III

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III


—Una sala oscura—

14 de febrero del 2000. San Valentín.


—Hazlo, Hermione.

—No.

Se había negado tantas veces que ya no resultaba extraño para él. Llevaba meses escuchándolo.

—Estamos aquí, es el momento. ¡Hazlo de una puta vez!

Y cuando Hermione se giró hacia él, tenía lágrimas en los ojos. Él nunca le hablaba así, ya no lo hacía. Hacía años que lo suyo se había convertido en algo más que un simple polvo para curar su ansiedad. Ahora ella misma era una necesidad, tanto que sentía que iba a morirse en Azkaban si no podía verla.

—No voy a hacerlo, Draco.

—¿Entonces para qué has venido tú? —preguntó él, alzando la voz de nuevo—. Me he comprometido a esto. Quiero borrar mi memoria para empezar de nuevo y el Ministerio se ha mostrado de acuerdo. ¿Por qué has venido hasta aquí, Hermione, si no vas a ser capaz de hacerlo!

—¡Precisamente para detenerlo, Draco! —exclamó ella—. ¿Entiendes lo que vas a perder con esto? Lo que ambos vamos a perder.

Draco apretó los labios. Él solo era capaz de ver lo que podría ganar si se sometía al maldito programa del Ministerio. Perdería sus recuerdos, sí, pero ganaría su libertad. Y podría estar con ella, que era la única maldita cosa que quería en ese mundo.

—No hay nada que perder.

—Draco, vas a odiarme —susurró Hermione—, si borro tus recuerdos... también nos borraré a nosotros. Y cuando abras los ojos me odiarás.

—Eso jamás pasará.

Draco estaba demasiado convencido de algo que no sabía. Pero es que en ese momento la quería tanto que dolía, la quería tanto que no pensaba que ese sentimiento pudiera desaparecer de ningún modo. Ni con todos los obliviate de ese mundo él podría olvidar que amaba a Hermione Granger.

La otra opción era impensable: aguantar tres años más en Azkaban. Si lo hacía, todo sería incluso peor. Cuando saliera de la prisión sería apuntado por todos como un ex mortífago. No podría estar con Hermione, pues el acoso que ambos recibirían por culpa de su pasado lo eclipsaría todo. Solo quedaba un camino que seguir y ese era borrar su memoria de los últimos años.

—¿Por qué no me crees? —preguntó él—. No te olvidaré, Hermione, lo juro. Y tú... tú podrás hablarme de todo aquello que yo no recuerde.

—No me creerás.

—Lo haré —respondió él sin dudar.

A Hermione le dolía el pecho. Iba a perderlo, estaba completamente segura de que lo haría. No necesitaba ver el futuro, pues ya había hecho varios hechizos como ese con anterioridad y eran tan poderosos que se llevaban cualquier cosa a su paso: recuerdos felices, recuerdos horribles... Draco no solo perdería sus memorias, también una parte de él se iría con ellas. Una parte de él que también conformaba quién era.

Esos últimos años habían sido una pesadilla; él había permanecido en el bando de los mortífagos por su familia y ella, tal y como se esperaba, había sido una auténtica heroína durante la guerra. Se habían amado a escondidas, encontrando los momentos y las oportunidades correctas. Todo eso había sido un secreto que nadie conocía, que solo era de ellos dos. No, definitivamente, Draco no la amaría después de que ella le sometiera a ese hechizo.

La bruja tomó aire, acercándose a él una vez más. No había nadie más cerca de esa sala, estaban tan solos como podían estar, pero la presencia de ambos allí no era un secreto esta vez.

—Nunca antes habíamos estado así sin escondernos —susurró ella— y no puedo creerme que esta vaya a ser la primera y la última vez.

—No lo será. Hermione... voy a ser una persona limpia, ¿lo entiendes? Respetable. Podremos estar juntos y nadie te juzgará, nadie me verá como un traidor. Es la única forma que tenemos —repitió, como tantas veces ya le había dicho—, es el único modo de estar contigo tal y como tú te mereces.

No sabía qué más responderle. No había ningún argumento más que Hermione pudiera darle. Lo amaba más que a nada, pero él estaba dispuesto a entregar eso que tenían. Ahí acababa su historia.

—Hazlo, Hermione.

No tenía más escapatoria. Debía hacerlo.

Hermione se inclinó hacia él y lo besó una última vez en los labios. Draco enterró su mano en los cabellos de la joven y profundizó el beso, sintiéndola tan pura y sincera como siempre. El beso resultó salado a causa de las lágrimas de Hermione.

—No voy a olvidarte —susurró él, separándose de ella—, tú eres para mí y yo soy para ti. Lo sabes, joder, ¡lo sabes bien!

Y, solo por un instante, ella se permitió creerle. Quizás porque eso es lo que más deseaba en toda su vida. Se sentó en esa silla frente a él y lo miró, tratando de recordar todos y cada uno de los rasgos de ese muchacho.

Tomando aire, Hermione lo apuntó con su varita y tardó unos instantes en poder hablar. Cuando por fin pronunció el hechizo, lo hizo con la voz rota.

Obliviate.

Borró de la mente de Draco Malfoy todo aquello que se le había ordenado desde el Ministerio: la mayor parte de 1997, 1998, 1999 y todos los días del año 2000 hasta ese 14 de febrero. Pudo ver en los ojos de Draco cómo él desaparecía, quedaba sustituido por un hombre desconocido, un hombre sin recuerdos. Como un cascarón que ya no guardaba nada en su interior. Probablemente, para Draco sus recuerdos eran una extraña mezcla de momentos que no había terminado de vivir, de sueños, de personas sin rostro y de lugares incompletos.

Supo que ya no la reconocía. Frente a ella, Draco Malfoy compuso una mirada confundida. Estaba claro que veía a Hermione Granger frente a él, sí, pero todo lo relativo a ella había quedado borrado de un plumazo. Ya no estaba.

Él ya no era para ella y ella... ella seguía siendo para él, pero Draco no lo sabía.

—Bienvenido a su nueva vida, señor Malfoy.

Se dio la vuelta, saliendo de esa sala oscura a pasos acelerados.

Draco se preguntaba por qué demonios lloraba Hermione Granger. No tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta allí.


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