capítulo 1

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CAPÍTULO UNO.

El ambiente se sentía pesado, y la lluvia golpeaba las ventanas. El ruido se colaba por sus oídos haciéndola sentir increíblemente un poco más tranquila, a pesar de la nefasta situación que estaba viviendo en esos instantes.

En realidad, Adeline estaba acostumbrada, pero eso no significaba que no estuviera harta; harta de vivir con su padre, harta de soportar su indiferencia.

Siempre guardaba silencio, acataba sus órdenes y tenía una actitud centrada, pero no podía más, ya no... No después de que quisieran casarla a fuerzas, sin que ella siquiera conociera a su futuro marido.

Por lo demás, Evan nunca había cumplido con su rol de padre, quizá le proporcionaba estabilidad económica, pero nada más que eso... y para qué mencionar a su madrastra, quién sólo la ignoraba y no era importante en su vida, la única familiaridad que compartían era políticamente. Y aún así, ¿ahora querían manejar la vida de Adeline a su antojo, arreglando un matrimonio con un completo desconocido? Sonaba como una crueldad, una barbaridad.

Adeline cerró sus puños y enterró sus uñas en sus palmas. Su entrecejo estaba fruncido, y se mordía el labio como si se forzara a guardar silencio... Pero no por mucho tiempo más.

—¡No intentes imponerme nada! ¡Nunca te has preocupado por mí, así que no trates de controlar mi vida y mi futuro! —le gritó sintiéndose exasperada a Evan, su padre.

Su madrastra la miró con reproche, y su padre la observó sin expresión alguna, sólo había seriedad e insensibilidad en él.

—Niña malcriada... Te hemos dado todo lo que necesitas; techo, comida y agua. Desagradecida. Por eso dicen, "cría cuervos y te quitarán los ojos" —le respondió su madrastra, con cizaña.

Adeline sólo enfureció más, y miró con odiosidad a la mujer.

—¡Tú no te metas! —contestó, apretando los dientes.

La mujer se escandalizó al oír la respuesta de su hijastra, y su expresión era de total indignación.

—¡Qué horror! Eres igual a tu difunta madre. Escandalosa, impropia a nuestra sociedad y vulgar.

—¡No se atreva a hablar de mi mamá con su sucia boca!

Como un golpe de realidad, su padre volteó el rostro de su hija en una bofetada.

—Ya basta, Adeline —dijo Evan, con un tono de voz impasible—. No le hables así a tu madre, le debes respeto. Y te casarás, te guste o no.

Los ojos de Adeline se sintieron picosos, y pronto, comenzaron a brotar lágrimas de estos. Su mejilla le ardía, y se sentía desdichada.

Entonces lo miró, con sus mejillas empapadas en lágrimas y con su rostro afligido.

—¡No! ¡No me voy a casar! ¡Y no le debo respeto a esta mujer que se hace llamar mi madre! Mi verdadera mamá murió hace bastante tiempo —soltó, con el odio escurriendo por cada una de sus palabras.

El corazón de Adeline se aceleró, nunca le contradecía a su padre, era la primera vez. Sin pensarlo mucho más, Adeline les dio la espalda y corrió para huir de la mansión a la que no se atrevía a llamarla hogar.

Pasó media hora cuando cayó en cuenta de que su decisión había sido precipitada y estúpida, estaba lloviendo fuertemente y no parecía parar pronto, además, la única ropa que traía puesta estaba empapada. Abrazó su propio cuerpo, tratando de generar un poco de calor, sentía que iba a morir congelada.

Adeline observó un bar, sabía que no era el mejor lugar para hacer la hora pero no le quedaba de otra, fue lo primero que halló y la lluvia torrencial le indicó que era su mejor opción.

La mirada de todos cayó en ella cuando entró al bar, pero pronto cada uno volvió a lo suyo, a excepción de un hombre que estaba sentado en la barra, quién la miró de pies a cabeza casi con lástima, y tras inspeccionar su apariencia, volvió a mirar su vaso a la vez que bebía más alcohol de este.

Adeline se acercó a la barra, a una lejanía considerable del hombre que antes la había mirado por más tiempo.

—¿Qué vas a beber? —le preguntó el cantinero.

Adeline aclaró su garganta, y le contestó: —Yo... Nada... Sólo quiero refugiarme un poco de la lluvia, si no es mucha molestia.

El cantinero se encogió de hombros y le asintió, volviendo a lo suyo.

Adeline sujetó su cabello entre sus manos y lo estrujó, tratando de sacar toda el agua posible de este. Dentro de sí, agradecía haber hallado un lugar en el que pasar las horas de lluvia.

—Cogerás un resfriado.

Al oír el comentario del mismo hombre que la había inspeccionado con la mirada minutos atrás, Adeline lo miró.

—¿Disculpe?

Adeline aprovechó de inspeccionar su apariencia también, traía una chaqueta cuerina negra, una camisa azul y unos pantalones del mismo tono. Además, usaba unos guantes que dejaban descubiertos sus dedos. Su cabello ocultaba parte de su rostro, pero se lograba divisar que su perfil era atractivo. Parecía inmerso en su bebida.

—Te digo que cogerás un resfriado. Estás empapada y tiritando —dijo, con un tono áspero, mientras bebía un sorbo más de su vaso.

Adeline carraspeó, y dejó de mirarlo.

—Eso no le incumbe, es problema mío.

Al escuchar su respuesta, él se encogió de hombros.

—Sólo decía... —murmuró, bebiendo un sorbo más de alcohol.

Tras unos segundos, Adeline se arrepintió de su respuesta y volvió a mirarlo.

—Lo lamento, no quise ser grosera... Tuve una tarde bastante tediosa.

Esta vez, el hombre dejó su vaso y la miró.

—No te disculpes. Lo entiendo, créeme.

Adeline le asintió y sintió que su rostro se ruborizaba al verlo, era realmente atractivo. Sus ojos eran azules, sus facciones eran masculinas y elegantes, sus labios delgados y tenía una barba muy corta que lo hacía lucir varonil. Luego de unos segundos, ambos dejaron de mirarse.

—Jeff —llamó él, y el cantinero se le acercó—. Quiero un café —pidió, el cantinero volteó sus ojos y asintió—. Y dáselo a ella, la cuenta corre por mí —agregó, y movió su cabeza en su dirección para señalarla.

Adeline lo miró impresionada.

—¿Cómo lo va a querer? —preguntó el cantinero, mirándola.

—Yo... Sólo dame el más económico.

Tras darle un par de respuestas al cantinero, este se alejó para servirle su pedido.

—No habría aceptado si tuviera mi billetera conmigo. Se lo agradezco y prometo devolverle el dinero —mencionó Adeline, mirándolo de reojo.

—No es necesario —respondió, corto y preciso.

Adeline asintió, y esta vez lo miró bien, con una leve sonrisa sobre sus labios.

—Por cierto, me llamo Adeline, Adeline Alderidge.

Él la miró. Por alguna extraña razón, su nombre se le hacía familiar.

—Yo me llamo Leon.

Y tras decirse el nombre el uno al otro, el cantinero volvió con el café para Adeline. Adeline le agradeció y comenzó a beberlo de forma cuidadosa para evitar quemar su boca, mientras sentía como el líquido caliente bajaba por su garganta y el calor comenzaba a instalarse en su cuerpo. Respiró el vapor del café y sonrió, un sentimiento cálido había invadido su pecho.

—De verdad, gracias, Leon —dijo Adeline, volviendo a mirarlo.

—No es nada, espero haber ayudado al menos a apaciguar el frío, aunque tu ropa siga mojada —contestó, mirándola un poco y regresando su mirada hacia su bebida—. Luces como una chiquilla, ¿no crees que es muy tarde para ti?

—Y tú luces como un abuelo, ¿no crees que es muy tarde para ti? —le imitó, con diversión.

—Auch.

Adeline rio.

—Estoy bromeando. Sólo luces como un adulto... Quizá unos treinta y tanto.

Leon se rio, por lo bajo.

—Por ahí... —susurró, bebiendo otro sorbo de su bebida.

Adeline volvió su vista hacia su taza, y bebió el poco café que quedaba en ella.

—Yo... —dudó unos segundos, y decidió continuar—. Huí de casa. Tuve una discusión con mi... padre, y escapé.

—¿Y así planeabas devolver mi dinero del café? —mencionó Leon, con un tono burlón.

Al escucharlo, Adeline rio un poco.

Leon bebió un sorbo más largo de su bebida, acabando lo poco que le quedaba al vaso. Y la miró.

—No conozco los detalles de la discusión, pero deberías volver a tu casa y conversar con él. Si tu padre te quiere, te entenderá. Y bueno, si no te quiere, al menos tendrás tiempo de crear un plan más ingenioso que sólo huir.

Adeline pensó con detenimiento en sus palabras, y le asintió, reflexionando.

—Tengo la ligera sospecha de que deberé seguir tu segunda suposición —opinó, soltando una que otra risa, Leon rio con ella.

Tras unos segundos, él se puso de pie.

—Bueno, vamos.

Adeline frunció el entrecejo, mirándolo confundida.

—¿Vamos?

Leon sonrió levemente. Guió sus dedos hasta el cierre de su chaqueta y comenzó a subirlo con cuidado, para cerrarla.

—Como escuchaste, vamos. Te llevaré a casa.

Adeline se sintió complacida al escucharlo, sabía que si él le estaba ofreciendo llevarla hasta su casa era por su protección. De alguna manera, Leon le transmitía seguridad, así que no dudó en depositar su confianza en él y se puso de pie, acercándosele.

Ahora que ambos estaban de pie y con una mayor cercanía, Adeline se percató de que Leon le ganaba por mucho en estatura. Era alto, sus hombros anchos, y su chaqueta cuerina resaltaba sus brazos fuertes.

Adeline carraspeó al darse cuenta de que se estaba perdiendo mucho en sus pensamientos: —Está bien, vamos.

Una vez salieron del bar, Adeline siguió a Leon. Al verlo junto a una motocicleta, una expresión de genuina sorpresa se asomó en su rostro.

—¿Una moto, Leon? ¿Es una broma?

Leon la observó con una sonrisa juguetona, y alzó sus cejas como si no la comprendiera.

—¿Cuál es el problema?

—Por si el alcohol ya te ha hecho efecto y no lo recuerdas, estuviste bebiendo en ese bar —contestó, mientras cruzaba sus brazos.

—Sigo sin entender cuál es el problema —dijo, encogiéndose de hombros.

Adeline volteó sus ojos al oírlo.

—El problema es, que podríamos tener un accidente.

—Hey, Lin. Llevo mucho haciendo esto, y nunca he tenido un accidente, al menos no uno en el que haya resultado muerto. Además, la vida sería aburrida sin un poco de adrenalina.

La despreocupación de las palabras de Leon la desconcertó, pero extrañamente también le divirtió. Sentía mucha curiosidad por él.

—Entonces, ¿vienes?

Ella le asintió en respuesta. Cuando Adeline se le acercó, Leon colocó sus manos sobre su delgada cintura y la ayudó a subirse a la motocicleta. Después de eso, él le entregó su casco y ella se lo colocó, este le cubría sólo la cabeza.

—Sujétate fuerte de mí, ¿oíste? —dijo Leon, una vez que también se subió a la moto.

Adeline asintió, y en respuesta rodeó sus brazos sobre la cintura de Leon, tratando de aferrarse a él. Leon sonrió ante eso, y antes de partir, le preguntó por su dirección y ella se la dio, sólo entonces, comenzó a andar la moto.

Por inercia, Adeline cerró sus ojos. Le daba algo de miedo la rapidez en que iba la motocicleta, no estaba acostumbrada a andar en una. El aire helado golpeó contra su rostro, y sintió un escalofrío, por lo que se aferró todavía más a Leon, colocando su mentón sobre su hombro.

La cercanía produjo que el aroma de Leon inundara las fosas nasales de Adeline. Tenía un fuerte olor a alcohol, pero también se lograba distinguir algún cítrico, también a menta y un poco a tabaco. Las mejillas de Adeline se colorearon de un color carmesí, porque no pudo evitar sentirse a gusto al sentir su aroma.

Pasaron unos pocos minutos cuando Leon finalmente se detuvo fuera de su mansión, y Adeline abrió sus ojos poco a poco.

—Conque hija de padres importantes, ¿no? —dijo, con algo de burla.

Adeline rio un poco.

—Supongo.

Justo cuando Leon pensaba bajar de la motocicleta para ayudarla, Adeline bajó por su cuenta con extremo cuidado y le entregó el casco.

—Gracias, Leon.

—A tu servicio —aseguró, con una sonrisa ladina sobre sus labios.

Adeline ocultó un mechón de cabello tras su oreja, e intentó que sus mejillas no volvieran a colorearse.

—Bueno, fue un gusto, Lin —dijo, a la vez que comenzaba a colocarse su casco.

—Lo mismo digo, Leon.

Leon le dio una última sonrisa, y sin esperar mucho más se comenzó a alejar en su motocicleta. Adeline también sonrió, aunque él ya no pudiera verla.

—Espero volverlo a ver —murmuró para sí misma.

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