-qué para evitar que se hiciera daño a sí mismo. Malditos psicópatas del Ministerio, seguro que temían que los ex convictos de Azkaban se suicidaran al salir, después de quedarse traumatizados por la puta prisión.

Y, fuera cual fuera el método que habían usado, funcionaba. Draco Malfoy no podía hacerse daño. No físicamente, al menos.

La siguiente realidad lo golpeó con más fuerza aún: volvería a Azkaban después de lo que acababa de hacer. No había forma de que no lo hiciera.

Ahogó un grito al llegar a esa conclusión, como si se tratara de un animal herido que pudiera ver el peligro acercarse a él para rematarlo. El pánico comenzó a apoderarse de él. Si lo iban a llevar de vuelta a Azkaban, prefería lanzarse una puta imperdonable él mismo. Quería morir como fuera antes de que los aurores llegaran... pero no podía hacerlo, porque estaba claro que era imposible para él hacerse daño. Todo era un círculo vicioso del que no había forma de escaparse: iba a volver a Azkaban y no había más vuelta de hoja. Esa era la única opción.

Draco se dejó caer sobre el suelo y comenzó a llorar como nunca había llorado, tanto que se quedó sin respiración y deseó, por favor, por favor, por favor, poder morirse como fuera. De cualquier manera. Pero morirse ya, antes de que los dementores aparecieran y se lo llevaran, antes de tener que enfrentarse de nuevo a Azkaban.

El pánico lo poseía y, por más que luchara por conseguir respirar, le fue completamente imposible. Intentó gritar y le dolió hacerlo, puesto que el aire entraba en su interior con dificultad. Apretó mucho los ojos y las lágrimas brotaron aún más abundantes.

Quería morir. Necesitaba morir.

Le faltaba el aire y el llanto era el único sonido que se escuchaba en esa sala. Draco Malfoy, tumbado sobre el suelo de madera se estaba ahogando sin ahogarse en realidad.

Y no podía hacer nada al respecto, absolutamente nada.


AAAAAAAY. Bueno, me muero de pena con Draco porque es que TODO le sale mal al pobre. ¿Qué opináis? Sé que esperabais que no consiguiera realizar el hechizo pero, ¿os imaginabais que fuera a salir taaaaaaaaaan mal?

Me lo he pasado muuuy bien leyendo los comentarios del capítulo anterior, espero que ahora entendáis un poquito más lo que Draco sentía en el Caldero Chorreante con Hermione. De todas formas me estoy planteando, cuando haya subido el fic entero, escribir algún capítulo desde la perspectiva contraria por si os interesa saber qué estaba sintiendo Draco en los capítulos de Hermione y viceversa.

Nos vemos el viernes y gracias por leer, muchos besos, chicas. Sois lo MEJORRRRR.

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