—¡No y no! —Grita mamá, podría obligarla pero me infunde más miedo que un cazavampiros.— ¡Te quedas cuidando a tu hermano y punto!

—Me extraña tu actitud, Martina —manifiesta mi padre, decepcionado: ¿qué diría, entonces, si supiera que vampirizo a otros?—. Esta noche festejaremos nuestro aniversario de boda. ¿Por qué no lo dejas para otro día?

—¡Pero hoy es especial, papá! —Y lo miro, suplicando.— ¡Todo el instituto acudirá a la Fiesta del Bosque! ¡Di que sí, papi, porfa!

—Hoy es imposible —Coge del brazo a mi madre y abandonan nuestro hogar.

  Le echo un vistazo a mi hermano y le pregunto:

—¿Qué te parece, moscón, si te llevo a la fiesta?

—¡Dijeron que no, si vamos les cuento! —me amenaza.

  Pongo los ojos a la altura de los suyos y le ordeno, furiosa:

—Irás conmigo y al volver lo olvidarás, pensarás que miramos televisión.

  La vena del cuello le palpita, pidiéndome que me alimente de él. Está quieto: ni parpadea. Me dejo llevar, ¡es tan sencillo saciar mi apetito! El perfume de la sangre, su textura, me ciega. No me puedo controlar y lo exprimo como una esponja. Agoniza en silencio, cadavérico.

  Por desgracia, solo tengo una opción: convertirlo.

https://youtu.be/mTikvjXrVPY