Ondina

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Fluyo en el agua y ella lo hace dentro de mí.

Siempre he estado aquí, desde la primera gota que llegó a este valle, y aquí me quedaré hasta que la última sea engullida por la tierra, a no ser que él...

Soy feliz cuando el sol atraviesa la serena superficie del lago. Sus reflejos dan vida a sombras inertes y dotan de un cariz misterioso a los relieves del fondo.

Río a carcajadas cuando las burbujas de lluvia me hacen cosquillas en la cara, incluso invoco tormentas de verano para que refresquen mi caprichosa piel.

Resplandezco cuando la luz de la luna dibuja mi pálido contorno. La silenciosa brisa nocturna es la única capaz de besar mi cabello esmeralda, a no ser que él...

Siento su mirada curiosa, me intuye. La melodía de su ocarina atrapa de nuevo mi atención. Siento cómo crece cada hoja del helecho silvestre y me siento salvaje. Siento cada fría piedra lamida por el verde musgo y me siento desnuda.

Esta tarde de verano me rindo al zumbido de las libélulas cobalto y me uno al canto de las cigarras. Mi voz destila ondas sedantes. Cuando mi imagen se esboza en sus iris, él duerme. Así debe ser, a no ser que él...

Soy agua fresca recorrida por corrientes cálidas. Soy energía contenida en una eternidad de paz. Soy perpetua soledad que necesita de fugaz compañía para saborear su esencia.

No soy ninguna joven atrapada por una maldición, ni tampoco una bruja despiadada. No tengo miedo, ni me gusta darlo. No me interesan los deseos de los mortales: almas simples, vacías y lujuriosas.

Pero su alma es pura. Cada año, desde que era un niño, cuando las montañas deshielan sus pasos, me viene a buscar. Toca para mí y me dedica poemas de amor. Ahora ya es un hombre. Pronto alguna mujer terrenal le borrará la inocencia y con ella se desvanecerá mi recuerdo.

Entre sueños, sus labios susurran:

«Mi Ondina...»

La primera vez le regalé un sueño. La segunda, una mirada entre los juncos. La tercera, mi aroma a primavera. Y con el tiempo fui yo la que empezó a anhelar sus visitas.

Fui rompiendo mis propios límites y le dediqué un roce de mi mano. Escondida en una suave brisa le acaricié el pelo y nuestras risas inundaron el valle. Aquel año brotaron hermosas flores de todos los colores.

Ahora que lo siento tan cerca me doy cuenta de la ansiedad con la que este año esperaba el sonido de su ocarina.

Me atrevo.

Emerjo del agua hasta la cintura. Sigo cantando, consciente de que lo atrapo suspendido en un hechizo. Me mira y me sonríe con ternura. Le tiendo la mano y le invito a seguirme. Él no lo duda. Nos sumergimos juntos, abrazados, piel con piel. Nos besamos, nos bebemos, nos amamos.

He perdido mi libertad.

Descubro que ya nunca podré ser feliz, a no ser que él...

Sea mío para siempre.


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https://youtu.be/R3VFv70gxuM

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