4. GRINGOTTS

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo, ladrón, te hemos advertido, ten cuidado de encontrar aquí algo más que un tesoro.

•——————•°• ☾ •°•——————•

La niña salió rebosante de felicidad del negocio de Ollivander, con una amplia sonrisa adornando su rostro. Sin embargo, su alegría se desvaneció rápidamente al darse cuenta de que ya tenían todos los materiales necesarios para el próximo año escolar. La idea de regresar al orfanato la llenaba de tristeza. El callejón Diagon, con su mágico ambiente y sus peculiares comercios, era para ella un verdadero paraíso.

— Antes de volver, quizás te gustaría visitar Gringotts —sugirió Dumbledore. La niña asintió, el brillo en sus ojos renovándose mientras buscaba en sus bolsillos la pequeña llave dorada que le habían dado.

— Sí, aunque si no hay dinero, ¿qué hay dentro? —preguntó con curiosidad, levantando una ceja mientras miraba al anciano, sus brazos cruzados sobre el pecho.

— La verdad es que no estoy completamente seguro —respondió Dumbledore con un leve encogimiento de hombros—. Gringotts no solo guarda dinero; es uno de los lugares más seguros para proteger cualquier objeto de valor.

— No pierdo nada con ir a ver —decidió la niña, intrigada por la posibilidad de descubrir algo nuevo. Su corazón latía con esperanza ante la idea de que tal vez encontraría algo interesante.

— Quizás encuentres cosas que te ayuden a conocer mejor a tu familia —sugirió Dumbledore, lanzándole una mirada comprensiva.

Selena se detuvo un momento, mirando al suelo. — Señor... —empezó, su voz titubeante, debatiéndose entre la duda y la necesidad de saber más—. ¿Tengo más familia por parte de mi mamá?

Dumbledore se detuvo y su expresión se tornó seria. — No, lamentablemente tus abuelos murieron y tu madre era hija única, solo te queda familia por parte de tu padre.—respondió, su voz llena de pesar. — Los Lestrange no son el mejor ejemplo a seguir, para ser honesto —continuó el anciano, extendiéndole el brazo a la niña para que la siguiera por el callejón Diagon— La familia Lestrange y Avery son muy conocidos en el mundo mágico por ser seguidores de Lord Voldemort.

Las palabras cayeron pesadas sobre Selena, como un manto oscuro. — ¿Qué... qué significa eso? —replicó, su voz apenas un susurro.

— Voldemort fue un mago que causó mucho temor hace unos años —explicó Dumbledore, ignorando las miradas furtivas y despectivas de las personas que pasaban—. Tu padre está en Azkaban por ser uno de sus seguidores. Por otra parte, Scarlett huyó cuando tuvo la oportunidad, pero los demás miembros de la familia Avery permanecieron del lado de Voldemort.

Selena solo asintió, tratando de procesar la avalancha de información. «Definitivamente, su familia no era un ejemplo a seguir», pensó, mientras caminaban juntos hacia Gringotts.

Un rato de silencio se estableció entre ellos, solo roto por el murmullo del bullicioso Callejón Diagon.

— Señor... ¿Puedo preguntar algo? —dijo Selena al fin, rompiendo el silencio que las había acompañado durante varios minutos, su voz suave apenas audible sobre el bullicio del Callejón Diagon.

Dumbledore giró la cabeza con una sonrisa cálida, sus ojos azules chispeantes detrás de sus gafas en forma de media luna.

— Está claro que lo estás haciendo, no obstante, puedes hacer otras pregunta—respondió con un tono comprensivo, alzando una ceja

— ¿Puede hablarme de mis padres? Necesito saber de dónde vengo realmente —murmuró, su voz temblando ligeramente.

— Te contaré lo que sé de tus padres —afirmó Dumbledore, antes de hacer un gesto con la mano para abrirse camino entre la muchedumbre—, pero primero, debemos ir a Gringotts.

Se dirigieron hacia un majestuoso edificio, blanco como la nieve, que se alzaba orgulloso entre las pequeñas tiendas. Ante las puertas de bronce pulido, un gnomo uniformado en carmesí y dorado les observaba con un aire de curiosidad.

— ¿Qué es eso? —murmuró Selena, asomándose para observar mejor a la criatura.

— Un gnomo —respondió Dumbledore con una sonrisa—. Son los encargados de Gringotts.

El gnomo, que era una cabeza más bajo que Selena, tenía un rostro moreno con una barba puntiaguda y dedos largos. Cuando entraron, el pequeño ser los saludó con una inclinación de cabeza mientras Dumbledore guiaba a la niña hacia unas puertas dobles, esta vez de plata, donde un mensaje grabado brillaba a la luz de las antorchas.

"Entra, desconocido, pero ten cuidado con lo que le espera al pecado de la codicia..." —leyó en voz baja, su voz llena de asombro.

— Gringotts no solo es un lugar para guardar dinero; es el lugar más seguro... después de Hogwarts, por supuesto —aseguró Dumbledore, guiñándole un ojo mientras atravesaban las puertas.

Al cruzar los umbrales, se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol, donde un centenar de gnomos se movían con una energía frenética, atrapados en sus tareas. Algunos escribían en grandes libros, otros pesaban monedas en balanzas de cobre y unos más examinaban piedras preciosas bajo lentes. El sonido de monedas tintineando era casi hipnótico.

Dumbledore se acercó al mostrador, sonriendo a un gnomo que parecía estar desocupado.

— Buenos días —saludó con una voz amable—. Hemos venido a la bóveda de la familia Avery.

— ¿Tiene su llave, señor? —preguntó el gnomo, inclinando ligeramente la cabeza mientras sus ojos se fijaban en Dumbledore.

— Sí —replicó el anciano, dirigiendo una mirada hacia Selena. Ella, con manos temblorosas, buscó en su bolsillo y rápidamente sacó la pequeña llave, entregándosela al gnomo.

El gnomo examinó la llave con atención, sus diminutos ojos escrutando cada detalle. — Parece estar todo en orden —anunció al fin—. Voy a hacer que alguien los acompañe abajo, a la cámara.

Dumbledore y Selena siguieron al gnomo por un corredor oscuro que se extendía más allá del vestíbulo. Cuando el gnomo abrió la puerta, Selena se sintió sorprendida; esperaba encontrar mármoles pulidos y lujosos, pero en su lugar se encontró en un estrecho pasillo de piedra, iluminado apenas por antorchas que parpadeaban en las paredes.

El pasillo descendía en una inclinación pronunciada, con raíles incrustados en el suelo. Con un silbido agudo, el gnomo convocó un pequeño carro que llegó rápidamente, deslizándose suavemente por los raíles. Sin dudarlo, subieron al carro y este comenzó su marcha.

Al principio, la velocidad del carro les llevó a través de un laberinto de tortuosas curvas y giros. Selena giró la cabeza en todas direcciones, completamente desorientada, ya que había perdido la noción del tiempo y el espacio. El carro, sin embargo, parecía tener su propia sabiduría, moviéndose con seguridad por los oscuros pasillos.

Finalmente, el carro se detuvo ante una puerta en la pared del pasillo. El gnomo se inclinó para abrir la cerradura con una llave antigua, y al hacerlo, la puerta chirrió y se abrió, revelando una bóveda imponente. La habitación era grande y algo sombría, apenas iluminada por un par de velas que arrojaban sombras danzantes.

Al entrar, lo primero que capturó la atención de Selena fue la vasta biblioteca que ocupaba casi todo un lado de la habitación. Los estantes estaban repletos de libros de todos los tamaños y colores, algunos de los cuales parecían moverse como si tuvieran vida propia, lo que la hizo dudar de su percepción.

Además de la biblioteca, la sala estaba llena de estanterías que exhibían objetos extraños, como si se tratara de una tienda de antigüedades. Selena observó con interés las calaveras de criaturas que no parecían ser humanas, junto a lámparas de formas peculiares y cajas de música que dejaban escapar melodías suaves. La vista se detuvo en relojes de bolsillo que giraban de forma descontrolada, muñecos con sonrisas inquietantes, collares adornados con grandes piedras de colores vibrantes y anillos exageradamente grandes, como si pertenecieran a un gigante.

Entre los objetos, también había dagas de diseño intrincado, frascos de vidrio de diversas formas y tamaños que contenían líquidos de dudosa procedencia, escudos antiguos, y otras armas medievales que hablaban de historias pasadas llenas de aventuras y misterios. Cada rincón de la bóveda parecía susurrar secretos esperando a ser descubiertos. Selena sintió que había entrado en un mundo completamente nuevo, donde cada objeto tenía su propio relato por contar.

— ¡Increíble! —murmuró Dumbledore, sus ojos chispeando de asombro mientras examinaba el lugar. Su rostro mostraba fascinación . Selena, observando su reacción, sonrió sin poder contener su propia emoción. Era evidente que el anciano apreciaba la singularidad de la bóveda.

— Es un lugar... un poco particular —respondió Selena, inclinándose ligeramente hacia adelante, invitándolo a explorar mientras daba un paso atrás, dejándolo avanzar.

Dumbledore se acercó a una estantería, acariciando suavemente la superficie de un libro polvoriento con la punta de sus dedos.

— Definitivamente, los objetos que tienes aquí tienen un gran valor; la mayoría son muy inusuales —comentó.

Selena lo siguió con la mirada, enfocándose en una vitrina que contenía huevos de formas curiosas. Su curiosidad se apoderó de ella.

— ¿Puedo llevarme algunos libros? —preguntó, su voz llena de expectativa mientras señalaba las estanterías.

— Puedes llevarte lo que quieras; esta bóveda te pertenece —respondió Dumbledore, sonriendo con calidez—. Sin embargo, deberías tener cuidado con lo que eliges; algunos objetos son bastante peligrosos.

La pregunta que siguió fue inevitable. Selena frunció el ceño, aventurándose un poco más cerca de Dumbledore mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.

— ¿Cómo sabré cuáles son los objetos peligrosos? —inquirió, su voz cargada de genuina curiosidad.

Dumbledore se acarició la barba mientras reflexionaba.

— ¿Me permites realizar un hechizo en esta bóveda? —propuso, con una expresión de seriedad—. Te iluminaré con un destello rojo los lugares donde hay magia negra o antigua. Ten en cuenta que la magia antigua no siempre es peligrosa, pero debes tener cuidado.

Selena asintió rápidamente, su entusiasmo iluminando su rostro.

— Sí, eso sería de mucha ayuda. Hay tantas cosas aquí que no sé por dónde empezar —admitió, mirando a su alrededor con los ojos brillando de asombro.

Dumbledore levantó su varita y murmuró una conjuro en voz baja, con movimientos fluidos y precisos. De repente, la habitación se pintó de rojo, revelando objetos que resplandecían intensamente.

— Vaya, tienes muchos objetos peligrosos —observó el anciano, gesticulando con una mano hacia las estanterías—. Ten mucho cuidado... los que brillan con más intensidad no debes tocarlos. Podrían ser mortales.

Selena asintió, moviéndose con cautela a través de la bóveda, deteniéndose para examinar los objetos con avidez. Su mirada se detuvo en una vitrina llena de joyas deslumbrantes que parecían ríos de luz bajo el hechizo.

— Gracias, será de mucha ayuda —dijo Selena, llena de gratitud mientras su corazón latía aceleradamente ante la maravilla que la rodeaba.

Pasó un rato explorando la bóveda, eligiendo cuidadosamente algunos libros que parecían seguros. Después de unos minutos de búsqueda, se detuvo y sostuvo tres libros, mostrándolos a Dumbledore.

— Esto no es peligroso, ¿verdad? —preguntó, sus ojos entrecerrados de duda.

Dumbledore sonrió, inclinando la cabeza hacia un lado con una expresión alentadora.

— No, siempre y cuando no intentes realizar algunos de esos hechizo fuera de Hogwarts —respondió, su tono suave y comprensivo.

— Lo sé —afirmó Selena, recordando las advertencias.

— Entonces no hay peligro —dijo Dumbledore, su mirada profunda revelando un destello de aprobación—. Es magia avanzada... pero es hermoso que te intereses tanto en aprender.

Juntos, regresaron al carro donde el gnomo los esperaba pacientemente. Dumbledore, pidió que los llevaran a la cámara setecientos trece. Selena lo observó con curiosidad, preguntándose qué misterio ocultaba esa cámara. Cuando Dumbledore regresó al carro en menos de un minuto, Selena decidió no pensar más en lo que había hecho el anciano en la bóveda, asumiendo que era un asunto personal.

•——————•°• ☾ •°•——————•

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro