El Juego [Kevin Magnussen]

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—¿A ti te aguantan en tu casa?— Maya gritaba nerviosa, le temblaba el pulso y tenía la respiración tan alterada que el pecho le subía y bajaba en movimientos bruscos.
—Mira guapa, a mí me adoran— Kevin la miraba con los ojos entrecerrados.
—Permíteme que lo dude— ella se cruzó de brazos, intentó mirarlo a los ojos, pero no fue capaz, sentía que él era más fuerte más... Más todo.
—Sabes que solo tengo que hablar con Steiner para que te quedes en la calle— el danés escupía las palabras, y a la chica le dolían como puñaladas.
—Haz lo que te de la gana Magnussen.
—Sabes que siempre hago lo que quiero, mi amor.
—¡No me llames así!
—¿Que no te llame cómo, cariño?
—¡Déjame en paz!
—¿A qué te vas a dedicar cuando te quedes en la calle? Ni siquiera tienes unos estudios decentes.
A Maya le temblaba la mandíbula, porque sabía que lo que estaba diciendo aquel estúpido piloto era cierto. Si perdía su trabajo de asistente en Haas, y además Kevin conseguía ganarle mala fama en el paddock, no tenía nada que hacer.
Estaba acabada.
—Si quieres ayuda nena, solo tienes que pedirla— susurraba el chico, deslizando los dedos por el cuello de ella.
—¡Magnussen! ¡Ya vale!
La chica se había alejado de él de golpe, lo miraba con desprecio desde la otra punta de la habitación. Le daba miedo incluso pestañear, por si a Kevin se le ocurría volver a acercarse.
—¿Por qué eres tan difícil Maya?— suspiró él, arrastrando las palabras, y dando un par de pasos hacia ella.
—Me das asco, Magnussen.
—Oh vamos... ¿De verdad?— sonrió, mordiéndose el labio y dando otro par de pasos.
A la asistente le temblaban las piernas, había retrocedido hacia atrás, hasta que se había encontrado una pared a sus espaldas. Bajó los ojos al suelo, aunque poniendo el índice en su barbilla, Kevin la obligó a mirarlo a los ojos. Unos ojos azules que traían loca a Maya desde el primer día, pero de los que siempre había tratado de alejarse. Tal vez por miedo, por inseguridad, o un poco por todo.
—No me digas, preciosa, que esa carita tuya no me está pidiendo algo.
Ella se acabó zafando de él, logrando su cometido de retirarle la mirada.
—¿No me vas a decir nada, amor mío?— preguntó con tono irónico.
—¡Te odio!— gritó Maya dándole un empujón al chico, quien sin esperárselo, casi cayó al suelo.
Kevin rio, mirándola con cierto cariño.
—Estoy seguro de que no.
—Eres un engreído, ¡cínico!
Él sonrió, metiendo su mano por el interior de su propia camiseta, dejando entrever unos abdominales de los que la chica no podía quitar la mirada.
—¿Te gustan?
—¿Qué? ¡No!
—¿Segura?
—Cierra la boca.
—Tengo una opción mejor, cariño.
Sus palabras la hacían estremecerse. Cerró los ojos, intentando evitar ciertos pensamientos que a aquellas alturas revoloteaban por su mente con cierta intensidad.
—¿Qué te pasa Maya?
La pregunta sorprendió a la chica, quien intentó buscar una respuesta fácil, y que sonara, dentro de lo que cabía, algo convincente.
—Que no me caes bien.
—Pero te gusto.
No se veía capaz de negárselo, ni siquiera podía contener el temblor que le provocaba tenerlo delante, era imposible que pudiera disimular el sudor que le recorría la frente.
—Me pones muy nerviosa— murmuró ella, entre alterada e irritada.
—Error.
—¿Cómo?
—En esa frase te sobran cosas.
Maya lo miró levantando una ceja.
—No te pongo nerviosa— sonrió de lado —Te pongo, a secas—.
—¡Cállate Kevin!
Él se echó a reír sin poder evitarlo.
—Dime que no te gusto.
—No... No me... — le temblaba la voz.
—Cariño, solo tienes que decir que sí, y haré lo que quieras.
A la chica se le erizó todo el cuerpo, como si una corriente eléctrica la sacudiera por completo.
Kevin dio un paso al frente, y por primera vez, Maya no retrocedió, se concentró en levantar la cabeza, e intentar aguantarle la mirada al chico, quien se tomó aquel reto como un juego.
El rubio le tendió una mano, y ella, respirando hondo y mordiéndose el labio la tomó, dejando que el chico tirara de ella hasta que escasos centímetros los separaron.
No hubiera podido descifrar qué respiración era de quién, estaban tan pegados que era imposible. Kevin sonreía, dándole tiempo a la chica, intentando que se acostumbrara a su contacto.
—Maya— llamó.
Ella levantó la vista, intentando controlar cada movimiento, cada reacción.
—¿Me vas a seguir diciendo que no te gusto?
Maya quiso hablar, pero no le salió la voz.
A él le divertía verla así; tan nerviosa, joven, inexperta... Un diamante en bruto.
—Dilo, cariño.
—No me llames así— susurró, en realidad por decir algo, ya que estaba tan perdida que no sabía qué hacer.
Él bajó las manos hasta su cintura, sin prisa, ella intentaba no volverse loca.
—¿Cómo?— preguntó él; se divertía.
—Te odio— murmuró ella.
—Te gusto.
—No.
—Te gusto— repitió él.
—Sí ¿vale?
Kevin vio la luz verde, y atrayendo con fuerza a la chica por la cintura, la besó con toda la fuerza que pudo, mordiéndole el labio de vez en cuando, sonriendo.
Había caído en su trampa, la tenía donde quería, y lo mejor era que después de todo, ella estaba encantada con el juego.

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