14. GUARDA EL SECRETO

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Madame Pomfrey dio de alta a Selena al mediodía, y directamente se dirigió al Gran Comedor, cuyas altas puertas se abrieron con un chirrido suave, revelando un ambiente festivo adornado con grandes calabazas y velas flotantes que danzaban.

Los estudiantes que ya estaban allí, junto con los recién llegados, la observaron con curiosidad. El rumor de que cuatro estudiantes habían enfrentado a un trol se había propagado como la pólvora.

Desde la mesa de Gryffindor, Harry, Ron, Hermione y Neville buscaban a Selena con la mirada. Un alivio evidente asomó a sus rostros cuando la vieron entrar. Sin embargo, alguien se les adelantó.

— Estaba muy preocupada ayer cuando no te vi en los dormitorios —dijo Tracey, levantándose rápidamente de la mesa de Slytherin, su rostro reflejando una mezcla de alivio y ansiedad.

— Estoy bien —respondió Selena, intentando transmitir tranquilidad, aunque su sonrisa era un poco forzada, traicionando los nervios que aún la acompañaban.

Justo en ese momento, Draco apareció en la entrada del Gran Comedor, su cabello rubio brillando bajo la luz de las velas. Corrió hacia Selena con un gesto de genuino alivio.

— Lena —la llamó, aferrándose a su brazo—, fui a la enfermería dos veces y Madame Pomfrey no me dejó entrar —se quejó, frunciendo el ceño con indignación—. ¿Te duele algo?

— No, Madame Pomfrey me dio unas pociones y me siento renovada —respondió ella con una sonrisa más sincera esta vez.

— No puedo creer que hayas arriesgado tu vida por esa... —Draco se detuvo, buscando las palabras adecuadas— hija de muggle —escupió, su tono lleno de desprecio como si el solo pronunciarlo fuera un insulto.

Selena frunció el ceño, una chispa de desafío brillando en sus ojos.

— No podía abandonar a Hermione; habría hecho lo mismo por ustedes —replicó con firmeza.

Tracey cruzó los brazos, sus cejas arqueándose con desdén.

— Lo que hiciste fue muy imprudente —dijo Tracey, sacudiendo la cabeza.

— No puedo creer que lo diré... pero Tracey Davis tiene razón —expresó Draco, su voz denotando un toque de resignación, mientras Tracey sonreía con satisfacción.

— Siempre tengo la razón, Malfoy —replicó Tracey con orgullo, mientras él respondía con un gesto de exasperación, como si su mundo se estuviera volviendo loco.

Selena sabía que estaba bien, que no había muerto y que, tras todo, había ganado puntos para Slytherin. Sin embargo, el recuerdo del trol y la angustia que había sentido surgieron en su mente cual sombras.

— ¿Por qué Potter me está mirando? —susurró Draco a Blaise, frunciendo el ceño mientras ambos dirigían la vista hacia la mesa de Gryffindor. Harry, al notar la atención, cambió rápidamente su expresión de preocupación a una de enfado.

— Solo ignóralo —comentó Selena, cruzando los brazos. Ella había sentido la mirada de Harry posada en ellos durante un buen rato.

— Creo que no te mira a ti, —replicó Blaise con una risa burlona, echando un vistazo rápido a Selena, Draco apretó la mandíbula, su mirada llena de furia mientras se centraba nuevamente en Potter.

Desde su mesa, Selena notaba las miradas ansiosas de Neville, Harry, Ron y Hermione, quienes la observaban desde el otro extremo del gran comedor. Era claro que Neville se preocupaba genuinamente por su bienestar, pero se preguntaba sobre los motivos de los demás.

«¿los demás? ¿Estaban preocupados por ella o por temor a que, de alguna manera, ella revelara la verdad sobre la noche anterior?»

Llegó justo a tiempo para la clase de pociones que compartían con los Gryffindor. Selena, con una mezcla de nervios y emoción, se sentó al lado de Neville, quien la miraba con inquietud, como si esperara que en cualquier momento pudiera suceder algo desastroso.

El aula estaba saturada del olor a ingredientes mezclándose, y aunque el profesor Snape era conocido por ser uno de los más temibles, Selena sabía que él realmente disfrutaba hacer pociones. Para ella, las pociones, los encantamientos y las transformaciones se habían convertido en sus temas favoritos. La defensa contra las artes oscuras también la atraía, especialmente al leer sobre hechizos fascinantes en sus libros. Sin embargo, la clase del profesor Quirrell era todo lo contrario: tan aburrida que a veces se preguntaba si haría lo posible por quedarse despierta.

— Me asusté cuando Hermione me contó lo que pasó —susurró Neville, inclinado hacia ella, asegurándose de que Snape estuviera lo suficientemente lejos—. Fui a la enfermería esta mañana, pero no me dejaron pasar.

Selena sonrió suavemente, intentando tranquilizarlo.

— No te preocupes, Neville. Estoy perfecta, solo fue un rasguño —susurró con una voz que pretendía ser calmada.

De repente, una voz grave y autoritaria interrumpió su conversación.

— Silencio —tronó Snape, caminando entre las filas, sus ojos penetrantes observando cada rincón de la clase—. Terminen sus pociones.

Con el corazón aún acelerado, Selena suspiró aliviada al ver que la clase se acercaba a su fin. Tenía quince minutos para llegar a la próxima lección: historia de la magia, donde compartirían aula con los Hufflepuff.

Al salir del aula, escuchó que la llamaban.

— Lestrange —la llamó Harry, con Hermione y Ron a su lado.

Draco, que se había mantenido cerca, frunció el ceño.

— ¿Qué quieres, Potter? —preguntó con desdén, haciendo un gesto de desprecio con la mano.

Harry lo ignoró, dirigiendo su atención a Selena.

— No te he hablado a ti, Malfoy —replicó Harry, con un tono sereno pero firme.

Goyle soltó una risa burlona.

— No vengas a molestar —intervino, como un perro guardián de Selena.

— Gracias, pero no se preocupen —dijo Selena a Draco, Gregory y Vincent, con un tono amable que quería calmar las aguas—. Los alcanzo en historia.

Los chicos asintieron, y Vincent, siempre atento, tomó la mochila de Selena, llevándola con facilidad.

— Gracias, Vincent —dijo ella antes de que los chicos se alejaran, dejándola sola con los Gryffindor.

— Vaya, ahora tiene asistentes —murmuró Ron, con un tono burlesco.

Selena elevó una ceja, desafiándolo con una mirada.

— Sí, ¿algún problema? —respondió con un toque de ironía en su voz.

— Solo venimos a preguntar cómo estabas —dijo Hermione, intentando que la conversación fluyera con calma—. No nos dejaron entrar a la enfermería a verte —Hermione parecías preocupante.

— Estoy bien —respondió, su voz calmada—. ¿Y tú? ¿Cómo estás? Neville me dijo que estabas muy asustada.

— Estaba preocupada por ti. ¡Estabas llena de sangre! —Hermione casi parecía a punto de llorar, sus ojos brillaban con una emoción contenida.

— Madame Pomfrey me dio una poción asquerosa para curarme todas las heridas —dijo Selena, intentando hacer el relato un poco más ligero—. Y Snape estuvo interrogándome sobre lo sucedido. Creo que no creyó del todo tu versión.

— No nos delatarás, ¿verdad? —intervino Harry, la preocupación en su voz hizo que una sonrisa traviesa se dibujara en los labios de Selena.

— Debería... —dijo ella, disfrutando el momento y haciendo que Harry se estremeciera un poco por la incomodidad.

Ron frunció el ceño, cruzando los brazos de manera amenazante.

— No te atrevas, maldita serpiente —espetó, clavando su mirada en Selena con ferocidad.

— Tú guarda nuestro secreto, y nosotros guardaremos el tuyo —dijo Harry, con un tono que resonaba en su mente como una advertencia más que una promesa.

Las palabras de Harry dejaron a Selena inquieta. No podía evitar la sensación de que no solo estaban protegiendo su secreto, sino que también la estaban acorralando.

— No comprendo por qué Hermione miente por ustedes... —dijo Selena, frunciendo el ceño mientras miraba de arriba abajo a Harry y Ron con indignación—, par de ineptos. Esto es su culpa desde el principio.

— Nos defendió porque, a diferencia de ti, ella es nuestra amiga —replicó Harry, cruzando los brazos y levantando un poco la barbilla, desafiante.

Selena soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza.

— ¿Desde cuándo? Si mal no recuerdo, ella estaba en el baño llorando por su culpa.

— Ya me disculpé por eso, no era mi intención que se pusiera así —aclaró Ron, su voz entrecortada por la vergüenza.

Selena lo miró con desdén y sonrio con burla.

— Entonces debes medir tus palabras, Weasley —dijo, la provocación brillando en sus ojos.

Ron apretó la mandíbula, el color rojo comenzando a subirle por el cuello.

— Tú también, Lestrange. Mejor deberías cerrar la boca —la amenazó el pelirrojo, apuntandola con el dedo.

— ¿Me amenazas, Weasley? —Pregunto Selena con indignacion.

— Por favor, no peleen —imploró Hermione, levantando las manos en un intento de apaciguar la tensión entre ellos.

— Ellos empezaron, me llamó maldita serpiente —se defendió Selena, su mirada desafiante fija en Ron.

Harry dio un paso hacia adelante.

— Solo no digas nada —suplicó, esperando que su voz calmada pudiera llegar a ella—, guardaremos tu secreto.

Selena arqueó una ceja, deslizando una sonrisa sarcástica.

— No sé de qué secretos hablas —dijo, haciendo como que no le importaba.

— Por favor, Lestrange, todos lo vimos —insistió Ron, su indignación creciendo, mientras su mirada se endurecía.

— Ojos blancos, humo negro —agregó Harry, queriendo recordar a todos la imagen aterradora que habían presenciado.

Hermione, con un tono más suave, se acercó un poco, casi como si temiera que un leve movimiento pudiera romper la frágil tregua.

— McGonagall dijo que era un tema personal que no debíamos divulgar a menos que tú decidas contarlo —murmuró, buscando su mirada, en un intento por conectarse— No le diremos a nadie —habló con una serenidad aparentemente imperturbable.

Selena, por fin, cedió un poco.

— Bien, es una tregua —dijo, aunque su expresión dejaba claro que su confianza era escasa.

— Bien —contestó Harry, extendiendo su mano hacia ella, una sonrisa esperanzada cruzando su rostro

Sin embargo, Selena simplemente dio media vuelta, ignorándolo completamente mientras hacía un gesto despreciativo con la mano, como si su oferta no significara nada en absoluto. Los tres se quedaron mirándola mientras se alejaba.

Selena apenas prestaba atención en la clase de historia, sus pensamientos estaban atrapados en lo que sucedía con Potter y Weasley. Se preguntaba si ellos habían descubierto que ella era un obscurial, y la idea de que su secreto estuviera en peligro la llenaba de ansiedad. Mientras su profesora hablaba sobre antiguas civilizaciones, sus dedos jugueteaban nerviosamente con la pluma sobre su escritorio.

Tracey, quien usualmente compartía la clase con ella, no pudo evitar notar su comportamiento extraño. Con el ceño fruncido y un brazo entrelazado sobre el escritorio, le preguntó varias veces qué le pasaba, pero Selena siempre respondía con una sonrisa forzada, diciendo que estaba bien. Sin embargo, en su interior, un torbellino de pensamientos oscuros la consumía; la posibilidad de que todos descubrieran su secreto era intolerable.

Una vez que el día escolar llegó a su fin, se apresuró hacia el lago negro, un refugio que solía ser tranquilo y solitario. Al llegar al borde del agua, se sentó bajo un viejo sauce, dejando que sus pensamientos fluyeran como las hojas que caían.

—Te había estado buscando —dijo Neville, apareciendo de repente a su lado. Su voz era suave. Se sentó junto a ella, con las piernas cruzadas sobre el césped.

—Apenas pudimos hablar en pociones —añadió, rascándose la nuca, intentando encontrar el momento adecuado para preguntar—. ¿Cómo te sientes?

Selena giró la cabeza lentamente, sus ojos se encontraron con los de Neville, que reflejaban una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Estoy bien —respondió, intentando hacer que su voz sonara convincente, mientras apartaba la mirada hacia el lago.

—Hermione me dijo sobre el trol. Dijo que tú ayudaste cuando quiso atacarla. Te lanzó por el aire, ¿verdad? —Selena asintió

—Sí, pero madam Pomfrey me curó con una asquerosa poción —respondio Selena, se estremeció al recordar el desagradable sabor que todavía podía sentir en su lengua.

—Las pociones de madam Pomfrey son asquerosas, pero efectivas —dijo Neville con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente. Su expresión era sincera, mostrando un apoyo que siempre había estado allí.

—Sí... —respondió Selena, su mirada perdida en la superficie del agua, donde los reflejos del sol danzaban en un espectáculo hipnotizante.

Neville, que lo había sentido en el aire, inclinó un poco la cabeza, mostrándose interesado, pero también preocupado.

—¿Te sucede algo? —Preguntó, su tono amable, remarcando su deseo de ayudar, incluso cuando su amiga se empeñaba en disimular.

Selena sentía una creciente preocupación ante la posibilidad de que toda la escuela se enterara de su condición como obscurial. Sabía que su obscurus era un fenómeno oscuro y trágico, relacionado con la represión forzada de la magia en niños. Durante años, había creído que la magia era la causa de todos sus problemas; por eso la había odiado, porque nunca parecía encajar en ningún lugar donde fuera.

Sin embargo, había llegado a comprender que la magia no era el enemigo que le habían hecho creer. Había aprendido a aceptar su poder y a convivir con él, descubriendo lo hermoso y maravilloso que podía ser. Aun así, esa revelación no eliminaba la presencia de su obscurus. Aunque había disminuido con el tiempo y ya no aparecía con la misma frecuencia, seguía ahí, un sombra inquietante en su interior. No tenía idea de cómo deshacerse de él. Había pasado horas investigando, pero ninguno de los libros que encontró ofrecía una solución clara. La mayoría decía que el obscurus desaparecía cuando el niño crecía y aprendía a controlar su magia. «Quizás, pensó, debería profundizar en el estudio de la magia para que su obscurus se desvaneciera de una vez por todas.»

La necesidad de hablar con alguien sobre su obscurus se tornaba cada vez más apremiante. Había guardado ese secreto durante meses, una carga que se hacía más pesada con cada día que pasaba. Recordaba cómo Neville, en un momento de vulnerabilidad, le había confiado la historia de su familia, un acto de confianza que ella valoraba profundamente. Si él había sido capaz de abrirse a ella, «¿por qué no podría hacer lo mismo?»

Tomó una gran bocanada de aire, dejando que la determinación la invadiera. Era el momento de revelarle a Neville la razón detrás de su inquietud, de compartir con él el peso de su secreto.

—Neville —su voz era un susurro, apenas audible sobre el murmullo del lago.

Él la miró con atención, sus ojos transmitían la promesa de confidencialidad. Era un alivio saber que podía confiar en él.

—¿Sí? —preguntó Neville con curiosidad.

—Si te cuento algo... ¿prometes... que aún... seremos amigos? —las palabras salieron entrecortadas, y su valentía de hace unos momentos parecía haberse desvanecido. Su mirada se agachó hacia el suelo.

—¿Por qué dejaría de serlo? —inquirió Neville, preocupado. Notó que su amiga estaba visiblemente angustiada, como si un gran peso estuviera sobre sus hombros.

Selena inhaló profundamente, intentando reunir el valor necesario para hablar. Su rostro, pálido y sudoroso, delataba el mar de emociones que la asaltaban.

—¿Recuerdas que te dije que me habían expulsado de muchos orfanatos? —preguntó, manteniendo la mirada baja, nerviosa.

—Sí —respondió Neville, su voz firme pero suave.

—Para tratar de encajar, reprimía mi magia. Siempre me decían que lo que hacía era algo malo. Que había algo dentro de mí que estaba mal —se le quebró la voz, el dolor evidente en sus ojos—. Era como si pretender ser normal me convirtiera en un monstruo. Cuando la magia finalmente salía, era un caos.

Neville frunció el ceño, recordando las historias que su abuela solía contar. —Mi abuela siempre dice que los niños no deben reprimir su magia.

Selena lo miró, sus ojos llenos de lágrimas. —La reprimía porque me daba miedo. Miedo de mí misma, de hacer daño a los demás. Pero de tanto intentar ocultarlo, me convertí en un obscurial —Neville no pudo evitar acercarse, abrazándola en un gesto de consuelo.

—Mi tío abuelo Algie me contaba historias de terror sobre ellos cuando era niño —murmuró Neville, todavía atónito. Siempre había pensado que ser un obscurial era una simple leyenda, algo para asustar a los pequeños.

—Sí, es aterrador —admitió Selena, las lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas—. Se apodera de mí. No puedo controlarlo. Cada vez que me siento acorralada, sale a relucir. Contar esto a alguien me ha quitado un gran peso de encima.

Neville la miró con determinación. —No me importa que seas un obscurial —aseguró, su voz firme.

—¿No te doy miedo? —preguntó ella, en un susurro, su voz temblando de inseguridad.

—No —respondió Neville, forzando una media sonrisa para animarla—. No es algo que tú controles. Además, en las historias de mi tío Algie, los obscurus se van cuando los niños crecen.

—Dumbledore también me dijo que se iría solo, pero aún lo tengo y me asusta. Cuando atacó al Ravenclaw, salió, y cuando el trol me atacó, también —Selena dejó caer la cabeza, sus manos retorciéndose nerviosamente en su regazo.

—Dumbledore sabe muchas cosas. Deberías confiar en lo que dijo —dijo Neville, posando una mano reconfortante sobre su hombro.

—Tengo miedo de que todos en Hogwarts lo sepan —confesó Selena, su voz apenas un susurro—. Weasley, Potter y Hermione me vieron.

—¿Ellos saben que eres un obscurial? —Neville preguntó, frunciendo el ceño.

—No lo creo, pero me vieron cuando mis ojos se pusieron blancos y un humo negro salió de mí —su voz se quebró de nuevo, llena de angustia.

—Harry y Ron no son tan malos como piensas. Ellos no dirán nada, y menos Hermione. Ella es de fiar —Neville dijo con confianza, intentando darle esperanza.

—¿De verdad crees? ¿Crees que podrán guardar mi secreto? —la preocupación en su voz era palpable, y su mirada buscaba la certeza en el rostro de Neville.

—Ellos guardarán el secreto —afirmó Neville con determinación, apoyando su mano en su espalda, dándole un pequeño empujón de confianza.

A medida que las palabras se deslizaban entre ellos, Selena sintió que la carga comenzaba a aligerarse, como si la amistad pudiera ser un refugio incluso en los momentos más oscuros.

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