Capítulo 9

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Lo mejor que pude hacer el sábado por la mañana fue tomar mi caña de pescar y correr hasta el muelle para un fin de semana tranquilo en mi bote. Esta investigación, y sobre todo la niña, están acabando con mi paciencia.

Con energías renovadas el lunes en la mañana, checo mi entrada temprano para comenzar con los pendientes de las entrevistas de la lista de sospechosos.

—¿Qué encontraron? —pregunto cuando nos hemos reunido todos.

—Definitivamente dos sospechosos sobresalen. —Leila lee la carpeta—. El primero es un religioso que dirige una casa para adolescentes con problemas de drogas, fue acusado de abuso sexual y encerrado gracias a la denuncia y pruebas de Johnson.

—Mierda. ¿Alguien más?

—Si. Un empresario acusado de corrupción y tráfico de armas. —agrega Luke—. El FBI encontró sus envíos y los rastreó hasta la frontera.

—Déjame adivinar... Johnson lo denunció.

—Sip.

—Esos parecen buenos motivos para un asesinato. ¿Dónde están ellos ahora?

—Prisión sin derecho a fianza.

—Me suena a coartada, obviamente le encargaron el asunto a alguien más. Luke, Ethan, vayan a entrevistar a estos dos antes de proceder con el resto de los nombres de la lista.

—Si, jefe.

Toman las llaves del auto y la carpeta con los documentos antes de bajar por la escalera. Eso deja a Leila y a mi trabajando desde la oficina.

—¿Algo más en la computadora de Johnson?

—Fotos. —sonríe ella—. Muchas fotos de todo tipo, ¿Quieres que las organice para que puedas revisarlas?

—Claro.

Vuelvo mi atención a los últimos reportes sobre el análisis de los objetos y las pertenencias en la escena, sin encontrar huellas o evidencia que podamos relacionar con alguna persona.

—Mierda. Voy a ir a afuera, necesito un cigarro.

Le aviso a Leila y salgo de mi piso con la cajetilla en la mano. No es ningún secreto que un trabajo como éste es sumamente estresante, así que gran parte de los policías nos reunimos afuera a fumar.

Me alejo de los demás y enciendo el cigarrillo impaciente por darle una calada, y tan distraído que no pongo atención al auto que se estaciona en la acera de enfrente.

Escucho la puerta abrirse y el auto se pone en marcha de nuevo, lo cual no me parece del todo extraño porque esta es una zona muy concurrida.

—Christian. —saluda la chiquilla de los ojos azules.

—Que mierda... —gruño casi soltando mi cigarrillo—. ¿Que haces aquí?

Ladea la cabeza sin dejar de mirarme, luego observa al grupo de policías afuera de la estación.

—Dijiste que querías ver mis calificaciones y recordé que no tengo tu correo electrónico, así que las traje.

Busca en su mochila un sobre amarillo y me lo entrega, pero no estoy de jodido humor para revisarlo. Quiero que se vaya antes de que la vean conmigo.

—Lo tengo, ahora largo.

—No quiero.

—Ana... —gruño apretando los dientes.

—¿Qué te preocupa? Nadie está poniendo atención a lo que hago, solo tú.

—Vete.

—No. —sujeto su brazo, hasta que recuerdo la marca que provoqué la ocasión pasada.

—Vas a meterme en problemas, lárgate.

—Bien. —su ceño se frunce ligeramente—. Bésame.

—¿Qué?

—Que me beses y me voy. Es a lo que vine.

—Por supuesto que no voy a hacer eso, ¡Menos frente a la estación de policías!

—Entonces no me voy. —gira y camina hacia el edificio—. ¿Tus amigos están ahí arriba?

—¡Ana!

Maldita sea con esta niña. ¡Agh! Debí dejar que el puto pelirrojo se la llevara hasta la costa este, seguro la regresaba a los dos días.

—Bien. —concedo.

—¿Si? —muerde su labio inferior.

—Pero no ahora, demasiadas personas observando y no querrás meterme en problemas por tu capricho.

—No es un capricho, pero está bien. ¿Dónde nos veremos?

Piensa, Christian, Piensa...

—En el Portage Bay Café, en South Lake Union a las 6.

—¡Hecho! Te veré ahí, cariño.

Se aleja por la acera con el móvil en la mano, seguramente llamando de nuevo a su chofer y aprovecho el momento para volver a la oficina con el jodido sobre que lanzo a la pila de carpetas en mi escritorio.

—No tengo tiempo para eso —gruño.

Por suerte Leila sigue revisando la computadora con sus audífonos puestos, por lo que no se da cuenta de lo que ocurre hasta que Luke y Ethan regresan a la oficina.

—Ambos están muy enojados. —dice Sawyer—. Tendremos qué revisar sus contactos para saber si están relacionados con alguien de las calles.

—El empresario tiene las cuentas congeladas. —Ethan me extiende la orden del juez—. Está en ceros, no tiene recursos para pagar por un asesinato.

—Eso lo veremos. Es hora chicos, revisaremos el resto mañana.

Ethan y Leila guardan los documentos del escritorio con llave antes de abandonar el piso, dejándome solo con Luke.

—Hoy juegan los Mariners, ¿Vamos al bar? —pregunta.

—Seguro.

Guardo todo incluyendo el jodido sobre y viene a mi mente la chiquilla. Seguro estará esperándome en el café pero no tengo tiempo para seguir sus juegos o cumplir sus caprichos.

Iré al bar con mi amigo Luke, tomaré cerveza hasta que termine el juego y luego dormiré como bebé. No hay espacio en mi vida para una chiquilla acosadora.

—Mueve el culo, Grey. —me grita cuando sube a su auto—. Necesito comprar más cigarros.

—¿Más? ¿No te parece que fumas demasiado? —cierro la puerta tras de mi.

—¿Tú vas a darme consejos de salud? ¡También fumas, imbécil!

—Como sea. —señalo la carretera—. Solo conduce lo más rápido que puedas.

Cuando el reloj sobre la barra del bar indica las 6 de la tarde, mis nervios aumentan y tengo que pedir un trago más fuerte. Mi mente no deja de imaginar a la chiquilla sentada en una de las mesas esperando por mi.

Y como el cabrón que soy, voy a dejarla plantada porque no me interesa dejar mi cerveza por un jodido café. O una niña.

Después de algunas cervezas, vuelvo a ver el reloj que ya marca las 8. Bien, está hecho. Eso le enviará un mensaje claro, pero no puedo evitar sentirme culpable.

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