Cerezo en luto

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La llegada de la primavera significaba muchas cosas en aquella región, una de las cosas más vistosas para los turistas era el florecimiento de los cerezos, este evento duraba aproximadamente un mes, pero cada árbol permanecía en flor solo una semana. No sólo era algo bello de ver, además traía consigo a miles de personas a descansar debajo de estos y muchos reflexionaba debajo de estos.

Un padre iba con su hijo pequeño, caminando por un viejo camino de piedras. Aquel sendero unía un antiguo templo a una villa igual o más ancestral. Alrededor parecía un océano de árboles de cerezo florecidos, el color de las flores llenaba la vista del horizonte.

Cruzaron un puente cuyas tablas crujían ante el peso de las personas que estaban ahí pasando. Cercano a su final, había una caseta a un lado del camino, un lugar dedicado a las abluciones antes de entrar en el templo, a un lado de esta, había una joven sacerdotisa enseñando a los turistas como realizar aquella acción correctamente.

Luego de aquello, el padre dirigió al niño a un desvío del sendero, uno que se adentraba entre los cerezos. Parecían varios metros en el interior del bosque, cuando llegaron a un árbol que destaca entre los demás.

Un cerezo cuyo color resultaba muy disonante con la inmensidad de ese mar de diferentes tonos de rosa, unos pétalos que conformaban una nube de absoluta negrura entre el cielo claro otorgado por los árboles. Era un cerezo tan negro como la noche misma.

—¿Por qué ese árbol es diferente papá? —preguntó el niño, sin poder despegar su vista de aquellas flores.

—Según una leyenda, este árbol ha sido de este color por años. —comentó el padre, observando junto al niño, viendo cada parte que aquel árbol cubría.

Una historia de décadas pasadas, que cuenta una breve tragedia y el porque ese árbol pareciera vestirse de luto cada vez que llegaba la primavera.

Los días de primavera llevaban pocos días de haber iniciado, al menos así era en la región, las flores se veían más hermosas que en cualquier otra época, le gente se notaba más alegre y los Pokémon más calmados. Lo increíble que una época puede lograr en los seres vivos la verdad.

En un pueblo pequeño rodeado de árboles las cosas funcionaban con normalidad. La gente trabajando y los Pokémon ayudando, todo parecía un día normal y corriente dentro de la rutina habitual.

Cerca del pueblo y unido por un camino de árboles de cerezo se encontraba un templo, uno dedicado a Ninetales, un Pokémon que era adorado por los habitantes de la zona debido a que era considerado una deidad protectora. El camino de piedras que llevaba a aquel lugar se encontraba en completo silencio.

Una joven doncella se encontraba debajo del arco torii al límite del bosque, su uniforme rojo de miko revelaba su dedicación en aquel lugar sagrado. Parecía ver por sí alguna persona llegaba a visitar el lugar, de repente inició su caminar hacia el interior del camino, adentrándose en aquellas tierras sagradas donde estaba su vocación.

A medida que avanzaba, el camino de piedras se convertía en un puente, el cual cruzaba un río pacífico, lugar donde los visitantes debían lavarse antes de adentrarse más hacia el templo. La chica siguió su camino.

Ella es una joven de cabello negro amarrado, su piel clara y ojos castaños que observaban la belleza de su alrededor. Su nombre es Kaguya, no hacía poco había alcanzado la mayoría de edad y atendía el templo de Ninetales.

Kaguya continuó su camino, ya pudiendo ver las estatuas de los Arcanine que defendían la entrada al templo. Junto a aquella puerta y en el suelo de madera se encontraba sentado un Lucario, con sus piernas cruzadas, ojos cerrados y palmas en el suelo.

—¿Ningún peligro cerca, Haruki? —preguntó suavemente la joven, ya en el suelo de madera de la entrada.

El Pokémon mencionado abrió los ojos y miró a la chica, la cual le sonrió suavemente.

—Nada, solamente la pude detectar a usted señorita Kaguya. —respondió el Pokémon con un tono de caballerosidad en sus palabras.

—Esta bien, la gente del pueblo debe de estar viendo los árboles de cerezo, ya florecieron y no durarán mucho así. —dijo la chica revisando la caja de donaciones.

Dentro habían unas cuantas monedas, últimamente la gente parecía no estar visitando el santuario, quizás la chica debería aprovechar el período de observación de los cerezos para vender amuletos de protección contra Pokémon fantasma.

La noche anterior los estuvo preparando para venderlos durante la semana, la verdad quería pasar el día admirando las flores junto al Lucario, pero no podía descuidar tampoco sus tareas.

—¿Sabes Haruki? Voy a ir a vender amuletos al pueblo. —comentó la joven mientras se adentraba en el templo.

El Pokémon la miró confundido, supuestamente iban a ver los cerezos ese día, la flor de aquel árbol no duraban mucho tiempo y ocurría sólo en primavera, uno nunca sabe cuando será su última vez debajo de la sombra de un cerezo florecido.

—Pero señorita Kaguya, usted había dicho que iba a tomarse un tiempo para admirar el bosque. —cuestionó Haruki mientras podía escuchar los pasos de la chica acercándose.

Kaguya iba con una canasta, en la cual llevaba varios papeles con diferentes signos escritos en tinta, amuletos de protección, para la buena suerte y purificación, se podía dar la casualidad de tener que salvar algún objeto poseído por un Pokémon fantasma.

—Lo sé y descuida, vamos a hacerlo un poco más tarde, pero tampoco podemos desaprovechar la oportunidad de vender con todo el pueblo con tiempo libre —explicó la sacerdotisa mientras se dirigía hacia el camino de piedras—. Cuida el templo mientras no estoy.

El Lucario la observaba irse, luego se fijó en el bosque que rodeaba el santuario. Un bosque de cerezo con un Ninetales protegiéndolo, todo aquel lugar era territorio de aquel Pokémon.

El Lucario se acercó al cajón de donaciones, dio dos reverencias frente a él, luego dos suaves aplausos y juntó las palmas, cerró los ojos, las palabras en su mente que deseaba que aquella deidad pudiese escuchar.

"Que el viaje de la señorita sea seguro dentro de su bosque" dio una última reverencia, mayor a las anteriores.

Cada que la joven miko Kaguya salía al pueblo, el Pokémon rezaba por la seguridad de ella. Si bien aquella zona era bastante tranquila, últimamente habían aparecido Pokémon que no eran nativos del lugar y solían ser bastante agresivos contra otros.

Cuando se estaba volteando, pudo sentir una punzada de dolor, algo malo sucedía. Un sentimiento de terror lo embargó, sus sensores se levantaron, detectando el aura de algo desconocido en el área y junto a la de Kaguya.

No sabía que sucedía, pero debía correr, así lo hizo, rápidamente avanzando por el camino de piedras. Hasta que poco antes del puente, pudo ver un rastro de sangre, el cual se adentraba en el bosque y al lado contrario del camino la canasta con los amuletos desperdigados por el área, algo muy malo le había sucedido a la sacerdotisa.

Así, el Pokémon siguió el rastro de sangre, el cual se veía acompañado por árboles de cerezo cuyo tronco parecía haber sido golpeado con una fuerza abrumadora.

Se movió con agilidad entre los árboles y siguiendo aquel rastro, hasta que algo le heló la sangre, dejó de sentir el aura de la miko, sólo quedaba los sentimientos iracundos de aquel ser que la atacó.

Llegó a un gran cerezo sin florecer, podía ver a un Nidoking enfurecido, masticando el hombro de la señorita Kaguya. No supo cuándo, ni cómo, pero de un gran golpe envuelto en aura, aquel pokemon fuera de sus sentidos murió casi instantáneamente.

Todos los sentimientos que abrumaban a Haruki en aquel momento destruyeron el cráneo de ese Nidoking. Alejo aquel Pokémon de la joven y la pudo ver, con su mirada cerrada y una sonrisa en el rostro ¿Como habría podido conservar aquella expresión en tan grande dolor?

El Lucario se acercó mientras por fin las lágrimas brotaron de sus ojos, se arrodilló a un lado del cuerpo de la joven. Su estómago había sido fuertemente golpeado por las garras de aquel Nidoking y su hombro tenía una gran marca de diferentes mordidas.

El Pokémon tomó la mano de la humana, la sostuvo firmemente mientras dejaba que las lágrimas salieran.

—Kaguya —murmuró con pesar mientras apoyaba la frente en el hombro intacto de la chica y dejaba que todas sus emociones fluyeran—.  Me prometiste que iríamos a contemplar los cerezos.

Sintió unos pasos acercándose, estaba tan sobrecargado que no podía concentrarse si se presentaba una nueva aura cerca de él. Al voltear la cabeza, pudo ver a aquel Pokémon zorruno de múltiples colas, observando aquella escena.

—¿No se suponía que protegías estos bosques? —cuestionó dolido Haruki, aún con la mano de la chica entre sus patas—, ¿como dejaste que esto pasara?

—Comprendo tu dolor y lamento la pérdida de esta fiel joven —respondió Ninetales, mientras observaba el rostro sonriente de la sacerdotisa—. Pero no pude llegar antes, al igual que tú. Todo fue muy repentino.

—Al menos ¿Podrías mostrar respeto por ella? —el Lucario alzó la mirada al gran árbol sin florecer—. Si de verdad sientes la pérdida, haz que este cerezo florezca tan negro como la tinta, una muestra de luto.

El Ninetales dirigió su hocico a la tierra, la sangre de la sacerdotisa parecía ser absorbida por aquel árbol. Luego de esto, las flores se comenzaron a abrir, tan oscuras como la noche más profunda, destacando entre todo aquel bosque y cubriendo el cuerpo de la joven en un aura más oscura, esa era la muestra del duelo que había pedido el Lucario.

—Durante la semana que este cerezo está en flor y durante cada año de su existencia, florecerá en este mismo color negro, honrando la vida de la joven Kaguya. —explicó Ninetales mientras se adentraba en el bosque, dejando a aquel Lucario sufrir el duelo.

Pasaron las horas, hasta que unos visitantes al templo vieron aquel rastro de sangre, encontrándose con aquel lúgubre escenario. Hasta el cerezo parecía sufrir de aquel suceso. Las ceremonias de velorio se llevaron a cabo, el silencio cubrió aquel pueblo.

La vida es como la flor de cerezo, es bellísima, pero puede ser tan fugaz como la duración de estas, no sabes cuando acabará y tampoco se sabe cuando será la última vez que hagamos algo que se nos hace habitual.

Así fue como cada año, la gente iba a visitar el templo y pasaban al cerezo de flores negras, donde casi siempre se encontraban con aquel Lucario, muchos se unían a él. Se dice que aquel árbol generaba en todos un sentimiento de paz, pero acompañado de una nostalgia por las cosas que hemos dejado de hacer.

Volviendo al presente, luego de que aquel hombre le explicase a su hijo la historia de aquel árbol en luto, escucharon pasos lentos desde atrás suyo. Un viejo Lucario, su pelaje tenía bastante canas y sus ojos demostraban cansancio por los años. Aquel Pokémon se arrodilló a un lado de los humanos, observando el tronco del cerezo en flor.

El pequeño lo observó fijamente, al mirar por sobre la cabeza de este, pudo ver entre los árboles a una joven mirando hacia ellos, iba vestida como una miko, cuando su mirada chocó con la del pequeño, ella le sonrió y comenzó a caminar lejos de ellos, junto a lo que parecía ser un Ninetales.

—¿Sucede algo hijo? —preguntó el hombre.

— Nada papá… —respondió el niño.

No sucede nada.

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