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La madre de John baja por las escaleras metálicas, pero la gente solo tiene ojos para Arthur, el anciano que la acompaña y que es su jefe. Ella lleva en una mano una bolsa de compras, ya que se le ocurrió traerle un regalo a su hijo. Al saber que a John le gustan las camisas a cuadros, compró unas cuantas mientras estaba de vacaciones en Cancún y aprovechó para llevarse consigo algunas cosas difíciles de encontrar aquí.

—Mari, ¿podrías decir a estos ineptos que se aparten? Tengo que pasar. ¿Por qué sigue llegando gente? ¿Es que soy el presidente o qué? —murmura Arthur en voz baja.

Se refiere a los periodistas y camarógrafos de diversos canales que obstruyen el paso. Seguramente lo estuvieron esperando durante horas para obtener una entrevista con el presidente de una de las compañías más grandes de todo el país.

Él no es muy pacífico cuando algo lo molesta, y menos aún, cuando no pudo dormir bien durante el vuelo. Está estresado, supone su secretaria.

—Señores y señoras, espero que comprendan que tanto el señor Arthur Santero, como yo, nos encontramos abrumados por el vuelo —dice María mientras elige su mejor sonrisa—. Así que por favor, denle su espacio. Habrá tiempo más tarde para responder a todas sus preguntas.

Muchos desilusionados apartan sus cámaras y todo su equipo de camarógrafos. Otros insultan a Arthur por lo bajo mientras se dan la vuelta y se largan a zancadas. Puede que crean que, debido a su edad, sufre de sordera, se ríe la mujer.

Este no es el caso.

El viejito comparte una mirada con su secretaria y le hace entender que esa entrevista nunca se dara, o por lo menos no por su parte. Arthur detesta a todos los medios de comunicación, por motivos entendibles. Él considera con firmeza que siempre malinterpretan sus palabras y que andan opinando sobre temas personales como si entendieran el asunto a profundidad. Sus argumentos son sólidos o, al menos, la manera en que te lo dice te convencen inmediatamente, cree María.

Ya es un hombre mayor, tiene 65 años, sabe tomar decisiones y soportar las consecuencias. la mujer sabe que bastante tubo con lo de sus mellizos, fue terrible. Después de ese suceso, a él no le ha importado lo que se diga sobre su persona.

Hay quienes rumorean que su fortuna lo convirtió en un multimillonario arrogante y pretencioso, e incluso María ha oído rumores; que es un violador y que en su casa de verano tiene un harén de chicas, a los Playboy. Si solamente lo conocieran como ella o como todas las personas que trabajan para él, verían que es un señor respetado y con una sensatez casi exagerada, aunque también es muy obstinado a ratos.

Salieron ambos ilesos del aeropuerto gracias a los gorilas que los resguardaban (Tony, Gabriel) pertenecientes al equipo de seguridad de la empresa. Subieron al Rolls-Royce Sweptail (auto) que su jefe compró hace unos días, aunque no tuvo la oportunidad de estrenarlo, ya que fueron de viaje enseguida después de eso a Cancún.

María no ve a Julián, el chofer, cerca así que decide conducirlo ella.

— Veo que no cambias tus gustos, viejito —Ella se acomodo en el asiento del conductor. Arthur se sienta hacia atrás e intenta abrocharse el cinturón de seguridad, pero sus manos arrugadas no lo ayudan y el arnés se le resbala. Le pregunta: — ¿Te ayudo?

Ella decide abrochárselo y luego enciende el auto.

—¿Qué te he dicho, Mari?

— ¿Y ahora qué te pasa?

— ¡Cómo, "¿qué me pasa?!" —refunfuña Arthur y los de seguridad se asoman. Él hace señas a través de la ventana y se alejan. —¿Qué te he dicho de tratarme como a un infante? No estoy inválido, tengo dos brazos al igual que tú, por ende, soy tan capaz de abrocharme el maldito cinturón por mi cuenta.

La mujer decide ignorarlo.

En ocasiones, María no logra comprender a su jefe y lo asocia todo a su edad. Mientras van en camino a su casa, Arthur le dice que la acercara a su barrio y que Julián los alcanzara para llevarlo al hotel. Mejor para la mujer, así llegaría temprano a casa y podría hablar con su hijo acerca del asunto que la ha estado atormentando últimamente: El divorció.

Después de un rato, el señor se aclara la garganta y dice:

— Y... ¿Cómo está tu pequeño?

María no le gusta esos cambios de humor tan oscos que suele tener, está enojado y en un rato le habla como si nada. Por eso  trata de mostrarse indeferente. Tarda unos segundos en responder, solo para fastidiarlo.

Acaba suspirando y sonríe.

— Todo bien ... Ah y me enorgullece mencionártelo, es el mejor de su clase. — Su sonrisa se prolonga— ¿Qué te puedo decir? John es...

— ¿Perfecto? — Interrumpe su jefe con una carcajada. —Querida, eso es ahora que tiene 11; cuando sea más grande, ya verás. Probablemente, se descarrile y su pasatiempo favorito pasará de ser los dibujos animados, a llevarte la contraria en lo que a él le convenga. Ah, casi me olvido, despídete de los abrazos, o...

— ¡Jonathan no le va a pasar nada de eso! — Responde la mujer con seguridad, y el anciano sacude la cabeza divertido, con la mirada de "tengo la razón, lo comprobarás tarde o temprano". Ella resopla y agrega: —Bueno... por ahora. Sea como sea, él va a estar bien, yo voy a estar para John, y él lo sabe.

—Mhm.

—¿Que?

— ¿Qué, de qué?, querida?

— Siempre que formulas un "Mhm" es porque quieres agregar algo, aunque te callas porque eso ofenderá o quizás admites que tengo razón y te cuesta admitirlo. —contraataca María, apretando las manos al volante.

Arthur la mira, pero ella no quita los ojos de la carretera.

— ¿De qué hablas? Yo no hago eso. —balbucea algo por debajo antes de continuar: —Mari... nunca me metería en tu vida privada. No obstante, eso de "yo voy a estar para él", no vi que incluyera a su padre. —Ella lo observa por el retrovisor. —Sabes bien lo que pienso del imbécil de Adrián. Sin embargo, ten en claro que sigue siendo su padre. —Traga saliva por lo que presiente que va a decir. —Y sí... el día de mañana deciden divorciarse, como bien me has dicho que harán, John va a querer a sus dos padres aunque tenga que ser por separado, ¿no crees, Mari?

"Además, no quiero que cometas los mismos errores que cometí yo en el pasado. Alejarme de mi mujer fue la mayor pérdida que he tenido en mi vida, aunque ya no la amaba, su compañía era cálida. Podríamos habernos puesto de acuerdo con respecto a la tutela y los trámites de nuestros mellizos. Y luego... Ahg, ya conoces la historia."

—Sí, lo se... tienes razón.

—Eso está más que claro, Mari. La sabiduría viene con los años.

—Y sí, usted ya tiene muchos... años.

—Hey, no te aproveches, que sigo siendo tu superior. —advirtió, apuntándome con el bastón que estaba a su costado.

— ¡Guau! alto ahí vaquero, solo bromeaba.

—Ya estás grande para eso, Mari.

—Si yo lo estoy, ¿usted qué?

Arthur reprime ls sonrisa, pero la mujer no.

—Hola, ¿Adrián?

—Ah... M-María... ¿Cómo te fue?

La mujer percibe que algo sucedió.

—Bien... Jonathan está en casa, ¿no? —pregunta mientras camina, faltándole una cuadra para llegar. Adrián no le responde. ¿Acaso cortó la llamada?, piensa.— ¿Hola? ¿Sigues ahí?

—Sí, sí. Él está... en... casa. No te preocupes. —responde, con cierta vacilación en su voz.

—Bueno, gracias. Adiós.

—Ah, sí... Chau. —contesta, antes de colgar abruptamente.

Da golpecitos en la mesa, uno, dos... Son casi las 5 de la tarde y cuando ella llega a casa, se da cuenta de que su hijo no está. Había llegado a las 3:45 y le había enviado un mensaje a su marido, quien respondió diciendo que quizás se había aburrido de esperar y se fue a jugar a la casa de Mateo.

María se tranquilizó y envió un mensaje a Nancy. Sin embargo, luego se dio cuenta de que tenía hambre por qué el vuelo fue de 8 horas y no se fia de la comida que les brinda las aerolíneas.

Abrió la heladera, se asustó. Rápido hizo lo mismo con las alacenas, para hallarlas en el mismo estado, vacías.

—¡¿Qué diablos pasó aquí?!

Había dos panes duros encima de la mesa y un táper con medio queso, así como un envoltorio de galletitas tirado en el suelo. Decir que estaba enojada, sería poco.  Su cuero temblaba, por la ira pero también sabiendo que tendría que pedirle una explicación a esposo y a su hijo.

Intentó llamar a Adrián, pero su llamada fue directamente al buzón de voz.

—¡Qué desgraciado!

Para angustiarse más, Jonathan no leyo sus mensajes. María respira hondo y decide ir a comprar al supermercado, segura de que cuando vuelva, él ya estará en casa o los ira a buscar. Aún es temprano.

—Aquí tiene, una caja de curitas y alcohol desinfectante. ¿Nada más?

—Gracias señorita, pero en serio, no hace falta los caramelos. Es muy generoso de su parte, pero...

—No, no pasa nada, sobran y suelo regalarles a los niños. Como hoy no vino la niña con usted, pensé en... —hace una pausa, sonrojándose de pronto. — Lo siento, quizás...

—Está bien, linda. Yo malinterpreté el gesto. Y gracias, a Nina le encantan estos caramelos. —Sonríe y se despide con un gesto. — Aff, ¿dónde dejé las llaves? A ver... Mhm...

Dylan la saca de su bolsillo trasero y sube a su camioneta. Enciende la radio para distraerse de todos los problemas que lo aquejan: busca empleo, se preocupa por su hija y por Jazmín... Y no sabe qué hacer. Aunque puede contar con su amigo Diego, no quiere abusar de su generosidad, ya le prestó dinero.

—¿Eso es...?

De repente, algo llama su atención y frena bruscamente, casi saliendo de su asiento. Corre hacia un niño de cabello de un castaño de un tono rojizo, que yace tirado en el suelo incociente. Lo revisa y afortunadamente, no tiene heridas graves, solo algunas raspaduras en las rodillas. Sin pensarlo demasiado, Dylan alza al niño en brazos y lo lleva a su camioneta, donde lo recuesta en el asiento trasero.

Allí lo examina de nuevo, a excepción de una línea de sangre seca que corre por su cabeza, se ve bien.

—T-tranquilo, todo va a estar bien, ¿sí? —le murmura mientras acaricia su mejilla con ternura, quitándole la tierra que tenía ahí. —Voy a encontrar a tus papás y te pondrás bien.

Es hora de llevar al niño al hospital más cercano, pero Dylan sabe que primero debe encontrar a los padres o tutores del niño. Emprende la búsqueda, rogando poder resolver este nuevo obstáculo. En su mente, agradece que Jazmín no tenga clases a la noche hoy y esté en casa con Nina, ya que todo sería mucho más complicado.

Una vez allí, en el hospital, decide dar unas vueltas a la manzana, preguntando a cualquier persona si conocen a los padres del pequeño. Rogaba poder resolver este nuevo obstáculo, sabiendo que el tiempo es crucial en estas situaciones.

—¡Agh! No me responde... —exclama con frustración mientras guarda los productos que compró en una bolsa de plástico.

Normalmente, no compra tantas cosas, ya que siempre hay suficiente en casa, pero eso fue antes de que ella se fuera. Mientras paga, María piensa en todas las llamadas que tuvo con Jonathan, quien nunca se quejaba de la falta de comida, y en cómo Adrián nunca compraba nada. Supone que esto es reciente y que su hijo no ha estado pasando hambre solamente por dos semanas debido a la negligencia de su padre.

Ella intenta negarlo, pero hay algo, un sabor amargo en su boca, que le hace pensar que algo no está bien desde que había discutido con Adrina antes de volver a casa.

Al subir al auto, ve por el rabillo del ojo ese maldito papel que había estado anhelando durante años, pero nunca se había animado a plantearlo a su esposo. Nunca había considerado que él estaría de acuerdo, pero por suerte fue él quien le pidió el divorcio.

María decide que, por ahora, no quiere pensar en cómo se siente Adrián al respecto. Lo único que le importa es su bienestar y el de su hijo.

"Pero Jonathan solo tiene 11 años y merece crecer junto a sus dos figuras paternas", lamenta ella.

Nunca planeó esto, pero no se arrepiente. De hecho, se siente aliviada; ya estaba teniendo dificultades para dormir en la misma habitación con su esposo sin tener una discusión. Y cuando estaban en la misma cama, ya no tenía interés en tocarlo o intentar algo como antes. Solo se causaban dolores de cabeza mutuos: Adrián no podía soportarla y María sentía algo similar.

El matrimonio estaba empeorando gradualmente, por lo que no tenía sentido continuar.

Le vibra el móvil y ve que es un mensaje de Franchesca, María todavía se encuentra en el estacionamiento del supermercado. Lee rápidamente el mensaje en el que los invita al cumpleaños de su hija Brisa, que es la compañerita de John. Ella sonríe al recordar el rostro de la niña y considera que se parece cada vez más a su madre. Consulta el reloj y decide pasar por la casa de Mateo para recoger a su hijo antes de ir al cumpleaños. Si Jonathan ya se ha ido, regresaría a casa.

La mujer arranca su auto y comienza a conducir. De repente, alguien se le atraviesa en la calle y ella tiene que frenar rápidamente, sintiendo cómo una gota de sudor le recorre la frente. Escucha el chirrido de los neumáticos. Al descender del vehículo, María golpea la puerta del coche de forma apresurada y se detiene al ver a un hombre robusto tumbado en el suelo. Su corazón late fuertemente mientras corre a auxiliarlo.

—¡Oh, por Dios! ¡¿Por qué diablos hiciste eso?! ¿Estás bien? —pregunta ella preocupada.

El extraño sacude la cabeza y apoya los codos a sus costados para intentar levantarse con cierta dificultad. Se limpia la ropa y se acaricia la nuca donde se golpeó al caer al suelo.

—¡Ay, mierda! Lo siento mucho... estaba distraído y no vi su auto... afortunadamente, me alejé a tiempo y el auto solo me rozó... —se disculpa el hombre.

María retrocede torpemente al verlo desde otro ángulo. Nota que lleva una musculosa sin mangas que deja expuestos sus músculos y, sobre todo, sus tatuajes: una serpiente que se enrosca en todo su brazo derecho y dos flechas que se cruzan en X en su brazo izquierdo. A ella esto la asusta un poco, ya que parece más el tipo de persona involucrada en actividades ilegales o perteneciente a algún grupo semejante. Cualquiera podría fácilmente confundirlo con un delincuente.

La mujer necesita apurarse para pasar por la casa de Magdalena y recoger a Jonathan, así que espera que todo se resuelva sin mayores complicaciones. Estas palabras atraviesan su mente mientras analiza al hombre.

—Ey, mi cara está aquí, bonita— dice el hombre de una manera que a ella le resulta incómoda, aunque apenas lo conoce. Él se pasa una mano por su cabello rizado. "Le sienta bien al ser morocho", considera María mientras se sorprende de escucharse a sí misma. "No, concéntrate, debes irte". —He estado tocando puerta por puerta, y quizás tú, linda, conozcas a los padres de un niño con cabello medio rojizo y ojos marrones claros, iguales a los tuyos. También es de estatura media y tiene muchas pecas...

"¡Jonh!"

Sin pensarlo dos veces, borrando cualquier distancia que había entre ellos, María se acerca hacia él y lo sujeta del cuello. Ante su reacción, el hombre solo abre bien los ojos y aguanta la respiración. María sabe que está sorprendido, pero es su hijo de quien están hablando y ella hará lo que sea por él, incluso si tiene que actuar como una loca.

—¡¿Dónde está mi hijo?!—exige.

—¿Qué? ¿Hijo? ¿Tuyo?—pregunta él, mirándola de arriba abajo con incredulidad.

—¡Sí! 

Ella trata de controlar su ansiedad, mientras él la mira con desconcierto. Su prioridad es saber qué le paso a su niño.

—Tranquila, señorita. Si lo que te preocupa es saber si se encuentra bien, lo está, pero... —no completa la oración, lo que aumenta la preocupación de la mujer. Ella se aferra con más fuerza a su cuello, mientras sus piernas empiezan a temblar.

El hombre, que es mucho más alto y musculoso que ella, le pide que lo suelte. Finalmente, María acedé y el sujeto le explica que su hijo está en el hospital.

—¿Qué? —suelta desconcertada.

Al sentir la incertidumbre, la respiración de María se vuelve entrecortada. Él la mira fijamente, posando su mano en su hombro y sujetándola bruscamente de la barbilla para obligarla a mirarlo. "Sus ojos, ¿son grises o verdes?", piensa, mientras la escudriñan. Ella se siente abrumada por la situación y las lágrimas comienzan a brotar.

El hombre intenta tranquilizarla:

—Respira, y luego exhala. —La mujer obedece, intentando regular su respiración. —Encontré al niño a unas cuadras de aquí. Estaba desmayado en el suelo...

—Soy una... —empieza a decir, pero no logra terminar la frase.

—No vi que tuviera ninguna herida, pero lo llevé al hospital igualmente. Como no soy familiar... —continúa el sujeto, tratando de explicar lo sucedido—No me dejaron quedarme.

María asiente alivio al saber que su hijo está a salvo, pero aun así necesita asegurarse de que está bien y oír el veredicto de los médicos. Lo único que le importa es llegar lo más rápido posible al hospital y estar junto a su hijo para cuidarlo, consolarlo y asegurarse de qué... no sea nada grave.

María se dirige hacia su auto sin despedirse del desconocido. Para ella, él no es más que un extraño. De repente el hombre aparece detrás de ella y la sujeta del brazo.

Ella gira su cabeza para enfrentarlo:

— ¿Qué crees que haces?

—Te recuerdo, bonita, que fui yo quien encontré a tu hijo. No puedo dejarte ir así. Ese niño me preocupa. Además, ¿cómo sabrás a cuál de todos los hospitales de por aquí lo llevé?

No queda otra opción para la mujer que seguir al sujeto y es arrastrada hacia su camioneta

Ella quiso gritarle al desconocido que la soltara, pero no pudo. A pesar de todo, se siente agradecida con él por ayudar a su hijo. Ya en camino hacia el hospital, le agradece entre sollozos.

—Gracias por ayudarlo —dice, observando el trayecto del viaje.

Su voz suena ronca por el llanto que no ha podido contener desde que se subió a la camioneta del hombre.

La mujer se siente la peor madre del mundo por saber que el padre de su hijo es un imbécil. Si no fuera por su jefe, quien se esmera en no confiar en nadie, ella se encargaría de su hijo sola. La situación la atormenta y la llena de temor por lo que pueda pasar en el futuro.

La mamá de Jonathan se siente abrumada por su trabajo como secretaria del presidente de la empresa. Aunque le halaga que Arthur confíe en ella por encima de cualquiera, cargar con tanta responsabilidad es agotador. A pesar de esto, no insiste en pedirle que contrate a un sub-asistente, sabiendo que el señor es testarudo y reservado.

Comprende que el pasado de Arthur debió haber sido muy difícil, así que María no insiste en su petición. Sin embargo, se siente agotada por tener que hacer doble trabajo y hacer frente a la negativa del viejo. Además de todas esas cosas, ahora se suma lo de Jonh, y la discusión que se aproxima con Adrián.

—Se ve que eres muy orgullosa—La mujer se muerde las uñas mientras sigue mirando por la ventana—. Vamos, no fue gran cosa, cualquiera podría haberlo hecho.

—No. Sé por experiencia que no es verdad, por eso te estoy agradecida.

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