Capítulo 59

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No sé si os pasa. A veces, cuando se me ocurre una historia nueva, hay un par de escenas que se me vienen a la mente el primer día y que me hacen pensar: "este capítulo quedaría genial, ojalá pueda escribirlo".

Pues este es uno de esos capítulos :)


Capítulo 59

If you love me, don't let go.

Si me quieres, no me sueltes.

X Ambassadors - Unsteady


HERMIONE

Llevaba horas buscando a Draco, pero él parecía haberse desvanecido. Hermione recorrió todos y cada uno de los callejones del Londres mágico, acudió a casa de Alcacia y le rogó a la mujer que la avisara si lo veía, incluso fue a la Residencia y entró en la habitación 56 del cuarto piso: ahora estaba vacía por completo.

¿Dónde estaba Draco Malfoy?

Hermione la había cagado, se daba cuenta de ello a la perfección. Nunca había creído que esa situación pudiera acabar de ese modo, que Draco saldría corriendo así. Había sido después de ver a Scholz, ella lo sabía. ¿Significaba eso que Scholz era el torturador de Draco? Hermione ya no tenía dudas al respecto. Pero necesitaba que él testificara. Que se lo dijera a ella, o a Harry. Necesitaba que Draco hablara con ellos para poder denunciarlo formalmente, si no, sus sospechas eran inútiles.

Y juraba que, si Draco le decía que Scholz era su torturador, ella misma no dudaría un solo instante y se ocuparía de lanzarle cruciatus tras cruciatus a ese animal hasta que confesara.

Hermione había tratado de encontrar a Draco en la propia mansión Greengrass, pero él se había desvanecido en la nada. Necesitaba hablar con él, abrazarlo y besarlo. Decirle que, después de que él confesara, todo habría acabado. Astoria y Ron, dos personas que también podrían ayudarla a encontrarlo, se habían marchado. Estaba claro que no podía contar con ellos.

Acudió a la casa de Harry, le contó todo lo sucedido y le pidió que mantuviera a Scholz vigilado mientras ella encontraba a Draco. Lo tenían, casi lo tenían en sus manos. Si Draco hablaba, John Scholz dormiría esa misma noche en Azkaban...

Después de doce horas buscándolo, las posibilidades de encontrarlo en ese día cada vez se hacían más escasas. Harry intentó enviar a otro auror a Azkaban para hablar con alguno de los prisioneros, pero, como ya sabían, la entrada a la prisión les fue negada a los aurores. No podían saltarse esa prohibición, al igual que tampoco podían proceder a arrestar a Scholz sin más. Si resultaban estar equivocados, aunque las posibilidades fueran escasas, provocarían que su investigación quedara expuesta.

Era casi la una de la mañana cuando Hermione llegó a su apartamento. Estaba exhausta, llevaba horas y horas vagando por cualquier sitio donde Draco pudiera haberse refugiado. Y aun así no lo había encontrado. Había acudido incluso a Malfoy Manor, pero la casa estaba vacía y cerrada por un encantamiento mágico que los nuevos propietarios habían aplicado a la mansión. Draco no estaba allí, era imposible. Había tratado de hallarlo utilizando su mapa mágico, pero este ya no funcionaba; él no formaba parte del PRASRO.

Subió las escaleras de su edificio, arrastrando los pies. Hermione se había cambiado de ropa unas horas antes, pues perseguir el rastro de Draco Malfoy con tacones y ese vestido elegante no resultaba ser la mejor idea. Se había librado de Scholz en un abrir y cerrar de ojos y él no había insistido en permanecer junto a ella, afortunadamente.

Se sorprendió cuando, apenas llegando a su piso, Hermione encontró a Crookshanks olisqueando un lado de la escalera de madera, fuera de su apartamento. Se quedó congelada. ¿Cómo demonios había llegado su gato allí?

—¿Crookshanks? —susurró, apresurándose a agarrarlo.

Miau.

—¿Qué haces...?

Hermione tomó el cuerpo peludo, cálido y pesado de Crooks en sus brazos y subió los últimos escalones que faltaban para llegar hasta su apartamento. La puerta de madera estaba entreabierta y un escalofrío la recorrió de arriba abajo.

Miau.

Alguien estaba allí. Lo sentía. No se trataba de un ladrón o alguien que hubiera irrumpido en su hogar, no, algo le decía que la persona que se había colado dentro no había salido después.

Hermione empuñó su varita sin dudar y empujó la puerta con el pie. Esta se abrió con un crujido y Crooks saltó desde sus brazos, aterrizando sobre el suelo de madera. El gato corrió dentro de la vivienda sin siquiera volverse de nuevo hacia su dueña.

Fue entonces cuando Hermione lo vio: sentado en uno de los sillones del salón, girado hacia la puerta y con un vaso de whisky de fuego en la mano. Draco había abierto la única botella de whisky de fuego que ella poseía y que jamás había probado, ya que solamente había sido un regalo de Navidad del trabajo. Dejó escapar el aire contenido en sus pulmones y bajó la varita.

—¡Draco! —gritó.

No lo dudó. Hermione cerró la puerta tras de sí y salió corriendo hacia el sillón desde el que él la miraba con gesto inexpresivo.

—Yo que tú no haría eso —advirtió él.

Pero lo escuchó demasiado tarde. Hermione se chocó con algo, como una pared de ladrillo completamente invisible. El impacto fue tan fuerte que Hermione cayó hacia atrás tras golpearse la frente contra esa barrera. Se quedó sin respiración durante varios segundos, confundida. ¿Qué demonios había sido eso?

—Una barrera mágica —comunicó Draco, respondiendo esa pregunta que ella no había formulado—, es para que no te me acerques. Ya sabes, por si se te ocurre tocarme... —Draco dio un nuevo trago a su vaso de whisky y lo tragó con lentitud—, los dos sabemos que pierdo toda la voluntad cuando me tocas. Me parece que te has aprovechado de eso un par de veces antes, ¿no, Granger?

Y ella ahogó un pequeño grito. Toda esa felicidad que había sentido al distinguir la figura de Draco allí comenzaba a desvanecerse, se convertía en temor, poco a poco. El rostro de Draco estaba hinchado y amoratado, como si alguien le hubiera dado una maldita paliza... y quizás así fuera.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó ella, poniéndose en pie con dificultad—, ¿quién te ha hecho eso?

—¿Hecho el qué? —respondió Draco, haciéndose el inocente. Después señaló a su ceja rota y su mejilla inflamada—. Ah, ¿esto? Un amigo muggle. Me hizo un favor, puesto que es un verdadero fastidio para alguien como yo intentar sangrar. El Ministerio y tú habéis hecho bien vuestro trabajo.

Si bien el golpe en la cabeza la había confundido durante unos segundos, Hermione veía la situación con más claridad cada vez. Y el terror era incluso más intenso ahora. Trató de avanzar hacia él, pero la barrera invisible era tan dura como un muro real. No había forma de traspasarlo.

—Draco, ¿qué demonios estás haciendo?

Él, indolente como solía ser antes, bebió un trago más del whisky y soltó una carcajada cargada de sarcasmo.

—Visitarte, Granger. He venido a verte una vez más, a disfrutar unos minutos del placer de tu compañía... ya sabes por los viejos tiempos.

Ella trató de tomar aire. Eso no podía estar pasando. Ese no era el Draco Malfoy al que ella conocía, del que se había enamorado. Ese Draco que se encontraba frente a ella la odiaba... y se odiaba a sí mismo, o eso parecía por el modo en el que hablaba.

—Draco, no entiendo qué quieres... qué está sucediendo —dijo—, pero necesito tu colaboración. Te vi esta mañana, ¡te vi reconocer a Scholz! —exclamó, sus manos temblaron—. Dime que lo reconociste, ¿fue él quien te torturó en Azkaban?

Una nueva carcajada y esta vez Draco se las ingenió incluso para aplaudir con dificultad, pues sujetaba el vaso en una de sus manos y su varita de madera en la otra. Su gesto no se alteró un ápice. Ese no era su Draco, no lo era.

—Por Merlín, Granger, he dicho que estoy aquí por los viejos tiempos, pero tampoco tienes que comportarte como tal. No soy gilipollas, aunque tú creas que sí. Es obvio que lo sabes todo, ¿puedes dejar el teatro de una puta vez? Te juro que empieza a molestarme.

—No, no es como tú crees, Draco.

Él bufó.

—¿Ah, no? Me quitas un peso de encima, entonces. Joder, por un momento he creído que tú sabías que fue Scholz quien me torturó, a mí y a muchos mortífagos más, de forma constante, casi todos los putos días durante... a saber cuánto tiempo. —El sarcasmo estaba patente en su voz de nuevo—. Pero ya veo que tú no sabías nada, Santa Granger...

—Draco, por favor, escúchame —rogó Hermione en un susurro—, no es como piensas.

—¿No?

—No tenemos pruebas, no las teníamos entonces... pero las tendremos si tú testificas. Se abrirá un caso criminal contra Scholz, podremos interrogar al resto de prisioneros en Azkaban, ¿lo entiendes?

Ella contempló cómo Draco asentía con la cabeza con una media sonrisa en su labio roto. Bebió una vez más, hasta acabar su whisky y dejó el vaso sobre la mesa de cristal junto al sillón. Ella nunca lo había visto beber así y, de todas formas, no parecía estar borracho. Como si hubiera bebido tanto que el alcohol ya no tuviera más efecto en él. La camisa de Draco estaba entreabierta y parte de su pecho se veía a través de su ropa. El traje negro y elegante seguía sentándole como un guante, perfecto. Si no fuera por el desastre que había en su rostro, estaría exactamente igual que esa misma mañana en la boda.

—¿Te das cuenta... —siseó Draco—, de que eres una puta mentirosa y una manipuladora, Hermione Granger?

Esas palabras dolieron. Dolieron de verdad, porque ella sabía que todo eso era un maldito malentendido. Que la realidad no tenía nada que ver con lo que había en su mente, cegada por la furia. Hermione sintió que un nudo subía por su garganta al mismo tiempo que sus ojos se humedecían.

—Déjame demostrártelo, Draco —rogó—, te estoy diciendo la verdad. Esto es solo... solo una confusión.

—Discúlpame si he dejado de creerte. Eres buena, Granger, me has tomado por estúpido durante bastante tiempo... ya sabes, con toda esa invención de que me querías. —Una mueca se estableció en su rostro, una mezcla entre crudo dolor y un humor extraño—. Seguro que te has reído muchísimo de mí.

Con un gesto vago, Draco señaló la mesita de la entrada. Sobre ella había una cajita oscura que ella conocía bien.

—Bonitos pendientes, por cierto —susurró él—, muy dignos de un tío que no significa nada para ti y al que estás a punto de mandar a Azkaban, ¿no?

Mierda, mierda. Hermione no podía ignorar que en la puñetera caja decía que esos pendientes eran un regalo de Scholz, y Malfoy los había visto. Ella no se había puesto esos pendientes jamás, ni siquiera los había vuelto a tomar entre sus dedos desde el día en el que su jefe se los diera. Por Merlín, ese era el malentendido más grande de toda la historia.

—Te quiero. No hay nada falso en eso. Draco, tienes que creerme.

—¡DEJA DE MENTIR, JODER! —exclamó él—, ¿es que no te cansas nunca? Estás enferma, Granger. E-N-F-E-R-M-A. Ni siquiera yo, ni siquiera el peor de todos los putos mortífagos sería capaz de hacer lo que tú me has hecho a mí.

—¡Estoy diciendo la verdad, Draco! —respondió ella—. Te quiero. Y eso es todo. No he podido arrestar a Scholz, necesitaba tener un testig...

Draco se puso en pie de golpe y Hermione tuvo que callarse, pues lo hizo con tanta fuerza que creyó que se abalanzaría sobre ella. El muro invisible la protegía, de todas formas, ¿verdad? Los ojos enrojecidos de Draco estaban muy abiertos. Parecía haber perdido toda la cordura que había recuperado en esos cuatro meses de PRASRO.

—Vamos a hacer una cosa. Granger. De una vez por todas, ¿de acuerdo? —murmuró Draco con voz grave—. Si tanto me quieres y eres sincera, hazme un favor.

Ella lo observó, recelosa.

—¿Un favor?

—Dame tu sangre.

Y ella lo comprendió de golpe. Había sido una tonta hasta ese momento, por no haberlo pensado. ¿Por qué estaba Draco ahí si tanto la odiaba? ¿Qué habría ido a buscar a su apartamento si se negaba por completo a escuchar sus palabras y sus explicaciones? Quería su sangre porque había recuperado su idea inicial: vulnus mortis. Iba a intentar resucitar a su madre.

—No va a funcionar —dijo ella con voz suave—, nunca ha funcionado. Yo también me informé sobre la Magia Negra que envuelve la maldición vulnus mortis. Draco, es imposible que consigas traerla de vuelta.

—No tienes ni idea. Funcionará. Lo hará.

Estaba desquiciado. Tenía toda su fe puesta en un hechizo que nadie antes había conseguido llevar a cabo. Lo peor era saber que, solo con intentarlo, Draco se estaba poniendo en riesgo él mismo. Podría acabar muerto y, desde luego, sin rastro de Narcissa Malfoy.

—Draco, por favor, recapacita. Te he ofrecido algo muy sencillo: todo va a solucionarse, solo necesitas testificar. Hazlo y yo misma iré a buscar a Scholz ahora mismo y lo encerraré. Va a pagar por todo lo que ha hecho, lo prometo.

Draco se quedó en silencio durante casi un minuto. Quizás estaba barajando la idea, pensando si ella estaría siendo sincera o no. Habló por fin con la misma frialdad que antes.

—Dame tu sangre, Granger.

—No.

—Estoy intentando ser amable, ¿no lo ves? —informó Draco—. Porque, si no me das tu maldita sangre sucia ahora mismo, voy a tener que quitártela yo mismo. He pensado mucho en esto, ¿sabes? Yo no puedo hacerte daño, no puedo cortar tu piel y tomar tu sangre... pero existe cierta maldición imperdonable que te obligará a hacerlo tú misma, y ahora que he recuperado mi varita...

La simple mención de aplicarle un imperius ya era suficiente para que Hermione sintiera cómo toda su piel se ponía de gallina. Suspiró, sabiendo que Draco no le estaba dejando muchas más opciones. En ese momento, simplemente, la odiaba.

—Te llevarán a Azkaban si utilizas una imperdonable.

—Me da igual, pienso morirme esta noche, por si no te has dado cuenta, Granger.

Era un terco absoluto. Tan terco que, sin ninguna duda, resultaba de lo más peligroso para sí mismo. Y esa noche, Draco Malfoy no atendería a razones. Ella decidió intentarlo una vez más.

—No va a funcionar —repitió—, la maldición no funciona, Draco. Tu madre no va a volver. Por favor, colabora conmigo.

—Colabora conmigo, Granger —exigió Draco—, dame tu sangre y yo me ocuparé del resto. ¿Si el maleficio no funciona? Tú tendrás razón y ya está. Volveremos a este punto una vez más.

—Pero no...

—¿No estás muy segura de que no tendrá éxito? Pues dame tu sangre tú misma. Si me obligas a tomarla con un imperius y no consigo resucitar a mi madre, me pudriré en Azkaban una vez más. Imagino que, si tanto me quieres —se mofó otra vez—, esa es la opción que menos deseas. ¿No?

Hermione aún tenía fe en que, de algún modo, Draco recapacitara. Simplemente no tenía ni la menor idea de cómo iba a suceder eso. La acababa de colocar entre la espada y la pared, no sabía qué demonios hacer... solo sabía que debía hacer algo. Que Draco le lanzara una imperdonable no era una opción, ella no quería verlo de nuevo en Azkaban. Y, en algo tenía razón Draco, si ella estaba tan convencida de que el maleficio no tendría resultado, ¿por qué no permitir que lo intentara?...

...porque, en el fondo, Hermione tenía miedo de que sí consiguiera llevarlo a cabo. Ella no entendía cómo funcionaba vulnus mortis, solo era consciente de que nadie parecía haber traído a alguien de la muerte con ese conjuro, pero... ¿y si sí existía algún caso que lo hubiera conseguido? ¿Y si Draco iba a ser el primero? La simple idea de que él muriera le dolía en cada pequeño rincón de su ser. Quería a Draco, lo amaba. Y saber que él anhelaba morirse le producía un dolor tan intenso que resultaba insoportable.

—Voy a contar hasta tres, Granger... Uno. —Draco clavó sus ojos grises en los suyos—. Dos...

Tenía miedo, mucho miedo. Pero sabía que no había más formas de llevar a cabo eso. Haría lo posible por detenerlo después, pero, al menos en ese instante, a Hermione no le quedaba otra opción más que entregarle su sangre ella misma. Draco la apuntó con su varita y ella tuvo que hablar para detenerlo.

—Tres —gruñó su voz grave.

—Está bien. Está bien. —Hermione alzó su brazo. Apuntó a su piel con la punta de la varita, su mano derecha temblaba. Sentía el latido de su corazón, a punto de salírsele del pecho. La punta de su varita rozó su piel—. Scalpo.

Una gruesa gota de sangre se abrió paso por su piel clara y Hermione apretó los labios, notando cada centímetro de su antebrazo abriéndose. La sangre brotó. No era una herida grande, pero las circunstancias en las que se la estaba haciendo eran suficiente para marearla. El olor de la sangre lo envolvió todo de pronto.

—Draco, por favor... —susurró una última vez—. Podemos arreglar esto, de verdad. Yo... te quiero.

Él la observó de forma severa una última vez. Sabía que, en su mente, se debatía entre hacerle caso o no. Por Merlín, ¡el simple hecho de que fuera a utilizar su sangre para resucitar a su madre ya era bastante revelador! Las instrucciones de vulnus mortis eran claras: necesitaba utilizar un objeto perteneciente a la persona resucitada, su propia sangre y la sangre de alguien a quien él quisiera. La quería, por el cielo, ¡la quería!

Pero el mago no se dejó convencer.

Draco alzó su varita una vez más y la apuntó con ella.

Desmaio —susurró. No dejó que ella pronunciara una sola palabra más.

Para Hermione, todo se volvió negro.


¡Me muero de ganas por saber qué os ha parecido el capítulo!

*Mil gracias a  por este edit de Hermione <3

Nos vemos el próximo martes, muchos besos y gracias por pasaros por mi historia!

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