44 La verdadera historia - Parte 2

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Hola a todos, aquí Coco, quien no sabe si está feliz o triste por publicar esto (es contradictorio XD) pero que les promete que, con todo, va a ser un capítulo inolvidable :') Tengo mis motivos para sentirme así °u° Por un lado, ¡por fin tenemos la verdad revelada del origen de la maldición! ^u^ Pero por otro, ahora si nos acercamos peligrosamente al fin. No me resigno a que OMEGA está a punto de acabar TuT 💔 También, no estaba segura de si poner un disclaimer o no. Hoy se van a tocar algunos temas fuertes U_U Creo que saben por donde va esto. Después de todo, la verdadera historia de Regulus y Rhiannon es una tragedia, así que no podría decirles qué temas abordaré sin que hacer spoiler. Baste decir que recomiendo discreción a leerlo, tengan una caja de pañuelos a la mano y, como siempre digo, ya saben qué hacer  ❤

Posdata: para el trago amargo, les recomiendo ir a leer el nuevo cap de Lo que tod@ chica/gato debe saber. Muchas gracias por seguir aquí, ¡TQM para todos! ^u^ ❤


***

¿Cuántas noches pasaron consumando su amor? No lo sabían, pero sí eran conscientes de que, con cada nuevo encuentro, el poder de ambos crecía. ¿Por cuánto tiempo tendrían que sostener ante otros que su vínculo era real? Al final no importó. En cuanto fue nombrado alfa, las opiniones ajenas dejaron de importarles. Entonces el pueblo se dividió en facciones por primera vez en su historia, y mientras se formaba lo que años después se convertiría en el Consejo de Ancianos, la asesina del anterior alfa decidió enfrentarse a ambos.

—¿Cómo te consideras a tí misma? —le preguntó la hermosa arquera rubia a la aspirante a luna mientras la apuntaba—. ¿Loba o bruja?

—Humana. Seré esposa de Reg, y cualquier otro título que me hubieran dado no significa nada para mí. Sin importar quién o qué sea yo, el hecho de que lo amo no cambiará. —La flecha de plata apuntando a su pecho, la penetrante mirada de ojos rojos de la doncella. Entonces, la líder del clan de cazadores finalmente bajó el arma, y suspiró resignada mientras recitaba su credo.

—"Cazamos a quienes nos cazan". Ustedes no han matado... aún. Más les vale permanecer así.

—Gracias...

—No he terminado. Habrá consecuencias, estoy segura. Sin embargo, no intervendremos. Para bien o para mal, lo que pase será culpa de ustedes. Recuerden eso. —Una capa ondeando al viento, meses de una alianza que comenzó ahí. Y entonces, finalmente llegó el momento—. Oh Rhiannon, te ves hermosa. —dijo la misma mujer que antes la había amenazado siendo su madrina de bodas.

Cazadores, brujas y lobos, todos habían visto los frutos de su trabajo, y estaban felices de celebrar su unión definitiva. Un tocado de flores, su fino velo blanco, su reflejo en el espejo de plata. Y la visión que Elizabeth había olvidado se repitió de nuevo en el momento más feliz de la vida de Rhiannon. El bosque verde a su alrededor, el gran roble, los clanes reunidos para celebrarlos. Su amado Regulus esperándola.

—Por siempre. —susurró en el altar

—Y para siempre. —Juraron, y la consumación de su matrimonio se convirtió en un ritual que celebrarían por varias noches en la mansión de piedra que después se convertiría en la casa ancestral.

—Dámelo, mi luna. ¡Dámelo todo!

—Mi amor. ¡Reg...! —embestidas, gemidos, cuerpos sudorosos enlazados en sábanas blancas. Si aquello era un hechizo de lujuria, ninguno quería romperlo. Si era un sueño, ninguno quería despertar. Pero el destino llamó a su puerta antes de que su unión hubiera dado frutos. Y este se presentó en la forma de un misterioso extranjero.

—Por favor, agua... —parecía joven. Su pelo castaño era juguetón y desordenado, y sus ojos amatistas parecían anormalmente puros y sinceros. Por eso lo supieron de inmediato. Aquella criatura no era humana, y no traía ningún buen augurio el que hubiera llegado al pueblo.

—¿No será que lo que quieres pedir es "sangre"? —El muchacho abrió los ojos con sorpresa, y acto seguido se ruborizó—. Tienes sed, ¿verdad?

—Sí, señora, la tengo. Pero no. Agua está bien, solo quiero irme.

—¿De qué estás huyendo? —lo amenazó el alfa ya con las garras en su garganta—. ¿Qué peligro acecha que incluso una criatura como tú le teme?

—Por favor. Sólo quiero sobrevivir a lo que mi pueblo no pudo. Déjenme ir.

—Ni hablar. ¿De quién huyes y a dónde vas?

—No es de un quién, sino un qué. Y en realidad no importa a donde vaya, porque llegará a todas partes. Son Fomorian, señor. Si no quieren ser erradicados, les recomiendo huir también. —Fomorian. Una forma en que los antiguos llamaban a los demonios de las heladas. Esa advertencia les sirvió para prepararse, y cuando la gigantesca e invisible presencia por fin los alcanzó, lograron soportarlo con la fuerza de todos y el conocimiento del extranjero, que decidió quedarse para convertirse en uno de los principales del pueblo.

—¿Entonces no tienes ni un solo familiar vivo, Arthur?

—No, Rhia. Mi sueño es encontrar a mi compañera predestinada, ser como tú y Regulus y procrear a mi propia familia. Encontraré a mi alma gemela, ya lo verás. No pereceré en este hielo. —Un suspiro, un aullido lejano, y el susurro de los vientos cubrió a ambos amigos de una capa de desesperanza.

—Oh querido, me gustaría creer que estaré ahí para verte realizar tu sueño. Pero soy humana, y no estoy segura de que vaya a sobrevivir.

Invierno. Hambruna. Epidemia. Todo cuanto habían preparado pareció en vano, y toda la felicidad que habían compartido desde que se unieron pronto se convirtió en un recuerdo neblinoso y lejano.

—No hay presas —decía desesperado Regulus tras una cacería especialmente larga—. Los animales van cada vez más lejos y mueren. Si esto sigue así, pronto no habrá ni para alimentar a los cachorros.

—Habrá —le contestó ella, pálida y enfermizamente delgada—. Sólo haz lo que debes. Como siempre lo has hecho. Como siempre lo harás.

—Oh, Rhia —gemía él atormentado—. Mi luna...

—Shhhh. Lo sé. —La manada cada vez estaba más en su contra. El hambre los volvía irracionales, y habían comenzado a acusarla en secreto de todas sus desgracias. ¿Dónde estaba el heredero que había prometido? ¿Dónde estaba el salvador de pelaje blanco que pondría fin a la helada?

—¿Cómo esperan que concibas si siempre estoy lejos? ¿Cómo quieren que quedes encinta si estás débil y enferma? ¿Cómo embarazarte sabiendo que mi hijo y tú morirían de hambre?

—Ya pasará. Lo prometo. Esposo, ¿confías en mí?

—Sí —dijo angustiado y no muy seguro—. Confío. Tienes razón, mi luna. Ya pasará.

Pero las desgracias no pasaban, y la cruel helada siguió mermando a su gente, su mente y sus fuerzas.

—Es culpa suya —decían los líderes de otros clanes de lobos en cada junta—. ¿Por qué no nos protege con su poder de dame blanche? ¡Debe ser capaz hacer mucho más!

—¿Dónde está el lobo blanco de la profecía? ¡Lo prometió!

—Cada vez hay más desertores y omegas. El clan de cazadores está a dos pasos de volverse contra nosotros.

—¡Los que se van se convierten en devoradores de hombres!

—También es su culpa —pronunciaron por fin—. Es su culpa, alfa. Por proclamar a una bruja como mate.

—¡Silencio! —gritó Arthur interviniendo. La mansión de piedra se quedó estática ante su presencia y, por primera vez en la historia, el vampiro de los ojos amatista se convirtió en mediador—. Esta catástrofe no es culpa de nadie, y nadie debe pagar a solas por lo que el destino ha impuesto. La helada nos afecta a todos. Y somos todos por igual los que debemos trabajar para sobrevivir. La alianza debe permanecer, lobos, brujas y cazadores deben seguir unidos.

—¡No podemos dejar que sigan cazando a nuestros hermanos caídos en desgracia! —refutó otro— ¡Debemos hacer algo!

—Ya veo. Entonces, ¿ese es el problema? —Más silencio, un tremendo escalofrío colectivo, y entonces Regulus volvió a hablar.

—¿Me parece oír que tienes una proposición, viejo amigo?

—Pues sí. Los omegas que devoran carne humana dejan de ser verdaderos lobos, es como si ya estuvieran muertos. ¿Quieren que se les dé un final digno y que los cazadores dejen de perseguirlos? Entonces, permitan que sea yo quien los cace. A cambio, respetarán la alianza,  mantendrán el orden, y honrarán los restos de sus seres queridos tal y como quieren. ¿Qué opina, Alfa? ¿Es una mejor opción? —Pero él ya no estaba escuchando del todo. Una grieta se había formado en su mente, algo se rompió en el momento en que su gente lo acusó. ¿Y si algo de lo que decían era cierto?

«¡No!». Gritó el alma de Meliodas dentro de él. «No es verdad, no dudes de ella». Pero no había forma de hacer cambiar a alguien que en realidad era un recuerdo. Algo de hielo maldito por fin penetró en su corazón. Y la orden que dio en ese momento le ganó de nuevo el temor y el respeto de su manada.

—Muy bien. Tienes mi permiso para beber su sangre. Devora a los devoradores, Arthur. Y asegúrate de que cualquier traidor acabe en tus colmillos.

—Sí, Alfa —Y así, una nueva era de terror llegó.

A partir del miedo, la manada calló y se doblegó de nuevo ante su voluntad, y ni siquiera la helada era tan fría como el líder de la alianza. Todo lobo, cazador y bruja sobreviviente tenía miedo de su poder, y no volvió a haber una sola alma que se le opusiera. Cuando el paso de los Fomorian por fin concluyó y volvió a ellos la primavera, Regulus había cambiado. Y la dama blanca ya había agotado todas sus fuerzas.

—¿Cuándo tendrás un hijo? —preguntó de nuevo por la que se había vuelto su obsesión.

—Necesito tiempo, Reg —respondió ella resentida y angustiada—. Mi cuerpo aún no se ha recuperado del todo. Tal vez si tomo más pociones...

—Ve que sea pronto —la cortó. Un instante después pareció avergonzado, pero apenas pudo dulcificar su tono a pesar de intentarlo—. Mi poder no se consolidará hasta que tenga un heredero. Esto también es por tu bien.

Desesperación, tristeza, miedo. La bruja comenzó a temer tanto como a amar a su marido. No había forma de que lograra un milagro así con tal pena metida en sus huesos, y las noches de copulación dejaron de ser encuentros románticos para ser convertirse en una especie de castigo. Uno injusto tras el cual ella iba acumulando rencor, gota a gota, como si llenara una copa de veneno.

—Me has traicionado. —dijo él un día con la expresión de un hombre completamente derrotado.

—No, mi alfa. Yo jamás...

—Me has mentido. Tú dijiste que nosotros podríamos... que la Diosa Luna nos daría...

—Lo sé —Esa mano suave deslizándose por su mejilla, esa sonrisa como la de un ángel. Algo de lo que habían sido seguía existiendo, pero ya ninguno tenía la fuerza para luchar por ello—. Te daré un hijo, lo juro.

—Más te vale.

—¡Aaaaahhhhh! —gritó la albina mientras era apedreada a la entrada de la finca. Su aquelarre la había traicionado, la manada y personas del pueblo por las que había luchado se convertían ahora en viudas, huérfanos y pobres resentidos que desahogaban sus penas atormentándola.

—¡Traidora! ¡Engatusadora! ¡Bruja! —le gritaban, y sólo se detuvieron cuando el alfa se presentó ante ellos para defenderla—. Es su culpa, señor. ¡Es su culpa!

Su habitación matrimonial en la casa grande se volvió prisión, su lecho terminó con sábanas frías como nieve.

—Tendrás que irte —dijo por fin el alfa de cara a la ventana—. Tu vida estará en riesgo si te quedas.

—¿Qué...? —preguntó Rhiannon con un hilo de voz—. ¿Me estás... exiliando?

—No, claro que no. Sólo te irás por un tiempo. Te quedarás en la cabaña de la periferia hasta que concibas un hijo, y yo iré a verte cada tercer día. Tendremos nuestra copulación para que puedas...

—¡No! —gritó cayendo de rodillas—. Yo quiero estar contigo. Mi lugar está aquí, ¡soy tu luna!

—¡Eres mi esposa! —gruñó él haciendo que lo soltara—. Pero no serás luna de nadie hasta que des a luz a mis cachorros. Harás lo que diga. Arthur te está esperando abajo con tus libros.

—No... Reg, por favor —Se amaban. Pese a la oscuridad y el dolor, en el fondo ellos aún se amaban.

—Volveré por tí —susurró él, rompiéndose antes de darle un beso—. Lo prometo. —Pero en el fondo lo sabían. Ellos ya no creían más en las promesas del otro, y aquello era una especie de despedida.

—Es... nuevo —Trató de sonreír el vampiro mientras le entregaba un enorme caldero bruñido de acero—. Sé que las brujas lo consideran de buena suerte cuando inician un proyecto —La peliplateada cayó de rodillas llorando en la choza que le serviría de hogar, y el mediador cayó a su lado, tratando de consolar a la mujer que se había convertido en su única amiga—. No llores, Rhia. Sé que lo lograrás.

Noches, días. Las semanas pasaron sin que hubiera resultados, y el pueblo enardecido cada vez la buscaba más lejos para atacarla y maldecirla.

—Por favor, esposo. ¡Por favor! —suplicó entre sollozos cuando el alfa optó por esconderla en lo más profundo del bosque.

—Sólo será hasta que haya un heredero. Recoge tus hierbas, ora a tus dioses antiguos y teje tus hechizos para que podamos tener un hijo. Así tal vez, algún día...

«Algún día volveremos a amarnos». Pero no había marcha atrás. A esas alturas todos lo sabían: ella era una omega. Y un omega jamás podía aspirar a ser la pareja de un alfa.

—Rechácela —lo incentivaba su manada—. Haga el ritual de rechazo, alfa. Rompa el lazo y consiga una nueva compañera para iniciar su vida. Escoja una loba, como debe ser. —Pero, por mucho que hubiera cambiado, él no se atrevía. Aún lejos, su vínculo era permanente. Lo veía a través del cordón de sus mentes: ella aún le amaba, y no importaba qué tan duro tuviera el corazón, él la amaba también. Lo suficiente como para protegerla de todo, ocultarla del mundo para que nadie la tocara. Pero no lo suficiente como para abandonar su lugar en la manada, pues a esas alturas, amaba el poder casi tanto como a ella. Y le aterraba perderlo, no fuera a ser que ocurriera lo mismo que con la helada.

No la rechazaría, no buscaría una nueva compañera. Pero sí tendría un hijo, y esa idea se volvió su obsesión al punto de la locura.

—¡Estás cometiendo un error! —gritó el vampiro en un arranque de furia al enterarse de que el alfa buscaba en secreto una compañera para copular—. ¿Crees que Rhiannon estará satisfecha criando al bastardo de otra? ¿Crees que la manada apoyará a una luna con un hijo ilegítimo? ¡¿Crees que tu esposa estará feliz de saber que estuviste fornicando...?!

—¡Basta! —exclamó el lobo destrozado—. Tú no lo entiendes. Será un regalo. Un premio. No más noches de atormentarla, no más copulaciones dolorosas. Tenemos que aceptarlo... A estas alturas, todos sabemos que Rhiannon no puede tener hijos. La familia la abusa, la maltrata, sospechan de ella, ¡no más! —gritó golpeando la mesa. Pero eso no borró la cara indignada del mediador. La desaprobación de su único amigo por fin logró romperlo y, tras un gemido, el inquebrantable Regulus por fin estalló en lágrimas—. No soporto verla sufrir ni una estación más. Le daré un hijo, la haré la madre que siempre quiso ser. Criaremos al huérfano juntos, y será la luna ejemplar que estaba destinada a ser. Seremos una familia. ¡Y yo por fin seré un alfa al que todos respeten! —Un viento más frío que el de la pasada helada partió en dos el camino de los colegas, y cuando Arthur volvió a hablar, apuntó los colmillos hacia él por primera vez.

—Entonces, no solo planeas ser infiel a tu esposa. También planeas acabar con la puta que dejes preñada. —No dijo nada. La expresión de Regulus se fue tornando de piedra mientras su aceptación muda abría un abismo entre ellos—. Bien... Bien. Yo he sido tu verdugo durante demasiado tiempo, no soy capaz de juzgarte. Me has alimentado con la sangre de tus enemigos, ¿qué más da si mi última cena aquí es aquella desdichada que elegiste? ¿Cómo se llama? —El nombre de la infortunada salió en un susurro, y el vampiro sonrió, derramando una sola lágrima como despedida—. Bien. Anúnciame cuando quieras que vaya por ella. Adiós, viejo amigo. Prometo cumplir la orden que me diste.

Ahí tendría que haber acabado. Las almas de Meliodas y Elizabeth estaban agotadas, era imposible que hubiera memorias más dolorosas que esas. Sin embargo, las había, y el desenlace de la historia era algo que no se podía evitar.

—No, Arthur. Lo que dices no puede ser verdad.

—Será esta noche —dijo con firmeza el mediador convertido en juez y verdugo—. En la cabaña a orillas del campo de lavandas. Velo con tus propios ojos, y libérate de una vez de la ilusión de su lazo. Ese ya no es tu esposo. Es el alfa. Y tú no eres más que una omega. Ve a decirle adiós.

—Ah, ah, ah... ¡Aaahhh! —se escuchaban a lo lejos los gemidos de la loba en celo que estaba montando—. ¡Ngh! ¡Alfa!

«¡No, basta!», suplicó Meliodas tratando de hacer que su cuerpo se detuviera. Pero no era él, era Regulus, y copuló con desenfreno sin saber que Rhiannon miraba a través de la ventana. «¡No por favor!».

Se fue. Ella salió huyendo destrozada, y su esposo adorado no fue capaz de ver que se iba.

—Más... aaahhh... ¡Alfa!

—¡Cállate! —silenció a la infortunada con voz de acero.

«Rhiannon», pensó mientras la penetraba sin cesar. «Rhiannon», siguió, imaginando que el cuerpo que tomaba era el de su esposa. «Rhia... ¡Mi luna!», concluyó en el éxtasis de su delirio. Eyaculó poderosamente dejando a la hembra noqueada y, apenas remitió el asco por su acción, salió de la cabaña azotando la puerta. «¿Qué he hecho?», pensó atormentado, pero justo cuando creyó que su oscuridad no podía ser más densa, lo vio. El vampiro estaba justo frente a su puerta. Y sonreía de forma macabra.

—No... —susurró horrorizado viendo hacia el bosque—. ¿Qué hiciste?

—Seguir sus órdenes, alfa: asegurarme de que los traidores acaben en mis colmillos. Eres un traidor, Regulus. Si pensabas matar a tu amada de esa forma, mejor me hubieras dejado devorarla.

—¡Rhiaaaaaaaaa! —gritó el lobo cambiando su voz por aullido. La risa y el llanto del vampiro se mezclaban en su locura mientras él se transformaba y corría por el bosque tras ella. Oscuridad. Miedo. El jadeo de un animal salvaje. Una joven corriendo por el bosque sin saber si era la cazadora o la presa. Estaba destrozada. Estaba furiosa. Estaba huyendo del que fue el amor de su vida, y estaba corriendo hacia lo que, sin que lo supiera, pronto sería su tumba—. ¡Por favor, para! —gritó Regulus. Habían llegado a un risco. El altísimo muro de piedra antecedía a una cascada, y un río negro como la noche rugía abajo, apagando los sonidos de sus voces y obligándolos a hablar con sus mentes y miradas.

«Amor mío, yo...».

«¿Qué pasó con las promesas, Reg?», dijo sin permitirle acercarse más. «¿Qué pasó con la confianza?».

«Yo... yo...», pero no había respuesta. No había razones para darle. La vida misma les había hecho eso, y además se lo habían hecho el uno al otro, al elegir ser alfa y bruja en vez de esposo y esposa. «Yo... solo hice lo que debía. Cómo siempre lo he hecho. Como siempre haré. Si tan solo me hubieras dado un hijo...».

«¡¿Entonces yo tengo la culpa?!», rugió histérica. «Los conjuros, rituales, sacrificios. Pese a todo lo que hice, ¿eso es lo único que soy para ti? Un vientre para usar, una herramienta de poder, una forma de perpetuar tu linaje».

«¡Esa era tu función como mi luna!».

«¿Pero qué luna voy a ser? ¡Si tú me convertiste en omega!». Silencio. Una risa tragada por el agua. Y entonces, ella siguió. «¿Por qué no me rechazaste? ¿Por qué no me dejaste ir?».

«No puedo. Eres mi mate, ¡yo te amo!».

—¡Eso no es amor! —gritó desgarrando su garganta, y el río al fondo del precipicio pareció callarse, el bosque entero se paralizó a la espera de lo que haría—. No lo será más. Me marcho. Haré lo que debí hacer hace mucho, y desapareceré para que de verdad puedas convertirte en el alfa.

—No, no puedes abandonarme —suplicó el lobo recuperando forma humana—. Por favor, Rhia...

—¡Al diablo! Soy una bruja, ¡y no volveré a obedecer a un lobo nunca más! —La noche se volvió tan fría como lo fue durante la helada, y todo el dolor que ella había guardado por años se convirtió en resentimiento—. Los odio. ¡Los odio a todos! Cuánto sacrifiqué para protegerlos, ¡y mira cómo me pagan! Los aborrezco, ¡ojalá se devoren entre sí!

—¡Cállate! ¡Te lo ordeno! —Silencio. Lluvia que cae como si el cielo llorara. Y entonces, Rhiannon finalmente sonrío mientras le dedicaba al lobo una última reverencia.

—Cómo usted diga, alfa.

Se iba. El amor de su vida se iba, y por un instante, el lobo pensó que era mejor que así fuera. No había logrado hacerla feliz. Solo le había traído dolor y perdida, no cumplió ninguna de las promesas que le había hecho. No podía protegerla. Tal vez, si la dejaba ir, encontraría su camino. Tal vez, si se iba, volvería a ser feliz. Pero entonces sintió algo colarse a través de su lazo, una pulsación que intentó ocultarle rápidamente sin éxito. Había algo distinto dentro de ella. Y Regulus sintió un escalofrío al imaginar lo que era.

—¿Qué escondes? —Pero no se detenía. Su caminata se volvió casi carrera mientras huía—. ¿Qué me estás ocultando? ¡Dímelo!

—Bueno, si debes saber... —le respondió una mujer en cuyos ojos ya no se percibía vida—. Han pasado cinco lunas llenas sin que se haya presentado mi sangrado. —El mundo entero se puso de cabeza y se tiñó al mismo tiempo de blanco, rojo y negro.

—¿Estás embarazada? —No hubo respuesta—. Mi hijo... te estás llevando a mi hijo.

—No, no es suyo, alfa —respondió con voz monocorde la albina—. Es de mi esposo Regulus. Él murió durante la helada, usted lo mató junto con su luna. Adiós.

—¡No te irás, maldita bruja! —gritó arrojándose sobre ella. Ya no sabía si era hombre o lobo, Regulus o Alfa. Lo único que sabía era que esa mujer llevaba a su heredero y que, si lo obtenía, el caos en el mundo sería revertido—. ¡No te llevarás a mi cachorro! ¡Dámelo!

—¡En el infierno, maldito lobo! ¡Suéltameee! —Y así, comenzó la batalla que permanecería por siglos.

Colmillos contra magia, garras contra maleficios. Un hechizo que era al mismo tiempo de amor y de muerte, una pelea con zarpazos, mordidas, gritos y fuego. Se convirtieron en dos criaturas cuyo único propósito era destruirse y, cuando los cuerpos de ambos acabaron entrelazados en una sola figura, de nuevo, se cumplió el destino. Su poder estremeció la tierra, partiéndola a sus pies y despeñándolos por el risco. Cayeron. Cayeron al precipicio, al vacío de la muerte que los esperaba en las frías aguas.

—Rhia... —lloró él mientras estiraba su mano.

—Reg... —le respondió ella mientras trataba de alcanzarlo.

Fue lo último que recordó Meliodas antes de que todo se oscureciera. Pero las memorias de Elizabeth seguían, y compartieron el dolor físico a través de su lazo. El río la arrastró golpeando su cuerpo una y otra vez contra las afiladas rocas. La desgarraba. La devoraba como si fuera una bestia. El alfa entró en coma mientras, kilómetros después, su cuerpo era rescatado por la manada. Pero ella no encontró una mano amiga. Fue llevada por la corriente al lugar más recóndito del bosque, el más sagrado, el sitio donde su historia empezaba.

—Nemeton... —gimió ella mientras se arrastraba por la orilla hacia el enorme árbol de roble. Dónde él la había encontrado de pequeña. Donde recibió su iniciación. Donde se casaron. Donde hacía sus conjuros para pedir que acabara la helada. Y luego, donde pedía por su hijo. Ese sería además el lugar donde moriría. Y eso convirtió en oscuridad todo cuanto quedaba—. ¡AAAAAHHHHH! —gritó mientras sentía partirse en dos. Algo aún más doloroso que todo lo anterior le pasaba, y cuando vio la sangre manar entre sus piernas, las almas de Rhiannon y Elizabeth por fin se separaron.

«No...», gimió como ella misma mientras sufría junto con su ancestra lo que le estaba sucediendo. «Un aborto. ¡Está teniendo un aborto!». Así era. Su cuerpo maltrecho no soportó más su preciosa carga, y la expulsó entre contracciones y sacudidas mientras miraba al cielo.

—Te maldigo... —dijo por fin. Cuanto quedaba de su alma estaba perdida, y ni siquiera entendía lo que le acababa de pasar—. Te maldigo, Regulus Demon —Estaba muriendo, pero la ira en ella no se aplacaba ni siquiera con la agonía. Se aferró a las raíces nudosas del árbol que daba poder a los druidas y, recitando el último y más prohibido de los hechizos de su grimorio, abrió las puertas a los espíritus del averno—. Los maldigo. A los lobos, a las brujas, ¡a cada persona del pueblo! —conjuró mientras los entes malignos la tomaban—. Morirán. Perecerán desgarrados como yo lo estoy haciendo. No volverá a haber un alfa con luna en la manada, ¡y los druidas no podrán dejar el lugar mi tormento! —La más poderosa de las deidades demoníacas escuchó su súplica. Le hizo sacarse el corazón aún palpitante del pecho y, con la otra mano, la hizo sostener a su hijo no nato mientras se lo ofrecía—. Tómame, maestro de los Darach. ¡Conviérteme en historia para que Black Valley nunca me olvide!

Así, la maldición quedó instaurada. El pequeño bebé de pelo blanco al que ni siquiera le habían salido las pestañas se convirtió en vasija del ente más monstruoso. Y ella se disolvió como polvo en el viento, adhiriendose al árbol que murió mientras se tornaba color negro.

*

Silencio. Paz. Cuando Regulus despertó, supo sin lugar a dudas que ella estaba muerta. No la sentía. Su mente era un precipicio que se abría al abismo, y lo mismo pasaba con su corazón.

—Está muriendo —se lamentaban los lobos al ver su situación. Su vida se iba apagando. Y ni siquiera la nueva joven esposa que le consiguieron lograba reanimarlo.

—Rhia...

—Aquí estoy, señor —se compadeció de él la loba que le hablaba dulcemente.

—No... tú no eres ella.

—¿Señor?

—¡No eres ella! —gritó mientras la estrangulaba, y entonces perdió el conocimiento. No entendió lo que había hecho hasta que despertó en una habitación llena con los restos de su segunda esposa descuartizada—. Delicioso... —dijo lamiendo la sangre de sus dedos. Y así, antes de que cualquiera pudiera comprenderlo, la maldición se había cobrado a su primera víctima.

—¡No por favor! Alfa, ¡piedad! —La manada sabía que ya estaba loco. Sabía que no podía seguir a la cabeza de la familia y, sin embargo, aún era el hombre lobo más poderoso de todos. Intentaron hacer que preñara a una hembra aún sabiendo el riesgo que corría, y el resultado fue una segunda víctima, no importó que la hubieran elegido parecida a Rhiannon.

—Descanse, señor —susurró una noche con ternura su cuarta y última esposa. En sus momentos de lucidez, él también se comportaba de forma gentil con ella. Tal vez porque tenía el pelo plateado, tal vez porque era solo una muchacha. Tal vez porque era una joven bruja del linaje Goddess, pero la trataba más como una hija que como una esposa. Iba a morir ese día, lo presentía. Llevaba enfermo mucho tiempo, y había decidido, cuanto sintiera el hálito de la muerte, no hacer nada y esperar que se lo llevara.

—Rhia... —gemía en su agonía—. Mi Rhia... ¿Podré verte cuando vaya al otro mundo?

—En el infierno, esposo mío. —contestó una voz conocida, y cuando abrió los ojos, se encontró a la dama blanca con un vestido negro flotando espectral ante su cama.

—Mi luna... —lloró conmovido—. ¿Has venido por mi?

—Por tu alma —respondió el demonio en que se había convertido—. Y también, por la vida de tu perra.

—No... —dijo el tembloroso y demente hombre—. Tú... no eres ella. ¡Monstruo! ¡¿Qué has hecho?!

—Lo que debo, amado esposo. Como debí haber hecho. Como será siempre a partir de ahora.

—¡RAAAAAGH! —rugió el antiguo alfa mientras se transformaba. Sus huesos se rompieron, su cuerpo se deformó contra su voluntad hasta sus límites dando origen a una criatura que no era del todo un lobo. Esa noche, mientras moría, estaba dando nacimiento a la Bestia—. ¡Mi hijo, bruja! ¡¿Dónde está mi hijo?!

—Aquí —dijo casi con dulzura la aparición mientras señalaba su pelaje pasando de rubio a blanco—. Y aquí estará siempre. Será el emisario de nuestra venganza.

Sonrió. El lobo demonio sonrió, y lo que quedaba de Regulus fue absorbido por su deseo de poder, sangre y violencia. Estaba bien. Mataría a todas las lobas que su amada quisiera, porque era justo, porque eso a ella la complacía. Mataría a las brujas del pueblo a cambio, a las seductrices traidoras que, como ella, llevaban a los hombres a la desgracia. Pasarían el resto de la eternidad juntos, luchando por el poder del hijo que nunca tuvieron y que ninguno de los dos recordaba. Se amaban. Se odiaban. El amor era la más ardiente de las fosas del infierno. Y ellos se encargarían de que todos lo recordaran.


Un silencio sepulcral llenó la sala tras las últimas palabras de Elizabeth, y entonces, por fin, la rubia decidió romperlo con su llanto.

—Fue nuestra culpa —proclamó—. Es culpa de las personas del pueblo. Los lobos, cazadores y brujas. Merecemos la maldición, ¡mira lo que les hicimos!

—No, Gelda —refutó su mate tomándola de las manos—. No es así. Muchas personas inocentes han muerto desde aquel día por un crimen que no comprenden, del que no saben y que no cometieron. Ya nadie merece realmente el castigo. Ya nadie es verdaderamente culpable.

—Es cierto —se unió Ban—. Matar a alguien no regresa a los muertos a la vida.

—¡Ahora tiene sentido! —proclamó Diane cortando los pensamientos de todos—. Elizabeth, ¿recuerdas lo que dijo Derieri? ¿Cuando llamó "niño" a la Bestia durante la cacería?

—Sí. Debió reconocer al cachorro dentro del monstruo. Y sospecho que la razón por la que Monspeet pudo herirlo es porque también es un niño.

—Así es. Las víctimas rara vez son pequeños —reflexionó Escanor—. Debe ser porque tanto Rhiannon como Regulus querían desesperadamente un hijo.

—Y respecto a la conducta de la Bestia —continuó Merlín—. Ahora sabemos por qué a veces toma posesión de alguien, y a veces parece surgir de la nada. Si la aparición es completa, se trata de la materialización física del espíritu vengativo de Regulus. Y si es posesión...

—Necromancia —completó Elizabeth—. Lo que nos temíamos, tía. La bruja viva contra la que nos hemos estado enfrentando usaba el cadáver del bebé como reliquia para invocar el poder del lobo blanco y elegir al portador. Nosotras creíamos que lo que usaba eran los huesos de Rhiannon, pero lo que encontré en las raíces del árbol fue al niño. De ella, no quedó nada.

—Pero, ¡¿quién es?! —se desesperó Gowther—. ¿Quién es la bruja que descubrió todo esto? ¿Quién ha estado manipulando la maldición para su beneficio?

—No sabemos. Pero eso ha dejado de tener importancia —dijo King, y la sala hizo una pausa para que se explicara—. Es decir, falló. No logró matar a ninguno de nosotros, y ahora, se ha quedado sin reliquias. Ya no podrá hacer daño.

—Yo no estoy seguro de eso —suspiró Meliodas—. Aunque en teoría, tienes razón. Si las destruimos, ya nadie más podrá usar su poder. Pero eso sería solo la mitad del trabajo —aclaró con voz grave, y de nuevo, el silencio se instaló. Miraba a Elizabeth con expresión solemne, era obvio para todos que estaba teniendo una conversación con ella a través de su lazo.

—Sospecho que ya tiene una idea de cómo romper la maldición, ¿no es así, luna? —preguntó Zhivago al cabo de un minuto y, al ver la determinación en los ojos de la pareja que había soportado el calvario de averiguar la verdadera historia, supo sin lugar a duda que ellos triunfarían.

—Sí. Debo contactar con los espíritus de Regulus y Rhiannon. Debo decirles lo que le pasó a su hijo, y separarlos de la oscuridad para que por fin puedan descansar en paz. 


***

¡Ton! [onomatopeya de portazo] Waaaah 0_0 La verdad ha sido revelada, la historia contada, y ahora, el tiempo para la batalla final ha llegado. ¿Qué dicen mis coquitos? ¿Están listos para el desenlace? Bueno, aún falta un poco para eso, pero mientras díganme, ¿qué opinaron del papel de Arthur en todo esto? ¿Al final era bueno, o malo? ¿Y qué piensan del ancestro de Gelda (la cazadora que se parece a ella)? ¿Debió hacer más? ¿Debió intervenir o detenerlos? Y por último, ¿qué piensan de las decisiones de Rhiannon y Regulus? Uff, ay tantas cosas que decir al respecto, pero como por ahora se nos acabó el tiempo y el reloj no da marcha atrás UwU pues mejor nos preparamos para lo que se viene, nos vamos a descansar esta noche y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana para más. ¡Muchas gracias por acompañarme en el desenlace de esta fabulosa historia! ❤



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